A la vista de los recientes acontecimientos que sacuden Europa, cabe preguntarse si no estamos asistiendo al crepúsculo de una era en la que el Viejo Continente constituía el centro en torno al cual todo giraba. En el futuro que se avecina Europa, encerrada sobre sí misma y sumida en la confusión, puede acabar ocupando un papel periférico y cada vez más insignificante.
En la imagen protestas de los conocidos como "chalecos
amarillos", una especie de Revolución de colores surgida en el corazón mismo de la Europa occidental. |
Corrían los primeros años de la década de los 70 del pasado siglo cuando el filósofo, escritor y politólogo estadounidense Gene Sharp publicaba su ensayo Politics of Nonviolent Action (I): Power and struggle, en el que se definían las líneas maestras para derrocar a un gobierno, en teoría autoritario, mediante acciones cívicas en esencia no violentas pero de carácter masivo, si bien la violencia no quedaba categóricamente descartada bajo determinadas circunstancias, como tampoco la necesidad de recibir ayudas externas a la hora de acabar con dicho gobierno. Este principio inspiró también la fundación en 1983 de la llamada Institución Albert Einstein, creada por el propio Sharp con la finalidad de "democratizar" el mundo según los parámetros estadounidenses, es decir, según los parámetros de la ortodoxia ultraliberal que ha imperado en Occidente desde aquellos años. Puede que el bueno de Sharp y la citada institución no sean demasiado conocidos, pero el producto de la filosofía que inspiraron sí lo es, las llamadas Revoluciones de colores, que afectaron a gobiernos del espacio ex soviético (Serbia, Ucrania, Georgia...) así como a otras naciones (Líbano, Siria...) con resultados más o menos exitosos. Detrás de lo que podría parecer una movilización ejemplar de la ciudadanía en aras de mayores derechos y libertades, se escondía una apuesta geoestratégica de Estados Unidos para expandir su área de influencia a espacios que antes no dominaba, así como para derrocar regímenes que no eran de su agrado (no por autoritarios, si no más bien porque no se plegaban a sus intereses). El uso de las Revoluciones de colores por parte de Occidente, como forma de "golpe blando" para acabar con determinados enemigos, ha sido una de las formas de intervención y desestabilización más empleadas en las dos últimas décadas. Tanto es así que los llamados "revolucionarios de colores" tienen su propio manual, escrito cómo no por el señor Sharp, el conocido ensayo De la dictadura a la democracia.
No es difícil comprobar que, cuando era necesario, la violencia seguía a las protestas inicialmente pacíficas o, más bien, dichas protestas eran una forma de blanquear la acción violenta que Occidente programaba como remate final al golpe blando, tal y como se pudo ver en el Euromaidán de Kiev del año 2014 ¿Quién iba a decir que esa misma fórmula de la revolución de color terminaría extendiéndose, a su manera, al seno de naciones occidentales que la habían usado para desestabilizar terceros países? En ciertos aspectos el desafío soberanista catalán ha tenido mucho de revolución de color, por mucho que haya quedado estancado en una especie de callejón sin salida. Una movilización masiva y casi permanente en las calles, actos de abierta desobediencia (retirada de banderas estatales de los edificios públicos, referéndums irregulares que carecían de cualquier reconocimiento legal, declaraciones de independencia que aun siendo simbólicas implicaban todo un desafío, etc.) e incluso llamamientos a realizar acciones desestabilizadoras más agresivas, como las que protagonizan los llamados CDR (Comités de Defensa de la República). Todo el asunto cabalga entre la movilización pacífica, y legítima, y la vía de la ruptura y el enfrentamiento, un muy delicado equilibrio que ha sumido a la sociedad catalana, y española, en una crisis sin precedentes en la Historia de nuestra actual e imperfecta democracia.
Sin embargo lo de Cataluña no es un caso aislado y la fórmula de la revolución de color está teniendo unas repercusiones mucho mayores en el país vecino, Francia. Es lo que se desprende del alcance de las protestas de los llamados "chalecos amarillos", iniciadas en noviembre del pasado año ante las muy impopulares subidas de impuestos programadas por el gobierno Macron, que por supuesto afectaban en mucha mayor medida a las clases populares y a quienes habitan en las zonas rurales y los núcleos de población pequeños. El señor Macron, candidato prefabricado por la oligarquía ultraliberal para ocupar el Elíseo, llegó a la presidencia derrochando prepotencia y dispuesto a pasar por encima de la ciudadanía para implementar su programa económico de liberalizaciones, recortes del gasto social y bajada de impuestos para las clases pudientes. Pero la inesperada revolución de color de los "chalecos amarillos" le ha estallado en la cara. Ironías del destino, recetas de desestabilización de inspiración neoliberal contra un gobierno de marcado carácter neoliberal. Las protestas de los "chalecos amarillos" no parecen tener detrás a ningún gobierno extranjero, en eso se diferencian claramente de las bien planificadas Revoluciones de color made in U.S.A, pero comparten numerosos elementos comunes y no sólo un color, el amarillo de los de los tan traídos y llevados chalecos. Hablamos de un movimiento muy transversal, surgido al margen de sindicatos y partidos políticos, que ha ido sumando el descontento popular hacia las políticas implementadas por los tecnócratas que viven muy alejados de la realidad de la calle. Y su capacidad de movilización, así como lo atrevido y agresivo de sus acciones, han hecho de los "chalecos amarillos" el mayor desafío al que se ha enfrentado la democracia liberal gala en las últimas décadas. En mi opinión mayor incluso que el excesivamente mitificado mayo del 68, pues las actuales protestas nacen desde abajo, desde las clases populares que más han sufrido los efectos de la crisis financiera iniciada en 2008, y no desde una élite de estudiantes universitarios e intelectuales afincados en París. La violencia desatada en algunos episodios, motivada en buena medida por la feroz respuesta represiva del asediado y cada vez más débil gobierno de Macron, es una buena muestra de lo que supone este desafío. Con el cambio de año las protestas habían dejado un balance de una decena de fallecidos, más de 260 heridos y centenares de detenidos. Para realizar un seguimiento más exhaustivo de lo que está suponiendo el movimiento de los "chalecos amarillos" recomiendo visitar el blog El territorio del lince, donde se nos comenta que las protestas se han extendido también a Bélgica, por mucho que los medios hegemónicos no se hayan hecho eco de ello.
Mientras tanto al otro lado del Canal de la Mancha siguen atrapados en el tortuoso laberinto del Brexit, un atolladero institucional que a buen seguro supondrá la tumba política de la señora May y su gobierno, después de la devastadora derrota sufrida en el parlamento británico el pasado 15 de enero. La aventura política iniciada con el referéndum de 2016, cuando los euro-escépticos proclamaron eufóricos su victoria, se ha tornado en una pesadilla de incertidumbre acerca de cómo diablos se va a implementar la salida de la UE sin un acuerdo. No todo era tan bonito como lo pintaban, ni el otrora grandioso Imperio Británico es ahora tan grande ni mucho menos. Ya el pasado mes de noviembre el Banco Central de Inglaterra amenazaba que, ante un Brexit sin acuerdo, la economía del país sufriría terriblemente y la libra esterlina se depreciaría hasta un 25%. Predicciones agoreras aparte, lo que muchos ciudadanos británicos están empezando a comprender es que con el Brexit pueden terminar estando mucho peor sí o sí. No hay escenarios sencillos y la transición será a buen seguro una auténtica pesadilla burocrática, con un interminable aluvión de disposiciones legales que habrá que modificar o adaptar a la nueva situación, que todavía no está del todo claro cuál va a ser mientras no haya acuerdo. La división social entre partidarios y detractores, cada uno echándole las culpas al otro, se acrecienta en un clima de incertidumbre. De este río revuelto puede sacar rédito el actual líder laborista, Jeremy Corbyn, que estaría en disposición de asaltar Downing Street para tratar de dar un importante giro de timón en la política británica. El problema es que este señor es la principal bestia negra de la élite financiera afincada en la ciudad-estado de la City londinense, por lo que no lo tendría nada fácil desde el primer día.
Que en Europa se viven tiempos de incertidumbre, de deriva, es algo que nadie puede negar y buen síntoma de ello es el repliegue sobre sí misma que supone el auge de los nacional-populismos de extrema derecha en buena parte del continente. Aquí en España nos creíamos a salvo de esta epidemia hasta que, con ayuda del lío catalán entre otras cosas, nos desayunamos con la irrupción de Vox en el panorama político. Cabalgando a lomos de la fiebre nacional-católica que barre el país, Abascal y sus secuaces también pescan seguidores en el río revuelto del confuso panorama actual, con una fragmentación política cada vez mayor. Una parte de sus votantes procedería de los sectores de la derecha más rancia, nostálgicos del franquismo que añoran un pasado idealizado que por supuesto nunca fue así y que tampoco va a volver. Dios, la Iglesia, la Reconquista, la gloria del Imperio, tradiciones identitarias como la tauromaquia o la caza... Todo giraría en preservar ese acervo cultural como si nada más importara. La vista puesta en el pasado, siempre en el pasado.
Sin embargo sería un error pensar que la formación de extrema derecha no va a captar apoyos de otros sectores sociales, como por ejemplo entre aquellos que podríamos calificar como los "machos hispánicos 2.0", jóvenes menores de 30 años que no terminan de encontrar su lugar en el mundo. En un artículo publicado en el diario digital Ctxt y titulado ForoVox, el autor nos habla de la plataforma virtual forocoches, un espacio que cuenta con alrededor de medio millón de usuarios que debaten e intercambian impresiones acerca de todo tipo de asuntos, política inclusive. Del análisis que hace, que puede ser más o menos acertado, lo que más me llama la atención es el viraje que parecen haber dado muchos de los participantes en este gran foro, obviamente en su mayoría jóvenes de sexo masculino. Si en 2014 muchos de ellos decían simpatizar con Podemos, en la actualidad se identifican con Vox de manera arrolladora ¿Qué puede demostrarnos esto? En primer lugar una cierta desafección con esa "nueva izquierda" que tanto ilusionó en un principio y que no ha tardado en comportarse como la izquierda de toda la vida; dividida, enfrentada en estériles luchas intestinas y mirándose al ombligo. El reciente espectáculo ofrecido por el tándem Errejón-Carmena es buena muestra de ello. En segundo lugar este fenómeno tal vez muestre el estado de confusión e incertidumbre en el que viven estos jóvenes, pues tratan de buscar algo a lo que aferrarse en medio de una sensación general de deriva. Atacar a las feministas y cargar contra las políticas de igualdad, en respuesta quizá a haber descubierto que las mujeres del mundo real no son como las muñequitas sexys y complacientes que pueblan el universo de fantasía de la pornografía que atesta Internet, a la que se puede acceder con extrema facilidad. Emprenderla con los inmigrantes que vienen a nuestro país en busca de un trabajo y una vida mejor, porque después de haber estudiado una carrera que lo tuyo te ha costado terminas en un curro de mierda y mal pagado, lo cual achacas a todos esos extranjeros que compiten con los nacionales en el mercado laboral y provocan asimismo una bajada generalizada de los salarios (lo que se conoce como dumping salarial), al estar dispuestos a trabajar más por mucho menos. Y como eso otras tantas cosas. Vías de escape emocionales y simples para tratar de solucionar problemas complejos.
Viendo quiénes están en el punto de mira de los dirigentes de Vox (feministas o simplemente todas aquellas mujeres que reclaman mayores cuotas de igualdad, miembros del colectivo LGTBI, inmigrantes, animalistas y ecologistas, nacionalistas catalanes, vascos, gallegos y de cualquier otro pelaje que no sea el rojigualdo o cualquier persona de ideología progresista en general), es fácil comprobar que a esta gente les sobran millones de personas en este país. Arrojar el voto por el retrete de la extrema derecha no solucionará todos los problemas que ahora tenemos, más bien los agravará creando un estado de crispación social mayor al que ahora tenemos. Y de lo que pudieran hacer en otros ámbitos tampoco se puede esperar gran cosa. El ideario económico de Vox, en esencia idéntico al del PP o Ciudadanos, ahonda en el extremismo ultraliberal y en sus mitos (libre mercado por encima de todas las cosas, cultura del esfuerzo, individualismo a ultranza, santificar la iniciativa privada y demonizar todo lo público, bajada de impuestos como panacea, reducir el Estado a la mínima expresión...). En esencia absolutamente nada nuevo bajo el sol, porque esa es la receta ideológica que nos han estado aplicando desde hace décadas ¿Cuáles han sido los resultados? Encandilados por un hecho episódico, el colapso de la Unión Soviética y de todo el bloque comunista, muchos parecen incapaces de ampliar su mirada para descubrir una tendencia histórica que parece innegable. Y ésta no es otra que la progresiva decadencia de Occidente en parte como consecuencia de haber abrazado el fundamentalismo del libre mercado, muy especialmente a partir de la década de 1980. Es este fundamentalismo el que ha hecho que la economía productiva sea pasto de los parásitos financieros, llevándonos de una burbuja especulativa a otra en una suerte de espiral descendente de crisis que no son otra cosa que un síntoma de la inestabilidad del sistema.
El repliegue occidental ha sido especialmente evidente desde 2008, cuando estalló la gran crisis financiera que supuso un antes y un después en tantas cosas. Aquel que no termine de creérselo que lea el artículo Los mercados emergentes dominarán la economía mundial en 2030, de Diego Herranz, donde se pone de relieve que, mientras Asia se va convirtiendo en el nuevo centro económico mundial, Europa va siendo desplazada hacia la periferia. Las grandes economías de Asia (China, India, Japón, Indonesia...) representaban el 20% del PIB mundial en 2010, poco después de iniciada la crisis. En 2018 ya sumaban el 28% del PIB global, estando previsto que para el 2030 ya abarquen el 35% del total. Esas mismas previsiones nos dicen que el gigante alemán, la cuarta o quinta economía del planeta hoy día (según se mire), alcanzará un PIB próximo a los 7 billones de dólares en paridad de poder adquisitivo (PPP) ese año 2030. Para entonces otras naciones como Rusia (con un PIB de casi 8 billones de dólares), Turquía (con más de 9 billones) o Indonesia (que superará los 10 billones) ya habrán dejado atrás a Alemania, la locomotora económica de la UE. Y es más, comparándola con el tamaño previsto de las economías de China (un PIB superior a los 64 billones de dólares) o India (unos 46 billones), la alemana parecerá incluso insignificante. A la luz de estos datos, ¿quién se atreve a decir que el escenario mundial no está sufriendo una trasformación drástica a la vez que histórica?
La única tabla de salvación a la que podría aferrarse la decadente y empequeñecida Europa no sería otra que la superpotencia estadounidense, de la que viene siendo un apéndice. Pero al otro lado del Atlántico también tienen sus problemas, por mucho que el presidente showman insista que todo va viento en popa con su política MAGA (Make America Great Again). La realidad puede ser otra bien distinta, según denuncia la web usdebtclock.org (nombre que significa algo así como el "reloj de la deuda" de Estados Unidos), pues el país vendría acumulando una deuda oculta verdaderamente desorbitada como consecuencia de los vencimientos y obligaciones acumulados. Una deuda que ascendería a la friolera de unos ¡122 billones de dólares!, lo que es seis veces el PIB de Estados Unidos. Mantener un imperio global es sin duda increíblemente costoso y eso, a largo plazo, se va convirtiendo en una losa cada vez más pesada para la que sigue siendo la mayor potencia del planeta. Es el lastre de tantas y tantas intervenciones en el extranjero con resultados más que dudosos. El mejor ejemplo de ello es Afganistán, ese aislado y empobrecido país de Asia Central que se ha ganado por derecho propio el calificativo de "la tumba de los Imperios". Son ya 17 años de intervención en aquellas tierras y, para todo aquel que quiera saber cuál ha sido el resultado, le recomiendo que lea el artículo de la revista Weekly Standard (que se especializa en asuntos de política internacional y Defensa) titulado The Afghanistan War is over. We lost (La Guerra de Afganistán ha terminado. Perdimos). Después de que 6.000 soldados estadounidenses perdieran la vida en suelo afgano en todo este tiempo, que un número muy superior regresara con secuelas físicas y psicológicas y de que la Administración norteamericana se haya gastado en ella entre 840.000 millones (según estimaciones a la baja) y más de 2 billones de dólares, en algunos casos en cosas tan absurdas como lanchas rápidas (en un país sin salida al mar) o programas para introducir el cultivo de la soja (cuando los afganos no consumen esta legumbre) ¿Se han logrado los objetivos que se plantearon en 2001? A día de hoy los talibanes sientan a sus representantes en la mesa de negociación en Qatar y campan a sus anchas por buena parte de Afganistán. A esto se lo puede llamar de muchas maneras, pero a mí no se me ocurre otra palabra nada más que fracaso. Incapaz de concluir las guerras que empezó al Tío Sam sólo le queda iniciar el repliegue si no quiere seguir dilapidando sus recursos, y su menguante supremacía, en empresas infructuosas.
Asistimos a la era del crepúsculo del poder Occidental, un crepúsculo que puede ser todavía mayor en Europa. Y ese declive es en buena parte responsabilidad nuestra, no pudiendo culpar de ello a la competencia desleal de los chinos o a las oscuras injerencias rusas, con ese pretendido ejército de hackers, trolls y difusores de fake news al servicio del Kremlin que, según los medios de por aquí, no paran de interferir para influir en referéndums, resultados electorales o procesos secesionistas. Señalar a otros en vez de señalarnos a nosotros mismos no solucionará nuestros problemas. Tampoco nos salvaremos levantando muros para aislarnos cada vez más, escondiendo nuestras miserias detrás de una bandera o aferrándonos a un pasado de tradiciones rancias, reconquistas, imperios perdidos hace tiempo o sagradas cruzadas por la unidad nacional. Porque aquel que sólo tiene el pasado como referente bien puede terminar estrellándose contra el futuro. Hoy más que nunca se hacen necesarios vientos furiosos de renovación y, en ese sentido, el movimiento de los "chalecos amarillos" tal vez sea un síntoma de lo que está por venir. No podemos quedarnos sentados esperando a que, esas mismas élites que nos metieron en el actual atolladero, nos vayan a sacar de él. Muchas trasformaciones sociales (mayores derechos laborales, para las mujeres, para los colectivos LGTBI...) se han conseguido mediante la presión popular y la lucha en la calle. No va a ser distinto ahora, una revolución de color aplicada como medicina a aquellos que la idearon para recetársela a otros.
Kwisatz Haderach
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