Decir que la conquista del Nuevo Mundo fue obra de una horda de marinos mutantes puede parecer excéntrico o incluso un disparate. No obstante, y aun a riesgo de caer en una excesiva simplificación de los hechos, dicho proceso puede abordarse desde una perspectiva biológica.
Todos los años, con la llegada de la festividad del 12 de octubre, conocida también como Día de la Hispanidad (y que también algunos insisten en llamar Fiesta Nacional de España), surge la eterna polémica en relación a la celebración de dicha efeméride. La llegada de Colón y sus marinos al Nuevo Mundo, allá por el año 1492, fue el punto de inicio para la conquista y colonización del continente americano por parte de los europeos. En dicho proceso castellanos y portugueses tomaron la iniciativa y fundaron los primeros grandes imperios coloniales; más tarde se les sumarían ingleses, franceses y holandeses. Estos hechos, unidos al establecimiento del deleznable comercio de esclavos a través del Atlántico (su captura en África para ser forzados a trabajar hasta la muerte en América), inauguran supuestamente la era de la supremacía europea en el mundo. Desde luego esto es algo que enorgullece a muchos por estas latitudes, un hito que celebrar como demostración de la superioridad y éxito de nuestra cultura, así como también del valor, audacia e ingenio de nuestros antepasados. Luego se presenta, claro está, la otra cara de la moneda, los horrores asociados a la conquista. Genocidio, explotación, destrucción de civilizaciones enteras, desaparición de la mayor parte de las señas de identidad culturales de los pueblos sometidos... Las polémicas sobre estas cuestiones continúan, alimentando la Leyenda Negra con terroríficas exageraciones acerca de las atrocidades cometidas por los conquistadores, que no por ello fueron menos repudiables.
No obstante, más allá de la controversia, los tópicos o la debida consideración hacia lo que supuso la conquista para los pueblos americanos, podemos abordar el proceso adoptando un enfoque menos partidista y un poco más científico, biológico incluso. Es entonces cuando descubrimos que la colonización ibérica del Nuevo Mundo en particular, y europea en general, se debió en buena medida a ciertas adaptaciones, sin ninguna relación en principio con el arte de la guerra, que otorgaron ventaja a los conquistadores. Mucho más importante que la metalurgia, las armas de fuego o los caballos, fueron los conocimientos sobre navegación y la particular resistencia a ciertos patógenos con los que los europeos habían convivido durante siglos.
Se mire como se mire resulta indudable que, para las poblaciones nativas de América, la llegada de los europeos supuso una catástrofe de dimensiones bíblicas. De entrada obtuvieron algún que otro beneficio a causa de dicho contacto, como el uso del caballo (ejemplares asilvestrados que huyeron del control de los exploradores españoles) por parte de los pueblos itinerantes de las llanuras del oeste norteamericano, que revolucionó su cultura material. Sin embargo el balance final es claramente negativo. Todo y que es difícil establecer censos precisos y las cifras varían según los autores, se estima que a comienzos de siglo XVI vivían en las áreas de influencia mexica (azteca) y maya de México y parte de Centroamérica entre 20 y 25 millones de personas. Por contra hacia 1625 la población nativa dentro de esa misma área apenas sí ascendía al millón, menos del 5% de la original. El colapso demográfico es más que evidente y se produjo de forma similar en otras partes del continente. En los territorios del antiguo Imperio Inca hay documentadas sucesivas epidemias de viruela, tifus, difteria y otras enfermedades que causaron estragos entre la población a lo largo de todo el siglo XVI y principios del XVII. Idéntica suerte correrían asimismo numerosas poblaciones amazónicas, pese a quedar mayormente fuera de la esfera colonizadora inicial. Se ha hablado mucho acerca del papel que las enfermedades infecciosas jugaron en la conquista del Nuevo Mundo, apuntándose incluso que en cierta medida se practicó una forma primitiva de guerra biológica. Muy probablemente fueron los agentes patógenos que los europeos llevaron consigo, más que el arcabuz o la espada, los que abrieron el continente americano a la colonización al eliminar físicamente a muchos de los que se hubieran opuesto a ella.
Aparte están las consideraciones de índole tecnológica, aquello de que los "indios" estaban mucho más atrasados y por ello eran carne de conquista. Dicha diferencia en cuanto a tecnología y conocimientos no hubiera resultado tan determinante de no ser por el hecho de que fueron los europeos, y no al revés, los que controlaron las rutas de navegación hacia el Nuevo Mundo. De entrada los conquistadores castellanos eran un grupo reducido si los comparamos con las poblaciones nativas, pero la extraordinaria movilidad que les otorgaban sus embarcaciones resultaba ser una ventaja insuperable. Si una expedición fracasaba, siempre se podía regresar a la península para reclutar a nuevos aventureros y mercenarios que estarían de vuelta en las Américas en cuestión de meses. Tal y como dice el protagonista del épico film Bailando con lobos: "Vienen y van a seguir viniendo... tantos como estrellas". Lo hicieron simplemente porque podían.
De esta manera si no hubieran sido los Cortés, Pizarro, Orellana y compañía los que triunfaran en sus empresas de conquista, con toda seguridad hubiera sido cualquier otro. Habría sido inevitable. Más tarde o más temprano nuevas flotas de galeones y carabelas hubieran arribado a costas americanas, portando consigo su carga de colonizadores ansiosos de gloria y fortuna, portando también monturas y armas temibles, pero portando a su vez una carga microbiana letal. En cierto modo castellanos, portugueses y otros se comportaron como especies invasoras en el sentido biológico de la palabra. Tal y como han hecho ciertas criaturas como el mosquito tigre, el mejillón cebra, la rata gris o el gato doméstico en multitud de entornos, aprovecharon ciertas ventajas adaptativas que les permitieron imponerse sobre las poblaciones nativas. Y dichas ventajas fueron el resultado de desafíos que los europeos se vieron obligados a afrontar, de forma consciente o inconsciente, para poder sobrevivir y prosperar en el entorno en el que vivían. Nada que ver en principio con ser unos guerreros más bravos y disciplinados. Hablamos una vez más de las técnicas de navegación y de la resistencia a un conjunto de enfermedades que resultaron mortales para los nativos americanos ¿Por qué surgieron estos conocimientos y adaptaciones?
Es por eso que, llegado el momento, toda esta tecnología y habilidades resultaron tremendamente útiles para cruzar el Atlántico y ocupar nuevas tierras del otro lado. El prestigioso economista Paul Krugman, galardonado en su día con eso que llaman el "Nobel en Economía", expuso hace no mucho esta interesante (y algo aventurada) teoría, según la cual la necesidad de comerciar por mar y pescar para poder alimentarse, está en la base de los grandes imperios coloniales europeos que han modelado la Historia mundial durante los cinco últimos siglos. Krugman utiliza el apelativo de "los mongoles del mar" para referirse a los navegantes y marinos de Europa, término que no es ni mucho menos despectivo a pesar de sus connotaciones de barbarie. La capacidad para desplazarse rápidamente a caballo grandes distancias, hacerlo en partidas muy numerosas, montar y desmontar campamentos en un abrir y cerrar de ojos y el dominio magistral del arco compuesto para la caza y el combate, habilidades desarrolladas por los jinetes de las estepas de Asia en su forma de vida nómada, tuvieron como consecuencia la creación de un gran imperio continental por parte de Gengis Kan y sus sucesores. Unas adaptaciones para sobrevivir en un entorno determinado terminan transformándose en una ventaja definitiva frente a distintos competidores, casi como la bipedestación de nuestros ancestros simios una vez se abrieron paso por vez primera por las llanuras africanas hace unos cuatro millones de años. En el caso que nos ocupa, lo mismo se podría decir de los navegantes europeos.
Por otro lado puede resultar ciertamente llamativo, y de hecho sorprendía a los propios conquistadores, que las distintas enfermedades que ellos mismos trajeron resultaran tan mortíferas para los pueblos indígenas de América ¿Por qué estos últimos morían en gran número mientras la mayoría de europeos sobrevivía? Muy sencillo, fueron los conquistadores los que introdujeron todos esos agentes infecciosos y, en consecuencia, habían desarrollado una mayor inmunidad a ellos. A menudo consideramos que debían de ser tipos muy duros para lograr lo que lograron y en efecto lo fueron. Sencillamente había que ser bastante duro sólo para llegar a la edad adulta en la Europa de la época. Sobre todo en las ciudades, aquel era un entorno dominado por el hacinamiento excesivo y una ausencia total de higiene. La gente vivía rodeada de sus propios desperdicios, de ratas, chinches, pulgas y todo tipo de agentes transmisores de enfermedades. Si a eso le sumamos unos conocimientos médicos prácticamente inexistentes y unos tratamientos por regla general ineficaces, tenemos un entorno ideal para la propagación de cualquier clase de bacteria o virus patógeno, como bien demostraron las epidemias de peste del siglo XIV. El que no desarrollaba inmunidad no podía esperar vivir demasiado, lo que finalmente convirtió a los europeos en auténticas armas biológicas ambulantes, mutantes ultrarresistentes a muchas enfermedades al tiempo que potentes vectores de transmisión.
Por lo que sabemos en virtud al desarrollo de los centros urbanos en México y el Perú, la gentes de América se preocupaban un poco más por la higiene y el tratamiento de residuos. Por otro lado muchas poblaciones de ese continente vivían especialmente dispersas, cuando no ciertamente aisladas, por lo que los contactos con grupos humanos procedentes de lugares alejados no eran demasiado frecuentes. En ese sentido la irrupción de los colonizadores supuso un auténtico shock, puesto que todos estos pueblos no tuvieron tiempo para desarrollar la debida inmunidad ante la avalancha de patógenos virulentos que hubieron de afrontar. La transmisión de enfermedades es uno de los principales problemas que salen a la luz cuando dos poblaciones, aisladas durante siglos o milenios, entran en contacto repentinamente. En el choque los nativos americanos llevaban las de perder, ya que desde su punto de vista fueron víctimas de una invasión de habilidosos marinos mutantes inmunes a terribles enfermedades. Y un apunte más, la tan cacareada "evangelización" de las Américas quizá no hubiera sido tan exitosa de no ser por todas estas calamitosas epidemias. No es que los indígenas fueran tontos, faltaría menos, pero es bastante probable que, viendo como ellos caían como moscas mientras los españoles sobrevivían, pensaran que el dios de estos últimos les protegía de alguna manera frente a la enfermedad y la muerte. Convertirse para quedar bajo la protección de una divinidad tan poderosa era una decisión ciertamente lógica, si bien al final no les sirvió de mucho. Desde esta perspectiva la Iglesia Católica bien debería levantar un monumento en honor de la viruela o el tifus en agradecimiento a su labor evangelizadora.
Para concluir conviene recordar que muy a menudo no nos damos cuenta de lo parcial o tergiversada que puede llegar a estar la Historia que nos han inculcado. Por mucho que "flipemos" (hablando coloquialmente) con eso de que España era la gran superpotencia mundial durante el siglo XVI, el tan traído y llevado "Imperio en el que nunca se ponía el Sol", esta afirmación no se corresponde exactamente con la realidad. Sí, los reinos unificados de Castilla y Aragón llegaron a ser la potencia europea dominante de la época. Sí, los conquistadores cruzaron el océano a machacar, exterminar y someter a los pueblos del Nuevo Mundo, para luego tomar posesión de sus tierras. E incluso sí, Occidente comenzó por entonces su imparable ascenso. Pero todavía quedaba mucho camino por recorrer. En aquel tiempo las grandes potencias asiáticas, como el Imperio Otomano (que controlaba enormes extensiones de Europa oriental, la actual Turquía, el norte de África y los Santos Lugares del Islam, el judaísmo y la cristiandad), la Persia de la dinastía Safávida (que se extendía desde lo que hoy es Irak hasta Afganistán), el Imperio Mogol (que abarcaba la mayor parte del subcontinente indio) o el Imperio Chino de la dinastía Ming (que sin ser tan impresionante como la China actual gobernaba sobre más de cien millones de súbditos, una población inaudita para la época), eran Estados verdaderamente formidables y avanzados. Ningún reino de la Europa del siglo XVI, ni tan siquiera esa España imperial "que se repartió el mundo" (¡más quisieran ellos!) con Portugal en el Tratado de Tordesillas (1494), podía compararse en población, desarrollo urbano, magnitud de las infraestructuras y las obras públicas, complejidad social y administrativa, organización económica, progreso cultural e incluso me atrevería a decir que desarrollos tecnológicos y poderío militar, con estos grandes imperios asiáticos. En casi todos los aspectos seguían siendo superiores a los occidentales.
No sería hasta bien entrado el siglo XVIII que los europeos comenzaron a superar claramente a estos rivales, conforme las potencias tradicionales de Asia entraron en decadencia e incluso iniciaron su proceso de desintegración, como los mogoles y los otomanos. Los progresos de Occidente en ese mismo periodo, como la revolución científica primero y la industrial más tarde, resultaron determinantes. Pero nada de eso hubiera sido posible de no ser por el hecho de que algunas de esas naciones del extremo occidental de Eurasia, relativamente pequeñas y poco pobladas, aprendieron "a gobernar sobre las olas". Las grandes exploraciones geográficas que finalmente las transformaron en auténticas potencias globales se debieron a la destreza marinera adquirida a lo largo de generaciones, así como a la inmunidad contraída a toda suerte de enfermedades en virtud de la nada higiénica forma de vida de estos pueblos de navegantes. Una estirpe de auténticos marinos mutantes.
Para saber más:
The indian population of Central Mexico. Cook, S. F. y W. W. Borah (1963. Berkeley - Cal. -, University of California Press).
Mongols of the sea - Amateur Historical Specutation - (Paul Krugman - Opnion Pages. The New York Times).
El dominio del mar por los occidentales (Artehistoria).
Las plagas de España en América (La pluma del Tocororo).
Se mire como se mire resulta indudable que, para las poblaciones nativas de América, la llegada de los europeos supuso una catástrofe de dimensiones bíblicas. De entrada obtuvieron algún que otro beneficio a causa de dicho contacto, como el uso del caballo (ejemplares asilvestrados que huyeron del control de los exploradores españoles) por parte de los pueblos itinerantes de las llanuras del oeste norteamericano, que revolucionó su cultura material. Sin embargo el balance final es claramente negativo. Todo y que es difícil establecer censos precisos y las cifras varían según los autores, se estima que a comienzos de siglo XVI vivían en las áreas de influencia mexica (azteca) y maya de México y parte de Centroamérica entre 20 y 25 millones de personas. Por contra hacia 1625 la población nativa dentro de esa misma área apenas sí ascendía al millón, menos del 5% de la original. El colapso demográfico es más que evidente y se produjo de forma similar en otras partes del continente. En los territorios del antiguo Imperio Inca hay documentadas sucesivas epidemias de viruela, tifus, difteria y otras enfermedades que causaron estragos entre la población a lo largo de todo el siglo XVI y principios del XVII. Idéntica suerte correrían asimismo numerosas poblaciones amazónicas, pese a quedar mayormente fuera de la esfera colonizadora inicial. Se ha hablado mucho acerca del papel que las enfermedades infecciosas jugaron en la conquista del Nuevo Mundo, apuntándose incluso que en cierta medida se practicó una forma primitiva de guerra biológica. Muy probablemente fueron los agentes patógenos que los europeos llevaron consigo, más que el arcabuz o la espada, los que abrieron el continente americano a la colonización al eliminar físicamente a muchos de los que se hubieran opuesto a ella.
Aparte están las consideraciones de índole tecnológica, aquello de que los "indios" estaban mucho más atrasados y por ello eran carne de conquista. Dicha diferencia en cuanto a tecnología y conocimientos no hubiera resultado tan determinante de no ser por el hecho de que fueron los europeos, y no al revés, los que controlaron las rutas de navegación hacia el Nuevo Mundo. De entrada los conquistadores castellanos eran un grupo reducido si los comparamos con las poblaciones nativas, pero la extraordinaria movilidad que les otorgaban sus embarcaciones resultaba ser una ventaja insuperable. Si una expedición fracasaba, siempre se podía regresar a la península para reclutar a nuevos aventureros y mercenarios que estarían de vuelta en las Américas en cuestión de meses. Tal y como dice el protagonista del épico film Bailando con lobos: "Vienen y van a seguir viniendo... tantos como estrellas". Lo hicieron simplemente porque podían.
De esta manera si no hubieran sido los Cortés, Pizarro, Orellana y compañía los que triunfaran en sus empresas de conquista, con toda seguridad hubiera sido cualquier otro. Habría sido inevitable. Más tarde o más temprano nuevas flotas de galeones y carabelas hubieran arribado a costas americanas, portando consigo su carga de colonizadores ansiosos de gloria y fortuna, portando también monturas y armas temibles, pero portando a su vez una carga microbiana letal. En cierto modo castellanos, portugueses y otros se comportaron como especies invasoras en el sentido biológico de la palabra. Tal y como han hecho ciertas criaturas como el mosquito tigre, el mejillón cebra, la rata gris o el gato doméstico en multitud de entornos, aprovecharon ciertas ventajas adaptativas que les permitieron imponerse sobre las poblaciones nativas. Y dichas ventajas fueron el resultado de desafíos que los europeos se vieron obligados a afrontar, de forma consciente o inconsciente, para poder sobrevivir y prosperar en el entorno en el que vivían. Nada que ver en principio con ser unos guerreros más bravos y disciplinados. Hablamos una vez más de las técnicas de navegación y de la resistencia a un conjunto de enfermedades que resultaron mortales para los nativos americanos ¿Por qué surgieron estos conocimientos y adaptaciones?
Es por eso que, llegado el momento, toda esta tecnología y habilidades resultaron tremendamente útiles para cruzar el Atlántico y ocupar nuevas tierras del otro lado. El prestigioso economista Paul Krugman, galardonado en su día con eso que llaman el "Nobel en Economía", expuso hace no mucho esta interesante (y algo aventurada) teoría, según la cual la necesidad de comerciar por mar y pescar para poder alimentarse, está en la base de los grandes imperios coloniales europeos que han modelado la Historia mundial durante los cinco últimos siglos. Krugman utiliza el apelativo de "los mongoles del mar" para referirse a los navegantes y marinos de Europa, término que no es ni mucho menos despectivo a pesar de sus connotaciones de barbarie. La capacidad para desplazarse rápidamente a caballo grandes distancias, hacerlo en partidas muy numerosas, montar y desmontar campamentos en un abrir y cerrar de ojos y el dominio magistral del arco compuesto para la caza y el combate, habilidades desarrolladas por los jinetes de las estepas de Asia en su forma de vida nómada, tuvieron como consecuencia la creación de un gran imperio continental por parte de Gengis Kan y sus sucesores. Unas adaptaciones para sobrevivir en un entorno determinado terminan transformándose en una ventaja definitiva frente a distintos competidores, casi como la bipedestación de nuestros ancestros simios una vez se abrieron paso por vez primera por las llanuras africanas hace unos cuatro millones de años. En el caso que nos ocupa, lo mismo se podría decir de los navegantes europeos.
Por otro lado puede resultar ciertamente llamativo, y de hecho sorprendía a los propios conquistadores, que las distintas enfermedades que ellos mismos trajeron resultaran tan mortíferas para los pueblos indígenas de América ¿Por qué estos últimos morían en gran número mientras la mayoría de europeos sobrevivía? Muy sencillo, fueron los conquistadores los que introdujeron todos esos agentes infecciosos y, en consecuencia, habían desarrollado una mayor inmunidad a ellos. A menudo consideramos que debían de ser tipos muy duros para lograr lo que lograron y en efecto lo fueron. Sencillamente había que ser bastante duro sólo para llegar a la edad adulta en la Europa de la época. Sobre todo en las ciudades, aquel era un entorno dominado por el hacinamiento excesivo y una ausencia total de higiene. La gente vivía rodeada de sus propios desperdicios, de ratas, chinches, pulgas y todo tipo de agentes transmisores de enfermedades. Si a eso le sumamos unos conocimientos médicos prácticamente inexistentes y unos tratamientos por regla general ineficaces, tenemos un entorno ideal para la propagación de cualquier clase de bacteria o virus patógeno, como bien demostraron las epidemias de peste del siglo XIV. El que no desarrollaba inmunidad no podía esperar vivir demasiado, lo que finalmente convirtió a los europeos en auténticas armas biológicas ambulantes, mutantes ultrarresistentes a muchas enfermedades al tiempo que potentes vectores de transmisión.
Por lo que sabemos en virtud al desarrollo de los centros urbanos en México y el Perú, la gentes de América se preocupaban un poco más por la higiene y el tratamiento de residuos. Por otro lado muchas poblaciones de ese continente vivían especialmente dispersas, cuando no ciertamente aisladas, por lo que los contactos con grupos humanos procedentes de lugares alejados no eran demasiado frecuentes. En ese sentido la irrupción de los colonizadores supuso un auténtico shock, puesto que todos estos pueblos no tuvieron tiempo para desarrollar la debida inmunidad ante la avalancha de patógenos virulentos que hubieron de afrontar. La transmisión de enfermedades es uno de los principales problemas que salen a la luz cuando dos poblaciones, aisladas durante siglos o milenios, entran en contacto repentinamente. En el choque los nativos americanos llevaban las de perder, ya que desde su punto de vista fueron víctimas de una invasión de habilidosos marinos mutantes inmunes a terribles enfermedades. Y un apunte más, la tan cacareada "evangelización" de las Américas quizá no hubiera sido tan exitosa de no ser por todas estas calamitosas epidemias. No es que los indígenas fueran tontos, faltaría menos, pero es bastante probable que, viendo como ellos caían como moscas mientras los españoles sobrevivían, pensaran que el dios de estos últimos les protegía de alguna manera frente a la enfermedad y la muerte. Convertirse para quedar bajo la protección de una divinidad tan poderosa era una decisión ciertamente lógica, si bien al final no les sirvió de mucho. Desde esta perspectiva la Iglesia Católica bien debería levantar un monumento en honor de la viruela o el tifus en agradecimiento a su labor evangelizadora.
Mapas del Imperio Mogol de la India (izquierda) y del Imperio Chino bajo la dinastía Ming (derecha). A finales del siglo XVI y principios del XVII ambas potencias eran más populosas y estaban mucho mejor organizadas y administradas que cualquier Estado europeo de la época.
No sería hasta bien entrado el siglo XVIII que los europeos comenzaron a superar claramente a estos rivales, conforme las potencias tradicionales de Asia entraron en decadencia e incluso iniciaron su proceso de desintegración, como los mogoles y los otomanos. Los progresos de Occidente en ese mismo periodo, como la revolución científica primero y la industrial más tarde, resultaron determinantes. Pero nada de eso hubiera sido posible de no ser por el hecho de que algunas de esas naciones del extremo occidental de Eurasia, relativamente pequeñas y poco pobladas, aprendieron "a gobernar sobre las olas". Las grandes exploraciones geográficas que finalmente las transformaron en auténticas potencias globales se debieron a la destreza marinera adquirida a lo largo de generaciones, así como a la inmunidad contraída a toda suerte de enfermedades en virtud de la nada higiénica forma de vida de estos pueblos de navegantes. Una estirpe de auténticos marinos mutantes.
M. Plaza
Para saber más:
The indian population of Central Mexico. Cook, S. F. y W. W. Borah (1963. Berkeley - Cal. -, University of California Press).
Mongols of the sea - Amateur Historical Specutation - (Paul Krugman - Opnion Pages. The New York Times).
El dominio del mar por los occidentales (Artehistoria).
Las plagas de España en América (La pluma del Tocororo).
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