El juego ártico. Geopolítica y Cambio Climático

Las aguas heladas del Ártico pueden convertirse, a causa del deshielo provocado por el Cambio Climático, en una de las "zonas calientes" del planeta en un futuro próximo. El Ártico será el escenario donde confluirán los intereses y conflictos de las grandes potencias en materia económica, comercial, militar y estratégica.


Disminución del volumen de hielo 1990 / 2016
Las dos fotografías de arriba muestran claramente la notable reducción de la capa de hielo ártica acaecida a lo largo de los últimos 25 años. Lo más llamativo de todo no es la menor extensión de los hielos antes de la llegada del invierno, si no el hecho de que el llamado "hielo viejo" (aquel que pervive sin derretirse un verano tras otro durante diez o más años) prácticamente ha desaparecido de todo el Ártico en apenas un cuarto de siglo. Esto implica que el hielo restante se crea y derrite con el cambio de estaciones, lo cual hace que la banquisa sea más delgada y quebradiza y, por ello, más practicable para la navegación (Fuente: National Geographic). 
   
      Que el deshielo del Ártico se está acelerando cada vez más es un hecho ya sobradamente constatado por la comunidad científica, pero para todo aquel que dude de que se trata de un fenómeno casi imparable y de un alcance sin precedentes ahí van una serie de datos recopilados de diversas fuentes como Greenpeace, la NASA o la NOAA (la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, una agencia científica del gobierno de los Estados Unidos especializada en investigaciones sobre los océanos y la atmósfera):
  • La extensión de la capa de hielo ártica está bajo mínimos históricos, tanto en invierno como en verano. Si en los años 80 el hielo cubría una extensión de unos 17 millones de kilómetros cuadrados en los meses de enero y febrero, en 2016 abarcaba tan solo algo más de 14 millones de kilómetros cuadrados; una reducción apreciable. Esta reducción es mucho más acentuada en verano, ya que en el mismo periodo la mínima extensión del hielo en el mes de septiembre ha pasado de los casi 8 millones de kilómetros cuadrados a poco más de 4 millones, lo cual supone que ha disminuido a casi la mitad (con un mínimo de extensión registrado en 2012, cuando el hielo estival ocupaba poco más de 3,5 millones de kilómetros cuadrados).
  • Pero lo más importante de todo es que este hielo que todavía pervive es mucho más delgado y quebradizo porque suele derretirse en su mayor parte durante los meses de verano. De hecho el grosor medio de la capa permanente ha disminuido en un 40% en los últimos 30 años, dando como resultado que actualmente predomine de forma apabullante el hielo de no más de dos metros de espesor, que no sobrevive al verano, frente al hielo antiguo de 4 o 5 metros de espesor. Este último puede sobrevivir durante años, siendo abundante en la mayor parte del Ártico hace décadas, lo cual lo convertía en un baluarte frente al deshielo estival. La desaparición de este "hielo viejo" es uno de los fenómenos más significativos, ya que implica que esta "protección" de la banquisa no existe actualmente, lo cual acelera todavía más el deshielo.
  • El deshielo de los glaciares de Groenlandia también se está acelerando cada vez más. Trabajos de perforación realizados recientemente en el glaciar Nuussuaq, hasta profundidades de 1.800 metros en el hielo, demuestran a través de los núcleos extraídos que el actual proceso de derretimiento no tiene precedentes en los últimos 450 años. La aparición de corrientes de agua superficiales, que llegan a formar auténticos ríos sobre los glaciares, es un fenómeno ya habitual en verano en la que es la isla más grande del mundo. Estos ríos disminuyen el albedo de la superficie del hielo, porque el agua es más oscura y termina absorbiendo más calor, lo cual provoca más deshielo todavía en una suerte de reacción en cadena. Pero un problema aún mayor lo constituyen las corrientes de agua que discurren en profundidad bajo los glaciares, consecuencia de las filtraciones superficiales acumuladas a lo largo de los años, ya que actúan como una especie de lubricante entre el hielo y las rocas de abajo. El resultado es que el movimiento de los glaciares hacia el mar se acelera, provocando una fragmentación más rápida de la capa de hielo. No debemos olvidar que Groenlandia es, después de la Antártida, la segunda mayor reserva de agua dulce del mundo y que su actual deshielo es el principal responsable del aumento del nivel de mar (a casi 3 milímetros por año y en progresión) y de la alteración de las corrientes oceánicas en el Atlántico.
  • Las temperaturas dentro del Círculo Polar Ártico no han dejado de aumentar a lo largo de las últimas décadas, hasta el punto de que el aumento registrado en esa región es el doble que en las circundantes. El último invierno ártico fue unos 30ºC más cálido que la media histórica registrada para esta estación, lo cual se explica por la disminución del hielo, que deja al descubierto más superficie oceánica y que, a su vez, permite que ésta absorba más radiación solar y acumule más calor (una vez más un efecto cascada que acelera el calentamiento). Esto ha tenido también como consecuencia que, durante el verano pasado, se hayan registrado olas de calor al norte del Círculo Polar con temperaturas de hasta 33ºC en algunos puntos de la Laponia noruega, algo totalmente desconocido hasta la fecha. De hecho la sequía y los incendios forestales asolaron Escandinavia durante los meses de julio y agosto del pasado año, tal vez un aviso de lo que está por venir.
  • El permafrost siberiano se está derritiendo durante el verano, algo que tampoco ocurría hasta hace bien poco. Este suelo permanentemente congelado tan propio de la tundra ártica ocupa una extensión de más de 30 millones de kilómetros cuadrados (unas 60 veces la superficie de España), principalmente en Siberia y Canadá. Una de sus características principales es que retiene enormes cantidades de materia orgánica en estado de descomposición que, de otra manera, terminaría emitiendo a la atmósfera gases como el metano (un gas de efecto invernadero decenas de veces más potente que el dióxido de carbono). Se estima que el volumen de ese carbono retenido por congelación en estos suelos ascendería a unos 1,8 billones de toneladas métricas. Y es precisamente este hecho lo que hace que, la más que probable desaparición de unos 4 millones de kilómetros cuadrados de permafrost siberiano por efecto del Calentamiento Global, puedan llegar a tener un efecto verdaderamente devastador en todo el planeta. La descongelación liberaría ingentes cantidades de metano a la atmósfera agravando enormemente los trastornos climáticos, algo que ya está teniendo lugar. Como botón de muestra cabe señalar que los satélites de la NASA contabilizaron más de 10.000 incendios el verano pasado en el ártico ruso, algo que tampoco sucedía hasta la fecha.
Todo esto bastaría para mostrarle a todos esos despistados, que siguen creyendo eso de que el Cambio Climático es mentira, que lo del deshielo del Ártico es un asunto muy serio que ya casi podemos considerar irreversible. Pruebas irrefutables del fenómeno podrían enumerarse muchas otras, pero tampoco es cuestión de extenderse demasiado en ellas. Sin embargo lo que a muchos se les escapa es que la desaparición de la capa de hielo ártica es algo que va muchísimo más allá de un simple problema medioambiental, que únicamente angustia a ecologistas "abraza árboles" o "salva ballenas", pues tiene implicaciones geopolíticas de primer orden y, en un futuro próximo, alterará dramáticamente el equilibrio de poder entre las principales potencias mundiales. Las ondas sísmicas de tal trasformación no sólo se dejarán sentir en el extremo norte del planeta, allí donde se extiende la soberanía de las naciones directamente implicadas, sino que afectarán a todo el orden internacional en un cambio como pocos se han visto en los últimos siglos.

Fuente: elaboración propia.
       ¿Por qué digo esto? Básicamente por varias razones de gran peso. La primera de ellas es, probablemente, una trasformación verdaderamente revolucionaria que podría convertir el Ártico en un "océano caliente" objeto de disputas entre las grandes potencias, lo que catalizaría también las restantes trasformaciones. Para comprenderlo mejor hay que tener en cuenta que en el pasado, y hasta la fecha, el Ártico era un océano impracticable para la navegación por estar permanentemente bloqueado por el hielo. Muchas expediciones audaces fracasaron precisamente por eso. Una de las más célebres fue la protagonizada por los avanzados (en su época) buques HMS Erebus y Terror, que en el invierno de 1846 desaparecieron para nunca regresar tras quedar atrapados en las congeladas aguas del ártico canadiense (sobre este hecho hay una muy recomendable serie televisiva, titulada precisamente The Terror, que se estrenó a principios de 2018). Sin embargo el Cambio Climático ha venido a alterar todo esto, ya que el deshielo ha convertido en practicables rutas de navegación que antes estaban bloqueadas

       En la actualidad el trasporte por mar engloba hasta el 80% del comercio mundial, calculado el año pasado en unos 9.000 millones de toneladas de mercancías. Es por eso que la seguridad y control de las principales rutas empleadas por los buques mercantes y de trasporte de hidrocarburos es de una importancia estratégica absolutamente vital, pudiendo desembocar en conflictos que afectan a la economía mundial. En el siglo XIX el control de estas rutas hizo del Imperio Británico la primera gran superpotencia global de la Historia. En la actualidad dicha importancia es incluso mayor y naciones diminutas, como por ejemplo Singapur, basan buena parte de su inmensa riqueza y prosperidad en su estratégica situación a orillas del estrecho de Malaca, pues más de 60.000 buques cruzan anualmente sus aguas (para entender mejor el enorme valor geopolítico de dicho estrecho leer el artículo: El estrecho de Malaca y su importancia geoestratégica para la seguridad energética en la región Asia Pacífico). Es por eso que Estados Unidos y China (y en menor medida otros estados ribereños) se enfrentan por el dominio del mar de China Meridional, por donde discurren la mayor parte de las exportaciones del gigante asiático. También por eso las aguas del estrecho de Ormuz son objeto de peligrosas fricciones entre Estados Unidos y, en este caso, Irán, ya que las rutas de exportación de buena parte de los hidrocarburos que se extraen en la región del Golfo Pérsico pasan por las aguas territoriales de este último país. Y en última instancia es la necesidad de mantener estas vías abiertas y seguras la que motiva los despliegues navales en el océano Índico para combatir a los piratas somalíes (como la llamada Operación Atalanta, dirigida por la UE desde 2008).

      Sin embargo la apertura de la llamada ruta del Paso del Noroeste del Ártico viene a cambiar drásticamente el panorama de los trasportes por mar. Casi todo el comercio entre Asia y Europa, así como con la costa atlántica de Norteamérica, pasa a través de las conflictivas aguas antes mencionadas (mar de China Meridional, estrechos de Malaca y Yakarta, el Cuerno de África como paso previo para entrar al Mar Rojo y cruzar el Canal de Suez). Que la ruta ártica quede libre de hielo, sobre todo en los meses de verano, implica que los buques podrán emplearla sin problemas para ahorrarse la friolera de unos 7.000 kilómetros de tránsito como media. La reducción en las distancias recorridas podría llegar hasta el 60% en algunos casos, por lo que un gran buque portacontenedores podría ahorrarse hasta 180.000 dólares en combustible por viaje si usa el Paso del Noroeste en lugar de las vías tradicionales. De esta manera el coste medio de llevar un contenedor desde China o Japón hasta Europa pasaría de 1.500 dólares a solo 500. Basta contabilizar el número de barcos que transitan anualmente por las rutas del Índico, su gasto medio de combustible y el número de contenedores que trasportan, para hacer un cálculo orientativo del más que extraordinario ahorro que conllevaría desviar todo ese tráfico por el Ártico. Por el momento el trasporte por aguas heladas es meramente testimonial, poco más de 10 millones de toneladas en 2017. Pero hay que tener en cuenta que hasta hace nada dicho tráfico comercial era inexistente y que, para 2020, se estima que ya supere los 44 millones de toneladas anuales (llegando incluso a duplicar esa cifra a diez años vista).

     Ahora bien, y aquí viene la primera gran implicación geopolítica de todo este asunto, hay que tener en cuenta que las rutas comerciales con diferencia más prometedoras del Ártico pasan por aguas territoriales rusas y, como era de esperar, el Kremlin no se ha quedado de brazos cruzados ante semejante oportunidad. De unos años a esta parte ha venido legislando para asegurarse de que todos los buques que transiten por dichas rutas queden sometidos a la jurisdicción y las leyes de Rusia, en una forma de establecer un monopolio sobre las mismas que le generaría unos beneficios estratosféricos de hacerse de uso habitual para el trasporte marítimo. Esta es una de las razones principales por las que Rusia pretende extender su soberanía hacia la conocida como Plataforma Continental Extendida del Ártico, más allá del límite internacionalmente establecido de las 200 millas náuticas desde la costa, un área jurisdiccionalmente asimilable a aguas internacionales. Esto le otorgaría el control sobre una vastísima área que abarcaría aproximadamente la mitad de la citada plataforma, asegurando un dominio casi absoluto de las rutas marítimas más practicables sin necesidad de uso de rompehielos, tal y como se puede ver en el siguiente mapa.


Como también puede verse otros estados ribereños (Canadá, Estados Unidos, Dinamarca y Noruega) también se han lanzado a realizar sus respectivas reclamaciones territoriales, pues todos ellos forman parte del llamado Consejo Ártico. Sin embargo también puede observarse que, dada la colosal amplitud de su costa ártica (la mayor parte de sus más de 37.000 kilómetros de costas dan a esta parte del mundo), queda claro que la parte del león en este reparto iría a manos rusas. Y esto tiene claras connotaciones geoestratégicas, pues dada la actual asociación entre China y Rusia, ambos países pueden unir fuerzas en el Ártico para terminar de reconfigurar el orden mundial. No en balde China es país observador dentro del Consejo Ártico, lo que le permite asistir a sus reuniones aun sin tener voz ni voto, algo insólito dado que es el único país no ribereño que goza de este estatus. El interés de Beijing por el Ártico quedó plasmado en enero del pasado año, cuando anunció que deseaba implementar, obviamente con la inestimable colaboración de su socio estratégico ruso, una Ruta de la Seda Polar para ir reconduciendo parte de sus exportaciones por la vía del Paso del Noroeste. Los chinos son muy conscientes de que su gran enemigo, que por su puesto no es otro que Estados Unidos, podría estrangular su comercio exterior en caso de conflicto abierto, ya que áreas como el mar de China Meridional, el estrecho de Malaca o incluso los accesos al mar Rojo y el canal de Suez, podrían quedar bloqueados por la poderosísima marina estadounidense. Ampliar su poderío naval y extender su control en el mar de China Meridional, son otras dos cartas que Beijing juega para hacer frente a la supremacía de Estados Unidos. Pero el deshielo del Ártico le proporciona una valiosísima vía de escape adicional, vía que además está fuera del alcance de los norteamericanos. Tanto es así que, al respecto, el almirante de la US Navy Paul F. Zukunft se expresó recientemente con estas palabras:

     "...el enfoque de Estados Unidos es que la Ruta Marítima del Norte debería estar abierta como un corredor de agua internacional... un paso de tránsito, ya que vemos que esta región está liberándose del hielo... No hay un plan establecido para realizar ejercicios y garantizar la libertad de navegación (en el Ártico)".

Traducido a román paladino, y entendiendo esa mentalidad de sheriff global que no pueden evitar tener los estadounidenses, el almirante insta a su gobierno a hacer algo para contrarrestar el creciente poder de Rusia en el Ártico, pues entiende que la región tiene un valor estratégico de primera magnitud. Otra cosa muy distinta son las fantasías de este señor, ya que un "plan" semejante implicaría garantizar la libertad de navegación incluso dentro de aguas territoriales rusas. Todos sabemos lo que ocurriría si la marina estadounidense intentase hacer algo así, enviando sus buques de guerra al Norte para violar la soberanía del gigante euroasiático, y nadie es tan estúpido como para provocar alegremente un conflicto así. Esto demuestra que, al menos por el momento, las palabras del almirante Zukunft son sólo eso, una fantasía que destila algo de impotencia, si bien también dan a entender la creciente importancia de las rutas marítimas árticas.

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Los mapas de arriba reproducen las principales rutas marítimas a través del Ártico. Como se puede comprobar, en la actualidad la gran mayoría de ellas precisan de rompehielos, algo que muy probablemente ya no será así dentro de unos 50 años. Como se puede observar también, la gran mayoría de esas rutas practicables y libres de hielo (al menos en verano) pasan o pasarán por aguas territoriales rusas o por aquellas a las que Rusia pretende ampliar su soberanía.
    
      Debido a todas estas razones, y al hecho también de que la región es extraordinariamente rica en recursos naturales, Rusia se ha lanzado de manera muy decidida a dominar el Ártico, empresa en la que ya ha tomado una clara ventaja con respecto a sus rivales. Podemos afirmar si temor a exagerar que los lechos oceánicos bajo los hielos del Norte están repletos de hidrocarburos. Estimaciones realizadas por expertos del Instituto de Ingeniería y Geociencia del Petróleo del Imperial College de Londres, afirman que en la región ártica quedan todavía por descubrir reservas de las que se podrían extraer hasta unos 114.000 millones de barriles de petróleo y 56 billones de metros cúbicos de gas natural (ver este artículo de la OEI), lo que podría suponer casi la cuarta parte de las reservas mundiales que quedan por explotar. Y una parte nada despreciable de estas más que apetecibles reservas se ubica en las zonas económicas exclusivas que Rusia ha establecido en los helados mares de Barents, Kara, Laptev y Chukotka, donde ha empezado a implementar el conocido como Proyecto Iceberg, que prevé el uso de tecnologías punteras para extraer hidrocarburos, y otros recursos naturales, en las condiciones extremas del Ártico. Buena muestra de la fuerte apuesta del Kremlin por desarrollar y explotar esta vasta región es la botadura el año pasado del novedoso buque Akademik Lomonósov, la primera planta flotante, y móvil, para la producción de energía nuclear construida en el mundo. Rusia tiene previsto botar otros cinco buques similares en los próximos años, con el objeto de suministrar energía suficiente a su creciente red de infraestructuras en la región. Los países vecinos ya han mostrado su preocupación por lo que ya se ha venido a llamar el "Titanic nuclear", dado que un barco de estas características navegando sin descanso por los mares árticos puede suponer una amenaza terrible en caso de accidente grave.

     A nadie que conozca bien el asunto se le escapa que la supremacía rusa en el Ártico implicaría su dominio total sobre las rutas marítimas que por allí discurren (y van a discurrir) y también sobre buena parte de los ricos recursos que todavía alberga. En otras palabras, una riqueza potencialmente inigualable. Y riqueza es poder. Si en la época victoriana Gran Bretaña se convirtió en la potencia global dominante gracias a su control sobre las principales rutas de navegación y también a la riqueza que extraía de sus colonias (en India, África, Oriente Próximo, etc.), algo comparable podría hacer Rusia en este siglo como consecuencia de su dominio sobre el Ártico. Y que tampoco le quede la menor duda a nadie que China, la primera potencia comercial y segunda economía del mundo, estará al lado de sus aliados rusos en este empeño, pues piensa englobarlo en su macro proyecto geoestratégico de la Iniciativa del Cinturón y la Ruta (lo que comúnmente se conoce como la Ruta de la Seda del siglo XXI). 


Bases militares, especialmente rusas, en torno al Ártico. Fuente: Business Insider

      Y es por esto también que Rusia se ha lanzado a militarizar su territorio ártico, tal y como se muestra en la infografía de más arriba (extraída del artículo Riesgos, límites y oportunidades de la militarización del Ártico). Es de pura lógica que, si aspiras a controlar las rutas comerciales y los recursos de un determinado territorio, has de estar bien preparado para defenderlo con la fuerza de las armas. Y esto es algo en lo que se ha aplicado el señor Vladimir Putin desde que asumió la presidencia del país a principios de siglo, primero reabriendo las antiguas bases de la época soviética y después inaugurando nuevas y modernas instalaciones, para así crear una red defensiva que se extiende desde el mar de Barents hasta el estrecho de Bering. Sólo hay que fijarse una vez más en el mapa para comprobar que ningún otro país, ni tan siquiera Estados Unidos, tiene nada comparable en el Ártico. La "nave insignia" de esta red es la base militar recientemente instalada en la isla de Tierra de Alexandra, un complejo conocido como el Trébol Ártico debido a su forma y que cuenta con una extensión de 14.000 metros cuadrados, equipado con las más modernas tecnologías y capaz de albergar una dotación de 150 personas. En el Ártico se ubica también la gran base naval de Severomorsk, sede de la formidable Flota del Norte, que incluye 20 buques (entre ellos un portaviones) y 15 submarinos, punta de lanza del poder naval ruso. En un futuro próximo el Kremlin espera tener operativas más de un centenar de bases militares en toda la región ártica y las dotará de unidades y armamento especializados para el combate en el hielo. Entre las armas novedosas se encuentra el guardacostas Iván Papanin, del proyecto 23550, el primer rompehielos de guerra del mundo, que en 2019 se unirá a la flota de 45 rompehielos de la que ya dispone Rusia (en comparación Estados Unidos sólo mantenía dos rompehielos operativos en 2018). En este arsenal también pueden incluirse el tanque T-80BVM o el helicóptero Mi-8AMTSH, ambos capaces de operar de forma fiable incluso a temperaturas de -40ºC.

    En resumen, la batalla por un Ártico que se derrite ya ha comenzado. Rusia, y siguiendo su estela China, han tomado la delantera en esta carrera por dominar el que se convertirá en unos de los océanos de mayor valor geoestratégico del presente siglo. Pero eso no quiere decir que otras potencias, entiéndase Estados Unidos, no vayan a hacer nada al respecto. En los próximos años, conforme el hielo vaya retrocediendo más y más, seremos testigos de un aumento progresivo de las tensiones políticas y militares en el extremo norte del mundo, que irán a la par con la disputa por los recursos y el control de las rutas comerciales. El ascenso de las temperaturas liberará más y más territorios, y las reservas de hidrocarburos que en ellos hay, lo que acelerará más si cabe el Calentamiento Global. Esto sin duda beneficiará enormemente a Rusia, que podrá desarrollar vastos territorios que hasta ahora no eran más que inmensas desolaciones heladas y muy poco pobladas. Pero otros muchos terminarán pagando los platos rotos del Cambio Climático, especialmente las naciones situadas en las latitudes tropicales y ecuatoriales. Como reza el viejo refrán castellano, a perro flaco todo son pulgas. Suceda lo que suceda una cosa está muy clara. Ya sea por la miseria y los desastres que arrojará sobre unas partes del mundo, o por las disputas comerciales y geopolíticas que provocará en otras, el Cambio Climático cambiará drásticamente la faz del planeta en las próximas décadas. Tanto puede ser así que nuestro mundo podría quedar irreconocible en términos no solo ecológicos, con un clima y unos paisajes muy distintos a los actuales, sino también geoestratégicos, con una reconfiguración del equilibrio de poder entre las grandes potencias. Habrá ganadores, sin duda, pero también y por desgracia infinidad de perdedores.




M. Plaza



Para saber más:

Réquiem polifónico por Occidente. Augusto Zamora R. (Akal Ediciones - 2018).


           

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