La energía más cara, y subvencionada, del mundo

A menudo se nos insiste que, en comparación con el resto, la energía nuclear sigue presentando numerosas ventajas. Dicen que a pesar de todo es segura, limpia y barata ¿Será eso cierto?

 

El presente gráfico presenta la evolución de las subvenciones públicas recibidas (medidas en millones de dólares US) por las distintas industrias energéticas en el periodo 1974-2014. Llama especialmente la atención la franja morada, que en este caso corresponde a la energía nuclear. Los datos muestran que dicha industria es, con diferencia, la que más ayudas ha recibido, muy especialmente durante las décadas de los 70, 80 y 90 del pasado siglo (Fuente: sciencedirect.com).
     
    Con toda seguridad no hay forma de energía más controvertida que la nuclear, concretamente la producida en rectores de fisión convencionales que emplean como combustible el uranio enriquecido, operativos desde hace décadas (el primero de ellos fue el de Óbninsk, actual Rusia, que entró en servicio en 1954). Que las centrales nucleares generan rechazo no es un secreto para nadie. Sobre el imaginario colectivo planean los siniestros fantasmas de Chernóbil y Fukushima que, junto al desastre de la planta química de Bhopal (India) en 1984, figuran como los mayores accidentes de la industria civil en toda la Historia. Un accidente nuclear de primer nivel es una catástrofe de magnitudes mayúsculas, nadie puede discutir eso, razón por la cual las centrales son vistas por muchos como una amenaza latente. Algo así como una bomba de relojería que puede estallar en cualquier momento. Luego están por supuesto los problemas medioambientales inherentes al propio ciclo del combustible nuclear, muy especialmente en lo referente a la gestión de sus residuos, muy nocivos y altamente contaminantes en ciertos casos (pues su actividad radiactiva puede perdurar durante siglos o incluso milenios). La radiación es un mal invisible y eso contribuye a alimentar el temor que la mayoría siente hacia ella y, por extensión, hacia las plantas donde está presente.

     El activismo antinuclear, encabezado sobre todo por organizaciones ecologistas, lleva décadas presionando para que se clausuren todas las centrales nucleares en activo al considerarlas un grave peligro para el medio ambiente y la salud pública. Algunos países como Alemania tienen previsto cerrar todas sus plantas operativas en los próximos años, realizando una reconversión a otras fuentes de energía para suplir la demanda, una solución que algunos califican como de increíblemente costosa a la vez que igualmente contaminante (ver La revolución verde en Alemania: adiós a las centrales nucleares). Y es que uno de los argumentos que se esgrimen a la hora de defender la energía nuclear es que, en comparación con otras como la térmica que emplea combustibles fósiles, resulta mucho menos lesiva en lo referente a la emisión de gases de efecto invernadero. Esto último, referido exclusivamente a la actividad que tiene lugar en el interior de una central nuclear, es efectivamente cierto. Asimismo, muy especialmente después de catástrofes como la de Fukushima, se nos ha venido insistiendo que en respuesta a ellas se han incrementado todas las medidas de seguridad y revisado los protocolos de actuación para situaciones de emergencia, de manera tal que el personal a cargo de las centrales está debidamente preparado para cualquier contingencia. Al respecto resulta muy interesante y revelador el testimonio dado por un jefe de sala de control de una central nuclear española, que prefirió mantenerse en el anonimato, y que fue recogido en 2011 por el portal científico Naukas. En él se defendía la profesionalidad y buen hacer de todo el personal en servicio en estas centrales, algo que aquí no nos atreveremos a poner en duda.

    La energía nuclear se nos presenta entonces como limpia y segura, de acuerdo, algo que de entrada podríamos dar por cierto en la inmensa mayoría de casos. Pero también se nos insiste que, como tratamos con instalaciones de prolongada vida útil, también resulta una energía barata porque las plantas siguen en activo mucho después de quedar amortizadas, produciendo además un suministro eléctrico abundante, constante y fiable que difícilmente puede ser sustituido a corto o medio plazo. Todos son ventajas, ¿no? Desde esta perspectiva las protestas y campañas de demonización protagonizadas por grupos ecologistas y otros detractores de la energía nuclear no tendrían ningún fundamento. Quizá sea en parte cierto, pero vamos a centrarnos primero en el último de los aspectos antes comentado, lo de que esta energía es en comparación más barata que cualquier otra, incluso también que cualquier renovable.

Acerca del ciclo del combustible nuclear


 EL CICLO DEL COMBUSTIBLE NUCLEAR

      El diagrama que vemos justo arriba muestra de una forma simplificada, pero bastante completa, el llamado ciclo del combustible nuclear. En otras palabras, su fabricación, utilización y posterior tratamiento de los residuos. Un simple vistazo revela que se trata sin duda de un proceso largo y complejo que, evidentemente, cuenta con un fortísimo componente tecnológico. En el sector energético no hay nada como este ciclo, pues otras fuentes de energía pueden ser usadas de una forma más "directa", por decirlo de alguna manera. Los combustibles fósiles pasarán por un proceso de refinado más o menos largo, pero al fin y al cabo todo se reduce a quemar dicho producto para obtener energía del mismo. Algo parecido podemos decir por ejemplo de las energías renovables. Un aerogenerador podrá ser un sofisticado molino de alta tecnología, pero sólo necesita que el viento mueva sus aspas para producir electricidad y ahí se acaba todo. Del mismo modo una presa hidroeléctrica podrá ser una formidable y muy costosa obra de ingeniería, pero la base de su funcionamiento es algo tan simple como aprovechar la energía del salto de agua y ahí también acaba todo. Y lo mismo para la energía solar fotovoltaica. Los paneles que se emplean podrán ser más o menos caros y sofisticados, pero una vez instalados únicamente hace falta que permanezcan expuestos a la radiación solar (y nuevamente ahí acaba todo).

     Con la energía nuclear no pasa ni mucho menos lo mismo. Repasemos todo el ciclo de su combustible. Todo empieza en las minas de mineral de uranio, la materia prima que la Naturaleza pone a nuestra disposición para iniciar el proceso. Este recurso no se encuentra en todas partes y son unos pocos países quienes lo concentran, más concretamente seis países poseen cerca del 70% de las reservas mundiales (Australia, Kazajstán, Rusia, Sudáfrica, Canadá y Estados Unidos - ver este anexo en Wikipedia -). De hecho sólo Australia y Kazajstán ya acaparan para sí más de la tercera parte de dichas reservas. Queda claro pues que el resto de naciones deben depender, en su mayor parte, de las importaciones del mineral si quieren iniciar el proceso de producción de combustible nuclear. España se encontraría dentro de este grupo, ya que por aquí mineral de uranio nada de nada. También debemos tener en cuenta que la riqueza en óxido de uranio, la materia que realmente interesa a la industria, en el mineral que se extrae en las explotaciones oscila entre un 0,05% y un 0,3% (para las minas presentes en Estados Unidos). Esto implica que hay que remover inmensas cantidades de roca y tierra para poder acumular materia prima con una cantidad suficiente de óxido de uranio. De entrada ya nos encontramos con una actividad minera a gran escala y todos los costes que ello acarrea (económicos, medioambientales, etc.) y eso que sólo acabamos de comenzar.

     A continuación tenemos que purificar el óxido de uranio como primer paso para obtener materia fisible (susceptible de producir energía dentro del reactor de una central nuclear). Todo el mineral extraído se lleva entonces a plantas especializadas en ese proceso de extracción, donde la materia se muele en partículas muy finas para producir las llamadas "tortas amarillas" (yellowcake). El óxido así obtenido pasa por un segundo tratamiento químico para convertirlo en hexafluoruro de uranio, un producto sólido pero que tiende a evaporarse a temperaturas por encima de los 57ºC, por lo que hay que mantener ciertas precauciones durante su manipulación y almacenamiento ¿Ya tenemos combustible nuclear aprovechable? ¡Qué ingenuos!, todavía queda mucho para eso. A estas alturas el uranio así obtenido, tras este primer proceso industrial ciertamente complejo, no sirve ni mucho menos para producir ningún tipo de energía. La industria no busca todo el uranio en sí, sino algunos de sus isótopos (variantes inestables del elemento), concretamente el llamado U235, que sólo constituye el 0,71% del total. La inestabilidad inherente del isótopo U235 es lo que lo hace susceptible de ser empleado como combustible nuclear, por lo que hay que concentrarlo en un proceso denominado enriquecimiento. Dicho proceso, que no es ni mucho menos tecnológicamente sencillo, hace que la riqueza en U235 en el hexafluoruro de uranio pase de menos de un 1% hasta un 5%, útil para plantas nucleares con reactores que emplean agua ligera (los más comunes). En el trance la mayor parte del uranio, hasta el 96%, no es aprovechable y se califica como "empobrecido". Por el camino para la fabricación del combustible ya hemos pasado por dos fases industriales y todavía no hemos acabado.

    Esto es así porque aún queda una última fase, la fabricación del combustible definitivo que, esta vez sí, emplearán las centrales. El proceso implica sucesivas moliendas del uranio enriquecido, su horneado hasta convertirlo en un material cerámico inerte y su posterior adaptación al formato requerido en los reactores, generalmente tubos o barras sellados y con un revestimiento anticorrosivo (actualmente se emplea el circonio). Ya tenemos el material fisible, pero éste se halla en la fábrica de turno y ha de ser trasladado a centrales a menudo muy distantes. Dado que el combustible nuclear es un material radiactivo no puede ser trasportado de cualquier manera, así que dicho trasporte debe realizarse bajo condiciones especiales de alta seguridad y por personal cualificado. Ni siquiera esto resulta sencillo en el ciclo nuclear.

     Finalmente llegamos a la planta de energía, allí de donde sale la electricidad que llega a nuestros hogares. La gestión del combustible en ella también tiene su intríngulis, ya que no es sólo cuestión de introducir las barras de uranio enriquecido en el reactor y ya está. Conforme la reacción de fisión va teniendo lugar en su interior el combustible se va agotando y hay que gestionar la recarga con nuevas barras. Éste es uno de los mayores quebraderos de cabeza para los operadores de planta, la optimización del proceso de recarga, para que el mayor número posible de barras estén a pleno rendimiento en todo momento. Para ello se emplea una combinación de potentes aplicaciones de software, en esencia técnicas de cálculo, y métodos empíricos perfeccionados a lo largo de los años. Y por supuesto hay que tener en cuenta que éste no es más que uno de los muchos trabajos que se realizan en el interior de una central nuclear, si bien es de una importancia capital. Ni qué decir tiene que estas centrales son auténticos prodigios de la ingeniería moderna, instalaciones con un grado de complejidad y sofisticación apenas igualado por otras obras civiles, donde opera gran cantidad de personal altamente cualificado dada la enorme responsabilidad que sobrellevan. Todo esto hace que su construcción, puesta en marcha y mantenimiento sean increíblemente costosos. Por supuesto no puede ser de otra manera.

     ¿Ya hemos acabado con el ciclo del combustible nuclear? Ni mucho menos, porque ahora viene el problema de la gestión de los residuos, el material fisible consumido pero susceptible de seguir siendo altamente contaminante. Dicho material todavía posee cantidades apreciables de productos aprovechables como uranio y plutonio fisibles, que pueden ser posteriormente reprocesados. No obstante en su mayor parte se compone de otros elementos que deben ser retirados como residuo en la fase final del ciclo nuclear. Algunos de estos residuos se clasifican como exentos, es decir, sin actividad radiológica y por tanto susceptibles de recibir cualquier otro uso dado que no se los considera peligrosos. Luego tenemos los llamados residuos de baja actividad, que emiten sobre todo radiación gamma o beta a unas dosis siempre inferiores a 20 mSv/h por contacto directo (el sievert, o Sv, es la medida estándar de la dosis de radiación absorbida por un tejido vivo) y cuyo periodo de semidesintegración es inferior a 30 años. A continuación vienen los residuos de media actividad, emisores también de radiaciones gamma y beta pero a unas dosis superiores a 20mSv/h y con un periodo de semidesintegración también inferior a 30 años. Por último nos encontramos con los residuos de alta actividad o de alta vida media, los más problemáticos y peligrosos de todos, pues emiten radiación alfa además de niveles elevados de beta y gamma (esta última es la más penetrante de todas). Por si esto fuera poco algunos componentes de esta clase de residuos tienen periodos de semidesintegración prolongadísimos. Sí hablamos del 2% del uranio residual tratamos con periodos comprendidos entre los 150 a 200 años, pero en casos como los remanentes de plutonio 240 dicho periodo alcanza los 6.600 años y, en el neptunio 237, supera ¡los dos millones de años! Esto quiere decir que durante todo ese lapso de tiempo los residuos seguirán teniendo actividad radiactiva y, por tanto, constituirán un problema medioambiental y de salud pública.
 
     Visto lo visto a nadie se le escapa que estos residuos, en especial los de más alta actividad, no se pueden gestionar de cualquier manera. Para su tratamiento es necesaria una infraestructura sofisticada, compleja y costosa, de lo contrario afrontaríamos una grave amenaza contaminante ¿Quién querría tener un almacén de residuos radiactivos al lado de su casa? Aquellos de baja y media actividad pueden ser almacenados en superficie, lo que no quiere decir que dichas instalaciones sean ni mucho menos sencillas, ya que deben cumplir unos mínimos en materia de seguridad. En cambio los residuos de alta actividad, o con muy prolongados periodos de semidesintegración, han de ser almacenados necesariamente en instalaciones subterráneas que más bien parecen búnkeres ubicados a gran profundidad. Es el llamado Almacenamiento Geológico Profundo (AGP), más conocido en el leguaje de la calle como "cementerio nuclear", y que puede efectuarse a más de 1.000 metros bajo tierra. Sin embargo hay que tener en cuenta que, antes de trasladarlos a un AGP, los residuos más activos deben permanecer varios meses en piscinas especiales dentro de las plantas nucleares para así refrigerarlos (ya que están excesivamente calientes cuando salen del reactor), otra instalación adicional que añade más complejidad si cabe a todo el ciclo. Un ciclo que, por decirlo de alguna manera, termina en los cementerios nucleares aunque no del todo. Dado que la peligrosidad de algunos de estos residuos permanece durante siglos, bien podemos afirmar que ningún ciclo de combustible nuclear empleado en cualquier parte del mundo ha concluido todavía. 
     
Una energía cara, no del todo limpia y quizá no tan segura

     Después de repasar todo el ciclo del combustible nuclear ya tenemos una idea mucho más clara de lo que se necesita para producir electricidad en base a esta energía. Grandes explotaciones mineras en países lejanos, todo un extenso conjunto de plantas industriales para purificar, procesar y enriquecer el material fisible, un trasporte especializado, imponentes centrales que son obras de ingeniería ciclópeas y, para terminar, una infraestructura de almacenamiento de los residuos radiactivos en condiciones seguras. Ningún eslabón de toda esta larga cadena puede faltar, de lo contrario empezarían los problemas serios, bien por falta de suministros o bien por amenaza de un accidente grave.

     En vista de todo lo anterior, ¿de verdad podemos seguir afirmando que la energía nuclear es más barata que cualquier otra? El planteamiento no se sostiene o lo hace bajo unos argumentos que son bastante endebles, por mucho que digamos que las centrales tienen una prolongada vida útil, ya que debemos tener en cuenta todo el ciclo y no sólo la actividad dentro de las centrales nucleares. Y aún con eso, porque toda esta monstruosa infraestructura precisa un mantenimiento, así como la constante renovación de los equipamientos obsoletos, en ambos casos operativos altamente costosos y complejos. Es relativamente complicado estimar lo que todo esto puede valer en millones de euros, pero a buen seguro que es muchísimo y eso sin contar con el coste de la mano de obra que participa en todo el ciclo. Estamos hablando en todos los casos, y muy especialmente en el del personal que trabaja dentro de una central nuclear, de profesionales altamente cualificados que obviamente han de cobrar salarios de acuerdo a su categoría. Valga de ejemplo la central de Vandellós II (en la provincia de Tarragona), con una plantilla actual de unas 1.200 personas, que no son precisamente pocas.

    Para aquellos que prefieren cifras tangibles aquí enlazo un estudio de 2012 realizado en la Universidad Politécnica de Valencia, concretamente por el Departamento de Ingeniería Eléctrica de la Escuela de Ingeniería del Diseño. En él se nos viene a decir que, mientras la energía nuclear tiene un coste de construcción de 4.000 millones de euros por Gigavatio de potencia instalada, el de la eólica por ejemplo asciende a 600 millones de euros por Gigavatio. Bueno, podemos argumentar que las centrales nucleares acumulan muchas más horas de funcionamiento anuales que los parques eólicos, que al fin y al cabo dependen de que sople o no el viento, así que a la larga son más rentables. Pero instalando aerogeneradores en las zonas peninsulares más favorables, como Galicia, estos equipos son capaces de producir un 242,5% más de electricidad que una central nuclear por coste unitario de construcción. Algo similar dice el mismo estudio de la energía fotovoltaica, cuyos costes de construcción ascienden, como mucho, a 1.200 millones de euros por Gigavatio de potencia instalada. Sobra decir que nuestro país tiene una altísimo potencial en lo referente al sector fotovoltaico, por mucho que el actual gobierno se empeñe en lo contrario, dado el nivel de insolación anual que reciben muchas regiones. Por el contrario debemos depender de las importaciones para abastecer de combustible nuclear nuestras centrales operativas ¿Cuál de las dos soluciones es la más rentable y nos otorga mayor autonomía energética?

    Y otro apunte más. Una de las centrales nucleares actualmente en construcción en Europa es la de Hinkley Point C, en Somerset (Inglaterra), cuyas obras dieron comienzo en el verano de 2008. Esta planta de última generación empleará una tecnología desarrollada en Francia (abanderada de la energía nuclear) conocida como EPC (European Pressurized Reactor), presumiblemente mucho más eficiente pero que ha disparado los costes de construcción por encima de los 17.000 millones de euros (para saber más de todo esto recomiendo este artículo de 2013 del portal Rankia), una estimación realizada cuando todavía falta mucho para que el proyecto esté concluido. Ello obligó al gobierno británico a abrir una línea de crédito de 10.000 millones de libras para "garantizar la finalización de las obras". Mucho dinero público es todo eso, por mucho que desde determinadas plataformas nos insistan que son otras las energías poco rentables que necesitan funcionar a golpe de subvención. En este punto conviene regresar sobre la gráfica que encabeza el artículo, donde se muestra claramente que es la energía nuclear la que, de lejos, más ayudas públicas ha recibido a lo largo de los últimos 40 años ¿Cómo es posible si siempre nos han dicho que es tan barata? El sentido común parece indicar que nos han estado mintiendo al respecto.

Central nuclear de Garoña
En la foto una panorámica de la vieja central nuclear de Santa María de Garoña (Burgos). La planta permanece parada desde 2012, pero recientemente ha surgido la polémica en torno a su reapertura para prologar su vida útil de 40 a 60 años. El pasado mes de febrero un informe emitido por Nuclenor, la empresa propietaria de la central (participada al 50% por Iberdorla y Endesa), desaconsejaba la puesta en marcha a causa de los elevados costes que ello supondría, estimados entre 200 y 300 millones de euros, y la escasa rentabilidad que generaría su actividad (al tratarse de una central pequeña y de escasa potencia en comparación con otras). No obstante el Consejo de Seguridad Nuclear y otra partes interesadas aseguraron que la reapertura resulta segura y factible, señalando además que su desmantelamiento costaría no menos de 345 millones de euros, más que volver a ponerla en marcha. Sin embargo debemos hacernos la siguiente pregunta. Si tarde o temprano habrá que desmantelarla, ahora o dentro de 30 años, no nos libraremos de los costes que ello acarrearía, pero sí podemos hacerlo de los de reapertura (Fuente: lainformacion.com). 
      Viendo los costes podemos aferrarnos a eso de que la energía nuclear es relativamente limpia, puesto que las centrales apenas sí emiten gases de efecto invernadero al compararlas, por ejemplo, con las térmicas que emplean carbón o gas natural. Pero volvamos de nuevo al ciclo del combustible nuclear y considerémoslo en su totalidad. Grandes explotaciones mineras, actividad industrial pesada, trasporte de materias primas a larga distancia, obras de ingeniería mayúsculas ¿De veras toda esta actividad no genera emisiones a la atmósfera? Aunque sólo sea por la maquinaria pesada que se emplea en las minas o en la construcción de las infraestructuras, así como el trasporte por mar en grandes buques mercantes, ya tenemos una cantidad apreciable dióxido de carbono emitido. Benjamin Sovacool, de la Universidad Nacional de Singapur, publicó un estudio en 2008 en el que se promediaban las emisiones de CO2 a lo largo de toda la vida útil de una central nuclear tipo en 66 gramos por Kwh generado, lo que también incluiría la producción del combustible (ver El CO2 generado por la energía nuclear). Esto está claramente por encima de las emisiones que generan las renovables (que también lo hacen, pues hay que tener en cuenta la fase de fabricación de aerogeneradores y paneles solares por ejemplo), pero por debajo de las de la energía obtenida mediante la quema de combustibles fósiles; si bien hay estudios que indicarían que el nivel de emisiones de todo el ciclo nuclear estaría por encima de los 280 gramos de CO2 por Kwh. Bien, dirán algunos, pero nuevamente el mito de la energía nuclear como algo totalmente limpio en ese sentido se viene abajo. 
 
     Y a todo esto hay que recordar que el uranio es un recurso no renovable, lo cual quiere decir que llegará el día en que se agotará. Cuándo sucederá eso es tema de amplio debate pues entran muchos factores en juego, tales como la disponibilidad para usos militares (en función de lo "caliente" que pueda ponerse el escenario geopolítico internacional), incremento de la demanda por mayores necesidades energéticas, construcción de nuevos reactores mucho más eficientes o aprovechamiento de fuentes hasta ahora no explotadas a causa de dificultades técnicas que en un futuro podrán solventarse. Los cálculos más pesimistas indican que dichas reservas durarán entre 50 y 80 años, otros elevan dicha cifra hasta los 230 años aproximadamente y aun otros, mucho más optimistas, afirman que con revolucionarias tecnologías de extracción (como obtener el uranio disuelto en el agua de los océanos) el suministro estaría asegurando durante 60.000 años (al nivel de consumo actual).
 
     Por último vayamos al tema de la seguridad, uno de los más peliagudos. No hay que poner en duda que una central nuclear moderna, con instalaciones de última generación, un adecuado mantenimiento, donde se sigan a rajatabla todos los protocolos de seguridad y en la que trabaje una plantilla suficiente de profesionales altamente cualificados y que hayan recibido toda la formación necesaria, es un lugar seguro casi al cien por cien. Muchas veces desde luego será así, pero por desgracia no vivimos en un mundo perfecto. Viniéndonos al terreno de la actualidad nacional es tema de acalorado debate la prolongación de la vida útil de nuestras centrales operativas, hablándose incluso de hacerlo hasta los 60 años. Teniendo en cuenta que nuestro parque nuclear empieza a ser un tanto viejo, ya que la última central construida fue la de Trillo (Guadalajara) en 1988, este debate cobra sumo interés en muchos aspectos. El deseo en esta prolongación por parte de los oligarcas del sector energético, obviamente apoyados por el Gobierno, es evidente. Hoy por hoy las centrales nucleares les resultan increíblemente rentables, al asumir únicamente su funcionamiento tras la liberalización del sector. Esto es así porque en su día no tuvieron que invertir en construirlas, de la misma manera que ahora tampoco hacen frente a los gastos derivados, todo ello asumido en mayor o menor parte por el Estado. Las grandes eléctricas heredaron unas instalaciones amortizadas, casi un regalo caído del cielo por obra y gracia de los gobernantes de turno, por lo que desde el primer día casi todo fueron beneficios a cambio de la energía suministrada. Un claro ejemplo de lo que llamaríamos "capitalismo de amiguetes".
 
     Pero que los grandes jefazos de las eléctricas quieran exprimir al máximo las centrales existentes para seguir ganando mucho dinero con ellas, pero sin gastarse más de lo necesario, choca frontalmente con las exigencias en materia de seguridad en lo referente a este tipo de instalaciones. Al respecto dos hechos recientes que resultan más que preocupantes. El primero se denuncia en esta carta de la Asociación Profesional de Técnicos en Seguridad Nuclear y Protección Radiológica, donde se habla de presiones por parte de la cúpula del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) sobre técnicos e inspectores de la citada asociación que perjudican seriamente su capacidad para realizar su trabajo como es debido, lo que obviamente supone una merma en la seguridad e incluso un grave peligro. La carta utiliza expresiones tan duras como "política del miedo" o "caza de brujas", hablando además de la implementación de nuevos protocolos que en realidad no pueden ser efectivos, lo que trae consigo la confusión y desmotivación entre los profesionales del colectivo. Todo ello parece encaminado a acallar cualquier clase de crítica, imponiendo criterios desde arriba que únicamente buscan publicitar que en las instalaciones nucleares no se produce ninguna clase de incidente. Una segunda noticia relacionada apareció hace unos días en el medio digital Público y habla acerca de la dimisión en bloque de los cuatro delegados de prevención de la central de Trillo, que denunciaron deficiencias en la seguridad de los protocolos empleados en el interior de la planta. Para entender mejor el por qué hay que contemplar que la plantilla de Trillo asciende únicamente a 800 trabajadores, cuando en una central de esas características deberían ser más de 1.000. Mantener el mínimo de personal posible para ahorrar sueldos implica que la plantilla se ve sometida a unos niveles de presión laboral y estrés añadidos a una actividad que, ya de por sí, resulta muy exigente dado el nivel de responsabilidad. Trabajar por obligación en días de descanso, más horas extras de las aconsejables, cansancio y hartazgo que se van acumulando un día tras otro, accidentes que se suceden, etc. ¿Resulta prudente que cosas así tengan lugar dentro de una central nuclear? Si ésta es la nueva forma de hacer de las directivas y el CSN el asunto da para preocuparse y no precisamente poco.

     Por desgracia la Historia nos enseña que no invertir lo suficiente en seguridad nuclear y protocolos de prevención de posibles incidentes, porque los gestores están mucho más centrados en maximizar sus beneficios, puede llegar a tener consecuencias realmente devastadoras y aún nos quedamos cortos en la calificación. El desastre de Fukushima es un claro ejemplo, ya que la siempre imprevisible y violenta Naturaleza no fue la única responsable. El accidente se podía haber evitado, tal y como ya declaró en 2012 el presidente de la comisión investigadora independiente nombrado por el parlamento nipón, Kiyoshi Kurokawa. Según sus informes ya en 2006 se alertó que la planta nuclear era altamente vulnerable a un tsunami y sus defensas insuficientes, señalando además que si el agua del maremoto penetraba en las instalaciones seguramente provocaría un apagón generalizado que dejaría desprotegido el reactor (ver Fukushima se pudo evitar). Eso fue precisamente lo que ocurrió en marzo de 2011. La empresa propietaria de la central, Tepco, tuvo varios años para implementar soluciones a estas deficiencias, pero no hizo nada. Todos sabemos lo que vino después y el coste que ha acarreado. En 2014 las autoridades japonesas cifraron dicho coste económico en unos 80.800 millones de euros (ver esta noticia de RTVE). El gasto se repartiría entre las indemnizaciones a las familias evacuadas, la descontaminación de las áreas afectadas y el desmantelamiento de la central (sólo esto último costará casi 16.000 millones de euros). Y esto es sólo una estimación que baraja las siempre frías cifras económicas, porque el drama humano, unas 50.000 personas que se vieron obligadas a abandonar sus hogares casi con lo puesto, es mucho más difícil de cuantificar. A buen seguro muchos de estos refugiados nucleares jamás regresarán a sus casas y las secuelas de la tragedia, cuanto menos psicológicas, se han dejado sentir bajo la forma de suicidios. Después de todo este tiempo, ¿está contenido el problema de la contaminación en Fukushima? Para no extenderme me remito a este enlace de la web El viejo topo, que nos habla acerca de un boquete en el reactor afectado (el número 2), descubierto el pasado año, a través del cual se filtran al exterior cantidades récord de radiación de hasta ¡530 Sv/h! (cuando la dosis irreversiblemente mortal para un ser humano es de unos 8 Sv/h).

    Como conclusión repitamos el mantra. La energía nuclear es barata, limpia y segura ¿Nos lo seguimos creyendo? Es comprensible que dicha forma de energía haya seducido y fascinado a mucha gente, después de todo dominar las poderosas fuerzas que se ocultan en el interior del núcleo del átomo constituye uno de los grandes prodigios tecnológicos de nuestra civilización. Una clara demostración de nuestro dominio sobre la Naturaleza que casi nos hace sentir como si fuéramos dioses. Pero esa sensación de control es engañosa, bien lo hemos visto. Requiere esfuerzos descomunales, es increíblemente costosa, genera un preocupante impacto ambiental, no es sostenible y está supeditada a los errores y veleidades humanas. Podrán decirnos que los accidentes nucleares de extrema gravedad son algo rarísimo, de hecho sólo ha habido dos destacables en toda la Historia. Pero dadas sus consecuencias no podemos permitirnos ni uno más, algo que nadie puede asegurar a día de hoy. Muy especialmente cuando hablamos de instalaciones cada vez más antiguas, donde trabaja un personal sometido a unas crecientes condiciones de estrés y presión laboral y propiedad de individuos irresponsables que únicamente piensan en su propio beneficio. Un precio a pagar demasiado alto sabiendo que existen otras alternativas que además son viables. Mejor iniciar la transición cuanto antes e ir clausurando progresivamente todas las centrales nucleares. 
                  

 
M. Plaza
 


Para saber más:

Ciclo del combustible nuclear (Wikipedia).

 
 

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