Atentados como los últimos sufridos en Cataluña, sirven de coartada para los estallidos de odio xenófobo que suelen seguirlos. Una vez más todo se enmascara tras un supuesto "choque de civilizaciones" del que Occidente ha de salir triunfante de una manera o de otra.
Este mapa representa las distintas "civilizaciones" que, según la teoría de Samuel Huntington, existen en el mundo. En color rojizo se muestran los países del occidente judeocristiano, la civilización central y dominante. En verde menta aparecen las naciones del área latinoamericana. El marrón oscuro engloba al denominado mundo ortodoxo. Luego tenemos verde claro para la civilización hindú, azul para la subsahariana, rosa para la chino-confuciana, beige para la nipona y morado para los países budistas. Por último nos queda el área con países de color amarillo dorado, el entorno de la civilización islámica. |
Siempre que ocurren cosas de estas terminas viendo la misma clase de reacciones, ya sea en la calle o entre las personas de tu entorno, ya sea a través de las redes sociales y hasta incluso en las tertulias en televisión. Un ataque terrorista como el de las Ramblas de Barcelona del pasado 17 de agosto, perpetrado en este caso por fanáticos islamistas que creen estar librando una santa yihad, provoca toda suerte de reacciones viscerales y de odio. Es comprensible que, ante hechos de este tipo, muchas personas se dejen llevar por la rabia y la indignación, lo cual dificulta analizar fríamente tanto las causas de estos ataques como las posibles soluciones para tratar de evitarlos. Es entonces cuando escuchamos discursos que abogan por "echar a todos los putos moros del país, para evitar que sigan cometiendo atentados", o bien asegurando que "el multiculturalismo ha fracasado y es hora de mostrar firmeza en la defensa de los valores y la civilización del Occidente cristiano". Estos discursos alimentan la sensación de que nos encontramos cercados por civilizaciones hostiles, cuya cultura, valores y forma de vida son absolutamente incompatibles con los nuestros. Por eso debemos marcar una línea roja en nuestra tolerancia hacia estos "invasores" procedentes de tierras extrañas, que no saben comportarse de manera civilizada. Porque de no hacerlo nuestro modo de vida, nuestra prosperidad y libertades, se verán seriamente amenazados.
Sabemos quiénes abanderan estos discursos que tanta fuerza han cobrado últimamente, amplificados precisamente por los trágicos ataques terroristas que de cuando en cuando sacuden Europa. La extrema derecha xenófoba ha ganado importantes apoyos argumentando que, ante el aumento de la inmigración y el multiculturalismo, nos vemos en riesgo de perder muchas de las cosas que hacen de Occidente lo más parecido a un paraíso en la Tierra. Los extranjeros vienen en busca de trabajo y compiten por el empleo con los nacionales, lo que redunda en la precarización del mercado laboral y los sueldos. Colapsan nuestro sistema público de salud y acaparan las ayudas sociales, creados el uno y las otras por un Estado "buenista" que, en momentos de crisis y estrecheces presupuestarias, todavía se empeña en ayudar a todos sin hacer distinciones (cuando deberían ser sus respectivos países los que se ocupen de resolver los problemas de esa gente que viene de fuera; el gasto social prioritario para los que nacieron aquí y han pagado impuestos toda la vida aquí). Son también estos extranjeros los que ponen en peligro nuestra cultura democrática y de valores cívicos, porque proceden de partes del mundo en donde las libertades no están consolidadas, no se reconocen los derechos de las mujeres y las minorías y, en definitiva, han sido educados bajo un sistema más autoritario y retrógrado que el nuestro (eso en el caso de que hayan sido educados). Son en consecuencia gente menos avanzada que nosotros, lo que automáticamente conduce a pensar que también son más proclives al fanatismo, la violencia y la barbarie. Y éste es el argumento que se esgrime como el más demoledor de todos dentro del discurso xenófobo. Con la avalancha migratoria que nos desborda la delincuencia y la inseguridad se incrementan y nuestra sociedad se deteriora a marchas forzadas. Al fin y al cabo tratamos con gente desesperada e incívica a partes iguales que, además, no tiene nada que perder.
Esto último es especialmente cierto cuando hablamos de los inmigrantes procedentes de países mayoritariamente musulmanes. Aquí la componente del extremismo religioso violento juega un importante papel. Esta gente ya no es sólo sospechosa de ser menos educada y civilizada que nosotros, más propensa a cometer todo tipo de delitos comunes dicho de otra manera, sino que además una parte son asesinos en potencia dispuestos a unirse a las filas del terrorismo islámico. Bien lo hemos visto recientemente. La islamofobia, el rechazo hacia todo lo que tiene que ver con el mundo musulmán, se nos vende entonces como una reacción defensiva natural que debemos tener ante la agresión de esta "civilización hostil" que ya está a las puertas. Es un choque de civilizaciones, nos dicen, puesto que la occidental y la islámica no pueden coexistir en paz.
La teoría del Choque de civilizaciones fue formulada por vez primera en 1993 por Samuel Huntington, en un artículo de la revista norteamericana Foreign Affairs, dentro del contexto del fin de la Guerra Fría. Dicha teoría terminó de tomar forma con un libro publicado en 1996, que rápidamente se convirtió en uno de los ensayos favoritos de la élite neoconservadora de los Estados Unidos. Según Huntington, tras la caída de la Unión Soviética el mundo dejó de estar conformado por dos bloques principales enfrentados, el occidental capitalista y el comunista, al que se sumaba un tercer bloque marginal de países no alineados o sin apenas importancia (de donde procede la expresión, de claras connotaciones despectivas, de Tercer Mundo). Sin embargo, con el fin de esta era de polaridad, las esferas que englobarían a cada país serían las de su respectiva cultura. El citado autor dividió así el mundo en una serie de civilizaciones, que se definían según unos parámetros históricos, religiosos, culturales y, por mucho que se quisiera pasar por ello de manera tangencial, por supuesto raciales. Estas civilizaciones son la occidental, la ortodoxa, la latinoamericana, la islámica, la sínica (o chino-confuciana), la hindú, la budista, la japonesa y la subsahariana (o africana). Además de definirlas como bloques mayormente impermeables, puesto que un país englobado dentro de una determinada esfera difícilmente pasará a formar parte de otra, la teoría de Huntington se ocupa de establecer el grado de relación, o mejor cabría decir de antagonismo, existente entre todas estas civilizaciones. Dichas relaciones pueden variar desde el distanciamiento, o indiferencia, hasta el enfrentamiento abierto; lo cual quiere decir que muy raramente serán pacíficas. De esta manera el "Choque de civilizaciones" preconiza que el conflicto es la tendencia "natural" en el marco histórico de las relaciones internacionales. Una civilización concreta ha de defenderse de las agresiones de las circundantes, así como tratará de expandir su influencia para alcanzar un mayor grado de prosperidad y seguridad.
Ésta es la razón por la que la teoría del "Choque de civilizaciones" le viene como anillo al dedo al discurso de la extrema derecha xenófoba, basado mayormente en esgrimir la amenaza de las hordas de inmigrantes (muchos de ellos musulmanes calificados como retrógrados) que nos invaden y están destruyendo nuestra sociedad. También es muy del agrado de la élite neoconservadora, pues sirve para sostener la idea de la "excepcionalidad de Occidente", la civilización central, y justifica las políticas intervencionistas y la doctrina de las llamadas "guerras preventivas". No estamos agrediendo a otros pueblos, nos defendemos para impedir que el mundo civilizado que hemos creado se desmorone ante el empuje de los fanáticos de ideas medievales que nos hostigan. Occidente queda investido así de una áurea única, casi divina. Sus valores serán siempre los más elevados, lo mismo que su cultura, y eso se traduce en la idea de que el planeta debe avanzar bajo la égida del liderazgo occidental (más concretamente, entiéndase de Estados Unidos). Cualquier otra relación de fuerzas no sería más que una inaceptable trasgresión del orden natural de las cosas. Los países de la OTAN pueden realizar grandes maniobras militares, probar todo tipo de nuevos armamentos o alentar e intervenir en conflictos dónde y cuándo les plazca. Nadie debería sobresaltarse por eso porque así es como deben ser las cosas. En cambio si Rusia interviene en Siria (apoyando al que es, a pesar de todo, el gobierno legítimo del país y con la aprobación del mismo), o si Corea del Norte realiza pruebas con misiles balísticos, nos rasgamos las vestiduras exageradamente alarmados porque imaginamos que se nos están subiendo a la chepa ¿Qué se han creído esos sucios amarillos, atreviéndose a hacer lo que nosotros hacemos todos los días sin que nadie ose decirnos nada? Aquí ningún país debería salirse del redil.
Uno no puede dejar de tener la impresión de que el ideario de Huntington suena a algo un tanto viejo, como esos recuerdos que han permanecido durante años guardados en un baúl y que luego desempolvas y restauras para darles otro aspecto y una nueva vida. Porque el "Choque de civilizaciones" parece entroncar directamente con las antiguas teorías racistas. El Racismo, entendido como una ideología de base supuestamente científica, surgió en Occidente hacia finales del siglo XIX. Inspirándose originalmente en la teoría darwinista, que nos habla de la evolución de los organismos vivos a través del mecanismo de la selección natural, adaptó a su manera estos conceptos para amoldarlos a los clichés y prejuicios raciales imperantes en una época en la que los grandes imperios coloniales europeos gobernaban la mayor parte del mundo. La aplastante superioridad occidental del momento tenía una base biológica, puesto que la raza blanca estaba mucho más evolucionada que las demás. Según esta concepción de la Historia, antiguas y grandiosas civilizaciones como Roma y la India sucumbieron porque la raza avanzada que las creó, los míticos arios procedentes de las tierras septentrionales de Eurasia (altos, rubios y de ojos claros), se mezcló con las razas menos evolucionadas de los territorios conquistados y terminó degenerando. Esto es algo parecido a pensar en la posibilidad de que pudiéramos cruzarnos con nuestros parientes simios, dando lugar a híbridos subhumanos menos inteligentes y capaces. A Occidente no le podía volver a pasar lo mismo, por eso resultaba prioritario mantener la pureza racial de sus habitantes evitando cualquier clase de mestizaje. Mantener separadas las razas, cada una ocupando el lugar que le corresponde y los blancos por supuesto en el escalafón superior, debía ser la base de un orden social equilibrado y saludable.
Hoy por hoy sabemos que el Racismo no es más que una patraña pseudocientífica sin ningún fundamento, ya que las diferencias genéticas entre las distintas poblaciones humanas son mínimas y ni tan siquiera podemos hablar de razas claramente diferenciadas. No obstante hasta bien entrado el siglo XX las teorías racistas estuvieron presentes en la política de numerosos países. Era racista la actitud de los británicos hacia sus súbditos indios, a los que trataban casi como si fueran niños o incluso disminuidos psíquicos. El Racismo justificó la esclavitud, pero más tarde también inspiró las políticas segregacionistas vigentes en determinados estados de Estados Unidos, así como el infame apartheid sudafricano. Y, en su versión más extrema y desquiciada, esta ideología engendró el nazismo que, en su obsesión por salvaguardar la pureza aria, llegó a planificar la aniquilación de los pueblos que consideraba inferiores. Por mucho que pueda sorprendernos las teorías racistas continúan perfectamente normalizadas en determinados entornos insospechados, como el mundo de los animales domésticos. Hablamos de "pura sangres" para referirnos a los mejores caballos de carreras, o del pedigrí de las razas de perros o gatos. Más que simple esnobismo es una reminiscencia de tiempos pasados, cuando se estableció que los estándares de cada raza debían permanecer inalterados manteniendo "líneas puras" de cría. En la práctica esto se traduce en estirpes de animales endogámicos y enfermizos pero, ¡qué diablos!, satisfacen nuestros criterios estéticos.
Pero si ahora hablamos de culturas y no de razas, ¿qué tan distintas son unas de otras en el mundo de hoy? ¿Existen realmente esas civilizaciones, perfectamente diferenciadas, de las que nos habla Huntington? La división entre el Occidente cristiano y el mundo musulmán parece clara, pues ahí tenemos la religión como elemento claramente diferenciador. Puede pasar, dirán algunos, pero otras clasificaciones están cogidas con pinzas. En el África subsahariana viven alrededor de 250 millones de musulmanes, por mucho que la población cristiana sea mayoritaria ¿Dónde incluimos a toda esta gente, a qué cultura o civilización pertenecen? Más llamativo si cabe es el caso de Latinoamérica, considerada como una civilización aparte según la teoría del "Choque de civilizaciones". ¿En base a qué? Se supone que debido a su particular evolución histórica, pero tampoco resulta muy convincente. Hablamos en todos los casos de países donde la inmensa mayoría de la población habla lenguas de origen europeo (castellano y portugués principalmente) y profesa la fe católica, cuando no práctica el protestantismo en sus múltiples variantes. Además, una parte nada despreciable de su población es descendiente directa de europeos, mezclada apenas nada con los pueblos nativos del continente o los esclavos africanos que fueron traídos del otro lado del océano. Tres cuartas partes de lo mismo sucede cuando hablamos del denominado mundo ortodoxo, que en este caso abarca a los pueblos de Europa del este, a los que comúnmente denominamos eslavos. Una vez más tenemos la religión como elemento diferenciador, en este caso la ortodoxia cristiana. Sin embargo, ¿qué sentido tiene no hacer la misma distinción entre católicos y protestantes en el resto de Europa? Todo lo más podríamos argumentar que en muchos países eslavos se emplea un alfabeto diferente, el cirílico, aunque no siempre (como es el caso de Rumanía). Uno no puede dejar de pensar que detrás de todas estas divisiones subyace un elemento racial, por mucho que se trate de enmascararlo. Los musulmanes subsaharianos son "negros", muchos sudamericanos son "indios" o "medio indios" y, tal y como argumentaban los nazis, los eslavos del este del Europa son algo así como "medio asiáticos" o "blancos de tercera categoría".
¿Qué podemos concluir en relación a todo este asunto del choque de civilizaciones? En esencia que estos "mundos" separados no existen realmente, porque todos los habitantes del planeta vivimos en una única civilización global altamente interconectada. Esta humanidad cada vez más unificada empezó a gestarse hace siglos y las evidencias crecen a nuestro alrededor por todas partes. Volviendo sobre el asunto de Latinoamérica, resulta obvio que buena parte de las personas que allí viven se identifican a sí mismas como "latinos" ¿Pero de dónde procede el término "latino"? No hace falta indagar demasiado para descubrir que viene de Latium, un territorio del centro de Italia que se corresponde más o menos con la actual región de Lacio, razón por la cual sus habitantes eran conocidos con el nombre de latinos. En Lacio se ubica la ciudad de Roma que, como todos sabemos, fue el núcleo del Imperio Romano, la civilización latina por antonomasia. Fue Roma la que expandió por todo el mundo mediterráneo y Europa su cultura, sus leyes e instituciones, su idioma (por ello conocido como latín) y su sistema de escritura (así llamado alfabeto latino, actualmente el más extendido en el mundo, como bien se puede ver en esta infografía de Wikipedia). Occidente es deudor de la civilización latina de Roma, eso también lo sabemos todos, y sus descendientes expandirían este legado por los más diversos rincones del planeta, incluidas las Américas. Cuando Cortés y sus hombres se encontraron con los aztecas sí que tuvo lugar un auténtico choque de civilizaciones y es bien conocido el resultado. Españoles y portugueses terminaron colonizando extensas áreas del Nuevo Mundo y, con el tiempo, los conquistados comenzaron a asimilar la cultura de los conquistadores hasta hacerla propia. Por eso actualmente se denomina latinos a los habitantes de esta parte del globo.
Durante el siglo XIX, cuando las grandes potencias europeas se expandían por todo el mundo, los pueblos de Asia, África y Oriente Medio ofrecieron resistencia a su avance. No entendían los desafíos que implicaba esta expansión de una civilización industrial, científica y con afán globalizador. En consecuencia su primera reacción fue la de aferrarse a su cultura tradicional, cerrándose ante la avalancha de cambios irreversibles que se les venía encima. No les sirvió de nada y, una vez cambiaron su visión de las cosas, fueron capaces de reaccionar de una manera más adecuada. En cierto modo algo parecido les está ocurriendo a todos esos que sueñan con mantener a Occidente en su burbuja, para ponerlo a salvo de las hordas de inmigrantes que pretenden contaminarlo. Se niegan a aceptar que viven en una civilización global, donde todos estamos interconectados recibiendo influencias de todas partes. Sí, podemos levantar muros y concertinas de espino, blindar nuestras fronteras y fantasear con la expulsión de todos los no occidentales de Occidente. Pero esto no es más que vana resistencia a unos procesos históricos que van a continuar y que conducen a una humanidad cada vez más unificada. Nos guste o no tendremos que acostumbrarnos a ver gente de otros países viviendo en nuestros barrios, ya que lo mismo pasa en otros muchos sitios. Y que esos presuntos defensores de la civilización occidental se quiten de una vez por todas la careta. No engañan a nadie porque nunca se trató de la cultura o los valores. Lo que realmente les molesta, y siempre les ha molestado, es la gente con otro tono de piel más oscuro que el suyo.
Para saber más:
Crítica saidiana al mito del "choque de civilizaciones".
Sabemos quiénes abanderan estos discursos que tanta fuerza han cobrado últimamente, amplificados precisamente por los trágicos ataques terroristas que de cuando en cuando sacuden Europa. La extrema derecha xenófoba ha ganado importantes apoyos argumentando que, ante el aumento de la inmigración y el multiculturalismo, nos vemos en riesgo de perder muchas de las cosas que hacen de Occidente lo más parecido a un paraíso en la Tierra. Los extranjeros vienen en busca de trabajo y compiten por el empleo con los nacionales, lo que redunda en la precarización del mercado laboral y los sueldos. Colapsan nuestro sistema público de salud y acaparan las ayudas sociales, creados el uno y las otras por un Estado "buenista" que, en momentos de crisis y estrecheces presupuestarias, todavía se empeña en ayudar a todos sin hacer distinciones (cuando deberían ser sus respectivos países los que se ocupen de resolver los problemas de esa gente que viene de fuera; el gasto social prioritario para los que nacieron aquí y han pagado impuestos toda la vida aquí). Son también estos extranjeros los que ponen en peligro nuestra cultura democrática y de valores cívicos, porque proceden de partes del mundo en donde las libertades no están consolidadas, no se reconocen los derechos de las mujeres y las minorías y, en definitiva, han sido educados bajo un sistema más autoritario y retrógrado que el nuestro (eso en el caso de que hayan sido educados). Son en consecuencia gente menos avanzada que nosotros, lo que automáticamente conduce a pensar que también son más proclives al fanatismo, la violencia y la barbarie. Y éste es el argumento que se esgrime como el más demoledor de todos dentro del discurso xenófobo. Con la avalancha migratoria que nos desborda la delincuencia y la inseguridad se incrementan y nuestra sociedad se deteriora a marchas forzadas. Al fin y al cabo tratamos con gente desesperada e incívica a partes iguales que, además, no tiene nada que perder.
Esto último es especialmente cierto cuando hablamos de los inmigrantes procedentes de países mayoritariamente musulmanes. Aquí la componente del extremismo religioso violento juega un importante papel. Esta gente ya no es sólo sospechosa de ser menos educada y civilizada que nosotros, más propensa a cometer todo tipo de delitos comunes dicho de otra manera, sino que además una parte son asesinos en potencia dispuestos a unirse a las filas del terrorismo islámico. Bien lo hemos visto recientemente. La islamofobia, el rechazo hacia todo lo que tiene que ver con el mundo musulmán, se nos vende entonces como una reacción defensiva natural que debemos tener ante la agresión de esta "civilización hostil" que ya está a las puertas. Es un choque de civilizaciones, nos dicen, puesto que la occidental y la islámica no pueden coexistir en paz.
La teoría del Choque de civilizaciones fue formulada por vez primera en 1993 por Samuel Huntington, en un artículo de la revista norteamericana Foreign Affairs, dentro del contexto del fin de la Guerra Fría. Dicha teoría terminó de tomar forma con un libro publicado en 1996, que rápidamente se convirtió en uno de los ensayos favoritos de la élite neoconservadora de los Estados Unidos. Según Huntington, tras la caída de la Unión Soviética el mundo dejó de estar conformado por dos bloques principales enfrentados, el occidental capitalista y el comunista, al que se sumaba un tercer bloque marginal de países no alineados o sin apenas importancia (de donde procede la expresión, de claras connotaciones despectivas, de Tercer Mundo). Sin embargo, con el fin de esta era de polaridad, las esferas que englobarían a cada país serían las de su respectiva cultura. El citado autor dividió así el mundo en una serie de civilizaciones, que se definían según unos parámetros históricos, religiosos, culturales y, por mucho que se quisiera pasar por ello de manera tangencial, por supuesto raciales. Estas civilizaciones son la occidental, la ortodoxa, la latinoamericana, la islámica, la sínica (o chino-confuciana), la hindú, la budista, la japonesa y la subsahariana (o africana). Además de definirlas como bloques mayormente impermeables, puesto que un país englobado dentro de una determinada esfera difícilmente pasará a formar parte de otra, la teoría de Huntington se ocupa de establecer el grado de relación, o mejor cabría decir de antagonismo, existente entre todas estas civilizaciones. Dichas relaciones pueden variar desde el distanciamiento, o indiferencia, hasta el enfrentamiento abierto; lo cual quiere decir que muy raramente serán pacíficas. De esta manera el "Choque de civilizaciones" preconiza que el conflicto es la tendencia "natural" en el marco histórico de las relaciones internacionales. Una civilización concreta ha de defenderse de las agresiones de las circundantes, así como tratará de expandir su influencia para alcanzar un mayor grado de prosperidad y seguridad.
Ésta es la razón por la que la teoría del "Choque de civilizaciones" le viene como anillo al dedo al discurso de la extrema derecha xenófoba, basado mayormente en esgrimir la amenaza de las hordas de inmigrantes (muchos de ellos musulmanes calificados como retrógrados) que nos invaden y están destruyendo nuestra sociedad. También es muy del agrado de la élite neoconservadora, pues sirve para sostener la idea de la "excepcionalidad de Occidente", la civilización central, y justifica las políticas intervencionistas y la doctrina de las llamadas "guerras preventivas". No estamos agrediendo a otros pueblos, nos defendemos para impedir que el mundo civilizado que hemos creado se desmorone ante el empuje de los fanáticos de ideas medievales que nos hostigan. Occidente queda investido así de una áurea única, casi divina. Sus valores serán siempre los más elevados, lo mismo que su cultura, y eso se traduce en la idea de que el planeta debe avanzar bajo la égida del liderazgo occidental (más concretamente, entiéndase de Estados Unidos). Cualquier otra relación de fuerzas no sería más que una inaceptable trasgresión del orden natural de las cosas. Los países de la OTAN pueden realizar grandes maniobras militares, probar todo tipo de nuevos armamentos o alentar e intervenir en conflictos dónde y cuándo les plazca. Nadie debería sobresaltarse por eso porque así es como deben ser las cosas. En cambio si Rusia interviene en Siria (apoyando al que es, a pesar de todo, el gobierno legítimo del país y con la aprobación del mismo), o si Corea del Norte realiza pruebas con misiles balísticos, nos rasgamos las vestiduras exageradamente alarmados porque imaginamos que se nos están subiendo a la chepa ¿Qué se han creído esos sucios amarillos, atreviéndose a hacer lo que nosotros hacemos todos los días sin que nadie ose decirnos nada? Aquí ningún país debería salirse del redil.
Uno no puede dejar de tener la impresión de que el ideario de Huntington suena a algo un tanto viejo, como esos recuerdos que han permanecido durante años guardados en un baúl y que luego desempolvas y restauras para darles otro aspecto y una nueva vida. Porque el "Choque de civilizaciones" parece entroncar directamente con las antiguas teorías racistas. El Racismo, entendido como una ideología de base supuestamente científica, surgió en Occidente hacia finales del siglo XIX. Inspirándose originalmente en la teoría darwinista, que nos habla de la evolución de los organismos vivos a través del mecanismo de la selección natural, adaptó a su manera estos conceptos para amoldarlos a los clichés y prejuicios raciales imperantes en una época en la que los grandes imperios coloniales europeos gobernaban la mayor parte del mundo. La aplastante superioridad occidental del momento tenía una base biológica, puesto que la raza blanca estaba mucho más evolucionada que las demás. Según esta concepción de la Historia, antiguas y grandiosas civilizaciones como Roma y la India sucumbieron porque la raza avanzada que las creó, los míticos arios procedentes de las tierras septentrionales de Eurasia (altos, rubios y de ojos claros), se mezcló con las razas menos evolucionadas de los territorios conquistados y terminó degenerando. Esto es algo parecido a pensar en la posibilidad de que pudiéramos cruzarnos con nuestros parientes simios, dando lugar a híbridos subhumanos menos inteligentes y capaces. A Occidente no le podía volver a pasar lo mismo, por eso resultaba prioritario mantener la pureza racial de sus habitantes evitando cualquier clase de mestizaje. Mantener separadas las razas, cada una ocupando el lugar que le corresponde y los blancos por supuesto en el escalafón superior, debía ser la base de un orden social equilibrado y saludable.
Hoy por hoy sabemos que el Racismo no es más que una patraña pseudocientífica sin ningún fundamento, ya que las diferencias genéticas entre las distintas poblaciones humanas son mínimas y ni tan siquiera podemos hablar de razas claramente diferenciadas. No obstante hasta bien entrado el siglo XX las teorías racistas estuvieron presentes en la política de numerosos países. Era racista la actitud de los británicos hacia sus súbditos indios, a los que trataban casi como si fueran niños o incluso disminuidos psíquicos. El Racismo justificó la esclavitud, pero más tarde también inspiró las políticas segregacionistas vigentes en determinados estados de Estados Unidos, así como el infame apartheid sudafricano. Y, en su versión más extrema y desquiciada, esta ideología engendró el nazismo que, en su obsesión por salvaguardar la pureza aria, llegó a planificar la aniquilación de los pueblos que consideraba inferiores. Por mucho que pueda sorprendernos las teorías racistas continúan perfectamente normalizadas en determinados entornos insospechados, como el mundo de los animales domésticos. Hablamos de "pura sangres" para referirnos a los mejores caballos de carreras, o del pedigrí de las razas de perros o gatos. Más que simple esnobismo es una reminiscencia de tiempos pasados, cuando se estableció que los estándares de cada raza debían permanecer inalterados manteniendo "líneas puras" de cría. En la práctica esto se traduce en estirpes de animales endogámicos y enfermizos pero, ¡qué diablos!, satisfacen nuestros criterios estéticos.
Pero si ahora hablamos de culturas y no de razas, ¿qué tan distintas son unas de otras en el mundo de hoy? ¿Existen realmente esas civilizaciones, perfectamente diferenciadas, de las que nos habla Huntington? La división entre el Occidente cristiano y el mundo musulmán parece clara, pues ahí tenemos la religión como elemento claramente diferenciador. Puede pasar, dirán algunos, pero otras clasificaciones están cogidas con pinzas. En el África subsahariana viven alrededor de 250 millones de musulmanes, por mucho que la población cristiana sea mayoritaria ¿Dónde incluimos a toda esta gente, a qué cultura o civilización pertenecen? Más llamativo si cabe es el caso de Latinoamérica, considerada como una civilización aparte según la teoría del "Choque de civilizaciones". ¿En base a qué? Se supone que debido a su particular evolución histórica, pero tampoco resulta muy convincente. Hablamos en todos los casos de países donde la inmensa mayoría de la población habla lenguas de origen europeo (castellano y portugués principalmente) y profesa la fe católica, cuando no práctica el protestantismo en sus múltiples variantes. Además, una parte nada despreciable de su población es descendiente directa de europeos, mezclada apenas nada con los pueblos nativos del continente o los esclavos africanos que fueron traídos del otro lado del océano. Tres cuartas partes de lo mismo sucede cuando hablamos del denominado mundo ortodoxo, que en este caso abarca a los pueblos de Europa del este, a los que comúnmente denominamos eslavos. Una vez más tenemos la religión como elemento diferenciador, en este caso la ortodoxia cristiana. Sin embargo, ¿qué sentido tiene no hacer la misma distinción entre católicos y protestantes en el resto de Europa? Todo lo más podríamos argumentar que en muchos países eslavos se emplea un alfabeto diferente, el cirílico, aunque no siempre (como es el caso de Rumanía). Uno no puede dejar de pensar que detrás de todas estas divisiones subyace un elemento racial, por mucho que se trate de enmascararlo. Los musulmanes subsaharianos son "negros", muchos sudamericanos son "indios" o "medio indios" y, tal y como argumentaban los nazis, los eslavos del este del Europa son algo así como "medio asiáticos" o "blancos de tercera categoría".
¿Qué podemos concluir en relación a todo este asunto del choque de civilizaciones? En esencia que estos "mundos" separados no existen realmente, porque todos los habitantes del planeta vivimos en una única civilización global altamente interconectada. Esta humanidad cada vez más unificada empezó a gestarse hace siglos y las evidencias crecen a nuestro alrededor por todas partes. Volviendo sobre el asunto de Latinoamérica, resulta obvio que buena parte de las personas que allí viven se identifican a sí mismas como "latinos" ¿Pero de dónde procede el término "latino"? No hace falta indagar demasiado para descubrir que viene de Latium, un territorio del centro de Italia que se corresponde más o menos con la actual región de Lacio, razón por la cual sus habitantes eran conocidos con el nombre de latinos. En Lacio se ubica la ciudad de Roma que, como todos sabemos, fue el núcleo del Imperio Romano, la civilización latina por antonomasia. Fue Roma la que expandió por todo el mundo mediterráneo y Europa su cultura, sus leyes e instituciones, su idioma (por ello conocido como latín) y su sistema de escritura (así llamado alfabeto latino, actualmente el más extendido en el mundo, como bien se puede ver en esta infografía de Wikipedia). Occidente es deudor de la civilización latina de Roma, eso también lo sabemos todos, y sus descendientes expandirían este legado por los más diversos rincones del planeta, incluidas las Américas. Cuando Cortés y sus hombres se encontraron con los aztecas sí que tuvo lugar un auténtico choque de civilizaciones y es bien conocido el resultado. Españoles y portugueses terminaron colonizando extensas áreas del Nuevo Mundo y, con el tiempo, los conquistados comenzaron a asimilar la cultura de los conquistadores hasta hacerla propia. Por eso actualmente se denomina latinos a los habitantes de esta parte del globo.
Este proceso de asimilación no sólo ha continuado en otros lugares, sino que ha terminado convertido en norma. Con la llegada de las revoluciones científica e industrial Occidente colonizó buena parte del planeta, llevando consigo muchas de sus aportaciones culturales. Hoy por hoy muchas de estas aportaciones e ideas se han vuelto casi universales. El nacionalismo, el capitalismo, el comunismo, los partidos políticos, los estados-nación, los sistemas educativos, sanitarios, penales y de administración de justicia, los derechos humanos (o la denuncia de su ausencia), la organización militar, el cine, la música popular, la televisión, Internet y, entre otras cosas más, el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Las gentes de diferentes partes del mundo pueden profesar fes distintas, hablar sus propios idiomas y, por supuesto, mantener rasgos culturales distintivos. Pero a la hora de relacionarse, ya sea amistosamente o para enfrentarse, todas recurren a los mismos estándares. Los de la política vía organismos internacionales como los de la ONU (y su Consejo de Seguridad), el G20, la OCS (Organización de Cooperación de Shanghái), la OPEP, etcétera. También los de las finanzas y el libre comercio, pues el lenguaje del dinero es el más universal de todos. Por existir hasta existe una lengua vehicular, el inglés, aceptada como idioma de uso internacional (lo cual refleja la preponderancia de la cultura anglosajona). Vivimos en una aldea global en la que se ha vuelto habitual adquirir y consumir productos venidos desde la otra punta del planeta. Salvo las escasísimas tribus de cazadores-recolectores que todavía sobreviven aisladas en lugares en extremo remotos (la profundidad de la selva amazónica y alguna que otra isla perdida), todos formamos parte de esta humanidad unificada.
Esta verdad puede molestar a algunos, como el hecho de que el terrorismo islamista es también un producto de nuestro mundo moderno. El autor de la masacre en las Ramblas había crecido y se había educado en Cataluña. Formaba parte integrante de nuestra sociedad y desde luego no vino de ningún país alejado y aislado dominado por ideas medievales, razón por la cual se inspiró en ataques similares perpetrados por otras personas en Europa. Incluso el salvaje Daesh (Estado Islámico) ha basado buena parte de su crecimiento en el hábil uso que ha hecho de Internet y las redes sociales para captar adeptos. Hasta sus atroces ejecuciones, difundidas por diferentes medios, muestran una cuidada estética del terror nacida de la moderna cultura audiovisual. Esta interconexión es mucho más evidente en otros aspectos infinitamente menos sórdidos, como los gustos estéticos y la forma de vestir, cada vez más estandarizados vayas al país que vayas. Se ve incluso hasta en cosas tan prosaicas como la industria pornográfica. La mayor parte de la producción de dicha industria tiene lugar en Estados Unidos (más concretamente California) y Alemania, sin embargo algunos de sus más asiduos consumidores online se encuentran en países como Arabia Saudí, Turquía, Egipto o Irak (ver ¿Qué países consumen más porno?).
Y es que hasta una de las ideas centrales de la teoría de Huntington, el hecho de que los enfrentamientos se producen sobre todo entre países de "civilizaciones" distintas, puede ser ampliamente discutida. Si observamos las relaciones que Occidente mantiene con distintas naciones de todo el orbe podremos comprobarlo, pues éstas se pueden dividir en aliados (o vasallos) y enemigos acérrimos independientemente de su adscripción a una esfera cultural u otra. En Latinoamérica los aliados tradicionales suelen ser países como México, Colombia, Chile o Perú; Bolivia, Ecuador, Cuba y, cómo no, Venezuela entrarían en la lista de los sospechosos o malvados. En Asia algo muy parecido. Japón, Corea del Sur y Filipinas son firmes aliados, pero Corea del Norte es el gran demonio. Luego, claro está, tenemos a China, un adversario demasiado formidable como para encasillarlo de una forma tan simple (es un enemigo de primerísimo orden y, al mismo tiempo, resulta imprescindible mantener con él unas buenas relaciones diplomáticas y comerciales). Con Rusia pasaría algo más o menos similar, si bien últimamente regresa esa visión de la Guerra Fría que la califica como "el gran villano del mundo". Por último comprobamos exactamente lo mismo en el mundo musulmán. Hay aliados incondicionales, como suelen ser Arabia Saudí, Turquía (que es además miembro de la OTAN), Emiratos Árabes Unidos o Marruecos entre otros. En contraposición a estos tenemos el "Eje del Mal" islámico, representado por Irán, Siria y, antes de que fueran destruidos, Irak y Libia. Y para terminar de enmendarle la plana a señor Huntington y sus seguidores, he aquí un fenómeno curioso. Es sobradamente conocido que el "gran amigo saudí" ha sido y sigue siendo uno de los principales patrocinadores del extremismo yihadista violento que tanto parece quitarnos el sueño (como botón de muestra recomiendo el siguiente artículo de la periodista Nazanín Armanian) ¿Qué diablos importa? Nunca permitas que una evidencia estropee tus artificios teóricos.
Artículo escrito por: El Segador
Para saber más:
Crítica saidiana al mito del "choque de civilizaciones".
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