En este país el fascismo y la extrema derecha en general tienen patente de corso para manifestar sin tapujos su odio, amenazar e incluso cometer actos violentos. Siempre existe alguna justificación. Es la herencia de nuestro pasado franquista.
Estas Navidades la escena se ha vuelto a repetir en Valencia. Tal y como recoge el medio digital Público, la extrema derecha salió de nuevo a la calle el pasado día 7 para dar rienda suelta a su odio con toda tranquilidad. Recapitulemos. El dichoso acto de la "Cabalgata de Magas" lo organiza con la autorización del ayuntamiento la Societat Coral del Micalet para conmemorar la festividad del Día de la Infancia que, como acto laico, se celebró en el año 1937, cuando Valencia fue la capital de la Segunda República (recordemos que con la Guerra Civil en curso). Se trata de un acto que no pretende sustituir ni desplazar o eclipsar a ningún otro, tan solo otra conmemoración más que tampoco tendría que tener nada de particular, por mucho que Libertad, Igualdad y Fraternidad sean tres mujeres que saludan desde el balcón del consistorio vestidas con trajes con los colores de la bandera republicana. Y si no te gusta pues no vas y tampoco llevas a tus hijos, tan simple como eso porque así es como se ejerce la tolerancia. Pero el fascismo no entiende de tolerancia, esa palabra ni tan siquiera figura en su vocabulario, y por eso tuvo que concentrarse para gritar, abuchear y mostrarse como una presencia amenazante delante familias que habían acudido con sus hijos. La presencia policial impidió que la cosa fuera a mayores pero, ¿era preciso permitir que esa gente se concentrara frente al ayuntamiento, cantando a grito pelado el "Cara el Sol", con intención de reventar el acto? Da la impresión de que a la extrema derecha se le conceden unas licencias que a otros muchos no les están permitidas.
La tolerancia al fascismo desde los estamentos políticos, policiales, judiciales y mediáticos es una de las características de la "Marca España" y la hemos podido comprobar en numerosas ocasiones. Volviendo sobre Valencia han dejado su poso los sucesos del pasado 9 de octubre, cuando por la tarde, durante la celebración de la manifestación conocida como "Diada valenciana" que trascurría por el centro de la ciudad, elementos ultraderechistas irrumpieron de forma violenta con el único objetivo de atemorizar y agredir a los allí presentes. Importa poco menos que un bledo que en la manifestación hubiera asistentes de los ahora llamados "pancatalanistas" y que, en esos días, el asunto de Cataluña estuviera bien candente y fuera motivo de crispación, pues la vergonzosa jornada del 1O estaba todavía muy próxima. Que yo sepa independentistas, ya fueran muchos o pocos, los ha habido en Valencia desde que tengo uso de razón, que no venga nadie ahora a decir que el "cáncer separatista" se está extendiendo hasta aquí desde las tierras al norte del Ebro por lo que ha venido sucediendo recientemente. Eso no justifica ni de lejos la agresión de la pequeña horda fascista, que no era numerosa pero sí generó graves incidentes y una patente sensación de inseguridad. Lamentable, desde luego. Pero mucho más lamentable fue la pasividad policial y el posterior lavado de cara de los medios de comunicación que, actuando como correa de trasmisión propagandística, invistieron a los fascistas con el áurea de "defensores de la unidad de España" y enmascararon sus ataques tildándolos de "enfrentamientos entre ultras", como si los agredidos fueran tan culpables como los agresores. Será que si te atacan ya no tienes derecho a defenderte. Como todos sabemos no hubo detenciones ese día y no se puede dejar de tener la impresión de que, a posteriori, se ha actuado casi a regañadientes a causa de la indignación social generada, para practicar arrestos en diferido. Veremos cómo queda la cosa, pero conociendo a los jueces puedo imaginar que, en caso de que alguien termine procesado, van a ser especialmente benévolos.
Esa benevolencia y permisividad con la violencia ultraderechista ha venido siendo algo habitual desde hace mucho tiempo. Sin ir más lejos, y permaneciendo aún en tierras valencianas, no hay que olvidar el asesinato de Guillem Agulló, un joven independentista de izquierdas acuchillado por un grupo de fascistas en Montanejos la madrugada del 11 de abril de 1993. El suceso fue un claro ejemplo de un crimen de odio con motivaciones políticas, pero el juez que condenó al único procesado por esta agresión grupal, Pedro Cuevas, estimó que tan sólo se había tratado de "una pelea entre chavales" donde la política nada tuvo que ver. Después de segar una vida humana Cuevas sólo permaneció en prisión ocho años y, en 2005, volvió a ser detenido en el marco de la llamada "Operación Panzer", el desmantelamiento de una red neonazi que programaba actos violentos. Un sujeto reincidente que, dos años después, se presentaría a las elecciones municipales de la localidad de Chiva (Valencia) en las listas del partido de extrema derecha Alianza Nacional. "Panzer" terminó en nada y este individuo se pasea tranquilamente por ahí sin mostrar el más mínimo arrepentimiento por sus actos. Así es como tratamos aquí a los criminales fascistas. Nada que ver por supuesto con los mucho más recientes sucesos de Alsasua (Navarra), que ya fueron tratados en una entrada anterior de este blog. Los jóvenes que ya llevan una buena temporada en prisión y se enfrentan a cargos por terrorismo agredieron a unos agentes de la guardia civil, o eso nos han contado, en el trascurso de una reyerta en un bar. No es que se deba defender lo que hicieron si lo hicieron, por supuesto, pero aquí vemos la descarada diferencia de tratamientos. Sobre unos violentos cae de manera aplastante toda la fuerza represiva del Estado, pero sobre los otros casi se puede decir que pasa de largo sin que se enteren. Es un asunto claramente político, que no nos intenten hacer creer lo contrario.
Tan político como condenar a quien escribe por Twitter chistes sobre Carrero Blanco, detener a unos titiriteros por una minúscula pancarta en la que ponía "Gora AlkaETA" y que se exhibía en el trascurso de una obra satírica de ficción o encarcelar a raperos porque sus letras supuestamente "incitan al odio". Será que los gritos y cánticos de los fascistas el pasado domingo frente al ayuntamiento de Valencia incitaban y mucho al amor al prójimo. Manga anchísima para unos, garrote indiscriminado para los otros ¿A qué se debe esto? ¿Acaso hay que seguir insistiendo? Todo tiene que ver con nuestro pasado franquista, cuando la extrema derecha, parte integrante del poder, campaba a sus anchas como si el país le perteneciera. Y de hecho le pertenecía porque de él se habían apoderado a sangre y fuego y todo se les permitía. Y de ahí viene el problema. Los fascistas fueron y siguen siendo "los chicos del régimen", esos matones útiles a los que hay que sacar a la calle cuando conviene. Con todo el lío de Cataluña bien lo hemos visto, ya que la extrema derecha no perdió la ocasión de mostrarse para hacer todo el ruido posible, sin dejar de demostrar su actitud marcadamente intolerante y violenta, y por supuesto también ante la pasividad de las autoridades con sus excesos y sus nada disimuladas demostraciones de odio. Como vivimos en el país en el que vivimos, arrastrando ese pasado del que hemos hablado, esta gente está muy malcriada y se ha acostumbrado a la permisividad institucional. Sus actos violentos no son castigados, a veces ni de lejos, con la misma severidad que se muestra con otros colectivos. Y por supuesto vomitan todo su odio y amenazas en las redes sociales sin que esos "vigilantes de la Red" muestren la misma inquina a la hora de perseguirlos que han mostrado con muchos otros. El agravio comparativo tiene un tinte marcadamente ideológico y ésa es también otra de las herencias del franquismo que, como ya sabemos, lo dejó todo "atado y bien atado".
Así es como el fascismo tiene licencia para odiar en España, cuando a otros se los persigue, incluso judicialmente, por lo mismo ¿Es ésta una actitud responsable por parte de las autoridades? Hay que tener mucho cuidado con el odio, con permitirlo o incluso fomentarlo aunque no sea de manera planificada o premeditada, sino más bien un mero accidente. El odio deshumaniza y convierte a los seres humanos en bestias irracionales que se dejan arrastrar por sus pasiones e instintos más básicos, lo cual suele terminar degenerando en estallidos de violencia a gran escala. Ha pasado en numerosas ocasiones a lo largo de la Historia y en este país desde luego no nos hemos librado de esos estallidos. Al respecto me vienen a la memoria unas palabras de Don Miguel de Unamuno, uno de nuestros más insignes escritores y filósofos (y no precisamente un revolucionario bolchevique), registradas en referencia a las atrocidades cometidas por los sublevados durante los primeros meses de la Guerra Civil, el estallido de odio por antonomasia de nuestra Historia reciente:
...los métodos que emplean no son civiles, ni son occidentales, sino africanos ni menos son cristianos. Porque el grosero catolicismo tradicionalista español apenas tiene nada de cristiano. Eso es militarización africana pagano-imperialista. Y así nunca llegará la paz verdadera. Vencerán, pero no convencerán; conquistarán, pero no convertirán.
"Y así nunca llegará la paz verdadera". Mejor quedarse con esa frase, que los fascistas siguen sin digerir porque ellos tampoco entienden de paz. Sólo hace falta que el resto de la sociedad lo entienda y no ceda ante actos de intimidación ni tampoco tolere demostraciones de odio ¿Cómo actuar ante los mismos? Mejor no rebajarse a su nivel porque si no todos entraríamos en la misma espiral de sinrazón. Un buen ejemplo lo tenemos una vez más en los sucesos del pasado domingo en la Plaza del Ayuntamiento de Valencia, cuando la joven que coronaba la muixeranga que se erigió con motivo de la festividad saludó los ladridos de la extrema derecha con una sonrisa y una "peineta" (ver también esta noticia en Público). El sentido del humor y la ironía son unas excelentes armas frente al odio.
Juan Nadie
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