Los enemigos de la democracia parecen multiplicarse por todos lados. Es un fenómeno que indudablemente lleva afectando a Occidente desde hace años, a medida que la reacción ultraliberal impulsada por las élites degenera en el auge del populismo xenófobo, nacionalista y, por qué no decirlo, incluso fascista.
En la imagen los hermanos David y Charles G. Koch. Existen además
otros dos, Bill y Frederick R. Koch.
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¿Por qué quieren tumbar esta enmienda los muy reaccionarios Koch? Viendo lo que implicaría está bastante claro. En el Senado de Estados Unidos se dirimen importantes cuestiones. El presidente por ejemplo no puede ratificar tratados internacionales sin su aprobación, de la misma manera que sin la misma tampoco puede designar a determinadas autoridades como embajadores, miembros del poder judicial federal o incluso de la Corte Suprema. Es sin duda una forma de controlar de manera subrepticia uno de los órganos fundamentales de poder en el país, pues es mucho más fácil comprar la voluntad de los gobernadores de cada estado, para que hagan lo que a ti más te interese, que la de millones de electores. Y para ello los Koch han estado bastante atareados últimamente, porque para llevar a cabo la contrarreforma se precisa la aprobación de 34 de los 50 estados de Estados Unidos (o mejor dicho de sus gobernaciones) y, por lo visto, los oligarcas ya han logrado llevar a su terreno a 28. Y todo esto con el silencio cómplice de la práctica totalidad de medios, totalmente dominados por el mismo establishment al que los Koch pertenecen. Así es como se envenena soterradamente a la democracia para ir matándola lentamente sin que el ciudadano de a pie se entere; cambios de legislación que van anulando progresivamente su capacidad de control sobre los gobernantes, al tiempo que se liberan mecanismos para que los oligarcas ultraliberales concentren más y más poder antidemocrático en las sombras. Después de todo ese ha sido desde siempre su objetivo, hacer y deshacer a su antojo, no responder ante nadie y someter a todo y a todos a su voluntad. Nada distinto a los tiranos y caudillos totalitarios de otros tiempos.
Sin duda vivimos malos tiempos para las libertades y la democracia, que parecen estar en retroceso en todos los frentes. La rastrera maniobra de los Hermanos Koch es sólo un botón de muestra de este proceso de degeneración en marcha en el que sigue siendo el régimen democrático más antiguo del mundo. Después de todo que un sujeto como Trump ocupe la Casa Blanca es también un muy mal síntoma, por mucho que ande peleado con parte del establishment y sus medios. Lo último poner en su punto de mira a los gigantes tecnológicos de Silicon Valley (ver esta noticia de Expansión). Trump es el hijo bastardo del neoliberalismo, que ha entrado como un elefante en una cacharrería para trastocar unos consensos que parecían inamovibles. No debemos olvidar que este individuo llegó al poder aupado por el descontento de las clases trabajadoras blancas frente a la deriva antidemocrática de los gobiernos ultraliberales anteriores (tanto republicanos como demócratas), que han terminado ahogando el llamado "sueño americano" en un pantanal de crisis financieras y descarada corrupción entre las élites. No nos dejemos embaucar ante la presunta imagen "progresista" de los Clinton y Obama. Por mucho que ahora vayan de cándidos e inocentes, estos personajes son en buena medida responsables de todos los desastres que han sacudido al mundo en las últimas dos décadas (empobrecimiento, guerras criminales, acumulación de poder en manos de unos pocos...). Ellos fueron en definitiva los adalides del neoliberalismo desbocado que nos ha llevado hasta donde ahora estamos.
El problema estriba en que, cuando la gente se siente defraudada y abandonada por el sistema político-social en el que vive, puede terminar buscando la salida en una figura salvadora, una especie de "mesías" que promete ser la milagrosa solución a todos sus problemas. Poco importa que el personaje en cuestión presente más sombras que luces, que no destaque precisamente por su espíritu democrático, pues deslumbra a los desencantados con su imagen de líder "antisistema". Es así como se termina encumbrando a un "macho alfa" de la política, egocéntrico, narcisista y susceptible de embriagarse tanto con el poder que luego tal vez haga todo lo posible para no abandonarlo. Otro clavo en el ataúd de la democracia. Porque sin duda estamos presenciando un regreso de los "machos alfa" al escenario de la política internacional. Los Putin, Trump, Erdogan, Salvini, Orbán, Duterte... incluso los Maduro y Ortega (que no por estar al frente de gobiernos que se presuponen progresistas dejan de mostrar los mismos tintes autoritarios), imponen su retórica del "hombre fuerte" que da un puñetazo sobre la mesa para marcar territorio y acallar disensiones. Su voluntad siempre debe cumplirse, les sienta especialmente mal que les lleven la contraria y, en última instancia, muestran querencia por el culto a su personalidad. El problema en un mundo en el que se multiplican los "machos alfa" es que, con tanta testosterona en el juego de las relaciones políticas (tanto nacionales como internacionales), los conflictos pueden terminar estallando con mayor frecuencia, incluso por causas absurdas y hasta irracionales. Ejemplo de ello son las recientes tensiones, hasta se diría que enfrentamiento, entre Turquía y Estados Unidos, dos países que se suponen socios dentro de la OTAN. Son varias las razones que han llevado a este creciente desencuentro que se agrava a cada día que pasa, para profundizar recomiendo este artículo de El viejo topo, pero qué duda cabe que la testosterona también está teniendo algo que ver. Trump, "macho alfa" global, parece decidido a pisotear en su terreno a Erdogan, "macho alfa" regional, precisamente allí donde éste se siente más fuerte. Si todo termina reduciéndose a eso, a demostrar quién es el que los tiene más cuadrados, el proceso de involución está garantizado.
No son pocos los rasgos antidemocráticos que exhiben estos nuevos líderes, que no por casualidad muestran coincidencias con ciertos personajes pertenecientes a un pasado que ya creíamos superado. Se venden como la alternativa mesiánica a los poderes ultraliberales, los salvadores del pueblo, pero llegado el momento no tendrán el menor problema en avenirse con esa oligarquía a la que dicen combatir en defensa de los más humildes. Bien sabemos que, en su día, Hitler y los nazis se presentaban como una opción popular y antiburguesa, para poco después y una vez en el poder establecer una estrecha colaboración con el gran empresariado alemán, que bien se aprovechó al cabo de la mano de obra esclavizada por el régimen nazi. Porque en realidad lo único que busca el líder antidemocrático es distraer a la masa para así mantener el poder. Apela a sentimientos en vez de a razones, a los instintos más bajos, y enardece al auditorio agitando el espantajo de un enemigo, real o inventado, al que hay que odiar y contra el cual se dirige toda la hostilidad. Este enemigo es a menudo el culpable de todo y se lo demoniza para que las masas descontentas por otras razones descarguen sobre él toda su rabia y frustración. Y, por desgracia, la Historia demuestra que este chivo expiatorio a menudo termina siendo una minoría vulnerable o un vecino más débil, a los que se puede machacar sin contemplaciones. Ya se sabe, si un determinado líder político se obsesiona en su discurso en criminalizar, por ejemplo, a los inmigrantes, no necesitamos muchas más pruebas acerca de su falta de calidad democrática. Esto al fin y al cabo es populismo en el peor de los sentidos.
En la imagen un grupo de encapuchados retira lazos amarillos en la
localidad de Bisbal d´Empordà.
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De esta manera es cómo se multiplican los enemigos de la democracia. Mientras los líderes populistas distraen al gran público con lazos amarillos, supuestas invasiones de inmigrantes, "tiranos locos" que amenazan al mundo con sus temibles misiles, raperos o cómicos subversivos que merecen ser encarcelados y demás milongas, los hermanos Koch de todo el mundo proseguirán carcomiendo la democracia procurando que nadie se entere. Después de todo unos y otros están en el mismo juego y se retroalimentan, casi como si fueran las distintas cabezas de una misma hidra. Me viene a la cabeza la expresión: "nos mean encima y dicen que está lloviendo". Y en cierto modo es como si eso mismo estuviera pasando. En cierto modo identificamos el mal, pero no ni su origen y mucho menos la gravedad de su alcance. Porque después de todo los derechos y libertades se ganaron en el pasado luchando y muy probablemente no se podrán conservar si nos quedamos cruzados de brazos.
Juan Nadie
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