Ese cuento de hadas llamado libre mercado

El Estado y los mercados son como las dos caras de una misma moneda, los unos no pueden existir sin el otro. Numerosos ejemplos pasados y presentes muestran esta estrechísima relación entre ambos, casi como si fueran un todo indisoluble. Demasiado a menudo en la Historia reciente las armas económicas se han empleado como instrumentos de dominación y conquista al servicio de los intereses políticos de las grandes potencias.


Resultado de imagen de Ruso Nord Stream 2,
En la imagen el trazado actual del gasoducto Nord Stream y el trazado previsto del llamado Nord Stream 2, todavía
en construcción. Se trata sin duda de una colosal infraestructura de suministro que resultará beneficiosa para las
economías rusa y alemana, ya que unos venden ingentes cantidades de gas a precios muy competitivos y otros lo
emplean para poder seguir potenciando su industria. Sin embargo Nord Stream se ha convertido en mucho más que
un asunto comercial entre dos países, es una cuestión geopolítica de primera magnitud por el empeño estadounidense
de destruir la influencia rusa en Europa, vía sanciones o amenazas contra todo aquel que busque mantener algún tipo

de relación económica con ese país. 
 
      ¿Se puede considerar que el capitalismo moderno vio su luz en Occidente por obra y gracia de la sacrosanta iniciativa privada sin que los poderes institucionales, el Estado para ser más claros, interviniera en nada? Esto tiene mucho que ver con el clásico cuento ultraliberal de la meritocracia y la cultura del esfuerzo. Cómo un puñado de visionarios hombres de negocios forjaron el sistema económico actual tal y como lo conocemos, forjando asimismo imperios empresariales y financieros tras derrochar sacrificio y audacia. En ningún caso habrían de contar con el apoyo, o amparo, de los gobiernos de turno, pudiendo darse el caso incluso de que estos se pusieran en su contra al ver como un solo hombre (porque en esta historia hay sólo hombres) acumulaba una gran fortuna y poder. Es la imagen del héroe frente al mundo, remando a contracorriente en pos de un sueño. Ése que las mentes pequeñas y mezquinas ni tan siquiera alcanzan a vislumbrar, pero que el genio solitario e incomprendido lleva años dando forma a base de sangre y sudor. Sin duda un relato muy al gusto de las doctrinas neoliberales, que mitifican la figura del emprendedor, el sujeto excepcional hecho a sí mismo sin la ayuda de (casi) nadie.

     ¿De verdad podemos entender así los últimos doscientos o trescientos años de Historia económica? El libre mercado, evolucionando según sus propias leyes intrínsecas y autoajustándose en mágico equilibrio a salvo de indeseadas injerencias gubernamentales, es la base de la prosperidad de las sociedades occidentales contemporáneas ¿Nos lo creemos? ¿En serio la política y, más concretamente, el apoyo estatal nada han tenido que ver en la conformación del actual sistema económico? Un repaso por una serie de acontecimientos pasados y presentes permiten cuestionar y mucho este discurso, dándonos una imagen más exacta de cómo las fuerzas combinadas del Estado y los mercados han ido de la mano a la hora de lograr objetivos comunes. Es imposible separar ambas realidades, porque economía es política y política es economía en muchos casos. Veamos una serie de ejemplos concretos.

El capitalismo de Estado como instrumento al servicio del imperialismo

     El siglo XIX es considerado la época de la Revolución Industrial y, por ello, también el siglo en que el capitalismo moderno terminó tomando forma a medida que el mundo moderno también lo hacía. Una formidable potencia colonial destacaba por encima de las demás en aquel tiempo, Gran Bretaña, considerada también una de las cunas del capitalismo. De hecho la bolsa de la City londinense ha sido y sigue siendo uno de los grandes centros financieros mundiales y, junto con Wall Street, es todo un icono del sistema capitalista.

Navarino.jpg
Arriba representación pictórica de la Batalla de Navarino, librada
en 1827, y que resultó decisiva en el desarrollo de la Guerra de
Independencia de Grecia.
     Llegados a este punto sería interesante relatar cómo este sistema económico pudo afianzarse gracias al firme amparo de la Corona, que prestaba todo su poderío militar e influencia política para acudir en ayuda de los inversores cuando era necesario. Buen ejemplo de ello es la curiosa historia de la Guerra de Independencia de Grecia, un largo conflicto que se libró entre los años 1821 a 1830. Pongámonos en situación. Hacia 1820 lo que ahora conocemos como Grecia seguía siendo una provincia del Imperio Otomano, no obstante los griegos albergaban la firme esperanza de liberarse del yugo turco y en 1821 se alzaron en armas con el objeto de lograr la independencia. La rebelión helena cosechó pronto importantes simpatías en toda Europa, difundiéndose la imagen romántica de aquellos bravos guerreros occidentales y cristianos haciendo frente a la tiranía del bárbaro imperio musulmán que los oprimía. No en balde figuras como el poeta inglés Lord Byron acudieron a combatir junto a los rebeldes y perdieron la vida en suelo griego como mártires de la causa. Pero una cosa es el romanticismo y otra distinta los negocios. Los financieros de todo el continente, en especial los británicos, podían simpatizar con aquella rebelión, pero también vieron en ella una oportunidad de beneficio. Para no extenderse demasiado diremos que accedieron a financiar la lucha de los griegos contra los otomanos, siempre y cuando, una vez alcanzada la independencia, el nuevo estado accediera a devolver la deuda contraída con sus acreedores más los intereses. Cosas de anhelos nacionales, casi sin proponérselo los griegos iba a caer en una trampa en la que muy probablemente nunca pensaron.

     Y esto fue así porque a los rebeldes les iba a costar lo suyo derrotar a los turcos, hasta tal punto de que, fruto de las divisiones internas y el apoyo egipcio al sultán otomano, en 1827 parecían estar al borde de la derrota definitiva. Esto suponía un problema para los inversores que apostaron por la independencia griega, ya que si esta no se producía perderían todo lo que habían invertido, en no pocos casos como bonos de la rebelión que cotizaban en la bolsa de Londres. El contratiempo no solo afectaba a los inversores británicos, sino también a los franceses, lo cual explica la intervención franco-británica en apoyo de los griegos, a la que también terminó sumándose Rusia. Esto permitió destruir por completo la flota del sultán en la decisiva Batalla de Navarino (octubre de 1827), tras la cual tropas francesas pudieron desembarcar en Grecia y decantar la balanza finalmente en favor de los rebeldes. En 1828 los otomanos solicitan la paz para que el descalabro no sea mayor y, dos años más tarde, la Grecia moderna nace al fin como estado independiente. Sin embargo nacerá lastrada con una deuda monstruosa fruto de las obligaciones contraídas con aquellos que financiaron su lucha y que, obviamente, fueron a cobrarla debidamente arropados por los gobiernos de las grandes potencias. Tanto fue así que fueron estas mismas potencias (Gran Bretaña, Francia y Rusia) las que anularon la Constitución republicana del país (aprobada por los líderes rebeldes en 1827) y proclamaron la "independencia" bajo su tutela, lo que en la práctica significaba que Grecia seguía siendo un protectorado, sólo que con unos nuevos amos. La República Griega duró bien poco, asfixiada por una deuda impagable y las luchas intestinas, así que en 1832 las potencias decidieron convertirla en monarquía y colocar en el trono recién creado a un príncipe alemán, Otón I, gobernante de conveniencia que se encargaría de meter en cintura a los griegos y hacerles cumplir con sus obligaciones para con los acreedores.

     Esta historia nos muestra que lo de Grecia con la deuda viene de largo, pero también nos muestra algo más. En la era del capitalismo moderno el Estado no ha dudado en actuar en interés de inversores privados, yendo a la guerra si se tercia, para garantizar el retorno de sus beneficios. El gobierno de Su Graciosa Majestad utilizaría lo que podríamos denominar como "la fórmula griega" en más ocasiones a lo largo de la era victoriana, llevándola incluso a nuevas cotas de intervencionismo. El caso de Egipto es paradigmático. A principios del XIX y bajo la dirección de Mohammed Alí, todavía vasallo otomano, el país inició un periodo de modernización, así como una ambiciosa política de expansión territorial que lo llevó a enfrentarse con los intereses británicos y franceses en Siria y Palestina. Esta política de expansión y modernización llevó a los sucesores de Alí a depender cada vez más de los créditos externos, lo que a la larga resultaría desastroso. Obviamente los préstamos eran concedidos por banqueros europeos, muy especialmente británicos, a tipos de interés realmente altos (hasta un 14% en muchos casos). Con el paso de los años esta deuda creciente, engrosada eso sí por las aventuras militares egipcias en Sudán, se convierte en una piedra atada al cuello de la nación. Para 1876 ascendía a 68,5 millones de libras esterlinas, lo que para la época era sencillamente descomunal, habiéndose multiplicado por 23 en apenas 15 años. Llegados a este punto los acreedores impusieron condiciones de reembolso de la deuda prácticamente imposibles de cumplir y Egipto comenzó a hipotecar sus recursos para poder pagarla, amén de aumentar los impuestos para derivar la presión sobre la población. Esto llevo incluso, en 1875, a que el gobierno cediera su parte del Canal de Suez a los británicos. Así fue como los acreedores convirtieron la trampa de la deuda en un arma para someter al país y, en un intento por evitar la ruina, Egipto anunció en 1876 que suspendía el pago de la deuda. Se iniciaría entonces un proceso que concluiría en 1882 con la ocupación militar británica del país, so pretexto de defender los intereses de la Corona frente al caos desatado por una revuelta generalizada cuyo origen era, precisamente, la exasperación popular por la situación de carestía y miseria provocada por la crisis de la deuda. La intervención eventual devendría en ocupación permanente y Egipto acabó convertido en un protectorado más del Imperio, de manera tal que su economía y sus gentes fueron puestos al servicio del nuevo amo. Sobra decir que la nueva administración colonial se cuidó mucho de que todos los acreedores cobraran sus préstamos más los intereses acumulados.

     Aquí vemos una nueva vuelta de tuerca de esta política de "papá Estado acudiendo al rescate de los inversores", pues ahora la deuda deviene en arma de conquista. Nada más lejos de ese cuento ultraliberal de que los gobiernos intervengan lo mínimo imprescindible dentro de una economía de libre mercado. Tal y como apunta el historiador Yuval Noah Harari en su exitoso libro "Sapiens. De animales a dioses":

      El abrazo del oso entre el capital y la política ha tenido implicaciones de mayor alcance para el mercado del crédito. La cantidad de crédito en una economía viene determinada no solo por factores puramente económicos, como el descubrimiento de un nuevo yacimiento petrolífero o el invento de una nueva máquina, sino también por acontecimientos políticos tales como cambios de régimen o políticas exteriores más ambiciosas. Después de la Batalla de Navarino, los capitalistas ingleses estaban más dispuestos a invertir su dinero en arriesgados tratos ultramarinos. Habían visto que si un deudor extranjero se negaba a devolver los préstamos, el ejército de Su Majestad conseguiría que les retornara el dinero. 

      "Va mal el negocio, manda ¡La caballería!", recuerdo que decía una vieja canción de La Polla Records. Es una forma resumida y mucho más prosaica de decir lo mismo que el texto de más arriba. Y esta filosofía de arropar a los inversores, de intervenir incluso militarmente para asegurar la economía personal de una élite estrechamente relacionada con el poder político, es una de las bases que explican el funcionamiento del capitalismo moderno. Poderes públicos al servicio de intereses privados; no es una historia nueva ni mucho menos. A lo largo del siglo XIX los británicos harían uso de esta política no pocas veces. Se sirvieron de ella a lo largo de las Guerras del Opio contra China de 1832 a 1860, para defender los intereses de los narcotraficantes ingleses, que inundaron de opio los mercados del gigante asiático provocando una auténtica catástrofe humana ¿Se podría imaginar que un país de hoy día agrediera a otro para obligarle a legalizar, por ejemplo, el tráfico de cocaína sólo porque algunos de sus más destacados hombres de negocios se dedican a este tráfico? Evidentemente no sólo se intervino por eso, ya que después del conflicto los británicos obtuvieron importantes concesiones de todo tipo de los chinos. Por último por supuesto esta estrategia se empleó también para extraer la máxima cantidad de riqueza posible de la India, la joya de la Corona imperial, de tal manera que mientras los súbditos indios se empobrecían las arcas de los banqueros y empresarios británicos rebosaban.

     La Historia contemporánea está repleta de ejemplos que muestran esta estrechísima e indisoluble relación entre el poder político y los poderes económicos, entiéndase el gran empresariado y la Banca. Uno de los casos más flagrantes lo tenemos tras el ascenso al poder en Alemania de Adolf Hitler, que se produje en enero de 1933 tras un acuerdo entre bambalinas entre los conservadores y el Partido Nazi (o nacionalsocialista), a pesar de que este último no contaba con una representación parlamentaria suficiente como para gobernar en solitario. Pues bien, una de las primeras medidas del futuro Führer fue constituir el Consejo General de la Nueva Alemania, organismo consultor que actuaría como poder en la sombra dentro del Tercer Reich ¿Quién componía dicho consejo? Pues grandes industriales y banqueros como Krupp, Siemens, Thyssen, Reinhardt o Schröder. A estas alturas no es ningún secreto que el gran capital alemán apoyó de manera entusiasta al régimen nazi desde el primer momento (ver Tercer Reich económico: las empresas que ayudaron a Hitler), obteniendo múltiples beneficios a causa de ello; el más repugnante de todos el empleo de mano de obra esclava. Sin embargo el ejemplo del citado Consejo demuestra que la interrelación entre nazismo y gran capital era mucho más profunda, pues ambos se complementaban mutuamente en el poder. Destruido el Tercer Reich después de 1945 dicha forma de proceder no desaparece ni mucho menos, pues ésta se encuentra en la esencia misma que da sentido al capitalismo moderno.

El excepcional intervencionismo económico estadounidense y su utilidad como arma de dominación y agresión

Arriba fotografía de los llamados "acuerdos Plaza", entre las cinco mayores
economías del mundo en 1985. El nombre hace referencia al Hotel Plaza de
Nueva York, lugar donde tuvieron lugar las reuniones.
      Adelantémonos en el tiempo y vayamos a la década de los años 80 del pasado siglo. En aquella época Japón era la segunda economía del planeta por detrás de Estados Unidos, tras más de dos décadas de acelerado desarrollo ininterrumpido con unas tasas de crecimiento situadas entre el 5% y el 10%. Es el conocido como Milagro japonés, que sacó al país asiático del estado de total postración en el que quedó sumido tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial, convirtiéndolo en toda una gran potencia económica que parecía sentarse de igual a igual con otros grandes que regían los destinos del mundo por aquel entonces en las reuniones del G7 (al respecto es sumamente interesante ver la siguiente animación, sobre cómo han evolucionado las principales economías del planeta desde los 60 hasta la actualidad). Los grandes gigantes industriales japoneses (Mitsubishi, Toyota, Honda, Suzuki, Casio...), conglomerados que en aquel país reciben el nombre de keiretsus, invadieron los mercados de buena parte del planeta, en especial en los países desarrollados. Una "invasión nipona" pacífica que pareció cosechar un éxito arrollador. "Lo de Pearl Harbor no funcionó, así que intentamos invadirles con la electrónica", le dice en tono jocoso el señor Takagi al oficial de policía John McClane (personaje interpretado por Bruce Willis), antes de que los terroristas asalten el rascacielos en la mítica película "ochentera" Die Hard (estrenada en España bajo el nombre "La jungla de cristal"). La percepción general de que los japoneses se habían lanzado a la conquista del mundo durante esos años se extendía incluso a la cultura popular.

      Sin embargo a finales de aquella "década prodigiosa" para los nipones, en 1989, se produjo el estallido de la burbuja del mercado de valores en aquel país, seguido dos años más tarde del estallido de la burbuja inmobiliaria, que sumió a Japón en una gravísima recesión de la que no pudo escapar hasta 2003. A este periodo se lo conoce como "la década perdida", ya que la nación perdió el tren del crecimiento durante esos años alejándose del sueño de llegar a igualar algún día la economía del gigante estadounidense. Un pueblo que creció durante varias décadas dando por sentadas ciertas cosas, como la estabilidad laboral de por vida (lo habitual era que un trabajador se mantuviera en una misma empresa hasta la jubilación), una economía en expansión permanente y una confianza cuasi religiosa en un futuro próspero sin negros nubarrones en el horizonte, hubo de readaptarse a esta situación de incertidumbre. Desempleo, cierre de empresas, precariedad y ciertos colectivos vulnerables arrojados a la pobreza; cosas que habían sido desconocidas para los japoneses de toda una generación. Japón siguió siendo una de las grandes economías del planeta, un país próspero y muy desarrollado, pero ya nunca más recuperó el ritmo de crecimiento del pasado y, desde entonces, su economía ha sido muy susceptible al estancamiento.

     Las causas de la recesión japonesa de los 90 son varias, pero los expertos apuntan dos que fueron especialmente importantes. La primera es la reforma del sector financiero, eufemismo empleado por la terminología neoliberal para definir la desregulación del mismo, siguiendo la estela de lo sucedido en esa misma época en Norteamérica y Europa occidental. La segunda fueron las presiones de Estados Unidos para que Japón apreciara el yen con respecto al dólar. Una moneda especialmente devaluada constituía uno de los puntos más fuertes del portentoso despliegue comercial global de los japoneses, pues era la base de su dinámica exportadora y, entre otras cosas, desequilibraba claramente a su favor la balanza de las relaciones económicas, y de las exportaciones, con Estados Unidos. Pero claro, no hay que olvidar lo que sucedió en 1945, ya que desde entonces el Tío Sam era la potencia vencedora que ocupaba el archipiélago nipón. Una vez más chocamos con el poder político allí donde tanto nos han insistido que las fuerzas del mercado actúan por sí solas, haciendo y deshaciendo para generar ciclos de expansión, burbujas y crisis subsiguientes.

     Así pues una de las razones más importantes por las cuales Japón entró en recesión en 1991 se gestó años antes, concretamente en una reunión celebrada en 1985 en el Hotel Plaza de Nueva York, patrocinada por el entonces secretario del Tesoro James Baker. De aquel encuentro surgieron los llamados "acuerdos Plaza" (Plaza Accords), a partir de los cuales Estados Unidos impuso a Japón la apreciación del yen para así equilibrar el déficit comercial del primero para con el segundo. No en balde ésta había sido una de las grandes promesas de la administración Reagan para "hacer de nuevo una América poderosa" frente a esa amenaza procedente de Asia y que tantos problemas estaba creando a las industrias nacionales. Los japoneses se habían convertido en unos alumnos aventajados y ahora invadían el mercado estadounidense con sus productos de alta tecnología, amén de invertir fuertemente en propiedades inmobiliarias y ciertos sectores estratégicos. Así pues las cosa está clara. Si en un contexto de economía de libre mercado un competidor puede adelantarte, utiliza tu poder político e incluso militar para impedirlo. Todo y que ambos países eran firmes aliados desde el fin de la guerra, Japón llevaba todas las de perder en esta relación, pues quedaba supeditado a los intereses de la seguridad nacional de Estados Unidos al ser en última instancia una nación vencida y ocupada. Los japoneses hicieron unas cuantas cosas mal para provocar que su economía se terminara estancando en los 90, pero qué duda cabe que la mano oculta estadounidense actuó con presteza en este caso para evitar que, el que había sido su socio y aliado, se hiciera demasiado grande y poderoso económicamente como para hacerle sombra.

     Desde siempre nos ha sido presentada la imagen de Estados Unidos como el gran defensor en el mundo del libre mercado, una imagen que la propaganda de todo tipo (prensa, cine, televisión...) no se ha cansado de replicar una y otra vez hasta convertirla en un mantra incuestionable. Sin embargo la política económica de Washington de cara al exterior contradice rotundamente esta supuesta verdad. El caso de los "acuerdos Plaza" es sólo uno más, ya que los norteamericanos han empleado infinidad de veces su primacía política y militar para apuntalar su superioridad económica, así como también han empleado su poder económico con fines geoestratégicos. Desde este punto de vista no ha existido país más intervencionista en lo económico que Estados Unidos.

     Esto podría parecer chocante, pero ejemplos hay de sobra que permiten confirmarlo. Por un lado tenemos las ayudas que Washington presta a determinados países que considera aliados estratégicos y a los cuales ha sustentado gracias a su poderosísima economía. Y si hay un estado que destaca por encima de los demás como perceptor de gran parte de esas ayudas éste es Israel. Un informe legislativo del Congreso, publicado en abril de 2018, elevaba el volumen de ayuda recibida por los israelíes de Estados Unidos desde 1946 hasta la actualidad en la friolera de 134.000 millones de dólares.  Y eso teniendo en cuenta que por su extensión Israel es diminuto, con una superficie inferior a la de la Comunidad Valenciana y una población sólo un poco más grande que la de Andalucía. De hecho sólo la administración Trump ha aprobado un paquete ayudas por un monto de 38.000 millones. En todos estos casos la ayuda económica se traduce en apoyo militar, que hace del estado hebreo un gendarme en Oriente Medio. Tal y como señala Augusto Zamora R. en su libro "Requiem polifónico por Occidente", Israel no podría haber sobrevivido rodeado de enemigos sin toda esta increíblemente generosa ayuda económica que se tradujo en la creación de un ejército realmente poderoso y dotado del armamento más mortífero y sofisticado de la actualidad. Aquí vemos un claro ejemplo de cómo la economía de una gran potencia puede ponerse al servicio de la subsistencia de una nación casi insignificante en cuanto a tamaño y población, porque sus intereses geoestratégicos así lo mandan.

Meng Wanzhou at Russia Calling! Investment Forum.jpg
En la fotografía Meng Wanzhou, directora
financiera de Huawei, arrestada por orden
de un juez canadiense a petición del
gobierno de Estados Unidos.
      La otra cara de la moneda del intervencionismo económico exterior estadounidense es su agresiva política de sanciones contra países, compañías o individuos que no se pliegan a sus exigencias o intereses o, simplemente, no resultan afines ideológicamente (porque lo de la defensa de la democracia, las libertades y los derechos humanos poco o nada tiene que ver con todo esto). Todo y que sanciones y bloqueos no son ni mucho menos un arma económica de agresión nueva en manos de Washington, sin ir más lejos así se empujó a Japón a ir a la guerra en 1941 o se trató de doblegar a la Cuba de Fidel Castro, Donald Trump y su equipo de gobierno (con Mike Pomeo y el tarado de John Bolton a la cabeza) han hecho del uso discrecional e indiscriminado de estas herramientas su seña de identidad. Llama mucho la atención una inclinación tan marcada al intervencionismo económico en unos sujetos que, como es el caso concreto de Trump y Pomeo, se forjaron la fama que les llevó hasta donde están partiendo del mundo de los negocios. Esta política de sanciones a diestro y siniestro, amén de otras estrategias más ruines, es la que está empleando Estados Unidos para tratar de doblegar a países como Venezuela o Irán, forzando así un cambio de régimen favorable a sus intereses. Todo esto, claro está, a costa de un indecible sufrimiento de la población en estos lugares porque, como ya se ha dicho, esto tiene muy poco que ver con la lucha por la democracia o el respeto a los derechos humanos. Al respecto es especialmente ilustrativo el siguiente artículo del periodista Alejandro Nadal, donde se muestra a las claras que buena parte de lo que está sucediendo hoy día en Venezuela es a causa de la destructiva injerencia económica estadounidense en los asuntos de ese país.

     Pero es en su relación con otras grandes potencias rivales, como China y Rusia, donde este intervencionismo económico cobra un mayor sentido por estar en juego la supremacía mundial. Desde la anexión de Crimea en 2014 Moscú ha sido objeto de innumerables sanciones que, según ciertas estimaciones, ascienden a un equivalente de entre el 1% al 1,3% del PIB ruso. La ofensiva total estadounidense en este sentido se manifiesta en casi cualquier aspecto, incluso en los acuerdos económicos que Rusia establece con terceros países. Buen ejemplo de ello es todo el lío que hay montado en torno al gran gasoducto báltico Nord Stream 2, que se sumará a otro de iguales características para suministrar gas natural a Europa occidental, y muy especialmente al insaciable gigante industrial alemán, circunvalando los territorios de Polonia y Ucrania (fieles vasallos de Estados Unidos en estos momentos). Ello llevó en enero de este mismo año al embajador estadounidense en Alemania, Richard Grenell, a chantajear con sanciones (porque no se lo puede llamar de otra manera) a las empresas alemanas que llegaran a acuerdos de colaboración con el gigante gasístico ruso Gazprom para la construcción del citado gasoducto. Entre las compañías afectadas estarían Uniper, Wintershall, Engie, OMV e incluso el grupo anglo-holandés Shell (ver esta noticia de la Agencia Reuters). La irritación alemana no se hizo esperar y el ministro de Relaciones Exteriores, Heiko Maas, aseguró que "las sanciones serían la forma incorrecta de resolver la disputa y que la política energética europea se decide en Europa, no en Estados Unidos" ¿Tiene mucho que ver con la filosofía del libre mercado utilizar tu peso político a escala global para amenazar con sanciones a unas empresas de un país que no es el tuyo, por querer hacer negocios con otra empresa, de otro país que tampoco es el tuyo? Creo que la pregunta se responde por sí sola.

     Y esta política de agresión se está volviendo mucho más encarnizada contra China, sin duda alguna el gran rival que en estos momentos amenaza la supremacía estadounidense. Ya lo dice la propia palabra que está enmarcando últimamente las relaciones entre las dos grandes potencias, guerra comercial, que no tiene que ser ni mucho menos lo mismo que libre comercio. Mientras escribo estas líneas Trump anuncia una subida de los aranceles a los productos chinos de un 10% a un 25%, por un valor que podría estar entre los 200.000 y los 325.000 millones de dólares. Una vez más decisiones políticas condicionando a toda la economía del planeta, lo cual convierte al actual inquilino de la Casa Blanca en el emperador del intervencionismo.

      Porque el cuento de hadas del libre mercado sólo era útil como discurso cuando Occidente no tenía competidores serios. No hay mejor ejemplo de esto que los actuales desarrollos en la llamada tecnología 5G, en la que, para sorpresa de Estados Unidos, China parece haber tomado la delantera de la mano de su gran gigante tecnológico Huawei (una compañía que figura entre las cinco primeras del mundo que más invierte en I+D y posee en plantilla a decenas de miles de investigadores). Ya sea por simple ceguera, ignorancia o desprecio racista, a los norteamericanos el acelerón chino en este sector les ha pillado por sorpresa y se lo han tomado especialmente mal. La tecnología 5G es tan poderosa que cambiará la vida de cientos de millones de personas en todo el mundo, así como podría trastocar las relaciones políticas y económicas como ninguna otra dentro del sector de las telecomunicaciones, de ahí el nerviosismo del Tío Sam en este asunto ¿Cómo es posible que estos amarillos, que hasta hace nada lo único que sabían hacer era copiar y robar ideas para fabricar baratijas de mala calidad, nos hayan adelantado en esto?, se preguntarán en los despachos de Washington. Y como no podría ser de otra manera, cuando la libre competencia no funciona el poder e influencia políticos acuden al rescate. Esto seguramente explica por qué la directora financiera de Huawei, Meng Wanzhou, permanece retenida en Canadá a la espera de ser extraditada a Estados Unidos bajo la peregrina acusación de espionaje industrial ¿No juegan limpio los chinos? Bueno, los norteamericanos no son quien precisamente para ir por ahí acusando a los demás de espionaje ilícito. Un tal Edward Snowden podría decir unas cuantas cosas al respecto.

     En el mundo actual, también en el pasado, la economía no es más que otra cara del poder y, por ello, va indisolublemente ligada a la política. La una no podría funcionar sin la otra y viceversa, lo cual es lo mismo que decir que los mercados tal y como los conocemos no podrían existir fuera del paraguas protector del Estado, mientras el segundo también se nutre de los primeros para poder sustentarse. Todo lo demás, hay que repetir, no son más que cuentos infantiles para hacernos creer en la existencia de un mundo idílico en el que los abnegados emprendedores, con esfuerzo y trabajando mucho, pueden competir en total libertad e igualdad de condiciones para alcanzar sus sueños sin que nadie se entrometa. Al despertar quizá sean aplastados por la inmensa mano de algún poder político al que podrían haber contrariado por cualquier motivo y no precisamente el de un abyecto régimen totalitario comunista.                                                                             



Artículo escrito por: El Segador



Para saber más:

Grecia nació con una deuda odiosa bajo el brazo (CADTM).
La deuda como instrumento para la conquista colonial de Egipto (CADTM).
Cómo Gran Bretaña robó 45 billones a la India y mintió acerca de ello (Jason Hickelby - traducido por Rebelión -).
Formación acelerada de la burbuja económico-financiera (1985-1989).
La revolución 5G (Rebelión).



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