El futuro de la Humanidad. Primera parte

Predecir cómo será el futuro de la Humanidad no es solo cosa de adivinos embaucadores y novelas de ciencia-ficción. Nos encontramos en un momento crucial de la Historia en el que se hace necesario pensar muy seriamente acerca de si es posible la supervivencia a largo plazo en un planeta que se nos hace cada vez más pequeño y donde los recursos van a ser escasos.

          El planeta Tierra es un mundo único. No existe nada en el Sistema Solar o fuera de él, al menos que sepamos por el momento, que posea unas características similares. Nuestro hogar global es como es gracias a una combinación realmente extraordinaria de factores. Orbita en torno a una estrella solitaria (la mayoría de las estrellas de la galaxia se encuentran en sistemas binarios o incluso en grupos de tres o más), una enana amarilla que quema su combustible nuclear, el hidrógeno que la compone, de forma muy lenta y estable. Esto hace que el Sol vaya a tener una vida prolongadísima, se formó hace más de 4.500 millones de años y probablemente durará cerca de 7.000 más, tiempo más que suficiente para que un planeta habitable evolucione bajo su amparo. Y no solo eso, su actividad hace de él una estrella bastante "tranquila", pues no experimenta cambios repentinos y caóticos. Se calcula que solo el 10% de las estrellas de la Vía Láctea responden a estas características, sistemas estelares que podrían albergar planetas en donde las condiciones no variasen de forma dramática en poco tiempo a causa de la caprichosa actividad de su estrella. Y para que en alguno de esos planetas se desarrolle vida tal y como la conocemos es necesario que se sitúe en la llamada "zona de habitabilidad estelar", lo suficientemente cerca de la estrella como para que no se congele, pero lo suficientemente lejos como para que no sea un mundo abrasado. Esto permite que en su superficie pueda existir agua en estado líquido, formando lagos, ríos y océanos como los nuestros.

La tectónica de placas, fenómeno característico de nuestro
planeta, resulta esencial para la renovación constante de los
materiales de la corteza terrestre.
         Pero para que la Tierra pudiera existir en su estado actual hicieron falta muchas más cosas. En primer lugar hubo de alcanzar el tamaño adecuado, aunque a primera vista no lo parezca esto resulta fundamental. Los planetas gigantes suelen ser gaseosos, como Júpiter, Saturno, Urano o Neptuno, lo cual implica que no tienen superficie sólida en la que nada pueda asentarse. Los planetas rocosos siempre son más pequeños y sí tienen una superficie sólida, pero si no alcanzan el tamaño necesario, como es el caso de Marte, terminan enfriándose demasiado rápido durante su fase de formación y la corteza rocosa que envuelve a su núcleo incandescente se vuelve especialmente gruesa. A causa de ello se convierten en mundos geológicamente muertos, carentes de placas tectónicas (1) que posibilitan la renovación permanente de la corteza y sus materiales, lo cual resulta vital para que un planeta sea dinámico y en él se den los procesos físicos y climáticos que permiten su habitabilidad. Volcanes, terremotos, el alzamiento de cadenas montañosas, la lenta deriva de los continentes, la erosión, los fenómenos meteorológicos... En ocasiones pueden ser extremadamente violentos y devastadores, pero son una manifestación del aliento de la Tierra, la demostración de que nos encontramos en un planeta vivo que se recicla constantemente, condición ésta indispensable para permitir una vida variada y compleja.

       Y no solo eso, que el interior de la Tierra se haya mantenido ardiente como la superficie del Sol es importantísimo en otro aspecto. Gracias a esto existe un núcleo externo, que rodea al central que es enteramente sólido, compuesto de metal fundido, principalmente hierro y níquel. La rotación terrestre convierte a esta inconmensurable masa fluida en una dinamo natural gigantesca que genera el campo magnético que envuelve nuestro planeta. Esto no es solo útil para que podamos orientarnos con una brújula, sino que es una salvaguarda fundamental que nos protege del letal viento solar (partículas cargadas de alta energía que constantemente está emitiendo el astro) y otras radiaciones cósmicas. El campo magnético es una barrera invisible y sin él la atmósfera sería barrida por este incesante flujo de partículas, que bombardearían la superficie terrestre haciéndola por completo inhabitable. Esto es lo que sucede en Marte, que posee una atmósfera especialmente leve por ese motivo, o en Venus, donde los niveles de radiación son muy altos aun a pesar de la gruesa atmósfera. Es ahí donde entra otro factor que hay que tener muy en cuenta, la velocidad de rotación del planeta. Venus tiene casi el mismo tamaño que la Tierra y sin embargo su campo magnético es extremadamente débil (2). Ello no se debe a que su interior se haya enfriado como en el caso marciano, sino a la bajísima velocidad de rotación del planeta, pues un día dura lo que 243 días terrestres (que es más que un año venusiano, que son 225 días). El efecto dinamo no tiene lugar a causa de esto y por eso ningún escudo magnético protege al planeta hermano. En resumen, una velocidad de rotación muy baja y no existirá dicho escudo, una demasiado alta (con días que duren solo unas pocas horas) y la atmósfera se volverá demasiado turbulenta e inestable, lo cual tampoco es especialmente bueno. Solo una velocidad adecuada como la de la Tierra permite unas condiciones ideales de habitabilidad.

Representación artística del llamado
"gran impacto" que supuestamente
originó la Luna. 
      Pero todavía hay más factores que resultan fundamentales para convertir la Tierra en el hogar que conocemos. Uno de ellos brilla muchas noches en el cielo y nos ha cautivado desde tiempos inmemoriales, la Luna. Nuestro satélite es un objeto ciertamente peculiar. Otros planetas poseen lunas, los gigantes gaseosos como Júpiter o Saturno decenas de ellas, pero en comparación con estos son cuerpos minúsculos. Lo mismo pasa con Fobos y Deimos, los asteroides capturados por el campo gravitatorio de Marte. Una vez más la Luna es distinta, es un objeto relativamente grande si lo comparamos con la Tierra, pues tiene un cuarto de su diámetro, y orbita muy cerca de la misma, a unos 380.000 kilómetros de distancia. En el Sistema Solar no hay nada parecido. La influencia de la Luna a menudo pasa desapercibida y va mucho más allá del efecto que tiene sobre las mareas, de hecho sin ella nuestro mundo sería un lugar por completo distinto y seguramente también mucho peor. La Luna estabiliza el eje de rotación de la Tierra al tirar de ella gravitatoriamente hablando, lo cual impide que dicho eje sufra variaciones drásticas, continuadas o aleatorias; algo así como una peonza fuera de control. Si esto sucediera estaríamos sometidos a un régimen de cambios climáticos catastróficos que se sucederían constantemente uno tras otro, lo cual haría imposible la vida tal y como la conocemos. Hay que pensar que las glaciaciones tuvieron lugar al variar la inclinación de la Tierra en tan solo uno o dos grados (3), así que solo hay que imaginar lo que sucedería si esas variaciones fueran mucho mayores. Además la Luna es importantísima en otro aspecto, su proximidad ha ido frenando la rotación de la Tierra a lo largo de millones de años. Como ya se ha indicado anteriormente una rotación demasiado rápida también sería una característica poco deseable si queremos que un planeta resulte acogedor.

        Pero si la Luna es algo tan especial, ¿cómo se formó? Las muestras traídas por los astronautas del programa Apolo y simulaciones avanzadas realizadas por ordenador sugieren que nuestro satélite se originó tras una gran colisión cósmica entre la Tierra y un primitivo protoplaneta que los científicos han bautizado con el nombre de Theia (4). Aquel presunto objeto primigenio tenía un tamaño comparable a Marte y al chocar contra nuestro planeta proyectó tal cantidad de materiales fundidos a la órbita que, al agregarse por atracción gravitatoria, terminaron formando la Luna. Pero para que esto sucediera el ángulo de impacto tuvo que ser el adecuado. Un choque más directo y los dos mundos se hubieran destruido mutuamente, si el impacto hubiera sido aún más oblicuo la cantidad de restos eyectados hubiera sido mucho menor y no se hubiera formando ningún satélite. Queda claro pues que algo tan vital para nosotros como la Luna surgió en virtud a un suceso meramente casual y altamente improbable, tal es la importancia de las casualidades.

        Pero todo lo expuesto anteriormente no es suficiente, pues todavía queda un último factor esencial que explica por qué la Tierra es un lugar único. Un gigante como Júpiter, el mayor planeta de nuestro sistema, puede parecernos lejano, pero la influencia que tiene sobre nuestro destino es enorme. Tal es su masa y su fuerza gravitacional que atrapa o desvía toda clase de objetos en tránsito hacia el Sistema Solar interior donde nos encontramos nosotros. Júpiter actúa como un gran tamiz cósmico que impide que cometas y asteroides se acerquen a la Tierra con demasiada frecuencia, no siempre lo consigue, pero qué duda cabe que si no estuviera ahí la cantidad de impactos catastróficos que sufriríamos sería mucho mayor. Episodios como el cataclismo que acabó con los dinosaurios y otras muchas criaturas hace 65 millones de años se habrían repetido demasiadas veces y la vida nunca se podría haber recuperado de tantos golpes. Y una vez más la casualidad obra su milagrosa función, Júpiter y otros planetas están en la ubicación idónea para cumplir con su función protectora, de estar en órbitas diferentes el resultado hubiera sido muy distinto.

        En resumen, el mundo que conocemos, que permite tan fabuloso despliegue de infinidad de formas de vida, un planeta dinámico y cambiante, acogedor como ningún otro, rico en toda clase de recursos y donde el agua, el oxígeno y otra serie de elementos esenciales para nuestra existencia abundan, es resultado de una confluencia de circunstancias realmente específicas que no se han dado en ningún otro lugar conocido. Dichas circunstancias nos forjaron también a nosotros, hemos surgido aquí y estamos adaptados a ellas, si algún factor variara aunque fuera solo un poco (cambios en la temperatura media global, en el nivel de los mares, en la composición química de la atmósfera, en la cantidad de radiación procedente del Sol, etc.), el impacto sería sencillamente brutal. No solemos pensar en ello, pero éste es un equilibrio frágil y la línea que separa un mundo habitable de otro que no lo es, es más difusa de lo que parece.

        Está claro que impedir ciertos cambios es algo que queda fuera de nuestro alcance, la Tierra seguirá su evolución para bien o para mal, queramos o no queramos, y llegará el día en el que la vida no sea posible en ella (5). Pero la crisis a la que nos enfrentamos actualmente es responsabilidad nuestra. El crecimiento exponencial de nuestra civilización industrial, de la población mundial y de nuestra demanda de recursos naturales, de los que dependemos por completo para seguir manteniendo nuestro modo de vida, nos está llevando a un punto de no retorno. El famoso informe realizado por el MIT para el Club de Roma, "Los límites del crecimiento" (The Limits to Growth) (6), del que se llevan realizando reediciones desde los años setenta, pone de manifiesto que ya estaríamos sobre los límites físicos que permiten la sostenibilidad de nuestra sociedad en el planeta. Sencillamente consumimos más recursos que los que la Naturaleza puede reponer por sí sola y esto solo puede conducir a un colapso irreversible. Negarlo como si nada y continuar con la huida hacia delante puede ser un error imperdonable y es ahí donde entran las posibles soluciones que están disponibles. Esos hipotéticos futuros que nos esperan serán el tema a tratar en la segunda entrega de este artículo.


                                                                                                                                                  N.S.B.L.D


(1) Librosvivos.net. Tectónica de placas.
(2) ¿Es cierto que en Venus no hay campo magnético?  
(3) Consecuencias de las pequeñas variaciones en el eje de la Tierra.
(4) The origin of the Moon.
(5) Calculan el fin de la vida en la Tierra: en 1.750 millones de años.
(6) Les limites à la croissance (dans un monde fini). Donella et Dennis Meadows (2012).
        

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