Se cumplen cien años de la llamada Revolución de Octubre, un acontecimiento trascendental dentro de la Historia contemporánea. Hoy día predomina una imagen especialmente negativa de todo lo que supuso, pues nos dicen que la Unión Soviética fue un infierno de hambre, miseria, opresión y muerte ¿Será todo cierto?
En el verano de 1914, en vísperas del estallido de la Primera Guerra Mundial, la Rusia de los zares era la más atrasada de las grandes potencias del momento. A pesar de las descomunales dimensiones de su imperio, se trataba de una nación escasamente industrializada si la comparamos con la Gran Bretaña eduardiana, la Alemania del káiser o los Estados Unidos, las potencias más desarrolladas de la época. La mayor parte de los súbditos del zar eran campesinos analfabetos que subsistían en condiciones ciertamente miserables. Más concretamente el 41% de la población (según un censo realizado hacia 1900) eran siervos sin tierra que todavía vivían bajo el yugo de un sistema feudal de características cuasi medievales, mientras que cerca del 30% restante eran humildes pequeños propietarios que se mantenían a duras penas practicando mayormente una agricultura de subsistencia; a todos ellos se sumaba un exiguo 10% de proletariado urbano, gente que trabajaba y vivía igualmente en unas condiciones durísimas y sin apenas derechos reconocidos. Por encima de todos ellos una élite, apenas el 2,5% de la población, la alta burguesía y aristocracia urbanas que sustentaban el régimen zarista. Un régimen que se mantenía bajo un estancamiento económico crónico desde hacía décadas y que evidenciaba numerosos síntomas de subdesarrollo y decrepitud. No, aquel no era un reino de cuento de princesas como Anastasia, donde todo eran fabulosos bailes de gala en palacios deslumbrantes.
El documental que aquí se presenta, titulado "La otra URSS", nos muestra una imagen un tanto distinta acerca de lo que sucedió en el país a partir del otoño de 1917, una vez cayeron los zares y se proclamó la Unión Soviética. Conocemos la historia que habitualmente nos han contado. Guerra civil, hambrunas devastadoras, imposición de un régimen atroz mediante una política de terror, fusilamientos indiscriminados, purgas a gran escala, deportaciones masivas, varios millones de personas languideciendo y muriendo en los gulags siberianos, pobreza y escasez irremediables, colas interminables para comprar una barra de pan o una botella de leche, lavado de cerebro de la población desde la cuna hasta la tumba, una absoluta falta de libertad de expresión, opresión generalizada, persecución contra cualquier credo religioso (también contra la homosexualidad, los intelectuales disidentes, etc.) y un peligroso y fanático militarismo que pudo haber desembocado en un cataclismo global.
¿Cómo pudo sobrevivir un régimen así durante más de 70 años? Si la gente se moría de hambre, si todo era opresión, atraso, fanatismo y miseria, semejante dictadura debería de haber colapsado en poco más de diez años a lo sumo. Y el hecho es que no sólo sobrevivió, tanto al aislamiento internacional inicial como a la invasión por parte de la Alemania nazi en 1941, sino que además salió victoriosa de la segunda conflagración mundial, expandiendo su influencia a otros muchos países para crear un auténtico bloque de poder que a menudo ha sido bautizado como el Imperio Soviético. Si en poco más de medio siglo Rusia pasó de ser un régimen atrasado y feudal de economía eminentemente agraria, a una superpotencia industrial y militar, dotada de armas nucleares, pionera en la carrera espacial y con una influencia a nivel mundial sólo superada por los Estados Unidos (la otra gran superpotencia), es que algo tuvieron que hacer especialmente bien los comunistas soviéticos.
"La otra URSS" ahonda en una visión diferente de lo que supuso aquel régimen, obviamente represivo y extremadamente cruel en no pocos casos, nadie pretende negar eso. Pero a pesar de ello vemos como también fue un régimen que vivió varias décadas consecutivas de crecimiento económico vertiginoso sólo interrumpido por los años de la Segunda Guerra Mundial (curioso hecho cuando el crecimiento económico es uno de los dogmas más sagrados del capitalismo), cuyos planes de modernización industrial y de infraestructuras, así como la apuesta por la investigación y la innovación, lo convirtieron en superpotencia y donde se garantizó un acceso universal a la educación, la sanidad y la vivienda entre otras cosas. Sí, durante un periodo de tiempo la sociedad soviética fue una sociedad pacífica y próspera, con incrementos constantes del PIB, la esperanza de vida media, las tasas de alfabetización y de población con estudios superiores, así como de disminución de la mortalidad infantil y otras formas de mortalidad (por enfermedades infecciosas, malnutrición...). Puede que a más de uno esto le resulte chocante, pero los datos están ahí para que cualquiera pueda consultarlos.
No tiene ningún sentido comparar la situación de la Unión Soviética con la de los países del Occidente desarrollado en la misma época. Hay que confrontarla con su pasado, el de la Rusia zarista, y es ahí donde vemos que el progreso, el espectacular salto adelante en cómputos generales, fue un hecho indiscutible de la era soviética. Lo es a pesar de todas las matanzas, deportaciones y purgas masivas que tuvieron lugar, especialmente, durante lo más crudo del estalinismo. Que nadie se escandalice, más concretamente aquellos que todavía siguen mirando con benevolencia, o incluso admiración, el régimen totalitario de Franco en España. Muy a menudo, para maquillar o dulcificar la represión salvaje, la falta de libertades, los represaliados y exiliados y las fosas comunes, tratan de vendernos los logros económicos y sociales del franquismo. El pragmatismo por encima de todo. Puede valer pero, desde esa misma óptica, ¿por qué no hacer exactamente lo mismo con el régimen soviético? España se modernizó y desarrolló durante la dictadura, pero siguió siendo un país ciertamente insignificante en el escenario internacional. El gigante que surgió tras la Revolución de Octubre y la victoria en la Segunda Guerra Mundial conquistó el espacio exterior e inspiró revoluciones políticas y sociales en medio mundo, conformando así la Historia contemporánea. Un legado que todavía perdura hoy día y que nadie puede negar.
"La otra URSS" también nos cuenta la historia del fin de la era soviética, cuando el impulso desarrollista perdió ímpetu allá por la década de los años 70 del pasado siglo. Cuando sobrevino la crisis del régimen en los 80, Gorbachov primero y más tarde Boris Yeltsin en la década siguiente, procedieron a desmantelarlo a toda prisa con la ayuda de Estados Unidos, la UE, el FMI y el Banco Mundial. Los resultados fueron desastrosos para el conjunto de la sociedad rusa y de otras muchas repúblicas ex soviéticas. Se produjo una clara involución, los estándares de calidad de vida de la población se desplomaron y el caos y la violencia reinaron en muchas partes, especialmente en el Cáucaso y los Balcanes; la onda expansiva llegó a Ucrania con efecto retardado. La llegada del capitalismo no mejoró la vida de los rusos, de entrada sólo la empeoró (a excepción, claro está, de los oligarcas y mafiosos que se enriquecieron desmesuradamente a costa del caos y las privatizaciones efectuadas a dedo). Mejor de democracia ni hablamos, porque ésta nunca llegó a implantarse realmente, quedando el Estado en manos de un conjunto de burócratas y oligarcas corruptos. Este proceso de descomposición empezó a revertirse con la llegada al poder de Vladimir Putin, allá por el 2000, que acabó con el intervencionismo extranjero y, qué curioso, impuso un gobierno "al viejo estilo" con no pocos elementos que recordaban al periodo comunista. Un Estado sólido controlado por una vasta burocracia, que interviene claramente en la economía y que se fundamenta asimismo en unas poderosas fuerzas armadas, pilar básico de su cohesión. No en balde Putin es un admirador declarado de la Unión Soviética, pues ha llegado a manifestar que su disolución fue una de las mayores catástrofes de la Historia reciente. Y no es él único en Rusia. Los nostálgicos de aquel tiempo abundan, sobre todo porque a pesar de la recuperación económica y la recolocación del país como gran potencia en el escenario internacional, las terribles desigualdades heredadas del periodo post soviético todavía persisten. Hoy por hoy resulta llamativo comprobar cómo Stalin es considerado todavía por muchos rusos como "uno de los líderes más sobresalientes del país" (ver esta noticia en El Periódico).
Por último la Revolución de Octubre nos enseña otra importante lección. Si en 1914 le hubieran dicho al zar Nicolás II y a su equipo de gobierno que los bolcheviques se iban a apoderar del país en tres años, seguramente no hubieran podido dejar de reír a carcajadas. Justo antes de la Primera Guerra Mundial los bolcheviques no eran más que un grupo marginal de radicales, con su líder Lenin en el exilio. Su influencia entre los colectivos que se oponían al gobierno tiránico del zar era mínima, pero la guerra llegó para cambiar todo eso y, en cuestión de muy poco tiempo, el panorama dio un giro asombroso. La Historia es a menudo impredecible, el "se veía venir" suelen decirlo siempre aquellos que analizan los hechos a posteriori. Las revoluciones no se pueden predecir porque si no nunca tendrían lugar. Una importante lección a tener en cuenta en los momentos convulsos que vivimos.
Kwisatz Haderach
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