China 2025

El imparable ascenso de la superpotencia asiática se manifiesta cada día en nuevos aspectos. Uno de sus últimos y más ambiciosos proyectos es el plan estratégico "Made in China 2025", que prevé transformar radicalmente el tejido industrial y tecnológico del país.

 
La presente infografía muestra, entre otras cosas, los sectores clave que el gobierno chino planea trasformar en profundidad mediante su plan estratégico "Made in China 2025", que implica inversiones multimillonarias. Llama poderosamente la atención la fortísima apuesta en campos como la industria aeroespacial, los nuevos materiales, la robótica, las tecnologías de la información o el sector energético. Todo ello va encaminado a que, en el plazo de una década, China pase a ser la primera potencia industrial del mundo líder en tecnologías punteras (Fuente: People´s Daily Online). 

       Hace apenas un siglo, en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial, China era en casi todos los aspectos una república fallida surgida de las ruinas del decadente Imperio de la Dinastía Qing (manchú), extinta en 1912. Asediada por sus enemigos, principalmente las potencias occidentales (que interferían constantemente en sus asuntos internos e intervenían incluso militarmente cuando lo creían oportuno), así como el Imperio Japonés (que también se apropió de algunos de sus territorios), parecía una nación condenada a desintegrarse de manera irremediable. A la debilidad frente a sus agresores se sumaban un patente atraso económico y cultural, que se manifestaba en el subdesarrollo y la miseria en la que vivían la inmensa mayoría de sus habitantes, una interminable sucesión de revueltas internas y guerras civiles, que ahondaban en el proceso de descomposición iniciado ya en el siglo XIX, y la corrupción crónica que pudría a buena parte de su clase dirigente. Durante las décadas de 1920 y 1930 este proceso de decadencia y desintegración pareció acelerarse, especialmente a raíz de la invasión japonesa de China de 1937 a 1945, que se saldó con más de 21 millones de muertos (si bien esto es sólo una estimación), en su mayor parte civiles. En aquellos momentos especialmente críticos, ¿quién habría apostado un céntimo por el país? Su futuro no se presentaba nada halagüeño y más bien parecía que China terminaría desmembrada por los poderes externos que aparentemente regían su destino.
 
     Todo comenzó a cambiar sin embargo tras el triunfo de la Revolución China de 1949. Los comunistas se hicieron con el control total del país, a excepción de la isla de Formosa (Taiwán), a donde fueron a refugiarse las fuerzas del Koumintang bajo protección estadounidense, y Mao Zedong terminó convertido en el líder supremo, rigiendo sus destinos hasta 1976. Todo y que el régimen de Mao fue en muchos aspectos atroz, con políticas económicas y sociales desastrosas como las del Gran Salto Adelante (que según estimaciones provocó una hambruna que se saldó con entre 25 y 30 millones de víctimas) o despiadadas purgas como la de la Revolución Cultural (que supuso asimismo la destrucción de parte del riquísimo patrimonio histórico y cultural chino), por vez primera en más de un siglo China se hallaba bajo el dominio de un gobierno fuerte capaz de imponer la paz y el orden en todo su territorio, al tiempo que atajaba con contundencia toda injerencia extranjera no deseada. Durante estos años se reocupó el Tíbet (octubre de 1950), suceso no exento de todo tipo de atropellos y violaciones de los derechos humanos, China se convirtió en potencia nuclear (octubre de 1964) gracias a la ayuda soviética y, también gracias a dicha ayuda, dio sus primeros pasos hacia su industrialización y modernización efectivas. En resumen, la era Mao, con sus muchas sombras, rehízo China casi desde sus cimientos y puso freno al grave proceso de decadencia que presidió el ocaso de la última de sus dinastías imperiales. No obstante, a la muerte del "Gran Timonel" a mediados de la década de 1970, el gigante asiático seguía siendo mayormente una nación subdesarrollada con una economía raquítica en comparación con su gran potencial. Era muchísimo lo que quedaba por hacer y, viendo la distancia que la separaba de las naciones más desarrolladas (Occidente, Japón...), daba la impresión que China acumulaba un siglo de retraso.
 
     Sin embargo el verdadero "salto adelante" de China llegaría a partir de la década de 1980, con Deng Xiaping ya en el poder. Es en este momento cuando se aplica la filosofía de "Un país, dos sistemas" que admite que, si bien la República Popular sigue siendo un régimen socialista, dentro del Estado pueden coexistir en armonía sistemas políticos y económicos distintos entre los que, por supuesto, también tienen cabida el capitalismo y la economía de libre mercado. Esto no solo preparó el escenario para la devolución de Hong Kong en 1997, sino que también trasformó drásticamente el tejido productivo y la economía china, tal y como muy claramente se muestra en esta gráfica extraída de un artículo de El País publicado en 2015.
 
China se fija una meta de crecimiento de un 7% “aproximado” para 2015
 
     Con unas tasas interanuales de crecimiento que se mantenían en muchos casos por encima del 10% (incluso en algunos de los años más duros de la Gran Recesión iniciada en 2008), el PIB chino ha ido creciendo de manera exponencial a lo largo de los últimos 25 años hasta superar los 10 billones de dólares en 2014. China se convirtió en la segunda economía del planeta, aproximándose a la superpotencia estadounidense, pero a este ritmo dichas posiciones se invertirán antes o después. Tal y como publica el Foro Económico Mundial, en 2017 Estados Unidos seguía ocupando el primer lugar destacado en la lista de las 10 mayores economías del planeta, pues la suya suponía el 24,32% del total mundial. China, sumando a Hong Kong, ya abarcaba el pasado año más del 15% de la economía mundial, seguida muy de lejos por otros gigantes como Japón o Alemania (con casi un 6% y un 5,4% del total respectivamente). Pero teniendo en cuenta que la economía china sigue creciendo a un ritmo próximo al 7% interanual, mientras que Estados Unidos lo hizo en 2017 a un 1,6% (y eso considerando que fue un año bueno), para 2030, o incluso antes, el gigante asiático ya se habrá convertido en súper gigante y estará a la cabeza de todas las economías mundiales. El éxito chino ha sido sin duda arrollador, su desarrollo urbano, industrial, tecnológico y social espectacular. En el año 2000 sólo había tres megaciudades de más de 10 millones de habitantes en el país, hoy ya son alrededor de una docena, pues desde 2011 más de la mitad de su población es urbana. Y esta trasformación tiene un alcance profundo, como bien muestra que en los últimos cinco años cerca de 70 millones de chinos hayan salido de la pobreza. Es sin duda un logro muy notable que resalta hasta el propio Banco Mundial, que estima que en 2018 China logrará reducir su tasa de pobreza extrema por debajo del 1% (tal y como señala esta noticia de Radio Internacional).
 
    Con todo este aceleradísimo desarrollo también tiene sus sombras, como unos índices de contaminación fuera de control y una inmensa masa proletaria sujeta a condiciones de abuso y explotación. Hoy por hoy la idea de China como "fábrica del mundo" parece muy asentada, lo mismo que su rol de gran potencia exportadora de productos manufacturados de bajo valor añadido y tecnologías baratas. Pero este modelo ha dado muestras de agotamiento y, de unos años a esta parte, Beijing ha apostado muy fuerte por una segunda fase de expansión mucho más ambiciosa que redundará también en el fortalecimiento de su mercado interno. Esto es muchísimo más que un plan económico de puertas para adentro, es todo un proyecto geopolítico encaminado a convertir el siglo XXI en "el siglo chino". Dicho proyecto se articulará, entre otros, a través de tres ejes principales: la Iniciativa del Cinturón y la Ruta, el plan estratégico Made in China 2025 y la igualmente ambiciosa modernización y expansión de sus fuerzas armadas, para hacer del país una superpotencia con capacidad para proyectar internacionalmente su poder militar.
 
La Nueva Ruta de la Seda y la integración euroasiática
 
     Corría el año 2013 cuando el nuevo dirigente chino, Xi Jinping, anunció al mundo el que se está convirtiendo en uno de los proyectos más ambiciosos de nuestro tiempo, la llamada Iniciativa del Cinturón y la Ruta (en inglés Belt and Road Initiative o BRI), más conocida como Nueva Ruta de la Seda. La que también ha sido bautizada como el "Plan Marshall chino" es una apuesta a medio-largo plazo para desplegar una vastísima red de infraestructuras por todo el espacio euroasiático (carreteras, líneas de alta velocidad, gasoductos, oleoductos, puertos, aeropuertos...). Dicha red tendrá su centro en los grandes núcleos económicos e industriales chinos, como pilar fundamental de un enorme sistema integrado a escala prácticamente global, pero que seguirá centrando la mayor parte de su atención en la propia Eurasia. A este efecto se proponen dos grandes rutas paralelas, una marítima y otra terrestre, que tendrían que estar completadas y plenamente operativas antes de 2050. La ruta terrestre emulará en cierto sentido a la Antigua Ruta de la Seda, trascurriendo por Asia Central y Oriente Medio en una de sus ramificaciones y por Siberia y la Rusia europea por la otra. Ambas convergerían en Europa occidental con el objeto de integrar a los estados de la UE en el gran proyecto, lo mismo que la ruta alternativa por mar, que atravesará el Mar de China Meridional, el Índico y el Mar Rojo, para culminar en el Mediterráneo. En conjunto el gobierno chino tiene previsto invertir 1,4 billones de dólares en este mega proyecto, sumando a él a unos 60 países, el 75% de las reservas energéticas mundiales e integrando más de la mitad del PIB mundial.
 
China y Rusia respaldan a Irán frente a EU en cumbre Qingdao
Arriba todos los líderes invitados a la cumbre de la OCS en Qingdao (China), celebrada del 9 al 10 del pasado mes de junio, posan para la foto de conjunto. La OCS (Organización de Cooperación de Shanghái) es la gran apuesta integradora chino-rusa dentro del espacio euroasiático, a la que han conseguido sumar a India y Pakistán, además de contar con otras naciones de cierto peso, como Turquía o Irán, entre sus socios u observadores. El clima de entendimiento y el deseo de cooperación a todos los niveles presidieron la cumbre de Qingdao, lo cual contrastó con el despropósito de la cumbre del G7 (celebrada por las mismas fechas en Quebec), dinamitada por la administración Trump. 
     A la luz de todo esto salta a la vista que el deseo chino es hacer pivotar el centro económico mundial desde el Eje Atlántico (con Norteamérica a un lado y Europa occidental a otro) a Eurasia, algo que ya está teniendo lugar. Los escollos a los que se enfrenta tan magno proyecto son igualmente enormes, pues su implementación pasa por ejemplo por estabilizar Oriente Medio, Asia Central y otros "puntos calientes" como Ucrania ¿Qué relación tendrán con todo esto los conflictos en Siria o el Donbass? ¿Quién sale más beneficiado de toda esta inestabilidad que entorpece la implantación del plan maestro de Beijing? Viendo como otro de los focos más intensos de tensión internacional se encuentra asimismo en el Mar de China Meridional, espacio vital para el comercio chino por mar, resulta más que evidente la presencia de la mano estadounidense. Que Washington siente el aliento del dragón en el cogote es algo que ya nadie niega, de ahí que la guerra comercial desatada por Donald Trump tenga como uno de sus principales objetivos frenar el avance chino. Puntos sensibles, por no decir débiles, hay en toda la red que Beijing pretende tejer. El 75% de sus importaciones energéticas pasan por el estrecho de Malaca (con la provincia malaya de Kedah como enclave estratégico) y, para diversificar sus opciones, los chinos acordaron construir en colaboración con Pakistán el gran puerto de aguas profundas de Gwadar, situado a las puertas del estrecho de Ormuz, un enclave estratégico mundial para el tránsito de hidrocarburos y todo tipo de productos. Pero la ruta de suministro desde Gwadar hacia China también pasa por zonas conflictivas en el propio Pakistán y Asia Central, así como por el Tíbet y Sinkiang (regiones autónomas chinas que también son, o pueden ser, motivo de graves conflictos internos). Así pues la necesidad de seguir diversificando para disponer de más rutas de suministro, para evitar un peligroso desabastecimiento que pondría en jaque la economía del país, conduce al imperativo de desarrollar un amplio espacio de cooperación comercial que implique a otras muchas naciones.         
 
     Curioso resulta comprobar cómo un país, con un gobierno que todavía se autoproclama comunista, se ha alzado como el principal defensor mundial del libre comercio, frente a la oleada de proteccionismo y nacional-populismo reaccionario y retrógrado proveniente de Occidente en general y de la administración Trump en particular. China lo tiene bien claro, seguirá avanzando en la integración euroasiática a través de organismos como la OCS (Organización de Cooperación de Shanghái; que incluye como miembros permanentes a China, Rusia, India, Pakistán, Kazajistán, Kirguistán, Uzbekistán y Tayiquistán), el AIIB (el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, considerado el instrumento financiero de Beijing, que cuenta actualmente con 86 países miembros -y otros muchos que esperan ser aceptados-, entre los cuales se encuentran también los miembros de la UE o Canadá) o la ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, una gran zona de libre comercio en el entorno Asia-Pacífico, pues incluye también a Australia y Nueva Zelanda). Éstas y otras estructuras pueden tener un mayor o menor recorrido histórico (la ASEAN existe desde los años 60 del pasado siglo, pero el AIIB es una institución realmente reciente), pero todas se integran en un mismo fin, el desarrollo de la Iniciativa del Cinturón y la Ruta. A la vista de todo esto, y a pesar de los hostiles vientos de guerra procedentes de Estados Unidos, muchas naciones del entorno euroasiático van a seguir apostando por el entendimiento en materia comercial. Ejemplo de ello son los acuerdos alcanzados ya en 2015 por Rusia y China para que la primera le suministre a la segunda anualmente hasta 100.000 millones de metros cúbicos de gas natural. Pero Beijing no se detiene ahí en su deseo de asegurarse el acceso a recursos estratégicos, su desembarco en África y Latinoamérica ya es un hecho desde 2010 (como bien muestra este artículo de capesic.cat) y esto es otro motivo más para su pulso geopolítico con Estados Unidos.  
 
El plan estratégico Made in China 2025
 
     Que todas las manufacturas chinas son económicas pero dejan bastante que desear en cuanto a calidad, es una idea muy asentada en el subconsciente colectivo. No obstante de un tiempo a esta parte eso ha empezado a cambiar y muestra de ello es el sector tecnológico. Una noticia reciente publicada en El Blog Salmón indicaba que de las 20 mayores empresas del sector tecnológico a nivel mundial 9 ya son chinas, siendo el resto estadounidenses (las europeas, por contra, han sido desbancadas). Microsoft, Apple, Google o Facebook figuran, cómo no, en los primeros puestos, pero compañías como Alibaba, Tencent o Xiaomi han entrado con fuerza en el ranking. Hace apenas 15 años este escenario habría resultado inaudito, pero las cosas evolucionan muy rápido en el Extremo Oriente y prueba de ello es el espectacular incremento en la inversión en I+D realizado por China y que ya la coloca como la segunda potencia científica mundial, tal y como se muestra en el siguiente gráfico extraído del portal La ciencia y sus demonios.
 
                                                 
 
Aun antes de 2015 el gigante asiático ya había superado a la UE en su conjunto en inversión en investigación, desarrollo y proyectos científicos, con una escalada casi exponencial desde principios de los 2000. Todas las trasformaciones sufridas preparan el terreno para un nuevo gran salto cuantitativo y sobre todo cualitativo, el plan estratégico Made in China 2025. Los objetivos son claros, el país debe pasar de ser una potencia productora (que fabrica ingentes cantidades de productos manufacturados a bajo coste, como centro mundial de fabricación favorecido por los fenómenos de deslocalización industrial tan propios de la globalización neoliberal de la economía) a convertirse en una potencia industrial y de la fabricación líder en tecnologías punteras y exportadora de artículos de alto valor añadido. En el sentido del capital humano dicho plan implica asimismo que China pase de una nación de trabajadores y operarios de fábricas a una nación de ingenieros y profesionales excelentes con una formación superior. Una vez más el fantasma de la guerra comercial planea sobre el horizonte. Muchas de las exportaciones chinas a Estados Unidos son de componentes electrónicos y otras manufacturas de firmas estadounidenses allí afincadas desde hace años, porque la lógica del capitalismo siempre implica la reducción de costes para maximizar beneficios. Y hasta la fecha una de las mejores formas de abaratar la producción era radicarse allí donde los salarios son más bajos y los trabajadores tienen pocos derechos reconocidos. China primero y otras naciones asiáticas después (India, Indonesia, Bangladesh, Tailandia, Camboya...) cumplieron a la perfección con ese cometido hasta que la crisis iniciada en 2008 trastocó los cimientos del orden neoliberal imperante, una convulsión cuyas ondas sísmicas han llevado a Donald Trump a la Casa Blanca con su promesa "Make America great again". Imponer aranceles a las importaciones chinas por valor de 34.000 millones de dólares, amenazando con introducir otros nuevos hasta alcanzar los 200.000 millones (en repuesta a las represalias comerciales de Beijing), es un primer paso que supuestamente busca relocalizar las industrias derivadas a Asia en los años 80 y 90. Otra cosa distinta es si Washington no se estará pegando un tiro en el pie al dañar con esto a sus propias multinacionales, mientras da un puntapié al tablero de juego de la economía mundial provocando caos por doquier; un caos que daña a todo el mundo sin excepción.

     En vista de lo que se avecina el plan Made in China 2025 cobra un especial sentido, pues va encaminado a dejar atrás ese periodo de dependencia de las corporaciones extranjeras, para fortalecer el mercado interno y desarrollar todo tipo de industrias de alta tecnología. El plan se basa en nueve objetivos estratégicos, entre los que figuran potenciar la capacidad de innovación, la integración de la informatización y la automatización en todos los procesos industriales, el establecimiento de marcas de alta calidad que puedan ser reconocidas internacionalmente (algo en lo que China todavía está muy lejos de sus competidores japoneses, europeos o norteamericanos), la implantación de procesos productivos que sean más respetuosos con el medio ambiente y un fortísimo empuje inversor en I+D dentro de diez sectores considerados clave. Estos sectores incluyen la robótica y la automatización, la tecnología 5G para las telecomunicaciones (dentro del marco de las nuevas tecnologías de la información), la industria aeroespacial, los equipamientos de alta tecnología para buques (tanto mercantes como de guerra) y trenes de alta velocidad, los sistemas de ahorro energético, el desarrollo de las energías renovables, la investigación y producción de nuevos materiales, la total mecanización de la agricultura (puesto que en muchas regiones rurales del país todavía imperan las técnicas tradicionales) y el desarrollo de nuevos equipamientos médicos de última generación. Una vez más los chinos han copiado la idea de otros, concretamente del plan Industria 4.0 (o de la "ciberindustria" o "Industria inteligente") nacido hace unos años en Alemania, sólo que su proyecto estratégico es mucho más ambicioso.

     En todo caso Made in China 2025 es un primer proceso a diez años vista que forma parte de un programa mucho mayor a cubrir en las próximas tres décadas. Para 2050 Beijing tiene planeado haber trasformado radicalmente su economía, tejido industrial y mercado interno, todo ello para despuntar como la superpotencia dominante del siglo XXI. Escollos se encontrará en el camino y no son menores. Hasta la fecha la capacidad de innovación china no ha sido uno de los puntos fuertes de su economía, dependiendo bastante de las aportaciones del exterior, todo y que desde hace años el país lidera el ranking en solicitudes de patente (con más de 200.000 anuales). El otro gran reto es la captación de talento, en especial en lo referente a la mejora del sistema universitario chino, lo que es fundamental para cumplir con el objetivo de "una nación de ingenieros y profesionales excelentes altamente formados". En ese sentido el ranking QS de 2018, que incluye a las mejores y más prestigiosas universidades del mundo, sigue claramente dominado por el mundo anglosajón (de las diez primeras cinco son de Estados Unidos, cuatro británicas y la última suiza). Para encontrar una china, la Tsinghua University, tenemos que irnos al puesto 25, seguida por dos universidades de Hong Kong y las de Beijing y Fundan entre los puestos 26 a 40. El progreso ha sido notable pero sigue siendo insuficiente dadas las ambiciones al respecto del gigante asiático, aunque desde luego en España no podemos presumir en ese sentido ni muchísimo menos (pues para encontrar a la primera de nuestras universidades en este ranking, la Universitat de Barcelona, hay que irse al puesto 156).

La proyección del poder militar

El portaaviones de nueva construcción es trasladado desde el muelle seco al agua en una ceremonia de lanzamiento en un astillero en Dalian, en el noreste de China.
En la imagen inauguración el pasado año del portaviones Shandong,
el segundo operativo de la armada china y el primero de fabricación
cien por cien nacional.
     Por último hay un aspecto fundamental que toda nación con aspiraciones de convertirse en superpotencia global ha de tener en cuenta, la proyección de su poder militar hacia el exterior. En comparación con el de los Estados Unidos, el Ejercito Popular de Liberación era hasta hace fechas relativamente recientes una fuerza armada con una capacidad nuclear relativa, un enorme número de efectivos y gran cantidad de unidades (vehículos blindados, aviones, helicópteros...). Sin embargo sus soldados se adiestraban más bien para defender su territorio en caso de agresión externa, o como fuerza represora en caso de que estallara una gran insurrección a nivel interno, y buena parte del equipamiento militar estaba anticuado y bien podía calificarse como "chatarra" (muchos de sus carros de combate y cazas eran modelos soviéticos de los años 50, 60 y 70 del pasado siglo). Una vez más todo esto ha cambiado muy rápidamente en los últimos 10 o 15 años, una trasformación que busca que las fuerzas armadas chinas se conviertan en un ejército moderno y muy poderoso con capacidad para desplegarse o intervenir allí donde los intereses de Beijing puedan verse comprometidos. La modernización y expansión de las fuerzas armadas se fundamenta en una serie de puntos clave: control del espacio exterior, una gran ampliación del poderío naval (con la construcción de nuevos portaviones y submarinos nucleares), aviones de combate de quinta generación y tecnología furtiva, misiles balísticos y de crucero más sofisticados y de mayor alcance, drones de ataque con prestaciones similares a los estadounidenses y la instalación de bases militares en el exterior.

     Ir repasando punto por punto los avances chinos en el terreno militar daría incluso para varios artículos y no es esta mi intención. Sólo hay que remarcar que Xi Jinping y su ejecutivo son perfectamente conscientes de que, sin un ejército formidable capaz de tratar de tú a tú a Estados Unidos, sus ambiciones geopolíticas no podrán ser respaldadas. Por el momento la distancia sigue siendo importante, pero como en todo lo demás los chinos progresan rápidamente. Un ejemplo muy ilustrativo. Hace poco más de una década, hacia 2005, el gasto militar estadounidense era más de seis veces superior al de la República Popular, a día de hoy "sólo" lo es unas dos veces y media. Esto supone que en diez años el gasto militar chino se ha incrementado en un 110%, hasta alcanzar el año pasado los 228.000 millones de dólares (declarados oficialmente, eso sí). Esto coloca a China en el segundo puesto mundial en gastos de Defensa, únicamente superada cómo no por Estados Unidos (que gastó en el anterior ejercicio más de 600.000 millones dólares). Mucho más lejos de los dos principales contendientes en esta carrera de armamentos se encontrarían Arabia Saudí y Rusia, ocupando el tercer y cuarto puesto respectivamente pero con presupuestos todavía muy por debajo de los 100.000 millones. Llama mucho la atención, y también resulta preocupante por las implicaciones que tiene para la región del Próximo Oriente, el espectacular incremento del gasto militar en los últimos años de la dictadura feudal de la familia Saúd, lo que le ha llevado a desbancar a los rusos de la tercera posición que llevaban ocupando desde hace un tiempo.

Sơ đồ chỉ vùng biển Trung Quốc giành chủ quyền trên biển Đông
El presente mapa muestra las reclamaciones respectivas de cada país
en las conflictivas y disputadas aguas del Mar de China Meridional.
     Este importantísimo esfuerzo económico por parte de Beijing va más allá de equipar a sus fuerzas armadas con los más modernos y letales sistemas de armamento, pues también busca una proyección del poder militar en el exterior, con una especial atención en el conflictivo y muy estratégico Mar de China Meridional. Ya en 2012 los dirigentes chinos reclamaron las Islas Paracel y Spratly "como parte de sus intereses nacionales básicos", siendo ambos archipiélagos ricos en recursos y estratégicamente situados objeto de disputa con naciones vecinas (Filipinas, Vietnam, Taiwán...). En referencia al litigio sobre las Spratly la Corte de la Haya ha dado recientemente la razón a Filipinas, que también las reclamaba, pero Beijing no aceptó ni reconoció dicho veredicto y sigue insistiendo en que esas islas "son suyas". Entretanto las fuerzas navales del Ejercito Popular de Liberación han seguido incrementado su presencia en las disputadas aguas, construyendo controvertidas islas artificiales que actúan como "portaviones fijos" para proyectar su poder aéreo y misilístico, al tiempo que se apuesta con fuerza por incrementar la dotación de buques anfibios y de desembarco (inexistente hace unos años). La intención es clara, desarrollar unidades navales que puedan desplazar a la infantería de marina china allá donde se la necesite y, más concretamente, capaces de intervenir en todo momento y en cualquier punto del Mar de China Meridional. Y no solo eso, en el verano del año pasado el gigante asiático inauguró su primera base naval en otro país, concretamente en Yibuti, un minúsculo país ubicado en el Cuerno de África, una zona estratégica clave por el paso de numerosas rutas marítimas. Se trata de una instalación fortificada formidable que incluye, además de un complejo subterráneo, un enorme helipuerto, un muelle para el atraque de grandes buques (fragatas y destructores), hangares, silos para el almacenaje de combustible y agua, viviendas para el personal y un centro de mando (ver con más detalle en esta noticia de Sputnik News). Una sola base en el extranjero suena ridículo si lo comparamos con las alrededor de 800 instalaciones militares que, al parecer, tiene Estados Unidos repartidas por todo el mundo. Sin embargo para Beijing supone un salto cualitativo de envergadura, un primer paso para establecer su propia red de proyección militar en el exterior, que ya se está ampliando a instalaciones similares como la que se erigirá en el puerto pakistaní de Gwadar.

     En resumen, el avance chino en todos los frentes (económico, científico-tecnológico, geopolítico y militar) se encuadra en un reordenamiento de orden mundial desde la unipolaridad estadounidense a la multipolaridad patrocinada por China y Rusia. En este sentido las dos grandes potencias euroasiáticas han mostrado últimamente una gran sintonía, tal y como muestra su participación en diversos foros internacionales creados al margen de Washington (OCS, los llamados BRICS, el AIIB...), realizando incluso sus primeras maniobras navales conjuntas de envergadura en 2017 ¿El aparente acercamiento de Trump a Putin en la reciente cumbre de Helsinki busca abrir una línea de fisura en la cooperación chino-rusa? Viendo las erráticas maniobras del inquilino de la Casa Blanca en el terreno internacional, por un lado trata de rebajar la tensión con Corea del Norte y por otro desata una agresiva guerra comercial contra China de consecuencias imprevisibles, es demasiado pronto como para afirmar nada. Trump y sus correligionarios pueden querer una cosa, pero las presiones por parte del deep state estadounidense a menudo van en otra dirección, y en este tira y afloja la política de la que todavía sigue siendo la primera superpotencia quizá, sólo quizá, se pierda en la indefinición. A pesar de todo una cosa está clara, la confrontación geopolítica a nivel global entre Estados Unidos y China va a continuar e incluso se recrudecerá, sobre todo viendo las crecientes ambiciones de Beijing y la firme intención de Washington de no ceder la supremacía. Veremos a qué conduce este enfrentamiento, pero todo parece indicar que soplan vientos de inestabilidad y en esta nueva era Europa jugará un papel cada vez más marginal.

     A día de hoy China sigue teniendo bastantes asignaturas pendientes. Buena parte de su población, cerca de 1.400 millones en 2016, queda lejos de disfrutar de la opulencia en la que se vive en la mayor parte de Occidente (por Índice de Desarrollo Humano -IDH- China se situaba en 2016 en el puesto 90 de 188 países, mientras que Estados Unidos ocupaba una espléndida décima posición). Mucho más peliaguda es la cuestión de la falta de democracia y libertades o las repetidas violaciones de derechos humanos que habitualmente se denuncian (ver pormenorizadamente este informe de Amnistía Internacional). Estos sin duda son los grandes puntos negros en el fabuloso panorama del imparable ascenso chino, que evidentemente también está plagado de sombras. En todo caso debemos confrontar el presente de China con su pasado, pues en apenas un siglo ha experimentado cambios tan extraordinarios que nadie habría sido capaz de vaticinarlo. Era una nación decrépita y en estado de descomposición, asolada por la miseria, el atraso y los conflictos internos y asediada por poderosos enemigos exteriores. Hoy es un gigante formidable que se abre paso con decisión rumbo al liderazgo mundial. Difícilmente Mao podría haber imaginado hasta dónde llegaría el proyecto por él emprendido en 1949. Es complicado saber cómo va ser exactamente el futuro, pero no son pocos los que opinan que a buen seguro será un futuro chino.



Artículo escrito por: El Segador




Para saber más:
 


 

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