Cuando uno se asoma a la vida política española sorprende el inmovilismo de las instituciones y la conservación del statu quo. La que está cayendo es impresionante y, a pesar del sufrimiento de millones de personas, tras ocho años de crisis todo sigue igual. Los datos son conocidos por todos, pero hagamos un repaso de los fundamentales para enmarcar nuestra reflexión.
En España hay hoy 13 millones de pobres, cifra que creció espectacularmente desde 2007. Tras las últimas modificaciones de los criterios para el cálculo del desempleo, implementados el pasado año 2014, el total de parados españoles se sitúa aproximadamente en el 21 % de la población activa. No entraremos ahora a valorar si este dato refleja la realidad social, pero sin duda es un porcentaje propio de depresión económica, pero normalizado, digerido y hasta olvidado en el debate público, sustituido por el discurso recurrente del gobierno, que no deja pasar la oportunidad de repetir el mantra de la recuperación. Pero no basta con eso, Cáritas informaba la semana pasada de la desgraciada situación de un 14 % de los trabajadores, cuya actividad no les permite ya escapar de la pobreza: el trabajo precario e indigno se ha instalado en los países europeos sometidos a los dictados neoliberales de la Troika.
Un contexto socio-económico como este habría fortalecido la conciencia de clase e impulsado la lucha por los derechos sociales, que deberían marcar con prioridad absoluta la agenda política e informativa. Pero este no parece ser el caso de nuestro país, y mucho menos de Catalunya, con un parlamento mayoritariamente neoliberal gracias a las últimas elecciones plebiscitarias, con la cuestión independentista como tema centralísimo en la campaña. ¿Dónde están las necesidades y derechos de los millones de ciudadanos que sufren las inclemencias de un sistema económico injusto en la nación catalana? ¿En las CUP? Una formación minoritaria que divide aún más el voto de la izquierda y que condiciona el avance social a la consecución de la independencia catalana. Digo que condiciona porque comparte con otras fuerzas independentistas el clásico discurso separatista: a los catalanes les irá mejor sin el déficit fiscal que les impone el estado español; la peligrosa demagogia excluyente oculta bajo el "Espanya ens roba", pintada famosa en Catalunya y en las calles de Valencia.
Cuestión de enjundia esta del déficit fiscal, que por cierto y casualmente, afecta también a la Comunidad valenciana y Baleares, donde también crece el discurso separatista al tiempo que se dispara la desigualdad económica. Es irónico que cuanto más se necesita la unidad popular, menos unida está la izquierda. Por tanto, no le quepa duda al lector, en las próximas autonómicas sabrá de las CUP valencianas.
El independentismo de izquierdas se pronuncia con ambigüedad cuando se le pregunta directamente qué antepone, si la lucha social o la independencia. Con frecuencia responden que ambas cosas van de la mano, pero el mensaje que llega al votante es deliberadamente confuso, pues su estrategia electoral pretende captar voto de izquierdas en general, tanto independentista como no, y en consecuencia, su función indirecta es extender la simpatía por el independentismo entre aquellos que no lo son bajo la expectativa de que con ello se lograrán mejoras en lo social. Pero la independencia no traería fácilmente una política social anticapitalista, como pretenden la CUP, dada su minoría parlamentaria y el poder superior de los demócratas cristianos (CIU) y la socialdemocracia catalana (Esquerra Repúblicana). Por ello dar prioridad a la independencia frente a la lucha anticapitalista desde la unidad popular, en el marco de la urgencia social que vivimos, contribuye a seguir posponiendo la cuestión apremiante de los derechos sociales y la emancipación del precariado de este sistema de servidumbre. En cierto sentido, el independentismo de izquierdas resulta en un autoengaño, en el mejor de los casos, y una huida hacia adelante. Incluso resuena cierta connivencia con el neoliberalismo, puesto que las CUP terminan dividiendo la lucha obrera con las tijeras del nacionalismo.
Es lógico que con una clase política tan corrupta haya quien quiera largarse y montárselo por su cuenta, pero qué ha sido de la solidaridad entre el proletariado. La corrupción política y la alianza entre el capital y el estado, eso que ahora llaman puertas giratorias, refuerza la posición separatista, según la cual, la recaudación en los territorios que aportan más de lo que reciben, el caso catalán, se desvía hacia intereses privados e ilegítimos, cuando debería emplearse en el desarrollo de otros territorios menos aventajados.
Se entiende que con este panorama tan podrido uno se quiera marchar, pero la postura de una organización anticapitalista e internacionalista, como se proclaman las CUP, sería más coherente si priorizara la lucha social y la unidad de la izquierda, combatiendo la hegemonía del capital, capital que también es catalán, y el secuestro de las instituciones por los grandes lobbies. Pero en lugar de sumarse a la lucha social, solidarizándose con los trabajadores y parados de otras regiones de la península, fractura la posibilidad de un frente popular, dividiendo al precariado con la insalvable separación que históricamente ha sido el nacionalismo.
Manifestamos nuestra simpatía por algunos planteamientos de las CUP, pero rechazamos el filtro nacionalista, por el peligro de xenofobia que alberga en su interior. No queremos una balcanización de España, sino un frente común contra la oligarquía. Sorprende que una organización que se opone a la OTAN se sume a dinámicas separatistas, ahora que analistas como Nazanin Armanian, iraní y comunista, denuncian la balcanización brutal y los enfrentamientos xenófobos que la OTAN está impulsando en el mediterráneo, norte de África y Oriente Medio.
El caso catalán es un referente de la estrategia política de las élites catalanas y españolas para mantener la cuestión social fuera del debate público. El separatismo catalán hace décadas que refuerza el nacionalismo españolista, y viceversa. El resultado es un voto aborregado, ignorante y desviado de los intereses de los ciudadanos corrientes. Y por ende, la división y el debilitamiento de la clase trabajadora que, engañada por el fervor nacionalista avivado desde arriba, cambia la oportunidad de la transformación social por la lucha entre iguales.
No afirmo que las oligarquías catalanas y españolistas estén confabuladas o coordinadas bajo un plan común. No van por ahí los tiros. Lo que acontece viene a ser una búsqueda particular de intereses propios que redunda en un mutuo beneficio gracias a que se mantiene la cuestión separatista en el centro de la agenda politico-mediática. Y así la burguesía liberal de ambos territorios, con marcas políticas como PP, CIU o Ciudadanos, logra que se impongan sus políticas en los parlamentos.
De hecho, desde que comenzó esta crisis no se ha hecho más que ocultar los problemas más acuciantes de la gente corriente, eclipsados por la corrupción política, el ébola, y como no la cuestión catalana, todo un clásico en las cortinas de humo de este país. Algo parecido al dicho aquel que recordaba que Franco sacaba a pasear a El Lute cuando crecía la tensión social. La formación de la opinión del público a través de los medios de comunicación explica la forma de votar de catalanes y españoles. Vivimos en una democracia teledirigida, donde los medios deciden de qué se habla y de qué no, qué argumentos se escuchan y cuáles se silencian. Prensa, radio, televisión, y luego las conversaciones en familia o en los bares, orientan y construyen las opiniones personales que finalmente deciden la elección de una papeleta u otra. En todo este proceso de decisión falta la reflexión crítica y una honesta intención de informar por parte de los medios.
Sergio S.
En España hay hoy 13 millones de pobres, cifra que creció espectacularmente desde 2007. Tras las últimas modificaciones de los criterios para el cálculo del desempleo, implementados el pasado año 2014, el total de parados españoles se sitúa aproximadamente en el 21 % de la población activa. No entraremos ahora a valorar si este dato refleja la realidad social, pero sin duda es un porcentaje propio de depresión económica, pero normalizado, digerido y hasta olvidado en el debate público, sustituido por el discurso recurrente del gobierno, que no deja pasar la oportunidad de repetir el mantra de la recuperación. Pero no basta con eso, Cáritas informaba la semana pasada de la desgraciada situación de un 14 % de los trabajadores, cuya actividad no les permite ya escapar de la pobreza: el trabajo precario e indigno se ha instalado en los países europeos sometidos a los dictados neoliberales de la Troika.
Un contexto socio-económico como este habría fortalecido la conciencia de clase e impulsado la lucha por los derechos sociales, que deberían marcar con prioridad absoluta la agenda política e informativa. Pero este no parece ser el caso de nuestro país, y mucho menos de Catalunya, con un parlamento mayoritariamente neoliberal gracias a las últimas elecciones plebiscitarias, con la cuestión independentista como tema centralísimo en la campaña. ¿Dónde están las necesidades y derechos de los millones de ciudadanos que sufren las inclemencias de un sistema económico injusto en la nación catalana? ¿En las CUP? Una formación minoritaria que divide aún más el voto de la izquierda y que condiciona el avance social a la consecución de la independencia catalana. Digo que condiciona porque comparte con otras fuerzas independentistas el clásico discurso separatista: a los catalanes les irá mejor sin el déficit fiscal que les impone el estado español; la peligrosa demagogia excluyente oculta bajo el "Espanya ens roba", pintada famosa en Catalunya y en las calles de Valencia.
Cartel CUP Valencia 2015 |
El independentismo de izquierdas se pronuncia con ambigüedad cuando se le pregunta directamente qué antepone, si la lucha social o la independencia. Con frecuencia responden que ambas cosas van de la mano, pero el mensaje que llega al votante es deliberadamente confuso, pues su estrategia electoral pretende captar voto de izquierdas en general, tanto independentista como no, y en consecuencia, su función indirecta es extender la simpatía por el independentismo entre aquellos que no lo son bajo la expectativa de que con ello se lograrán mejoras en lo social. Pero la independencia no traería fácilmente una política social anticapitalista, como pretenden la CUP, dada su minoría parlamentaria y el poder superior de los demócratas cristianos (CIU) y la socialdemocracia catalana (Esquerra Repúblicana). Por ello dar prioridad a la independencia frente a la lucha anticapitalista desde la unidad popular, en el marco de la urgencia social que vivimos, contribuye a seguir posponiendo la cuestión apremiante de los derechos sociales y la emancipación del precariado de este sistema de servidumbre. En cierto sentido, el independentismo de izquierdas resulta en un autoengaño, en el mejor de los casos, y una huida hacia adelante. Incluso resuena cierta connivencia con el neoliberalismo, puesto que las CUP terminan dividiendo la lucha obrera con las tijeras del nacionalismo.
Es lógico que con una clase política tan corrupta haya quien quiera largarse y montárselo por su cuenta, pero qué ha sido de la solidaridad entre el proletariado. La corrupción política y la alianza entre el capital y el estado, eso que ahora llaman puertas giratorias, refuerza la posición separatista, según la cual, la recaudación en los territorios que aportan más de lo que reciben, el caso catalán, se desvía hacia intereses privados e ilegítimos, cuando debería emplearse en el desarrollo de otros territorios menos aventajados.
Se entiende que con este panorama tan podrido uno se quiera marchar, pero la postura de una organización anticapitalista e internacionalista, como se proclaman las CUP, sería más coherente si priorizara la lucha social y la unidad de la izquierda, combatiendo la hegemonía del capital, capital que también es catalán, y el secuestro de las instituciones por los grandes lobbies. Pero en lugar de sumarse a la lucha social, solidarizándose con los trabajadores y parados de otras regiones de la península, fractura la posibilidad de un frente popular, dividiendo al precariado con la insalvable separación que históricamente ha sido el nacionalismo.
Manifestamos nuestra simpatía por algunos planteamientos de las CUP, pero rechazamos el filtro nacionalista, por el peligro de xenofobia que alberga en su interior. No queremos una balcanización de España, sino un frente común contra la oligarquía. Sorprende que una organización que se opone a la OTAN se sume a dinámicas separatistas, ahora que analistas como Nazanin Armanian, iraní y comunista, denuncian la balcanización brutal y los enfrentamientos xenófobos que la OTAN está impulsando en el mediterráneo, norte de África y Oriente Medio.
El caso catalán es un referente de la estrategia política de las élites catalanas y españolas para mantener la cuestión social fuera del debate público. El separatismo catalán hace décadas que refuerza el nacionalismo españolista, y viceversa. El resultado es un voto aborregado, ignorante y desviado de los intereses de los ciudadanos corrientes. Y por ende, la división y el debilitamiento de la clase trabajadora que, engañada por el fervor nacionalista avivado desde arriba, cambia la oportunidad de la transformación social por la lucha entre iguales.
No afirmo que las oligarquías catalanas y españolistas estén confabuladas o coordinadas bajo un plan común. No van por ahí los tiros. Lo que acontece viene a ser una búsqueda particular de intereses propios que redunda en un mutuo beneficio gracias a que se mantiene la cuestión separatista en el centro de la agenda politico-mediática. Y así la burguesía liberal de ambos territorios, con marcas políticas como PP, CIU o Ciudadanos, logra que se impongan sus políticas en los parlamentos.
De hecho, desde que comenzó esta crisis no se ha hecho más que ocultar los problemas más acuciantes de la gente corriente, eclipsados por la corrupción política, el ébola, y como no la cuestión catalana, todo un clásico en las cortinas de humo de este país. Algo parecido al dicho aquel que recordaba que Franco sacaba a pasear a El Lute cuando crecía la tensión social. La formación de la opinión del público a través de los medios de comunicación explica la forma de votar de catalanes y españoles. Vivimos en una democracia teledirigida, donde los medios deciden de qué se habla y de qué no, qué argumentos se escuchan y cuáles se silencian. Prensa, radio, televisión, y luego las conversaciones en familia o en los bares, orientan y construyen las opiniones personales que finalmente deciden la elección de una papeleta u otra. En todo este proceso de decisión falta la reflexión crítica y una honesta intención de informar por parte de los medios.
Sergio S.
Te doy toda la razón, esto de las CUP parece un invento de la Derecha para dividir a la Izquierda. Con tanto hablar de la independencia de Cataluña lo único que se va a conseguir es solucionarle la papeleta al PP en las próximas elecciones y que no pierdan tantos votos. No sé, quizá esa sea la estratégia. Entre estos, los de Podemos que no quieren concurrir en una coalición que sea "una sopa de letras" y otros que no saben lo que quieren, España seguirá siendo ese cortijo en el que mandan los de siempre... Y va para largo.
ResponderEliminarAgur.