La tendencia histórica ascendente del desempleo estructural cuestiona los valores y la ética del trabajo difundida por el sistema capitalista desde hace siglos.
La omnipotencia de los mercados no se limita a imponer
reformas económico-políticas a los países, en contra de los intereses del pueblo
supuestamente soberano. Además, la lógica del mercado invade el universo cultural, aspirando a ser el referente último para medir el valor del resto de
componentes sociales. Así criterios-valores como eficacia,
productividad o rentabilidad terminan por decidir el valor de la educación, la sanidad, el deporte, la cultura e incluso de las
personas mismas.
Decía el dicho “tanto tienes tanto vales” y ciertamente se
trata de una idea asumida consciente o inconscientemente por la inmensa mayoría
de la población. Incluso quienes se oponen a ver las cosas de este modo, los más críticos o progres, han
pensado así en alguna ocasión, aunque sólo haya sido un microinstante. Andrew
Bard Schmookler en su libro La ilusión de la elección: cómo el mercado da
forma a nuestro destino (1) nos dice que la gente ha llegado a
interiorizar la idea del mercado como un adjudicador universal de valor, es decir, los criterios y conceptos que en la lógica de los negocios diferencian lo bueno de lo malo, lo rentable de lo deficitario, se han exportado a otros ámbitos de los social y personal como criterios válidos para juzgar y decidir el valor incluso de los propios seres humanos. Así, la riqueza, el status o la entrega
ciega al trabajo han pasado a ser criterios para valorar a los demás y a uno mismo.
Esto explica una amplia variedad de hechos cotidianos. Por
ejemplo, da cuenta de la frustración y la vergüenza sentidas por los
desempleados o por las personas empujadas por la crisis hasta los
comedores sociales. Vergüenza, culpabilidad son emociones comunes cuando se está en esta
situación y, si bien están relacionadas con la pérdida del empleo o el status,
también guardan relación con una idea, real o no, pero cuya presencia en el
imaginario colectivo es sabida por todos: la idea de que se pierde el
reconocimiento social, que perdemos valor ante los demás. Tanto el que aún
trabaja como el parado saben que esa idea está ahí, que el éxito de un
individuo en el mercado es también vara de medir el valor personal.
¿Pero por qué están ahí estas ideas? ¿De dónde surgieron?
Forman parte de nuestra cultura y nuestra historia, tienen un determinado
origen en el tiempo y desaparecerán algún día, quién sabe si pronto, (3) cuando
la evolución social las deseche. Max Weber (2) señaló que el sistema
capitalista fue unido desde sus orígenes a la ética protestante del trabajo,
que animaba tanto a los capitalistas como a los trabajadores a ver en el
sacrificio personal de la vida entregada al trabajo como un indicio de la salvación
divina. Durante los siglos XVI, XVII y XVIII esta visión moral y religiosa del
trabajo se difundió desde los púlpitos, las escuelas y otras instituciones, y
paulatinamente fue calando y transmitiéndose de generación en generación
también mediante la familia.
Con la secularización de la sociedad, la visión moral del
trabajo, aunque sigue siendo respaldada por las instituciones religiosas, ahora
se difunde y transmite mayoritariamente desde los medios de comunicación, la
publicidad, las propias empresas, el sistema educativo, l promoción ideológica de la cultura del esfuerzo. El status, la riqueza, la ascensión
laboral como pruebas del valor del individuo, y el sacrificio, el esfuerzo
y la autoexigencia como medios para lograrlos.
Ahora bien, ¿qué sucede cuando el sistema económico no puede
proveer trabajo para un gran número creciente de ciudadanos? ¿Qué puede ocurrir
si esta situación se prolonga demasiado? Sencillamente que la realidad
terminará desmintiéndolas y paulatinamente caerán en desuso, aunque quizá sean
reemplazadas por otras nuevas que cumplan una función similar. Sin embargo, por
más que los medios y los políticos sigan difundiendo la cultura del
esfuerzo, la obsesión por el currículum y la empleabilidad, la dura realidad
cotidiana de millones de ciudadanos de todo el mundo termina por neutralizar
tanta propaganda.
La veracidad de los valores del sistema está en crisis para
las personas que en su día creyeron firmemente que la nuestra es una
sociedad abierta, que la movilidad social existe; que la entrega a los estudios
y a la carrera profesional con serio compromiso sería premiada con status,
bienestar material y seguridad frente a las incertidumbres del futuro.
Porque cuando la economía de casino destruye
millones de puestos de trabajo en todo el mundo, impone el hambre y la guerra
en ciertas regiones del planeta y fuerza a la inmigración con peligro de
muerte a los desafortunados del sur ¿cómo es posible seguir creyendo que
vives en un mundo que no te pondrá trabas por tu origen si te esfuerzas por ser
productivo?
Si las innovaciones tecnológicas han ido aumentando el
desempleo estructural desde que empezaron a aplicarse, ¿por qué pensar que el
desempleo tiene un sentido moral? ¿Por qué sentirse culpable o desvelarse
por las noches pensando que algo se hizo mal? Ahora que el
nepotismo y la corrupción desvelan las cotas alarmantes que siempre
han tenido en España, por qué seguir pensando que rige la meritocracia y que el
status y la riqueza material son signos del mérito personal. Cuando las
economías desreguladas tan sólo aumentan las posibilidades de éxito de los más
poderosos (4), por qué creerse el nuevo cuento del emprendimiento como
el camino hacia el cielo.
Como se ha dicho, la presente es también una crisis de
valores y las ideas que alimentan y sostienen la maquinaria se están
desvaneciendo.
Luis B
Notas
(1) Schmookler, Andrew. B. The illusion of choice: how
the market economy shapes our destiny. State University of New York Press. 1993
(2) Weber, M. La ética protestante y el espíritu
del capitalismo.
(3) Beder, S. Selling the work ethic. From Puritan
Pulpit to Corporate PR. Scribe. Australia. 2000.
(4) George, Susan. La globalización liberal. Anagrama.
2003
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