La adicción a la comida industrial guarda relación con la composición molecular de este tipo de alimentos. Los efectos nocivos sobre la salud pública son notables y las legislaciones para subsanarlos topan a menudo con el bloqueo de la industria alimentaria.
“Maximizar beneficios, incrementar las ventas” tal es el lema
de la actividad empresarial enmarcada en la competitiva economía de mercado. Y
no lo es menos para la industria agroalimentaria, sobre cuyas prácticas se
cierne una vez más la sospecha tras la publicación de un estudio científico
realizado por el Scripps Research
Institute. (1)
Los resultados de la investigación revelan las propiedades
adictivas de ciertos alimentos industriales que contienen niveles altos de
grasa, sal, condimentos o azúcares, aditivos alimentarios como el glutamato
monosódico (potenciador del sabor) o la tartracina (colorante alimentario).
Estos alimentos se diseñan en los departamentos de I+D+I para incidir sobre los circuitos cerebrales
que conforman el sistema de recompensa, generando una sensación placentera
molecularmente equivalente a la experimentada por la actividad sexual o el
consumo de drogas. Cuando experimentamos placer, nuestro cerebro produce un neurotransmisor
llamado dopamina, que refuerza la conducta que provocó dicha sensación, generándose
así una tendencia conductual, una inclinación por repetir los actos agradables.
El estudio del profesor Paul J. Kenny y su equipo demuestra que estos alimentos
contribuyen a desarrollar patrones de alimentación compulsiva que explicarían,
junto a otros factores como el estilo de vida, algunos casos de obesidad o de
diabetes II.
Con semejantes estrategias es de esperar que las ventas se
incrementen. Desde los comienzos de la sociedad de consumo el sector de la
industria alimentaria ha experimentado una expansión constante. De hecho ha
llegado a conquistar y transformar los hábitos de vida, trabajo y alimentación
de millones de personas en todo el mundo, que han introducido bebidas
azucaradas en su consumo diario de líquidos y cuyas exigentes jornadas
laborales requieren la ingesta de comida rápida. El ritmo frenético de nuestra
sociedad coadyuva al uso de la alimentación como un alivio reparador de la
frustración y el stress, cuando debería procurarnos ante todo salud.
Diferentes organismos advierten de los serios problemas generados
por este tipo de hábitos alimenticios. Según la OMS cada año mueren alrededor
de 2,6 millones de personas a causa de la obesidad, que ha trascendido las
fronteras de los países acomodados para instalarse en los de ingresos bajos o
medianos. Se estima que unos mil millones de adultos tienen sobrepeso y que
esta cifra aumentará un 50 % en 2015. Esta acumulación excesiva de grasas
debida a un desequilibrio entre calorías ingeridas y gastadas, está afectando
también a la población infantil, cuya educación es fundamental para desarrollar
hábitos saludables en un entorno cultural cada vez más dominado por el marketing y la publicidad de alimentos low cost con niveles altos de grasa.
Un análisis pormenorizado del impacto de estas enfermedades debe atender
tanto al coste directo de tipo sanitario como a los indirectos, vinculados a la
pérdida de productividad derivada de la discapacidad que estos trastornos
provocan. Según datos del Banco Mundial, sólo el gasto sanitario mundial
rozaría el 6%, alcanzando incluso el 12 % en algunos países como USA.
A pesar de los problemas individuales y sociales causados por
el consumo excesivo de grasas, las compañías del sector gozan de un poder
económico que les permite dificultar posibles legislaciones adversas,
especialmente las orientadas a gravar con impuestos sus productos o a
etiquetarlos con advertencias claras sobre los altos contenidos en grasas,
azúcares o sal. Contra estas medidas el lobby de los fabricantes alega que no
hay productos buenos o malos en sí mismos, sino buenos o malos regímenes
alimentarios. Pero las agencias sanitarias europeas, y especialmente la agencia
francesa de seguridad sanitaria de los alimentos, reconocen que es necesario
contener dentro de unos márgenes razonables la inmensa presión comercial que
los lobbies han ejercido hasta ahora sobre las iniciativas legislativas contra
la obesidad y otras complicaciones sanitarias. (2)
Sebastián Goldsmith
Notas
(1) Kenny, PJ. Reward mechanisms in obesity: new insights and future directions. Neuron. 2011.
Is obesity an addiction? Scientific American. 2013.
(2) "La lutte contre l´obesité se heurte au lobby agroalimentaire".
Le Monde. 2005.
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