Durante mucho tiempo los naturalistas consideraron a la mayoría de las aves como un ejemplo de vida familiar. Macho y hembra se emparejaban de por vida y durante la época de cría se turnaban en sus obligaciones para con la prole. No obstante investigaciones recientes ponen de manifiesto que la infidelidad es algo mucho más habitual en estos animales de lo que cabría imaginar.
Acentor común (Prunella modularis). |
Los seres humanos sentimos una conexión especial con las aves que ni de lejos tenemos con otros animales. Tal vez sea porque la Naturaleza les ha otorgado la capacidad del vuelo y eso es algo que siempre nos ha fascinado, muchas lucen hermosos plumajes de brillantes colores o nos encandilan con sus melodiosos cantos, pero también sentimos esa especial conexión al observar su comportamiento aparente, que parece casar con unos usos y costumbres ideales. Machos y hembras de muchas especies de aves (albatros, pingüinos, loros, cisnes...) se emparejan de por vida en lo que parece una relación de fidelidad prácticamente idílica, compartiendo modélicamente las tareas conyugales: se turnan para empollar los huevos en el nido, para ir a buscar alimento y por supuesto también para arropar y alimentar a los polluelos, cuando no para protegerlos de todo tipo de peligros anteponiendo su propia integridad física. Obviamente no faltan los "pájaros con mala fama" como el cuco (Cuculus canorus), un parásito que coloca sus huevos en nidos ajenos para que la descendencia la críen otras aves, pero siempre se los consideró una excepción.
Pero como sucede con otras tantas cosas las apariencias engañan. En el mundo de las aves las infidelidades y los abandonos son mucho más frecuentes de lo que hasta hace poco se pensaba, estudios genéticos y el trabajo de los ornitólogos de campo lo corroboran. Pongamos el ejemplo del acentor común (Prunella modularis), un ave muy habitual en los campos de toda Europa, de aspecto poco llamativo pero con una vida amorosa muy interesante (1). En la época de cría estos pajarillos escogen a sus parejas, se aparean, construyen sus nidos, macho y hembra incuban los huevos y después se turnan en el cuidado de la descendencia y la búsqueda de alimento. Hasta ahí todo normal, sin embargo entre bambalinas tiene lugar un juego sexual de lo más sorprendente. La monogamia, lejos de ser la norma, es más bien una excepción. Es frecuente que las hembras hagan escapadas cuando su pareja "formal" no está presente para aparearse con los machos vecinos, de tal forma que parte de su nidada será "ilegítima". Obviamente el macho criará a esos polluelos como suyos, pero estas prácticas acentúan la desconfianza hacia las hembras, de tal manera que muchos individuos adoptan la costumbre de vigilar a su pareja durante los días en que ésta está disponible sexualmente para evitar que vaya en busca de sus "amantes". Este comportamiento se refuerza además con cópulas muy frecuentes destinadas a "desplazar", por decirlo de alguna manera, el esperma de los competidores. Sin embargo en este juego los machos tampoco van a la zaga y también los hay que le son infieles a su pareja, de hecho entre los acentores podemos encontrar todas las modalidades en cuanto a relaciones conyugales se refiere: monogamia estricta, triángulos amorosos, poliandria (una hembra que se aparea con varios machos), poliginia (un macho con varias hembras) e incluso comunas al más puro estilo hippie donde se intercambian parejas y todos los adultos colaboran para criar a la descendencia en su conjunto ¿Quién iba a decir que unas aves de aspecto tan anodino eran capaces de desarrollar un comportamiento tan complejo y fascinante?
¿A qué se debe una conducta tan promiscua? ¿Desarrollan las aves el gusto por las aventuras amorosas? Los estudios publicados por la etóloga (investigadora del comportamiento animal) Bridget Stutchbury (2), profesora de Biología en la Universidad de Nueva York, apuntan a que las infidelidades, especialmente en las hembras, ascienden hasta al 40% de los casos en las aves migratorias pertenecientes al orden de las Paseriformes o aves canoras, el grupo que incluye a gorriones, canarios, pinzones, mirlos, ruiseñores y afines. Según parece existe una razón puramente biológica para la promiscuidad, de esta manera las hembras aseguran una mayor variabilidad genética en su prole, lo que aumenta sus posibilidades de supervivencia, al tiempo que se salvan los posibles problemas de infertilidad de la pareja formal.
También parece probado que la promiscuidad está en los genes, aunque solo sea en el caso de las aves. Un estudio del Instituto Max Planck (Alemania) realizado con diamantes mandarines (Taeniopygia guttata), una especie de pajarillo de vistoso plumaje que podemos encontrar habitualmente en las tiendas de animales, apunta a que la infidelidad es habitual en ambos sexos entre estas aves que se emparejan de por vida y que además tiene base genética (3). Para los machos resulta provechoso el comportamiento promiscuo, de esta manera pueden tener mucha más descendencia y pasar sus genes a la siguiente generación en mayor proporción. No obstante la predisposición congénita a la promiscuidad se trasmite a los vástagos de ambos sexos, por lo que las hembras también la heredan y este comportamiento se autoperpetúa en el tiempo. Si así ha sido es porque favorece la supervivencia de la especie. Y es que la infidelidad aparece de forma repetida en el mundo de las aves, por mucho que distintas especies mantengan formalmente una pareja estable. Hasta los cisnes, la viva imagen de la nobleza emplumada, tienen sus líos extramatrimoniales tal y como demuestra una investigación del doctor Raoul Mulder (1), de la Universidad de Melbourne. Durante el día la vida familiar del cisne negro australiano (Cignus atratus) parece modélica, las entregadas parejas se acicalan amorosamente entre sí y parecen inseparables. Sin embargo por la noche todo cambia y se desata el desmadre sexual, al amparo de la oscuridad las uniones diurnas se disuelven y tanto machos como hembras van en pos de otras parejas potenciales con las que copular. Al despuntar el alba la juerga concluye y los cisnes vuelven a su aparentemente pulcra vida familiar, como resultado de esta doble vida hasta uno de cada seis pollos procede de una relación "ilegítima".
Después de todo sí que es cierto que en el amor y en las relaciones conyugales las aves se parecen mucho más a nosotros de lo que cabría imaginar. Pueden buscar una pareja con la que compartir su vida y tener descendencia, pero fuerzas interiores que no pueden contener las empujan a aventurarse en otros encuentros amorosos, ahora sabemos que con una frecuencia extraordinariamente alta. Habitualmente solemos decir cosas como, ¡Ese tío, menudo pájaro está hecho! o ¡Esa de ahí, vaya pájara!, como queriendo decir que estamos tratando con personas que no son muy de fiar. En este caso la sabiduría popular parece haber acertado de pleno, al menos en lo que al comportamiento sexual se refiere.
N.S.B.L.D
(1) Naturaleza cantábrica. El pájaro infiel
(2) The bird detective: Investigating the secret lives of birds. Bridget Stutchbury. HarperCollins (2010).
(3) Infieles de nacimiento
Pero como sucede con otras tantas cosas las apariencias engañan. En el mundo de las aves las infidelidades y los abandonos son mucho más frecuentes de lo que hasta hace poco se pensaba, estudios genéticos y el trabajo de los ornitólogos de campo lo corroboran. Pongamos el ejemplo del acentor común (Prunella modularis), un ave muy habitual en los campos de toda Europa, de aspecto poco llamativo pero con una vida amorosa muy interesante (1). En la época de cría estos pajarillos escogen a sus parejas, se aparean, construyen sus nidos, macho y hembra incuban los huevos y después se turnan en el cuidado de la descendencia y la búsqueda de alimento. Hasta ahí todo normal, sin embargo entre bambalinas tiene lugar un juego sexual de lo más sorprendente. La monogamia, lejos de ser la norma, es más bien una excepción. Es frecuente que las hembras hagan escapadas cuando su pareja "formal" no está presente para aparearse con los machos vecinos, de tal forma que parte de su nidada será "ilegítima". Obviamente el macho criará a esos polluelos como suyos, pero estas prácticas acentúan la desconfianza hacia las hembras, de tal manera que muchos individuos adoptan la costumbre de vigilar a su pareja durante los días en que ésta está disponible sexualmente para evitar que vaya en busca de sus "amantes". Este comportamiento se refuerza además con cópulas muy frecuentes destinadas a "desplazar", por decirlo de alguna manera, el esperma de los competidores. Sin embargo en este juego los machos tampoco van a la zaga y también los hay que le son infieles a su pareja, de hecho entre los acentores podemos encontrar todas las modalidades en cuanto a relaciones conyugales se refiere: monogamia estricta, triángulos amorosos, poliandria (una hembra que se aparea con varios machos), poliginia (un macho con varias hembras) e incluso comunas al más puro estilo hippie donde se intercambian parejas y todos los adultos colaboran para criar a la descendencia en su conjunto ¿Quién iba a decir que unas aves de aspecto tan anodino eran capaces de desarrollar un comportamiento tan complejo y fascinante?
¿A qué se debe una conducta tan promiscua? ¿Desarrollan las aves el gusto por las aventuras amorosas? Los estudios publicados por la etóloga (investigadora del comportamiento animal) Bridget Stutchbury (2), profesora de Biología en la Universidad de Nueva York, apuntan a que las infidelidades, especialmente en las hembras, ascienden hasta al 40% de los casos en las aves migratorias pertenecientes al orden de las Paseriformes o aves canoras, el grupo que incluye a gorriones, canarios, pinzones, mirlos, ruiseñores y afines. Según parece existe una razón puramente biológica para la promiscuidad, de esta manera las hembras aseguran una mayor variabilidad genética en su prole, lo que aumenta sus posibilidades de supervivencia, al tiempo que se salvan los posibles problemas de infertilidad de la pareja formal.
Pareja de diamantes mandarines (Taeniopygia guttata). |
Después de todo sí que es cierto que en el amor y en las relaciones conyugales las aves se parecen mucho más a nosotros de lo que cabría imaginar. Pueden buscar una pareja con la que compartir su vida y tener descendencia, pero fuerzas interiores que no pueden contener las empujan a aventurarse en otros encuentros amorosos, ahora sabemos que con una frecuencia extraordinariamente alta. Habitualmente solemos decir cosas como, ¡Ese tío, menudo pájaro está hecho! o ¡Esa de ahí, vaya pájara!, como queriendo decir que estamos tratando con personas que no son muy de fiar. En este caso la sabiduría popular parece haber acertado de pleno, al menos en lo que al comportamiento sexual se refiere.
N.S.B.L.D
(1) Naturaleza cantábrica. El pájaro infiel
(2) The bird detective: Investigating the secret lives of birds. Bridget Stutchbury. HarperCollins (2010).
(3) Infieles de nacimiento
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