De religiones e ideologías

Las ideologías políticas modernas, basadas fundamentalmente en el pensamiento humanista, bien podrían ser consideradas como religiones, ya que comparten muchos elementos comunes con los sistemas de creencias tradicionales. Desde este punto de vista, dichas ideologías no serían más que una manifestación más del fenómeno religioso.


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Este gráfico muestra cuáles eran las religiones más importantes del mundo, medidas en porcentaje
de la población mundial que las practicaba, hacia el año 2010. Como se puede comprobar, más de la
mitad de la población mundial pertenecía a las confesiones cristiana y musulmana, siendo la primera
la que engloba a mayor número de creyentes (todo y que el cristianismo tiene muchas variantes que 
se manifiestan en las comunidades católica, ortodoxa, luterana, evangelista...). También se puede
observar que, aun en pleno siglo XXI, el porcentaje de población que se consideraba no religiosa
o atea seguía siendo minoritario hace una década. 

      ¿Qué es la religión? Todo y que no existe un consenso académico que permita definir el fenómeno religioso, dado que es extremadamente complejo y variado, podemos considerar que una religión es un sistema ordenado de creencias, comportamientos, convenciones sociales, prácticas más o menos estandarizadas, cosmovisiones, tradiciones (que pueden ser exclusivamente orales o escritas), simbología, lugares de culto y valores éticos propios de una comunidad humana determinada y que se fundamentan en una serie de elementos sobrenaturales, espirituales o trascendentales, es decir, que no tienen una base racional. Estamos ante un fenómeno cultural posiblemente tan antiguo como nuestra propia especie, el Homo sapiens, y que sigue gozando de muy buena salud a pesar de que nuestra civilización global actual es principalmente científica y tecnológica. Una encuesta realizada en 2012 mostraba que casi el 60% de los habitantes del planeta se consideraba religioso, manifestando profesar una u otra creencia, mientras que apenas un 13% se declaraba abiertamente ateo. Las religiones siguen teniendo un arraigo muy importante en nuestro tiempo, todo y que el número de personas que se consideran no religiosas ha ido aumentando lentamente a lo largo de las últimas décadas.

     Contrariamente a lo que muchos puedan pensar, religión no es creer en la existencia de una o varias divinidades o dioses. En el pasado y también en el presente han existido y existen muchas religiones que no incluyen la figura de ningún dios en su sistema de creencias. Las llamadas religiones animistas (del latín animus, que significa espíritu o alma), propias de las sociedades tribales de cazadores-recolectores por ejemplo, se fundamentan en una cosmovisión repleta de espíritus que se asocian a determinados lugares, a animales, plantas e incluso objetos. Esos espíritus pueden ser más o menos poderosos, como también los hay que son coléricos o terribles y, asimismo, amistosos o benefactores, pero no se encuentran en un plano superior de existencia con respecto a los seres humanos ni rigen sus destinos. Así pues la relación de los humanos con el mundo de los espíritus se basa más bien en la coexistencia (marcada por una serie de ritos y convenciones para relacionarse con dichos espíritus) y no en el vasallaje o la sumisión, que es la relación jerárquica propia del teísmo, en la que la deidad es el soberano absoluto y los devotos creyentes sus obedientes súbditos. Y existen más religiones sin dios aparte de estos cultos animistas considerados por muchos como "primitivos", al ser la manifestación religiosa más antigua conocida. En Asia surgieron y se extendieron dos importantes religiones de ley natural, en las que las divinidades, en caso de existir, ocupan un papel claramente secundario, al basarse en un principio ordenador universal, que es más bien un concepto filosófico, como elemento central de su doctrina. En el caso del taoísmo, surgido en China entre los siglos VI y IV a.C, este principio es el llamado Tao (camino, vía o doctrina), que es una especie de flujo universal que jamás se detiene y que mantiene el orden y equilibrio de todas las cosas. Dicho flujo hace circular además el chi (o qì) que es la energía vital que, por ejemplo, sustenta la vida de todos los seres, incluidas las personas. La otra gran religión de ley natural es el budismo, que actualmente profesan más de 1.000 millones de personas en todo el mundo. Surgido también hacia el siglo V a.C en base a las enseñanzas de Siddharta Gautama (Buda), el budismo explica la naturaleza que nos rodea en base a tres fenómenos del mundo percibido (el Tri-Laksana o las Tres Características de la Existencia): la transitoriedad o cambio, la insustancialidad y el sufrimiento o insatisfacción. En base a estos conceptos el budismo erige su cuerpo doctrinal, que es más bien una filosofía de vida, un conjunto de normas y conductas, encaminadas a la eliminación de toda forma de deseo como vía para eliminar también la insatisfacción y el sufrimiento, causa principal de todos los males del mundo.

     Así pues el teísmo no es más que una variante del fenómeno religioso de entre las muchas que existen, todo y que en Occidente estemos tan familiarizados con ella que casi la consideremos la única, al ser las religiones teístas las que han dominado durante más de dos mil años. Dentro de esta familia encontramos confesiones politeístas (incluyen muchos dioses), dualistas (el mundo es el campo de batalla de dos fuerzas contrapuestas, las de la luz y las de la oscuridad) y monoteístas (sólo existe una única deidad todopoderosa creadora del Universo). Las llamadas religiones abrahámicas (judaísmo, cristianismo e islamismo) pertenecen a esta última clase y se originaron todas en el Medio Oriente. Cristianismo e Islam tienen asimismo un carácter misionero, es decir, se distinguen por su afán expansivo, que es la convicción de que todo el mundo ha de convertirse a su credo porque éste es el único verdadero. Esta característica ha hecho de estas dos religiones las más extendidas del mundo (hacia 2010 había en el mundo unos 2.450 millones de cristianos de diversas confesiones y más de 1.400 millones de musulmanes), porque su expansión se ha efectuado a menudo de forma violenta por la vía de la conquista y la imposición. A lo largo de los siglos cristianos y musulmanes se han caracterizado sobre todo por su marcada intolerancia hacia otros credos, al considerar ambas comunidades que su doctrina era la única posible, mientras que a aquellos que no la seguían se los consideraba paganos, infieles o herejes y, a menudo, eran perseguidos en consecuencia. La historia del Islam y la Cristiandad está repleta de guerras de carácter religioso, cruzadas y yihad violentas, persecuciones contra disidentes y campañas para erradicar lo que se consideraba herejía. Este constante baño de sangre ha dado sus frutos y cristianos y musulmanes se afianzaron de manera tal en sus respectivas áreas de influencia, que eliminaron casi por completo o arrinconaron a otras confesiones religiosas hasta hacer de su presencia algo meramente testimonial.

     Con el advenimiento de las revoluciones Científica e Industrial a finales del siglo XVIII y en el XIX, las sociedades de Occidente experimentaron una profunda trasformación y la Religión dejó de ser el patrón universal e incuestionable con el que todo debía medirse. Las innovaciones científicas y tecnológicas también vinieron acompañadas de una renovación del pensamiento al calor de las revoluciones liberales que tuvieron lugar en esa misma época. Una nueva doctrina emanó de ellas, el pensamiento humanista, que en cierto modo divinizaba la figura del hombre (que no de la mujer en un principio) como un valor supremo, de manera tal que la vida humana y los derechos y libertades que se derivaban de la misma eran considerados también bienes supremos dentro de esta nueva escala de valores. Esta revolución del pensamiento ha marcado profundamente la Historia Contemporánea, pues ha dado origen a cosas que hoy día consideramos incuestionables en su mayor parte: la democracia, la igualdad de todos los ciudadanos ante la Ley y los derechos humanos, entre otras cosas.  Hay que recalcar que nada de eso existía antes del siglo XVIII, por muy chocante que nos pueda parecer al estar tan familiarizados con tales conceptos. Pero el pensamiento humanista, al igual que las religiones de antaño, no es un todo homogéneo y, a lo largo de estos últimos dos siglos y pico, ha dado lugar a diferentes corrientes. Todas se centran en la figura del hombre (vuelvo a insistir que no en la de la mujer en un principio) como elemento cuasi sagrado que sustenta su doctrina, pero difieren en una serie de aspectos esenciales. El Humanismo ha engendrado dos grandes corrientes históricas y, se podría decir, un hijo bastardo; son los siguientes:
  • El Humanismo liberal o Liberalismo. Considera al individuo como el valor supremo y, por tanto, sus libertades y derechos individuales como los bienes más valiosos que hay que cuidar y defender. Desde este punto de vista, los ataques a estas libertades y derechos individuales son considerados como inaceptables, el mayor de todos los males. El Liberalismo es, posiblemente, la corriente ideológica que más ha influido en Occidente, dando forma a buena parte de nuestra actual escala de valores e inspirando asimismo el cuerpo doctrinal de nuestros sistemas legales. Todo gira en torno al individuo, sus derechos inalienables y las libertades de las que debe disfrutar por el mero hecho de ser un miembro más de la sociedad.
  • El Humanismo social o Socialismo. A diferencia del anterior encumbra a la sociedad, el conjunto de todas la personas que la componen, como el valor supremo. Así las libertades y derechos del individuo quedan relegados a un segundo plano, pues es el bien común lo más importante. Desde este punto de vista el principal mal a combatir es la desigualdad social, generadora de tensiones, injusticias y conflictos. Todo y que en buena parte de Occidente no ha sido la corriente de pensamiento hegemónica (por algo a las democracias de por aquí se las califica de "liberales"), qué duda cabe que el Socialismo ha influido y muchísimo en nuestras sociedades, así como también en las de otras muchas partes del mundo, conformando en parte nuestra forma de pensar y nuestros valores.
  • El Racismo "científico". También llamado a veces "Humanismo evolutivo" por inspirarse en el conocido como "darwinismo social", una doctrina pseudocientífica que adapta a conveniencia las teorías de Charles Darwin acerca de la evolución de los organismos vivos mediante el mecanismo de la selección natural. El Racismo también se fundamenta en la figura del hombre como el valor supremo, pero a diferencia de los anteriores considera que el bien superior ha de ser mantener la pureza genética de las razas más evolucionadas (entiéndase las de origen europeo) evitando que se mezclen con las razas menos evolucionadas (entiéndase las de origen no europeo), para evitar así que la humanidad degenere, lo que pondría en peligro la supervivencia de la civilización e incluso de la propia especie. Salvaguardar el futuro de la humanidad salvaguardando la pureza racial de los individuos más evolucionados, ésa es la idea, cada raza separada del resto y ocupando el lugar que le corresponde (los blancos por supuesto en la cúspide y los demás bajo ellos). Todo y que las teorías racistas son un auténtico disparate, han tenido una muy reconocible influencia en la Historia Contemporánea, sirviendo de base para justificar la esclavitud, el colonialismo, las políticas segregacionistas e incluso los demenciales planes genocidas de los nazis.
Pero este repaso a las ideologías modernas, que tantísimo influyen en nuestras vidas en el día a día (tanto o más que las religiones en la mayoría de casos), no estaría completo si no añadiéramos otras dos que no se derivan del pensamiento humanista. La primera de ellas es el nacionalismo, que encumbra la idea del Estado-nación, la Patria como dirían otros, como el valor supremo fundamental en torno al cual todo ha de articularse. Desde esta perspectiva nada hay más importante que la nación en la que vives, su independencia respecto a otras pero también su indisoluble unidad, y es de obligado cumplimento dar muestras de amor y entrega hacia ella. "Todo por la Patria", ese conocido lema que luce a la entrada de los cuarteles de la Guardia Civil, expone a la perfección lo que supone el pensamiento nacionalista. Implica estar dispuesto a todo con tal de defender a tu país, incluso hasta dar tu vida por él, como prueba de tu amor incondicional hacia el mismo. La Patria, entendida casi como un ente intangible, es esa madre de todos, una especie de diosa a la que se le rinde culto a través de toda una serie de símbolos, rituales y convenciones sociales destinados a fortalecer el espíritu patriótico de los individuos. Actos tales como la exaltación de las banderas y otros símbolos nacionales de toda índole (determinados lugares o figuras históricas, ciertas festividades, etc.), entrarían dentro de los rituales nacionalistas. Nadie puede negar que los nacionalismos han tenido una influencia tan importante como el pensamiento humanista en la Historia Contemporánea, hasta tal punto que los últimos doscientos años no se pueden entender sin los primeros. En cierto modo, y al menos en las sociedades más avanzadas, todos somos humanistas de una u otra orientación, pero también somos nacionalistas en mayor o menor medida. Somos así por la sencilla razón de que nos han educado así, como también a nuestros padres y abuelos, de la misma manera que a los europeos del medievo se los educaba en la incuestionable idea de un único Dios todopoderoso y en la infalibilidad de la Santa Madre Iglesia y sus ministros.

     La segunda y última ideología que falta es el capitalismo que, indudablemente, ha tenido y sigue teniendo una influencia inmensa en nuestra actual civilización, siendo una de las doctrinas más exitosas de los últimos siglos. Acerca de las características del capitalismo se puede hablar durante incontables horas, pero para ser breves y concisos buena parte de su doctrina gira en torno a una idea central, el crecimiento, entiéndase en términos exclusivamente económicos o en un sentido más amplio. Dicha idea de crecimiento impregna de principio a fin todo el pensamiento capitalista, pues es considerada dogma incuestionable. Tanto es así que no se puede ser capitalista y no creer que el crecimiento es el bien supremo al que toda sociedad ha de aspirar por encima de casi cualquier otra cosa. Pesando detenidamente en ello caemos en la cuenta de que, siendo en parte humanistas y nacionalistas, también somos al mismo tiempo capitalistas. Todos, o casi todos, desde políticos, pasando por pequeños o grandes empresarios, hasta humildes trabajadores, creemos en el crecimiento. Es algo que casi ni se cuestiona la mayoría de veces, pues se asocia a progreso, enriquecimiento, bienestar, estabilidad y, en definitiva, a todas aquellas cosas que consideramos positivas y necesarias para el conjunto de la sociedad. Y lo contrario se asocia precisamente a cosas por completo indeseables: estancamiento económico, pobreza, crisis, inestabilidad, incertidumbre... Tanto es así que, a pesar de que existen líneas de pensamiento alternativas, como la conocida teoría del decrecimiento, éstas siguen siendo minoritarias y son vistas por muchos casi como herejías modernas, utopías imposibles además de peligrosas propias de grupos marginales que no tienen ni idea de lo que dicen. En todo esto no debemos olvidar que el crecimiento, elemento central del pensamiento capitalista, no es en absoluto una idea racional. No lo es porque es imposible crecer indefinidamente en un planeta con recursos finitos como el que vivimos, pero aun así seguimos aferrados a esa idea que, de forma consciente o inconsciente, consideramos incuestionable en nuestras vidas.

    En este breve repaso por las ideologías modernas nos hemos dejado algunas otras que han tenido una enorme relevancia en la Historia reciente. Como por ejemplo el feminismo, que en realidad sería una variación del pensamiento humanista liberal, en tanto que se manifiesta como una aspiración de las mujeres a equipararse con los hombres en cuanto a derechos y libertades individuales (y por supuesto también colectivas). El feminismo es una consecuencia lógica de la evolución del pensamiento humanista, que al principio sólo incluía a los hombres (pues todas las sociedades eran férreos patriarcados) y luego terminó extendiéndose a todos los seres humanos independientemente de su género, raza o condición. Es por este motivo que la misma idea se encuentra en el origen también de los movimientos LGTBI, que surgieron casi un siglo más tarde que el feminismo. Y, aunque pueda parecer disparatado, el movimiento animalista también es una evolución de esta línea de pensamiento, al considerar que los animales también han de gozar de sus derechos y no deben ser maltratados ni explotados cruelmente. Simplemente lo único que hacemos es ir ampliando la idea para englobar a más y más individuos en ella. Si ahora consideramos que los animales domésticos son propiedades, y no sujetos de pleno derecho, tampoco debemos olvidar que, hace sólo unos pocos siglos, las mujeres y los niños también eran considerados propiedades y, por tanto, los hombres podían hacer con ellos lo que quisieran (incluso matarlos) sin que hubiera el menor problema. Las cosas evolucionan y lo que antes se consideraba un despropósito hoy día es algo que nadie, o prácticamente nadie, se atrevería a discutir.

    Así pues comprobamos que nuestra sociedad actual ha sido conformada por múltiples movimientos ideológicos, que en muchas aspectos han terminado ocupando el papel central que las religiones ocupaban en exclusiva hace siglos, si bien como hemos visto éstas no han desaparecido ni mucho menos. En algunos aspectos podemos considerar a las ideologías como "competidoras" de las religiones tradicionales. Y hay que recalcar lo de "tradicionales", porque en no pocos aspectos las ideologías modernas tienen mucho de religión. Tal y como las define el historiador y exitoso escritor Yuval Noah Harari, unas y otras son realidades intersubjetivas imaginadas colectivamente. Los espíritus mágicos, las divinidades, los conceptos filosóficos, la democracia, los derechos humanos, los estados-nación... Todos ellos surgen de nuestra imaginación, productos creados por nuestro increíblemente complejo cerebro, que al trascender a una colectividad que los comparte, cree en ellos, los integra en su cultura y tradiciones y termina trasmitiéndolos a la siguiente generación, devienen en realidades colectivas que imprimen su carácter a una sociedad determinada. El elemento fundamental es siempre un intangible, ya sea una entidad sobrenatural (como un dios que no podemos ver, pero que está en todas partes) o un concepto al que le otorgamos la categoría de valor supremo (la patria, la vida humana, etc.).

    Y, como las religiones, las ideologías también pueden sufrir fenómenos de sincretismo, es decir, reunir o armonizar diferentes conceptos procedentes de corrientes distintas, por mucho que a veces puedan parecer contrapuestos. El cristianismo es un credo en parte sincrético, no solo por derivar de la religión abrahámica raíz, el judaísmo, sino porque incorpora en su tradición elementos de otras confesiones que en principio nada tienen que ver con su doctrina básica. Un ejemplo de ello sería la figura del Diablo o Satanás, ese señor de las tinieblas que reina en los infiernos y que simboliza al Mal, estando a la cabeza de una abyecta legión de ángeles caídos o demonios. De entrada en una religión puramente monoteísta, que cree en una única divinidad todopoderosa y omnisciente, la figura de una contraparte maligna no tiene demasiado sentido. Al fin y al cabo, ¿quién sería capaz de hacerle sombra a ese Dios con un poder y sabiduría ilimitados? Sin embargo la presencia del Diablo en la tradición cristiana se debe más bien a un aporte de las religiones dualistas, muy extendidas cuando se originó el cristianismo, de las que terminó tomando la idea por mucho sea contradictoria. En las ideologías modernas también se ha dado este proceso de sincretismo y, por ejemplo, los nacionalismos han terminado fundiéndose en muchos casos con el pensamiento liberal o el Socialismo. De la misma manera estos dos últimos, partiendo en principio de puntos de vista opuestos, han llegado a combinarse para engendrar la llamada socialdemocracia, que pretende armonizar conceptos de uno y otro lado. Y prueba bastante clara de que religiones e ideologías son en cierta forma primas hermanas es el hecho de que unas y otras también pueden combinarse, dando lugar a corrientes de marcada influencia en determinados ámbitos. Ahí tenemos por ejemplo al nacionalcatolicismo franquista, al movimiento sionista (que mezcla elementos del nacionalismo y el judaísmo) o al islamismo (que trata de armonizar las corrientes políticas actuales con las enseñanzas islámicas tradicionales).

     En última instancia las ideologías modernas también han entrado y siguen entrando en conflicto unas con otras, del mismo modo que las religiones lo han hecho. Es por esto que el comunismo soviético, una derivación más extrema del Socialismo, adoptó en cierta forma las características de una religión misionera, con sus comisarios políticos haciendo las veces de sacerdotes, su afán expansivo para extenderse a cuantas más naciones mejor, su simbología y rituales, etc. Y, como religión misionera que era, el comunismo soviético buscaba afianzarse como doctrina única en la sociedad y no deseaba competidores (ya fueran religiosos o ideológicos), algo muy similar a como hicieron otros regímenes de partido único como el fascismo o el nazismo. En todos estos casos la intolerancia hacia otras creencias solía ser la marca de la casa, lo cual explicaría el ensañamiento con el que se enfrentaron las ideologías fascista y comunista durante la Segunda Guerra Mundial. No en balde la lucha librada en el Frente Oriental entre 1941 y 1945 alcanzó unas cotas de brutalidad, sino las superó, comparables a las de las guerras de religión entre católicos y protestantes que ensangrentaron Europa durante los siglos XVI y XVII. Esta intolerancia es también algo muy propio de los nacionalismos, lo cual ha sido causa también de innumerables conflictos. Yéndonos a un ejemplo doméstico, observamos que un nacionalista radical español puede terminar viendo a un independentista catalán como si fuera un hereje (traidor sería el término que emplearía), mientras que este último ya no se considera español porque eso sería una acto de imperdonable deslealtad hacia su querida República Catalana. En uno y otro caso operan mecanismos que no son muy distintos a los que caracterizan a determinadas creencias religiosas.

    En definitiva, que religiones e ideologías no son tan distintas como podríamos pensar. Y no lo son porque, en cierta manera, las personas necesitamos creer en algo, ya sea para integrarnos en la comunidad, ya sea para encontrar un sentido a nuestra existencia o ya sea porque así pensamos que se puede terminar mejorando el mundo que nos rodea. Otra cosa muy distinta será que esas convicciones nos hagan entrar en conflicto con otros, ya que no todos tenemos por qué pensar igual, y no seamos capaces de tolerar las diferencias.          



Artículo escrito por: el Segador


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