La difusión mediática de la idea que asocia esfuerzo personal con éxito profesional tiene como efecto secundario la percepción errónea de la pobreza como un problema de debilidad moral.
Resulta alarmante la extensión de la pobreza como
consecuencia de las medidas neoliberales aplicadas presuntamente para salir de
la crisis. En el último trimestre de 2012 el INE situaba a uno de cada cinco
españoles en situación de exclusión social, afectando especialmente a las personas
en edad de trabajar, entre quienes la tasa aumentaba hasta
el 21 %.
Pero la pobreza ya existía en nuestro país cuando todo iba
bien y aunque hoy por hoy nadie negaría que las tasas actuales tienen un origen
socio-económico claro, en los tiempos de vacas gordas, cuando el sistema
repartía trabajo a diestro y siniestro, el común de los mortales no percibía la exclusión social de esta manera, antes bien la atribuía a causas individuales, relacionadas con características morales: falta de
iniciativa, de ambición o de trabajo duro. ¿Cuando todo iba bien quién no
escuchó en la calle frecuentemente la frase: “En España quién no trabaja es
porque no quiere”?
El fenómeno de la pobreza es sumamente complejo y entre sus causas encontramos tanto factores socio-sistémicos como individuales: enfermedades que originen una seria vulnerabilidad económica, carencias educativas, falta de
movilidad social, ausencia de igualdad de oportunidades, problemas psicológicos
o la propia dinámica de destrucción-creación que según Schumpeter caracteriza al capitalismo.
Pero aunque la opinión pública sepa que los niveles actuales de
desempleo deriven de un fenómeno socio-económico de dimensiones históricas, de algún modo entre los ciudadanos sigue latente la concepción de la pobreza predominante en tiempos de bonanza económica: la idea de que los pobres son en
buena parte responsables de su propio destino, de que "si no trabajan será porque
algo han hecho mal". El caso es que esta asociación entre esfuerzo personal y éxito profesional
se ha extendido hasta el punto de convertirse en un referente cultural, que a
través del proceso de socialización se introduce en la mayoría de las conciencias, y es en buena parte responsable de la percepción de la exclusión como un problema de debilidad moral.
Prueba de ello son los sentimientos de culpa, fracaso o vergüenza que suelen
sentir quienes pierden su empleo. Estas emociones tienen una raíz
socio-cultural localizable en una visión personal sobredimensionada de la relación entre esfuerzo personal y éxitos profesionales. El sentimiento de culpa al perder el empleo en
circunstancias de depresión económica sólo puede explicarse, descartados otros motivos, por una autopercepción
errónea del problema, que sobrevalora
el papel del individuo en la carrera por conseguir y mantener un empleo,
obviando factores socio-económicos, políticos e históricos que condicionan con
mayor influencia el resultado final de ese esfuerzo personal, más aún durante
una crisis económica. Y en cierta medida, estos sentimientos se originan en parte por falta de sentido crítico con las opiniones propias o ajenas y por la ausencia de cultura sociológica, necesaria para entender el mundo contemporáneo.
Pero estas carencias educativas están ampliamente
generalizadas y no en vano esta percepción de la pobreza la
encontramos en diferentes países de la OCDE por la influencia sobre la opinión pública de una cultura acrítica de los logros del esfuerzo personal difundida entre otros por los grandes grupos mediáticos
transnacionales.
Un buen ejemplo de los efectos de estas ideas nos lo brinda la sociedad norteamericana. Así, en un estudio de 1983 de la Universidad de Kentucky sobre
las actitudes de los estadounidenses hacia la pobreza y el desempleo, el 58 %
de los encuestados afirmaba que muchos pobres o receptores de ayudas no quieren trabajar duro o
carecen de ambición (1). Lo más sintomático de este
estudio consiste en que la mayoría de los que opinaban que los desempleados eran responsables de su situación se encontraba en una
escala social baja, dentro de una nueva categoría de asalariados conocida en Estados Unidos como working-poors (trabajadores pobres), nacida hacia finales de los 70 y crecida desde entonces por la deslocalización industrial y una tendencia histórica que ha ido disminuyendo significativamente el poder adquisitivo de los salarios y sustituyendo el empleo estable por temporal. De acuerdo con un análisis publicado en la Journal of Economics Issues, las condiciones de estos trabajadores llegan al extremo de no poder salir de la pobreza a pesar de trabajar jornadas completas durante años debido a los bajos salarios que reciben en compensación (2).
Aunque la pobreza suele asociarse con el desempleo, en países como Reino Unido, USA o Australia un número creciente de trabajadores permanecen en la pobreza a pesar de trabajar muy duro. En Australia un 7,4 % de la población activa se encuentra por debajo del umbral de la pobreza (3). En USA entre 7 y 9 millones de personas empleadas están clasificadas como pobres por el gobierno y estas cifras varían en función del concepto de pobreza que se maneje (4).
Sin embargo, a pesar de este panorama socio-económico, más de la mitad de los working-poors, cegados por su ética del esfuerzo, consideran que la condición de pobre o afortunado viene determinada fundamentalmente por el empeño del individuo y su capacidad para trabajar duro. Estas actitudes permiten que incluso en periodos de recesión, cuando evidentemente aumenta la dificultad para encontrar un empleo, los trabajadores, agobiados por la presión fiscal creciente, expresen abiertamente opiniones contrarias a las ayudas sociales o al aumento de los subsidios por desempleo. (5)
Los medios, la escuela, la familia, las instituciones
religiosas o los políticos han difundido esta ética del trabajo acientífica que
vincula el éxito profesional con el esfuerzo personal y, el fracaso con la
debilidad moral del carácter. Estos prejuicios constituyen una red conceptual
que configura una opinión pública con cierta inclinación a sospechar del pobre,
a culparlo explícita o implícitamente de su situación, puesto que en la explicación inmediata que el ciudadano se da a sí mismo de la exclusión se acentúa la
culpabilidad del individuo sobre la de las instituciones sociales, el
sistema económico o la negligencia política. De hecho, hay estudios psicológicos
que concluyen que aquellos individuos que creen firmemente en la cultura del
esfuerzo como factor determinante de la movilidad social tienden a culpar más a
los desempleados y pobres por su situación, pasando por alto o infravalorando los
factores socio-económicos que causan estos problemas (6). A su vez, la persona afectada por la exclusión tiende también a culparse, a verse a sí misma como responsable de su problema, circunstancia que acentúa los problemas psicológicos vinculados a la pobreza
Esta percepción resulta irreflexiva y acrítica por incompleta, puesto que deja a un lado la notable complejidad social del
fenómeno, desestimando factores tan significativos como las tendencias
macroeconómicas, la desigualdad socioeconómica, la evolución de los salarios y
las rentas del capital, la degradación de la movilidad social y otras razones sociales de peso. Esta equivocada
visión del binomio esfuerzo-éxito fomenta como efecto secundario una percepción
popular de la pobreza y el desempleo como problemas individuales, derivados de la
debilidad moral del individuo afectado, y deviene un estado de opinión general
peligrosamente insolidario y apático frente a los problemas sociales que
afectan a otros, llegando a convertirse en los peores casos en un respaldo social a las políticas dirigidas a recortar los derechos sociales de los más desprotegidos.
Luis B.
Notas
(1)
Feldman, S. “Economic individualism and American Public Opinion”. American
Politics Quarterly. Vol 11. Nº 1. 1983.
(2) Kim, M.
“The working poor: lousy jobs or lazy workers?” Journal of Economic Issues. Vol
32. Nº 1. 1998.
(3) Horin, Adele. "Working but poor: how 476,000 battle". Sydney Morning Herald. 25 July. 1998.
(4) Boutwell, Clinton. Shell game: corporate´s America´s agenda for schools. Bloomington. Indiana. 1997.
(5) Beder, Sharon. Selling the work ethic. Zed Books. London. 2000.
(3) Horin, Adele. "Working but poor: how 476,000 battle". Sydney Morning Herald. 25 July. 1998.
(4) Boutwell, Clinton. Shell game: corporate´s America´s agenda for schools. Bloomington. Indiana. 1997.
(5) Beder, Sharon. Selling the work ethic. Zed Books. London. 2000.
(6) Furham,
A. The protestant work ethic: the psychology
of work-related beliefs and behaviours. Routledge. London. 1990.
Muy bueno.
ResponderEliminarBuenísimo
ResponderEliminarBrillante articulo. Objetivo y riguroso. Me ha encantado
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