La Historia de España está repleta de episodios oscuros de los que apenas sí hemos oído hablar. En esta serie de artículos trataremos de mostrar algunos de entre los muchos que tuvieron lugar a lo largo del último siglo.
¿Cómo pudo un país como España, en aquella época de los más atrasados de Occidente, estar a punto de poner en marcha un programa de armas atómicas? Todo comienza allá por el año 1961 cuando Guillermo Velarde, por entonces un joven y brillante científico militar especializado en física nuclear, recibe el encargo de iniciar el desarrollo del proyecto por parte del jefe del Estado Mayor Agustín Muñoz Grandes y del presidente de la Junta de Energía Nuclear (JNE), el eminente físico e ingeniero (además de contralmirante de la Armada) José María Otero de Navascués, asimismo marqués de Hermosilla (1). Por razones más que obvias dicho proyecto, que tendría el nombre en clave de Islero por el toro que acabó con la vida del legendario diestro Manolete, debía ser tratado con la máxima discreción. Y ello Velarde no lo consiguió aconsejando a sus superiores que Islero fuera declarado alto secreto, puesto que los archivos eran de libre acceso para el personal militar, sino mezclando los documentos sensibles con otros programas para el desarrollo de reactores de uso civil basados en proyectos procedentes de Estados Unidos (1). De esta manera jugó a "despistar" y la información del programa armamentístico permaneció relativamente a salvo camuflada junto a otra de menor relevancia. Así durante alrededor de dos años Velarde y su equipo trabajaron en la fase previa, imprescindible para la posterior fabricación del arma, hasta que se determinó que existía la capacidad de poder desarrollar armas atómicas. Se disponía de los conocimientos y recursos técnicos para llevar cabo el programa, sólo era cuestión de dotarlo económicamente y, por supuesto, de voluntad política. Nada más, o nada menos, haría falta para convertir a la España franquista en potencia nuclear.
Según parece estos informes entusiasmaron al Estado Mayor y también al profesor Otero, pero no tanto al por entonces Ministro de Industria, el tecnócrata Gregorio López Bravo (1). Franco por su parte mostraría sus reservas durante todo este tiempo, también más adelante, pero la fase preliminar del programa continuó en marcha. No era fácil desarrollar la tecnología atómica, razón por la cual estamos hablando de un proceso a medio-largo plazo que llevaría años, sin embargo a principios de la década de los 60 parece que, entre los estamentos más influyentes de la dictadura, existía la voluntad de continuar con el Proyecto Islero. Todo se detuvo, no obstante, tras el Incidente de Palomares, el 17 de enero de 1966, cuando la Fuerza Aérea de los Estados Unidos perdió cuatro bombas termonucleares (modelo Mark 28) tras una colisión accidental en el aire que implicó a un bombardero B-52, que trasportaba las temibles armas, y un avión cisterna para operaciones de repostaje en vuelo KC-135 Stratotanker. El incidente tuvo lugar sobre territorio español y, de las cuatro bombas, una cayó en el mar y las otras tres en tierra, en un área de la provincia de Almería próxima a la localidad de Palomares (de ahí el nombre del accidente). Dos de las bombas que impactaron en el suelo lo hicieron sin que se abriera su paracaídas, lo cual provocó que detonara el explosivo convencional que portaban y quedaron hechas pedazos, esparciendo todo su material radiactivo (esencialmente plutonio) por la zona afectada. Este incidente, que pudo haber sido muchísimo más grave de lo que fue, ha quedado grabado en la memoria colectiva por las famosas imágenes propagandísticas del régimen en las que se podía ver al por entonces Ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, bañándose en la playa de Quitapellejos (Palomares) junto al embajador estadounidense Angier Biddle Duke.
Para el caso que nos ocupa Palomares implicó que los preparativos de Islero quedaran en suspenso, lo que no es lo mismo que decir que el programa fuera cancelado. Sin embargo de todo esto surgió una extraordinaria oportunidad imprevista. Guillermo Velarde fue enviado para colaborar con los norteamericanos en las tareas de descontaminación donde cayeron las bombas de Palomares, pero eso le sirvió también para analizar sus restos y conocer de primera mano la tecnología con la que estaban hechas (2). A raíz de estos análisis Velarde no tardó demasiado tiempo en descubrir por su cuenta el conocido como Proceso de Teller-Ulam para la fabricación de artefactos termonucleares, muchísimo más potentes por ejemplo que las bombas arrojadas contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki (1). El proceso recibe el nombre de los profesores estadounidenses Stanislaw Ulam y Edward Teller, que lo desarrollaron en 1952 para que su país fuera el primero en poseer un arma de fusión. Sólo dos años más tarde Andrei Sajarov lo redescubriría para los soviéticos y, más adelante, chinos y franceses harían lo propio. Después de 1966 y gracias a un accidente, la dictadura franquista estaba en disposición de convertirse también en potencia nuclear y, una vez apagados los ecos radiactivos de Palomares, Velarde se puso manos a la obra para lograrlo.
Arriba secuencia de la reacción de detonación de un artefacto termonuclear según el Proceso de Teller-Ulam. En (A) esquema de la bomba, con el detonador de fisión en la parte superior y el núcleo de fusión revestido de una camisa de espuma de poliestireno. En (B) detona el artefacto de fisión de uranio, llamado primario, gracias al explosivo convencional de alta potencia que comprime su núcleo de forma supercrítica. En (C) el primario emite rayos X que son reflejados por la superficie de la carcasa, irradiando la espuma de poliestireno. En (D) la espuma se ha convertido en plasma súper caliente a causa de la radiación y comprime el revestimiento de plutonio del núcleo de fusión, llamado secundario, iniciándose una segunda reacción de fisión. Por último en (E) el deuterio de litio-6 del secundario, sobrecalentado y comprimido, inicia la reacción de fusión y se forma la bola de plasma inicial de la explosión nuclear (Fuente: Wikipedia).
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Todo y que después de 1966 Franco, que se había reunido personalmente con Velarde, se mostró muy reticente al desarrollo del arma, las investigaciones secretas continuaron adelante aunque totalmente desligadas de las Fuerzas Armadas (2). De hecho España no estaba entre el grupo de naciones que el 1 de junio de 1968 firmaron el Tratado de No Proliferación Nuclear y, en cambio, la JNE instaló ese mismo año en su sede el primer reactor español para la producción de plutonio, el cual serviría para sintetizar los primeros gramos de ese material antes de que acabara la década de los años 60 ¿Qué importancia tenía todo esto? Bueno, salvo que queramos enviar sondas espaciales a planetas alejados del Sistema Solar, el plutonio sólo suele tener otra aplicación práctica más y ésta es la fabricación de armas nucleares. Según el propio Velarde un artefacto que empleara principalmente plutonio-239 era más factible, dadas las capacidades españolas del momento, que otro que empleara uranio-235, porque para el primero sólo se necesitaba un reactor relativamente pequeño que consumía una cantidad aceptable de energía eléctrica (2). El escollo principal era que el artefacto termonuclear era técnicamente mucho más complejo que un arma atómica de fisión de uranio, pero el científico militar estaba convencido de que, con paciencia, apoyos suficientes y rodeándose de un equipo de especialistas lo suficientemente capacitado y comprometido, podrían llevar a buen término el proyecto. Tanto es así que en 1971 y por iniciativa del teniente general Manuel Díaz Alegría, en ese momento Jefe del Estado Mayor, se reactiva el programa nuclear de forma decidida aun a pesar de las enormes reticencias que Franco seguía mostrando al respecto. En palabras del propio Díaz Alegría "la defensa de España no debía dejarse en manos de Estados Unidos ni de la OTAN, aunque en un futuro pudiésemos entrar en esta organización. España necesitaba su propia fuerza de disuasión nuclear" (2). Las intenciones al respecto de determinados estamentos del régimen parecían bien claras, pero en el aire quedaba cuál podía ser la reacción de Estados Unidos, y también de todos los vecinos europeos, si España, un país bajo el yugo de una férrea dictadura de corte fascista, llegaba a disponer de su propio arsenal nuclear. Ese, y no las previsibles dificultades técnicas, habría de ser el gran problema que pesaría sobre las decisiones de la cúpula del franquismo.
El asesinato de Carrero Blanco ¿Una conspiración nuclear?
Y es que en torno al Proyecto Islero existieron discrepancias en el seno del régimen, tal y como hemos visto, casi desde sus inicios. Existían dos facciones, por así decirlo. Una de ellas, representada principalmente por el propio Franco, se mostraba muy cautelosa y temía especialmente las posibles sanciones internacionales, y más en concreto de Estados Unidos, que recaerían sobre España si el programa nuclear seguía adelante y terminaba siendo una realidad a la vista del mundo entero (1). Regresar al aislamiento y sufrir estrangulamiento económico era algo que el régimen, que por aquel entonces vivía sus etapas finales, no podía permitirse porque ello supondría dar al traste con el periodo de prosperidad relativa y desarrollo que había permitido modernizar el país durante la década de los años 60. Washington veía en Madrid un aliado valioso, entre otras cosas por la posición geográficamente estratégica que ocupa España en Europa y el Mediterráneo (un muy buen lugar para instalar bases militares, hablando claro), pero no podía permitir la existencia de un régimen díscolo y difícil de controlar que hiciera lo que le diera la gana sin seguir las directrices del autoproclamado "líder del Mundo Libre". Ninguno de los dirigentes de la dictadura, tanto militares como civiles, era tan estúpido como para ignorar el hecho de que a los norteamericanos no les iba a hacer ninguna gracia descubrir que España estaba desarrollando su propio arsenal nuclear.
Arriba una fotografía del enorme socavón que dejó la bomba que hizo
saltar por los aires el coche en el que viajaba el almirante Carrero Blanco,
hecho que supuso su muerte.
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Es ahí donde entra en escena toda la trama para asesinar a Carrero Blanco. Todos sabemos que la autoría del histórico atentado que acabó con su vida el 20 de diciembre de 1973 se la atribuyó la organización terrorista ETA, en el marco de lo que se denominó la Operación Ogro, eliminando así al que se perfilaba como claro sucesor de Franco. Ahora bien, sabiendo que el almirante parecía ser un firme defensor del programa nuclear, la historia podría tener interpretaciones insospechadas. No es muy conocido el hecho de que, justo la víspera de su asesinato, el entonces presidente de gobierno se reunió con el Secretario de Estado estadounidense de la época, el todopoderoso, astuto y oscuro Henry Kissinger. Es sabida la circunstancia de que la relación entre ambos no era todo lo buena que cabía esperar, ya que Carrero Blanco, fascista de corte clásico y por ello irremediablemente antisemita, seguramente no soportaba que un judío como Kissinger viniera a su país a decirle lo que podía y no podía hacer. Según parece, Carrero Blanco acudió a la reunión con el Secretario de Estado portando un resumen de un par de folios del Proyecto Islero, en los que se mostraba sin lugar a dudas que España disponía de la capacidad para fabricar armas nucleares (1) (2). Ciertos testimonios aseguran que Kissinger quedó muy impresionado ante tal revelación, puesto que no podía imaginar que una nación tan modesta fuera capaz de emprender un programa tan complejo como aquel, aunque resulta difícil creer que la inteligencia estadounidense no sospechara nada a esas alturas. Sabiendo todo esto, ¿pudo existir alguna relación entre esta reunión y el atentado del día siguiente? Si Carrero Blanco era una piedra en el zapato en los planes de Washington para España, ¿no resulta lógico pensar que su muerte era, cuento menos, conveniente? ¿Fue ETA un mero instrumento, el brazo ejecutor, de otros poderes que entraron en acción por intereses relacionados con el Proyecto Islero? Todo entra en el terreno de la conjetura, pero las casualidades están ahí para recordarnos que tal vez no nos han contado todo lo que realmente sucedió durante esos días tan sensibles para la Historia reciente de España.
Carpetazo al proyecto
Arriba una foto reciente de Guillermo Velarde
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Sin embargo para 1980 la presiones externas ya se habían vuelto demasiado fuertes. La presidencia de Jimmy Carter en Estados Unidos exigió casi desde el primer momento que España se desligara de cualquier proyecto de fabricación de armas nucleares (2). Islero ya no era ningún secreto y Washington y sus socios europeos no querían que culminara con éxito. El país atravesaba momentos delicados, pues en el marco de la crisis económica la recién nacida democracia no estaba del todo consolidada y todavía existía el riesgo de desestabilización interna (la ofensiva terrorista de ETA en Euskadi y la intentona golpista del 23F de 1981). Con la victoria electoral del PSOE en 1982 y la subida al poder de Felipe González las cosas cambiarían en detrimento del ya desgastado Proyecto Islero, que parecía apagarse lentamente. El nuevo gobierno sopesó sus opciones, valorando que la futura prosperidad dependería de que España lograra integrarse en las principales organizaciones internacionales de su entorno, la OTAN y la por entonces denominada Comunidad Económica Europea. Y para lograrlo uno de los pasos a dar estaba bien claro, España debía firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear y cancelar definitivamente cualquier programa armamentístico al respecto (2). Desde 1981 España sometía todas sus instalaciones nucleares a las inspecciones de la OIEA (Organismo Internacional de la Energía Atómica), una exigencia estadounidense a la que hubo de plegarse. Por aquel entonces Islero ya estaba condenado, pues el programa se canceló, pero su muerte definitiva sobrevendría en 1987, cuando el gobierno español se adhirió al Tratado de No Proliferación como parte del proceso de integración en la Comunidad Europea. Así fue como concluyó la historia de un proyecto frustrado que sobrevivió durante alrededor de 30 años, la historia de cómo España pudo haberse convertido en potencia nuclear y que nunca llegaría a materializarse. Guillermo Velarde aparcaría su carrera militar, centrándose a partir de entonces en las investigaciones en el campo de la fusión nuclear, desde su cargo como catedrático en un instituto de la Universidad Politécnica de Madrid. No obstante su aventura científica ha quedado ahí, plasmada en su libro Proyecto Islero. Cuando España pudo desarrollar armas nucleares (Editorial Guadalmazán - 2016), una lectura recomendable que nos sumergirá en un mundo secreto que conecta algunos de los episodios más trascendentales de nuestra Historia reciente.
Artículo escrito por: El Segador
(1) Materia Reservada 2.0: ¿Pudo España construir la bomba atómica? (podcast de "La Rosa de los Vientos" de Onda Cero).
(2) Proyecto Islero, la bomba atómica que España pudo tener durante el franquismo (El Confidencial).
Otras entregas de esta serie:
La Historia prohibida de España. Primera entrega: las miserias de la Guerra de Marruecos.
La Historia prohibida de España. Segunda entrega: los religiosos represaliados por el franquismo.
La Historia prohibida de España. Tercera entrega: la dictadura y el IBEX 35.
La Historia prohibida de España. Cuarta entrega: la ignorada epopeya de los refugiados de la Guerra Civil.
La Historia prohibida de España. Quinta entrega: guerra sucia en Euskadi.
La Historia prohibida de España. Sexta entrega: Franco, el caudillo corrupto.
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