A dos minutos del apocalipsis

El ascenso de los mamarrachos peligrosos (Trump, Bolsonaro...) nos acerca cada vez más al posible colapso total de nuestra civilización. El nivel de riesgo es muy preocupante y por ello el Doomsday clock se encuentra a sólo dos minutos del apocalipsis ¿A dónde iremos si destruimos el único hogar que conocemos? 


  
 
      Lo que se muestra arriba es la famosísima ecuación de Drake, desarrollada en 1961 por el astrónomo estadounidense Frank Drake con el objeto de estimar el número de civilizaciones avanzadas tecnológicamente, con capacidad para comunicarse a distancias interestelares, que podría haber en nuestra galaxia. Como se puede ver es una ecuación que se basa en factores limitantes. Fracción de estrellas que poseen planetas orbitando a su alrededor, promedio de estos planetas que podrían albergar vida, fracción de los mismos que efectivamente la han desarrollado en algún momento, fracción a su vez en los que han evolucionado formas de vida inteligente y, nuevamente a su vez, fracción en los que dichas formas de vida habrían desarrollado una tecnología lo suficientemente avanzada como para enviar señales al espacio que pudieran ser detectadas por nosotros. Si conociéramos todas las variantes de la ecuación podríamos saber cuántas civilizaciones hay en la Vía Láctea capaces de comunicarse a muy largas distancias de alguna manera, porque por lo que sepamos de momento sólo estamos nosotros.

      ¿Pero hace falta algo más para que civilizaciones alejadas muchos años luz de distancia puedan entrar en contacto aunque sea de forma indirecta? La respuesta es sí y ahí es dónde interviene la última variable de la ecuación de Drake, L, que posiblemente sea la más importante de todas ¿Qué determina? Pues el tiempo que sobrevivirá una civilización avanzada antes de desaparecer por cualquier motivo o, simplemente, autodestruirse. Esta variable es importante porque, dadas las inimaginables distancias que separan unas estrellas de otras, establecer contacto con una civilización avanzada pero lejana requeriría lapsos de tiempo muy prolongados (décadas o siglos), de manera tal que dicha comunicación sólo sería posible si dichas civilizaciones avanzadas son capaces de sustentarse y sobrevivir durante al menos varios miles de años. Nada sabemos de civilizaciones extraterrestres tecnológicamente evolucionadas, ya que por no saber ni tan siquiera sabemos si existe vida fuera de nuestro planeta, todo y que el consenso científico actual dice que esto último es altamente probable. Pero lo que sí sabemos es que en la Tierra, el espejo en el que se miró el señor Drake para desarrollar su ecuación, se han dado todas las condiciones para que aparezca una civilización con las características que hemos comentado, la nuestra ¿Todas? Bueno, volviendo sobre la variable L hay que decir que no sabemos durante cuánto tiempo sobrevivirá nuestra civilización industrial, científica y tecnológica. Habitualmente nos gusta pensar que lo hará durante muchísimo tiempo, pero hoy en día eso no está ni mucho menos claro, todo lo cual limita la ventana temporal en la que estamos capacitados para enviar señales de nuestra existencia al espacio.

     ¿Por qué digo esto? Más bien porque los recientes acontecimientos no invitan precisamente al optimismo. En primer lugar tenemos la más que alarmante retirada unilateral de Estados Unidos del tratado INF, que establecía la eliminación de los arsenales de misiles con cabeza nuclear de alcance intermedio (entre 500 y 5.500 Km). Este tratado fue suscrito por Reagan y Gorbachov en 1987, lo cual ayudó a rebajar la tensión entre las dos superpotencias de la Guerra Fría. En la práctica la retirada del mismo supone que Washington está dispuesto a desplegar de nuevo estas devastadoras armas de destrucción masiva en el teatro de operaciones europeo (como en los peores tiempos de la Guerra Fría, vamos), así como en otros escenarios "calientes", como la península de Corea o los alrededores de China. Una vez más tenemos al peligroso mamarracho de Donald Trump, junto a su asesor de Seguridad Nacional, el tarado ultra belicista de John Bolton, actuando de manera irreflexiva como los matones más duros del barrio. Viendo la secuencia de provocaciones militares y los lugares donde se han producido en los últimos años, principalmente en las proximidades de las fronteras con Rusia y China, no cabe la menor duda de que son los Estados Unidos los principales responsables de la actual escalada de tensión que puede llevarnos a una confrontación apocalíptica. Y esto y no otra cosa ha sido una de las principales razones por la cual los expertos del Bulletin of the Atomic Scientists han adelantado su Doomsday clock (reloj del Día del Juicio) para situarlo a las doce menos dos minutos de la medianoche. Una situación tan preocupante no se vivía desde 1953, en uno de los momentos más delicados de la Guerra Fría, cuando Estados Unidos y la Unión Soviética estaban en plena fiebre de realización de pruebas nucleares.

     ¿Cómo se ha llegado a semejante situación casi tres décadas después de la disolución de la Unión Soviética? Se puede achacar una parte de culpa al impresionante avance de China, la nueva superpotencia ascendente, o a la política exterior más agresiva de Vladimir Putin, que se ha traducido por ejemplo en la anexión de Crimea o en la intervención en Siria en apoyo de Bashar al-Assad, actuaciones no por ello de carácter defensivo. Sin embargo, tal y como se apuntaba en el párrafo anterior, es Estados Unidos quién, con mayor diferencia, está añadiendo más leña al fuego del holocausto nuclear. Las causas de una política tan agresiva seguramente se remontan a antes de que el actual ejecutivo se instalara en la Casa Blanca, lo cual no lo exonera de su irresponsabilidad. De entre todo lo que se ha dicho en los últimos días acerca de esto me quedo con una reflexión que aparece en el blog El territorio del lince, donde se recoge la opinión al respecto de una histórica del movimiento Verde alemán, Petra Karin Kelly. Según parece a finales de los 80 el tratado INF interesaba a Estados Unidos porque de esta manera se aseguraba de neutralizar el único componente del arsenal soviético que realmente amenazaba la posición de sus fuerzas en Europa, puesto que en los demás aspectos era claramente superior. Ahora la situación es muy distinta y los nuevos desarrollos rusos en misiles hipersónicos y ojivas termonucleares (que si no están totalmente operativos en la actualidad lo estarán en los próximos años), sumados al notable rearme chino, parecen estar comprometiendo la supremacía norteamericana. Teniendo en cuenta además que las actuales fuerzas estadounidenses quizá no estén todo lo bien preparadas que desearían para una confrontación convencional con otra gran potencia (recomendable el análisis que sobre esto hace el ex oficial de la US Navy Brian Kalman, que se enlaza al final del artículo), blandir la amenaza del despliegue de misiles de alcance intermedio quizá tenga sentido desde el demencial punto de vista de los belicosos halcones de Washington. La lógica detrás de esto parece ser: "si no podemos vencerlos por otros medios, lo haremos mediante un ataque nuclear de alcance limitado y luego, esperemos, que nadie esté dispuesto a dar el siguiente paso".

       Es una suposición extremadamente arriesgada y que además pone de por medio como víctimas colaterales de un conflicto así a millones de personas en Europa y el Extremo Oriente. Algunos dirigentes de la UE ya han expresado su alarma ante las intenciones de la administración Trump, mientras que los aliados tradicionales de Washington en Asia (Japón, Corea del Sur y en menor medida India) tampoco han mostrado un excesivo entusiasmo con esta escalada belicista contra el eje chino-ruso. En todo caso, por mucho que los socios-vasallos de Norteamérica discrepen o busquen tomar vías de acción alternativas, seguimos encontrándonos en una situación más delicada de lo que parece. Embriagadas de poder, las élites políticas, financieras y militares estadounidenses continúan propiciando escenarios en los que las simples provocaciones (despliegue de tropas en la proximidad de las fronteras de Rusia y China, maniobras militares de carácter claramente amenazador, hostigamiento de aviones en el aire y de buques de guerra en el mar, etc.) pueden convertirse en cualquier momento en un incidente mucho más serio. Si esto llegara a suceder y hubiera una respuesta contundente de la otra parte implicada, ¿podemos confiar en la moderación y la prudencia del actual ejecutivo de los Estados Unidos? Si tiene pinta de matón, se expresa como un matón y tiende a actuar como un matón la conclusión parece clara. En este juego todos pisan terreno muy peligroso y como aviso a navegantes el propio Putin ha realizado recientemente las siguientes declaraciones en el "Club de Discusión Valdai" (ver más ampliado en este artículo de La Jornada): "...cualquier agresor debe saber que las represalias serán inevitables y que será aniquilado. Y nosotros como víctimas de una agresión, como mártires, iremos al Paraíso, mientras ellos simplemente perecerán porque no tendrán tiempo siquiera de arrepentirse de sus pecados". Todo queda reducido a un lenguaje áspero y bravucón y quizá jamás pase de eso, pura escenificación de unos y otros, pero no debemos olvidar que, a veces, la línea que separa la retórica agresiva de la agresión directa es más delgada de lo que parece.

      Con todo podemos seguir pensando que, finalmente, primará el sentido común y nadie iniciará la escalada final que obligue a alguno de los implicados a apretar el botón rojo del apocalipsis ¿Estaremos salvados entonces? No del todo ni mucho menos, porque se mire por donde se mire nuestro modo de vida y sistema económico son por completo insostenibles y nos conducen inevitablemente al colapso. De seguir como hasta ahora podríamos presenciar cómo, a lo largo de las próximas décadas, nuestro planeta se va convirtiendo en un lugar cada vez menos acogedor. Mares convertidos en vertederos de residuos, degradación de hábitats a un nivel sin precedentes, una extinción masiva en ciernes, la extracción de recursos naturales alcanzando cifras récord cada año y, por supuesto, la insoslayable amenaza del Cambio Climático acelerado por las actividades humanas. Que sólo uno de estos fenómenos ya estuviera teniendo lugar sería preocupante, pero la verdadera tragedia es que están sucediendo todos a la vez ¿Cuánto tiempo nos queda antes de que lleguemos a un punto de no retorno?

       La situación daría para que el mundo entero estuviera especialmente preocupado y hubiéramos tomado ya cartas en el asunto. Pero en su lugar lo que estamos viendo son alarmantes e irracionales movimientos en sentido contrario. Volvemos una vez más sobre el mamarracho peligroso de Trump y su más que conocido negacionismo climático, pero muy recientemente se le ha unido un segundo mamarracho no menos peligroso por la parte que le toca, el recién elegido presidente brasileño, el extremista Jair Bolsonaro. Al ser un alter ego en versión latinoamericana del actual inquilino de la Casa Blanca, el tal Bolsonaro niega que exista un Calentamiento Global provocado por el ser humano, pero mucho peor aún son las políticas que pretende poner en práctica en la Amazonía, claramente destructivas y anti-ambientales. Ya no se trata sólo de reducir el nivel de protección de uno de los espacios naturales más importantes del planeta, sino de entregarlo enteramente a las macro explotaciones de ganado, las plantaciones de soja y otros cultivos industriales y a la minería. Los bosques amazónicos actúan como unos de los grandes mitigadores del calentamiento por emisiones de dióxido de carbono, al tiempo que regulan el sistema climático en buena parte de Sudamérica dada su enorme extensión ¿Qué sucederá si son destruidos en su mayor parte? Alguien debería decirle a este personaje, y a todos aquellos que piensan enriquecerse con sus políticas ultra reaccionarias, que hace dos años un estudio climatológico multidisciplinar realizado por un panel de expertos de las universidades de Stanford y Berkeley vaticinaba un colapso económico para las naciones situadas en las regiones tropicales y ecuatoriales como consecuencia del Cambio Climático (ver un artículo anterior de este blog, Políticas, y políticos, suicidas). Según la citada estimación el PIB de Brasil podría contraerse en más de un 80% antes del final de siglo sólo por este motivo, lo cual bastaría para sumir al país en el caos y la miseria más absolutos ¿Conocerán este estudio Bolsonaro y sus amigotes oligarcas? ¿No les importa lo más mínimo lo que pueda ocurrir mientras puedan llenarse los bolsillos? ¿O confiarán en ese dios en el que tanto dicen creer para que salve a Brasil del desastre? Si es esto último ya pueden esperar sentados.        
 

Arriba infografía que muestra algunos de los exoplanetas rocosos confirmados con características similares a la Tierra, lo que los haría potencialmente habitables o, cuanto menos, capaces de albergar vida. Naturalmente podría haber muchos otros, pero la aproximación supone una buena muestra de lo que podemos encontrarnos. Próxima Centauri b es un candidato extraordinario por estar a poco más de 4 años luz de nosotros, pero al orbitar en torno a una enana roja su distancia a la misma hace que seguramente esté anclado por marea, por lo que ofrecería siempre la misma cara a la estrella, encontrándose la otra en una oscuridad permanente. TRAPPIST-1e es otro gran candidato pero está diez veces más lejos, a unos 40 años luz. Mientras que Kepler-1652b, también muy prometedor, se encuentra a una distancia muy superior y por completo impracticable (más de 800 años luz). Fuente PHL.   

     Amenaza de confrontación nuclear por un lado, deterioro medioambiental a escala global por otro. Sea como fuere parecemos empeñados en hacer de nuestro hogar un sitio nada confortable para las generaciones venideras. Bueno, algunos dirán que, si la vida se vuelve en extremo complicada en la Tierra, siempre nos queda la exploración espacial. Ya se sabe, eso de que deberíamos empezar a colonizar la Luna, Marte y quién sabe qué más. Hace un tiempo en otro artículo de este blog (ver El futuro de la Humanidad. Segunda parte) ya se exploró esta posibilidad. Pero por mucho que nos maravillemos, por ejemplo, con los extraordinarios logros de la NASA, o por mucho que estemos tan familiarizados con los relatos de la ciencia-ficción que pesemos que la conquista de otros mundos será nuestro próximo paso natural, la cosa no es ni mucho menos tan sencilla. En el caso de Marte dicho planeta no puede ser un sustituto equiparable a la Tierra de ninguna de las maneras y, en la mejor de las previsiones, sólo podría ser una imitación venida a menos después de haber sido terraformado (acondicionado para que en él reinen unas condiciones similares a las de nuestro mundo), proceso que invariablemente duraría miles de años ¿Podemos esperar tanto? La lógica nos da una respuesta inmediata y, en todo caso, hay que pensar que Marte únicamente podría albergar a una fracción de la población de la Tierra porque es un planeta bastante más pequeño y que no da más de sí. Conclusión, la "solución marciana" no es más que una fantasía y no podemos confiar en ella.         

     Pero aún podría haber otra alternativa si es que queremos seguir destrozando los ecosistemas terrestres, ir en pos de algún exoplaneta habitable. En esta última década se ha desatado una auténtica locura exoplanetaria, ya que los científicos andan especialmente emocionados ante el descubrimiento de multitud de mundos rocosos que podrían ser similares a la Tierra, una de las grandes revoluciones en la Astronomía. Ahora sabemos que, sólo en nuestra galaxia, podría haber decenas de miles de millones de planetas capaces de albergar vida (ver este anexo de la Wikipedia), si bien esto no implica que sean iguales al nuestro. Así que lo que hay que hacer está muy claro. Cuando la Tierra se vuelva inhabitable cogemos unas cuantas naves espaciales y vamos hacia alguno de esos mundos a seguir haciendo lo mismo que aquí. Y tan tranquilos.

     ¿De verdad resultaría viable hacer algo así en las décadas venideras? Recientemente he podido disfrutar de la serie documental Universo vivo, en el que se recrea cómo podría ser una futura misión de exploración, obviamente no tripulada, a un exoplaneta situado a pocos años luz de la Tierra. Lo interesante de los documentales es que se han planteado basándose en una sólida base científica y en los desarrollos tecnológicos que presumiblemente estarán disponibles a lo largo de este siglo (motores de fusión nuclear, sistemas para la trasmisión de grandes cantidades de información a muy largas distancias mediante el uso de láseres, inteligencia artificial...), por lo que se pueden considerar bastante realistas. Pero lo más llamativo de la serie no es esto, si no las previsiones que se hacen para que dicha misión pueda desarrollarse y concluirse de manera efectiva. Es ahí donde nos vamos a la segunda mitad del siglo XXII y a principios del XXIII, porque aun teniendo la inmensa suerte de hallar un planeta habitable a menos de diez años luz de distancia (nuestro vecindario galáctico) una misión así es un proyecto de décadas. No sólo hay que tener en cuenta el tiempo que tardaríamos en construir una nave totalmente automatizada, que operara por sí sola a una distancia inimaginable sin intervención humana alguna, sino también lo que le constaría alcanzar cualquiera de esos exoplanetas relativamente "cercanos". En la mejor de las previsiones y utilizando sistemas de propulsión realistas (no inventos fantásticos al estilo "Guerra de las galaxias" para surcar el hiperespacio), hablamos de viajes que podrían durar cerca de medio siglo. Es por eso que los científicos sólo se plantean misiones exclusivamente robóticas puesto que, ¿a quién diablos vas a enviar en una expedición así? ¿Coges a niños recién nacidos y los metes en una nave para que lleguen ya crecidos, o incluso muy maduritos, al planeta de destino sin saber tan siquiera lo que se van a encontrar? Semejante proyecto supone un desafío verdaderamente descomunal, realizable a largo plazo desde luego, pero descomunal a pesar de todo. Hay millones de cosas que pueden salir mal, el coste efectivo será en todo caso enorme, nos enfrentamos asimismo a una misión que se prolongaría al menos durante dos o más generaciones y puede que, después de viajar tan lejos, no encontremos lo que andábamos buscando.

     Porque otra cosa ha de quedar bien clara, que hayamos estimado que un planeta sea potencialmente habitable no quiere decir que efectivamente lo sea, ni tan siquiera significa que albergue vida autóctona. La nueva ciencia planetaria anda a la caza de las denominadas biofirmas, rastros químicos detectables a distancias interestelares que certifiquen de manera irrefutable la existencia de vida. Es una tarea compleja que puede estar sujeta a equívocos. Por ejemplo, se sabe que la muy tenue atmósfera de Europa (una de las lunas de Júpiter) contiene oxígeno molecular en esencia idéntico al terrestre, lo cual automáticamente se asocia a una actividad biológica como la fotosíntesis. Sin embargo en la luna joviana la presencia de oxígeno se debe a un fenómeno puramente abiótico, es decir, procesos químicos sin relación alguna con la existencia de formas de vida (para saber un poco más leer este artículo). Confusiones como estas son perfectamente posibles y eso complica la búsqueda de "nuevas Tierras" a pocos años luz de distancia. De hecho, incluso encontrándolas, quizá no fueran todo lo acogedoras que cabría esperar. Hemos evolucionado en un planeta donde las variables de habitabilidad están finamente ajustadas y cambios mínimos nos afectarían de una manera verdaderamente terrible. Un índice de radiación ultravioleta ligeramente superior, niveles de oxígeno o dióxido de carbono sensiblemente distintos, un campo magnético más débil, variaciones climáticas más drásticas, una proporción de océanos (o tierras emergidas) mucho mayor o, sencillamente, cualquier otra cosa en la que no hayamos pensado. Son demasiadas las variables que podrían hacer de un exoplaneta, de entrada muy parecido a la Tierra, un lugar ciertamente hostil para nosotros.

     Viajes que se prolongarían durante décadas y que no serán posibles, seguramente, hasta dentro de un siglo; destinos inciertos que no sabemos si algún día, con toda seguridad increíblemente lejano, podremos convertir en nuestro hogar; inviabilidad de poder enviar de forma segura naves tripuladas a través de distancias tan enormes. Y así podríamos seguir con más y más inconvenientes. La colonización de mundos lejanos seguirá siendo patrimonio exclusivo de las fantasías propias de la ciencia-ficción, al menos a uno o dos siglos vista ¿Qué hacemos mientras tanto? ¿Seguimos maltratando el único hogar que tenemos y vamos a seguir teniendo? Porque se mire como se mire no tenemos a donde ir, lo cual se traduce en que por culpa de nuestra estupidez la Tierra se puede convertir a medio plazo en nuestra cárcel. Un lugar en el que la vida se ha vuelto insoportable, pero del que no podemos escapar. Es ahí donde volvemos sobre los mamarrachos peligrosos que tan en boga parecen estar últimamente, macarras venidos a más que coquetean irresponsablemente con la amenaza de una guerra nuclear o ignoran, henchidos de estúpida arrogancia, las advertencias lanzadas por la comunidad científica acerca del peligro en el que ponemos a nuestra civilización por culpa del Cambio Climático y la destrucción medioambiental. El planeta seguirá estando ahí, durante cientos y cientos de millones de años más, lo mismo que seguramente también la vida en términos generales. Pero los que seguramente no vayamos a estar somos nosotros o, cuanto menos, nuestra prosperidad, modelo económico, estilo de vida y logros de todo tipo (científicos, tecnológicos, artísticos...) se habrán esfumado para siempre. Qué ilusos son todos aquellos que piensan que podemos seguir viviendo como hasta ahora de forma indefinida, en un sistema capitalista que fomenta el consumo exacerbado basado en la explotación sin control de los recursos naturales, al tiempo que usamos el entorno como un basurero. Son ellos, y no los que proponen modelos radicalmente distintos, los que viven en una burbuja de fantasía.

     En una entrevista que le realizaron hace un tiempo el actual director del programa SETI (para la búsqueda de inteligencias extraterrestres), Seth Shostak, manifestaba que, a pesar del aparente fracaso de su proyecto, seguía siendo optimista en relación al objetivo de "encontrar a alguien ahí fuera". Es solo cuestión de tiempo, afirmaba Shostak, ya que hasta el momento únicamente se ha escudriñado una pequeña porción de cielo a la búsqueda de señales de radio de origen inteligente. Es probable que tenga razón, es probable que, a varios miles de años luz de distancia en nuestra galaxia, se encuentre una civilización tecnológica que lleve siglos lanzando ondas de radio al espacio para darse a conocer, porque si estuviera mucho más cerca inevitablemente ya sabríamos de su existencia. Si fuera cierto podríamos tratar de ponernos en contacto con ellos, una forma de comunicación muy pero que muy lenta ¿Podría resultar efectiva a pesar de todo? Volvamos sobre la variable L de la ecuación de Drake. Si los mensajes que les enviemos a esos supuestos extraterrestres tardan miles de años en llegarles, ése será el tiempo que les costará darse cuenta de que estamos aquí, aunque aun así es de suponer que querrían contestar ¿Seguiremos existiendo cuando nos llegue su respuesta? Al paso que vamos lo veo complicado, porque es materialmente imposible que nuestra actual civilización industrial pueda mantenerse durante tanto tiempo. La variable L es así de puñetera y tal vez por eso el silencio cósmico nos envuelve, porque una civilización avanzada quizá no puede perdurar antes de consumir el planeta en el que habita. De ser así, y nosotros tampoco seríamos la excepción, las señales de vida inteligente surcarán el espacio rumbo a lugares donde no queda nadie capaz de escucharlas.             



Artículo escrito por: El Segador


Para saber más:

La situación es mucho más peligrosa que en la Guerra Fría (Ctxt).
Rusia puede hundir todos los portaviones estadounidenses que naveguen al este de Groenlandia (Red Voltaire).
Por qué Estados Unidos no está preparado para un conflicto convencional importante (Brian Kalman).
El "séptimo continente": la isla de plástico que flota en el Pacífico (Youtube).
La Tierra está a las puertas de la sexta extinción masiva de vertebrados (National Geographic).
El peligro con Bolsonaro: la Amazonía, el cambio climático y el futuro del planeta entero (Ed Atkins para The Conversation - traducido por Univisión -).


 


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