¿Qué hemos aprendido tras una década de crisis?

Lo que hemos aprendido tras una década de crisis económica es que el fundamentalismo neoliberal no el la solución si no el problema. En todo este tiempo la concentración de riqueza en manos de una reducida élite global de oligarcas, no sólo ha exacerbado las desigualdades, también ha desestabilizado peligrosamente el orden mundial.


Saqueos de 2001
¿El infierno bolivariano de Maduro en Venezuela? No, el infierno
neoliberal de Macri en Argentina. Las brutales políticas de ajuste
del gobierno han arrojado a la miseria a gran cantidad de familias
y los saqueos motivados por la desesperación se han vuelto
frecuentes en los últimos días (Fuente: minutouno.com ). 
     Como tantas otras cosas esto no ha ocupado titulares en los principales medios de persuasión del establishment, que a la hora de hablar sobre Latinoamérica suelen centrarse sobre todo en lo mal que está Venezuela. Sin embargo Argentina se encuentra al borde de una situación de auténtica emergencia alimentaria. Así lo indica la relatora especial sobre el derecho a la alimentación de Naciones Unidas, Hilial Elver (ver esta noticia en infobae.com), cuando asegura que cuatro millones de argentinos (casi uno de cada diez) son ya víctimas de una seria inseguridad alimentaria. Esto quiere decir que no tienen garantizado, ni mucho menos, el acceso a una cantidad de comida suficiente y por lo tanto van a padecer hambre en un futuro inmediato. Entretanto esta situación golpea de forma atroz en los barrios más empobrecidos, tanto en Buenos Aires como en otras ciudades, donde alrededor del 40% de los niños que asisten a los comedores sociales está en riesgo de desnutrición. Así lo denuncia en este artículo el movimiento social Barrios en Pie, que atiende a más de 50 mil menores en las áreas deprimidas de la capital bonaerense y en donde ya pueden verse claramente alarmantes señales de una hambruna incipiente. Muchas familias no alcanzan para procurarse los alimentos más básicos y las últimas semanas ya han visto una oleada de saqueos a comercios fruto de la desesperación e indignación crecientes de no pocas personas.

      ¿Cómo ha podido llegar a esta situación Argentina, uno de los graneros del mundo con una superficie cultivada de más de 235.000 kilómetros cuadrados (datos de 2012), lo que casi equivale a la mitad de la extensión de España? Si hay que buscar culpables en todo esto encontraremos principalmente dos, el actual gobierno de Mauricio Macri y el FMI, que han actuado en tándem para devastar el país en apenas tres años. Los resultados de este salvaje experimento ultraliberal pueden resumirse en cifras. La pobreza afecta ya a más del 27% de la población, la inflación se ha disparado por encima del 40% en el cómputo anual, la economía se contrae un 2,5%, la deuda pública pronto se situará en el 100% del PIB nacional, la apreciación del dólar frente al peso es ya de un 121% en lo que va de año (lo que en la práctica significa que, debido a esta devaluación, los salarios efectivos se han reducido a menos de la mitad), la escalada de precios en los productos básicos sigue imparable desde el pasado enero (un 60% en los combustibles, por ejemplo) y la fuga de capitales del país en el mismo periodo asciende ya a 290.000 millones de dólares. Todo esto en un contexto en el que se ha acordado, por parte del FMI, un nuevo préstamo por valor de más de 57.000 millones de dólares, para así apuntalar la muy maltrecha economía. Esto a cambio por supuesto de un segundo y brutal ajuste presupuestario que empobrecerá todavía más al país, supuestamente destinado a poder pagar los intereses de una deuda que muchos expertos consideran ya impagable (para ver con más detalle consultar el artículo Pocos ganadores y muchos perdedores ante el acuerdo de Macri con el FMI).

     Entretanto los promotores del desastre se llenan los bolsillos a costa del sufrimiento del resto de la población. Macri y su equipo de gobierno anunciaron recientemente una subida de sus salarios de un 20%, si bien sus fortunas personales han engordado visiblemente fruto también de las medidas que ellos impusieron y que sólo favorecen a las rentas más altas. Mientras los grandes terratenientes y las trasnacionales que dominan el sector agropecuario, ampliamente beneficiados por las políticas fiscales del gobierno, destinan su producción a la exportación sin pestañear ante la necesidad que padecen las clases populares. Nada de cuotas fijas destinadas al mercado y consumo internos, como en tiempos del kichnerismo, todo el stock queda "liberado" para moverse sin trabas por los circuitos de especulación internacionales. Así los oligarcas se enriquecen mucho más mientras el resto sufre. Todo esto ha desatado la conflictividad social, con una huelga general que sacudió el país el pasado 25 de septiembre, a la que Macri responde con represión, detenciones arbitrarias, militarización de las calles y numerosas violaciones de los derechos humanos. En esto último ya puso el acento un informe de Anmistía Internacional del pasado mes de febrero, que habla de la muy preocupante criminalización y persecución de los movimientos indígenas o de casos como el de Santiago Maldonado, activista mapuche desaparecido y después encontrado muerto en 2017 bajo circunstancias muy sospechosas.

       Éste es el verdadero rostro del ultraliberalismo en casi todas partes. Una década después de la quiebra de Lehman Brothers, pistoletazo de salida de la mayor crisis económica de nuestros tiempos, hemos tenido más que suficiente de este modelo. Se han escrito océanos de tinta sobre la crisis financiera, sus derivaciones, consecuencias, supuesta superación y todo lo demás. Pero dejando de lado la infinidad de "consideraciones técnicas" al respecto, ¿qué ha podido constatar el ciudadano de a pie en todos estos años? Pues algo tan simple como que vivimos en una situación claramente más precaria que antes de que todo esto estallara. El deterioro de los derechos laborales, la pérdida de poder adquisitivo (fruto de la subida de precios, que no se ve igualmente compensada por la subida de los salarios), la reducción del llamado Estado del Bienestar y el notable aumento de las desigualdades, son realidades innegables que cualquiera puede comprobar. Y en lo referente a la desigualdad las cifras son sencillamente apabullantes, tal y como muestra este artículo de El Economista. Resumiendo el pasado año 2017 el 1% más pudiente de la población ya poseía más riqueza que el resto de los habitantes del planeta (de hecho sólo Bill Gates, Amancio Ortega, Carlos Slim y Mark Zuckerberg ya acaparan lo mismo que los 3.600 millones de personas más pobres del mundo). Y esto también explica situaciones tan delirantes como que un director general de una gran empresa pueda llegar a ganar tanto como 10.000 trabajadores textiles de Bangladesh, que el 30% de la riqueza extraída de África se oculte en paraísos fiscales o que en el Reino Unido, desde 1970 hasta la actualidad, los beneficios empresariales que se distribuyen entre los accionistas hayan pasado desde el 10% hasta el 70%.

       La gran jugada ha sido sin duda esa, una salvaje trasferencia de riqueza desde una inmensa mayoría hasta unas pocas manos, un proceso que se inició en la década de los 80 del pasado siglo. Esta especie de extremismo religioso que es el neoliberalismo nos habla de una serie de "dogmas" que considera incuestionables: el "Mercado" es un ente infalible y neutral regido por sus propias leyes y se encuentra por encima de todos nosotros (algo muy parecido a un dios), el Estado no debe intervenir en el funcionamiento de los mercados porque eso únicamente los perjudica, que las empresas maximicen sus beneficios y en especial los de sus accionistas es muy positivo para la economía en su conjunto, la riqueza individual es sinónimo de éxito y jamás debe ser cuestionada bajo ningún concepto, el modelo económico del "libre mercado" se basa en consideraciones científicas totalmente objetivas y por tanto queda al margen de cualquier interpretación política o ideológica, el crecimiento económico es "sagrado" y ha de ser la base de todas las políticas y, a efectos prácticos, los recursos del planeta a disposición de la economía son ilimitados.

      Evidentemente muchas de estas premisas son falsas. Los mercados pueden llegar a ser realidades muy complejas, pero en no pocas ocasiones podemos considerarlos oligopolios dominados por unos pocos actores (valga de ejemplo el mercado de telefonía móvil en México, controlado en un 70% por compañías del conglomerado de Carlos Slim). Y como esto todo lo demás. Las políticas neoliberales de austeridad han precisado de la intervención del Estado para ser implementadas, con el debido soporte legal y la consabida respuesta policial represiva, para contener las protestas en la calle en su contra. Maximizar los beneficios de los accionistas, o enriquecerse de manera desmedida, no necesariamente repercute en beneficio de la economía del resto de la población, más bien al contrario puede llegar a perjudicarla seriamente. La Economía, como ciencia social que es, no puede evitar verse influenciada por sesgos ideológicos tanto de izquierdas como de derechas. Y por supuesto la idea del crecimiento ilimitado en un planeta superpoblado y con recursos finitos es por completo absurda y anticientífica. Es muy probable que hasta los defensores más acérrimos del ultraliberalismo hayan sido conscientes desde siempre de estas falsedades, pero no es esa la cuestión. La cuestión es que dicho andamiaje ideológico-religioso ha servido como excusa para que una oligarquía endogámica, parasitaria, corrupta y entregada a la especulación financiera concentrara más y más riqueza a costa del resto del mundo, mientras secuestraba la burocracia y los aparatos del Estado para ponerlos a su servicio. Básicamente han buscado extraer todo el capital posible de la economía real, para así amplificarlo en los amañados casinos bursátiles y trasladarlo exclusivamente a sus bolsillos, al tiempo que exprimían compañías que hasta entonces habían sido rentables. Este fenómeno lo explica a la perfección el economista y escritor estadounidense Michael Hudson en su libro "Matar al huésped. Cómo la deuda y los parásitos financieros destruyen la economía global" (2018 - Editorial Capitán Swing).                

En Estados Unidos , los incrementos salariales de los presidentes de grandes empresas superan con mucho los del salario medio. EP
Este gráfico muestra a la perfección los efectos de la imposición del modelo neoliberal en las últimas décadas. Muestra la evolución de los salarios medios de los trabajadores y los de los grandes directivos de empresas en Estados Unidos a lo largo de más de 35 años, así como la evolución del índice de capitalización de las 500 empresas que cotizan en el NASDAQ (los que se conoce como Índice Standard & Poor´s 500). Como se puede comprobar, mientras los trabajadores han visto como sus sueldos se incrementaban un mísero 11% en todo ese tiempo, el de los directivos se ha incrementado en ¡casi un 1.000%! Lo mismo puede decirse de la capitalización de las grandes compañías del NASDAQ, un espectacular despegue que comenzó en los 80 durante la administración ultraconservadora de Reagan (Fuente: Público).
   
     Por supuesto esto no fue siempre así y hubo una época dorada del capitalismo en la que la economía productiva primaba por encima de las finanzas y la riqueza se distribuía de forma más equitativa. De hecho hubo un tiempo en que instituciones ampliamente denostadas hoy día, como el FMI y el Banco Mundial, fueron motor de progreso y desarrollo económico. Valga de ejemplo las palabras lanzadas por el entonces presidente norteamericano Harry S. Truman en el debate sobre el estado de la Unión en 1949 (para más información ver el artículo Los comienzos del Banco Mundial: 1946-1962):

   «Hay que lanzar un programa audaz para mantener el crecimiento de las regiones subdesarrolladas [...] Más de la mitad de la población mundial vive en condiciones cercanas a la miseria [...] Su alimentación es insuficiente, son víctimas de enfermedades [...] Su vida económica es primitiva y estancada, su pobreza constituye una desventaja y una amenaza, tanto para ellos como para las regiones más prósperas [...] Los Estados Unidos deben poner a disposición de los pueblos pacíficos las ventajas de su reserva de conocimientos técnicos a fin de ayudarlos a realizar la vida mejor a la que ellos aspiran [...] Con la colaboración de los círculos de negocios, del capital privado, de la agricultura y del mundo del trabajo en Estados Unidos, este programa podrá acrecentar en gran medida la actividad industrial de las demás naciones y elevar substancialmente su nivel de vida [...] Una mayor producción es la clave de la prosperidad y de la paz, y la clave de una mayor producción es la aplicación más amplia y más vigorosa del saber científico y técnico moderno [...] Esperamos contribuir así a crear las condiciones que finalmente conducirán a toda la humanidad a la libertad y a la felicidad personal.»

A estos efectos las citadas instituciones inyectaron grandes cantidades de capital en programas de modernización de la agricultura, alfabetización, campañas de vacunación y erradicación de epidemias como el paludismo, industrialización... Pero no nos engañemos, todo esto no se debía en exclusiva a una actitud altruista por parte de los promotores de tales programas. Tras la Segunda Guerra Mundial la mayor preocupación de Estados Unidos y sus aliados europeos era contener el avance del comunismo, sobre todo después de la victoria de la revolución en China en 1949, que puso del lado enemigo a la nación más populosa del planeta. En la Europa de posguerra dicho imperativo se tradujo en un pacto social entre el capital y las clases trabajadoras, que condujo a la creación de un Estado del Bienestar bien desarrollado y de regímenes democráticos que garantizaban las libertades y los derechos fundamentales (salvo la triste excepción del área mediterránea, donde subsistirían dictaduras de corte fascista en España, Portugal o Grecia, países que se mantuvieron subdesarrollados durante más tiempo). Una filosofía parecida se aplicaba en las políticas de desarrollo de las colonias emancipadas del dominio europeo, naciones de reciente creación que debían quedar dentro del "redil" capitalista. En uno y otro caso fue el temor a la Unión Soviética y a los movimientos revolucionarios que inspiraba en todo el mundo, lo que se encontraba detrás de dicha filosofía desarrollista. Desde esta perspectiva la pobreza, el subdesarrollo y las desigualdades exacerbadas eran vistas como una amenaza desestabilizadora en el orden mundial que se estaba creando o, dicho de otro modo, una oportunidad que los comunistas podían aprovechar para atraer hacia sí a los oprimidos y miserables del planeta. Ni qué decir tiene que esta estrategia de contención tuvo efectos muy positivos, aun a pesar de las atroces guerras (como las de Corea o Vietnam) libradas en el contexto de la Guerra Fría. La democracia y el Estado del Bienestar se afianzaron en Occidente y, en términos generales, la lucha contra el hambre, la enfermedad y la pobreza condujeron a una explosión demográfica global, fruto de una mayor seguridad alimentaria, el aumento de la esperanza de vida y el descenso de la mortalidad infantil.

     Después llegaron los Chicago boys encabezados por Milton Friedman y tuvo lugar la contraofensiva conservadora de los gobiernos de Ronald Reagan (Estados Unidos) y Margaret Thatcher (Reino Unido). El fundamentalismo neoliberal se impuso como doctrina dominante y, tras el colapso del bloque comunista, ya no había impedimento alguno para implementar unilateralmente el ambicioso proyecto de la globalización financiera. Y esto no fue otra cosa que un proceso de trasferencia de riqueza desde la economía productiva a los mercados especulativos, al que los oligarcas se entregaron en un frenesí de codicia desmedida, lo cual explicaría las desorbitadas desigualdades que ha generado. Desaparecido el "gran enemigo rojo" los pregoneros del "fin de la Historia" se las prometían muy felices. Ya nadie se les oponía y el planeta entero era su dominio particular en el que harían y desharían a placer. Guerras de apropiación neocoloniales, imposición de un pensamiento económico único, deslocalización de industrias a países con mano de obra muy barata y servil, financiarización creciente apoyada por el espectacular desarrollo informático... Este sistema era un mundo unipolar regido por Estados Unidos y sus adláteres, que proclamaban sin tapujos que el siglo XXI sería "el nuevo siglo Americano".

     A estas alturas resulta evidente que la crisis financiera que arrancó en 2008 no ha variado apenas nada estas líneas de pensamiento, por mucho que en su día ciertos líderes políticos anunciaran que "había que refundar el capitalismo". En Europa por ejemplo la reactivación económica iniciada a partir de 2014-2015 se ha traducido en un tímido crecimiento que apenas sí ha repercutido en las clases trabajadoras, pues los acaparadores han seguido acaparando. Tras una década el sistema ya está bastante erosionado y eso explica las convulsiones políticas vividas últimamente, con el auge en muchos lugares del populismo reaccionario ultranacionalista (Donald Trump en Estados Unidos, el Front national de Le Pen en Francia, el UKIP en Gran Bretaña, la Liga Norte y Matteo Salvini en Italia, Viktor Orbán en Hungría, etc.). El apoyo popular ganado por estas formaciones y sus líderes se debe en parte a su discurso proteccionista en contra de la globalización financiera, que tanto ha desposeído a los trabajadores en Occidente haciendo de la precariedad una norma. Relocalizar las industrias, levantar aranceles frente a la "competencia desleal" de terceros países, detener los flujos migratorios que atraen a personas dispuestas a trabajar por salarios mucho más bajos y en peores condiciones (lo que deteriora el mercado de trabajo), desvincularse del sistema euro y otras medidas similares van en contra de lo que ha supuesto el proceso globalizador impuesto por el ultraliberalismo. Un proceso que ha provocado graves desequilibrios a escala mundial, debilitando a las potencias occidentales e inaugurando una nueva era de conflictos. Pero mientras tanto los oligarcas siguen obcecados en que su modelo es el único posible.

Este gráfico es un ejemplo de cómo Rusia, asediada por las sanciones y la hostilidad militar, se está desacoplando del sistema financiero dominado por Estados Unidos. Desde 2015 ha estado incrementando sus reservas de oro (China ha hecho exactamente lo mismo), para después deshacerse de casi todas sus reservas de dólares. Muchos analistas ven en esto una maniobra para crear una especie de "eje del oro" euroasiático que rivalice con el sistema financiero occidental (Fuente: bles.com).

    La pregunta que nos asalta a continuación surge casi por sí sola ¿Existe otro modelo, cuanto menos, dentro del sistema capitalista? Y la respuesta es por supuesto que sí, el modelo chino. Al régimen de Beijing se le pueden criticar muchísimas cosas, en especial en lo referente a su escaso respeto por los derechos humanos, pero su éxito a la hora de capear la crisis mundial ha sido innegable. Tal y como se explicó en un artículo anterior de este blog (ver China 2025), el desarrollo experimentado por el gigante asiático en los últimos 40 años ha sido espectacular y asombroso. En todo este tiempo, y aun a pesar de las turbulencias generadas por el crash de hace una década, China ha sacado a 800 millones de sus ciudadanos de la pobreza (reduciendo la que se presenta en forma extrema con idéntico éxito), ha generado empleo sin parar, se ha convertido en uno de los principales garantes del crecimiento de la economía global, ha logrado aumentar la renta per cápita de buena parte de sus habitantes hasta un nivel próximo al de los países desarrollados (su clase media ya engloba a unos 400 millones de personas, el mayor mercado de consumo del mundo) y, entre otras muchas cosas más, ha modernizado su industria e infraestructuras (creando por ejemplo la mayor red de ferrocarriles de alta velocidad del mundo, con unos 22.000 kilómetros de vías). Tal y como apunta Jenny Clegg (periodista especializada en temas de Asia y el Pacífico) en su artículo El decenio del ascenso de China (traducido por Rebelión), hacia 2014 los astrólogos neoliberales de Occidente consultaron sus oráculos y vaticinaron "un duro aterrizaje de la economía china". Pero a pesar de las presiones estadounidenses, que se tradujeron entre otras cosas en provocar una tremenda fuga de capitales del país asiático (hasta 800.000 millones de dólares en 2015), los chinos se mantuvieron a flote de manera muy airosa burlando a los especuladores.

     ¿Cómo lo han logrado? Tampoco es tan difícil de entender. El modelo chino es lo que podríamos llamar un "capitalismo de Estado", más parecido al sistema que imperaba en Occidente antes de que los extremistas neoliberales se hicieran con el control. Un sistema, y un gobierno, que se centran en rescatar a la economía real y no a los bancos y a los parásitos financieros, que inyecta sus inversiones multimillonarias en la producción y el desarrollo (investigación, infraestructuras, tecnología...) y no en los casinos financieros, que busca reducir las desigualdades como medida de paz social (interesada, eso sí) en vez de exacerbarlas exprimiendo a las clases trabajadoras y a los sectores más desfavorecidos y que, en definitiva, invierte en el desarrollo de terceros países para fomentar la estabilidad en su entorno (una vez más de forma interesada, por supuesto) en lugar de desestabilizar sus economías o incluso destruirlos con guerras criminales. Ésa ha sido la apuesta china y la verdad es que les ha ido bastante bien hasta el momento. Tanto es así que Estados Unidos, viendo el progresivo avance del que ya es su mayor adversario, ha iniciado una nueva fase de agresión con sus aranceles y sanciones con el objeto de mantener su supremacía. Un conflicto económico que podría derivar en militar si los señores del caos de Occidente no abandonan su senda de demencia. En todo esto de la guerra económica lanzada por el señor Trump es muy corriente escuchar como justificación eso de que "los chinos se han dedicado todos estos años a robar tecnología y a copiar todo lo que han podido". Sin embargo convendría leer el artículo China, ciencia y tecnología, del portal científico Naukas, para ver que más allá de los tópicos la realidad es muchísimo más amplia y compleja. Los procesos de trasferencia tecnológica, que no robo, ya se han dado en otras ocasiones (Japón, Taiwán, Corea del Sur) y los chinos ya están superando esta fase, convirtiéndose ahora en un polo de atracción de talento e investigadores de todo el mundo.

     Después de todo la reordenación del orden geopolítico global es otra de las consecuencias de la crisis iniciada en 2008. China y Rusia ya desafían abiertamente la unipolaridad estadounidense, que a comienzo de siglo parecía inquebrantable, y buscan crear un bloque euroasiático al que se suman países como India, Pakistán, los estados del centro de Asia, Irán y hasta Turquía (hasta hace nada aliado incondicional de Washington). De un lado tenemos estados clientelares que naufragan en las tempestuosas aguas del neoliberalismo, como Argentina, y del otro apuestas integradoras como la Iniciativa del Cinturón y la Ruta (Belt and Road Initiative), el proyecto más ambicioso de nuestros tiempos. El escenario internacional anda cada vez más revuelto y en esto podemos ver preocupantes paralelismos. El Crack de 1929 condujo al auge del fascismo y el nazismo y, más tarde, al estallido de la Segunda Guerra Mundial. Salvando las distancias queda claro que vivimos tiempos de cambio que no sabemos muy bien dónde nos conducirán. Nada más lejos de ese "fin de la Historia" que algunos proclamaban a comienzos de los 90. Todo lo contrario, éste puede ser el comienzo de otra era muy diferente.




M. Plaza




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