La reciente publicación de la obra "La financiación de la guerra civil española", del economista Jose Ángel Sánchez Asiain, pone de manifiesto un aspecto poco conocido del conflicto. Lo vitales que resultaron las fuentes de financiación para decantar la victoria por uno de los bandos.
Se puede pensar que ya está todo dicho acerca de la guerra civil que sacudió España de 1936 a 1939. Se han escrito ríos de tinta sobre ella, hecho todo tipo de películas y documentales, ofreciendo distintos puntos de vista, la versión de los vencedores y la de los vencidos. Sin embargo quedaba un aspecto pendiente que hasta hace bien poco no había sido tratado en toda su extensión y que resulta fundamental para comprender por qué la guerra se desarrolló como se desarrolló y tuvo la conclusión que ya conocemos, el aspecto financiero. En todo conflicto los bandos enfrentados necesitan de fuentes de financiación estables para poder mantenerse en la lucha, de otra forma no podrían proveerse de armas, alimentar y mantener a sus ejércitos, asegurar el control sobre los territorios que ocupan evitando el desgobierno y el caos, desplegar las labores logísticas y las infraestructuras necesarias para emprender nuevas campañas militares, etc. Éste es el enfoque con el que el economista y empresario Jose Ángel Sánchez Asiain se ha aproximado al conflicto en su libro "La financiación de la guerra civil española" (Editorial Crítica), recientemente publicado, y en el que se pone de manifiesto el importantísimo papel, esencial por encima de otros muchos, que jugó, no solo la mayor o menor financiación que recibió cada uno de los dos bandos, sino también la naturaleza de la misma.
No voy a extenderme detallando todo lo que se expone en el libro, cuya lectura considero recomendable. En el artículo ¿Quién financió la Guerra Civil? (Público 11/11/2013) se desgranan a modo de resumen todas y cada una de las fuentes de financiación que tuvieron a su disposición tanto el bando fascista de los militares sublevados como el que se mantuvo fiel al gobierno democráticamente elegido de la República. Para ser lo más conciso posible basta mencionar que Franco y el resto de sublevados dispusieron casi desde el primer instante, e incluso antes del "Alzamiento" del 18 de julio de 1936, de importantes y variadas inyecciones de liquidez para su causa procedentes de diversas fuentes. Desde las generosas aportaciones del delincuente y contrabandista reconvertido a banquero Juan March (el hombre más rico de España en aquel momento) y otros importantes personajes bien posicionados socialmente, pasando por las recaudaciones realizadas por la Diputación Foral de Navarra y los carlistas, la ayuda portuguesa proporcionada por la dictadura de Salazar (tanto en el terreno económico como en el apoyo logístico, puesto que el territorio luso servía como retaguardia para las tropas "nacionales"), sin olvidarnos por supuesto de la inestimable contribución de la Alemania nazi de Hitler y la Italia fascista de Mussolini (da la impresión de que hay más de uno que quisiera enterrar para siempre este último "detalle"). Pero las ayudas a los sublevados no concluyeron ahí, puesto que las finanzas internacionales también prestaron su apoyo al Alzamiento, no solo bancos portugueses, italianos o alemanes, sino también británicos (como Kleinwort, Sons & Co.), suizos (Societé de Banque Suisse) e incluso norteamericanos. Solo los préstamos procedentes de Reino Unido y Portugal ascendieron a más de tres millones de libras esterlinas durante el primer año de contienda. Queda bien claro que, sin todas estas aportaciones, la sublevación jamás habría triunfado y Franco y el resto de militares golpistas no hubieran podido librar guerra alguna.
Por su parte el bando republicano lo tuvo muchísimo más complicado para financiarse. El capital financiero internacional no ocultaba su profunda desconfianza hacia la deriva revolucionaria y marxista que, como reacción al golpe del 18 de julio, había tomado el gobierno legítimamente elegido. En consecuencia prácticamente nadie quiso conceder créditos a la República, al tiempo que el endeudamiento con el exterior se convertía en la principal fuente de financiación de sus enemigos. De hecho tanto desde Londres como desde Wall Street se boicotearon sistemáticamente todas las operaciones encaminadas a proporcionar financiación a la causa republicana. Solo México envió armas y suministros dentro de su limitada capacidad y luego, claro está, se pudo contar con la interesada ayuda de la Unión Soviética, canjeada a cambio de las reservas de oro del Banco de España (unas de las mayores del mundo en aquel tiempo), el famoso "oro de Moscú" que al final no se quedó en tierras rusas sino que se dispersó por los mercados internacionales, yendo a parar buena parte de los ingresos por las ventas a la banca francesa. Negada cualquier otra fuente, ésta fue la única vía de financiación posible para la República, que de otra manera no podría haber mantenido los esfuerzos de guerra ni tan siquiera durante medio año.
Hasta ahí lo que son los datos y hechos históricos, pero se pueden extraer dos conclusiones muy interesantes de los mismos. La primera es que la victoria de Franco no se debió a su genio militar tras una serie de campañas dignas de ser estudiadas en todas las academias castrenses del planeta dado lo impecable de su estrategia, tampoco a la fiereza, bravura o profesionalidad de sus combatientes, ni tan siquiera a su compromiso ideológico, eso de estar librando "una Cruzada en nombre de Dios para liberar a España de la infame Hidra Roja". Su victoria no fue más que una inversión del capital financiero internacional, también de los regímenes totalitarios de Alemania e Italia, la forma que tuvieron de asegurarse de que España continuara dentro de su redil y no se descarriara arrojándose a los brazos del comunismo.
La segunda es que, dentro de esa misma lógica, ninguna ayuda resultó gratuita. De una u otra forma todos los españoles en su conjunto hubieron de pagar la deuda contraída. Los grandes bancos hicieron sus préstamos a unos intereses que oscilaron entre el 3% y 5,5% anual y al acabar la guerra Alemania cifró la deuda por la ayuda prestada a Franco en 372 millones de marcos de la época. En su mayor parte los teutones comenzaron a cobrársela en especie, llevándose de España importantes cantidades de minerales y alimentos (como frutas y aceite de oliva) sin pagar un solo céntimo por ello, algo que a buen seguro le vino muy bien a una población depauperada que se las veía y se las deseaba para sobrevivir en la posguerra. Solo la caída del nazismo al final de la Segunda Guerra Mundial nos libró de seguir sufriendo tal expolio, una suerte para el dictador que permaneció a este lado de los Pirineos. Y es que en este contexto ni tan siquiera la ayuda soviética se caracterizó por su altruismo. Stalin y sus compinches se cobraron hasta el último gramo de oro todos los suministros que le enviaron a la República, aquello tuvo mucho más que ver con una simple operación comercial que con una campaña de ayuda a un aliado potencial. Y cuando el suministro del metal preciado se acabó adiós muy buenas, se le cerró el grifo a la República y que se las apañara como pudiera en una situación crítica. El líder de la Unión Soviética aproximó sus posiciones con Hitler y ambos terminarían pactando un acuerdo de no agresión que temporalmente resultaba provechoso para ambas partes, España era sacrificable y en consecuencia el bando republicano terminó desmoronándose por completo. Así fue como concluyó la Guerra Civil, con un país que había hipotecado su presente y su futuro y que durante décadas sufriría a causa de ello. El papable atraso que aún a día de hoy padecemos no es algo fortuito, es la herencia recibida de un conflicto que, casi 75 años después, todavía sigue proyectando su sombra sobre nosotros.
Kwisatz Haderach
No hay comentarios:
Deja un comentario Tu opinión interesa
Comentarios sujetos a criterios de moderación.