Durante décadas hemos sido bombardeados de manera incansable por una propaganda machacona. Nos venía a decir más o menos que, salvo alguna excepción, Estados Unidos siempre ganaba todas las guerras ¿Es cierto el mito de la imbatibilidad estadounidense?
Varios soldados evacúan a un compañero herido
durante una operación llevada a cabo al sur de
Afganistán en el verano de 2011.
|
Uno puede entender fácilmente de dónde procede el mito. Como la gran superpotencia que es Estados Unidos lleva décadas ejerciendo la supremacía global en el terreno político, económico y cultural. El mundo entero suele permanecer pendiente cuando en Washington es elegido un nuevo presidente, que es proclamado automáticamente como el principal líder mundial, mientras la mayor parte de los países espera mantener las mejores relaciones posibles con la administración estadounidense. El respeto debido se convierte en muchos casos en pleitesía, el temor a las posibles represalias (diplomáticas, económicas e incluso militares) por parte de la superpotencia. Una gran república de características imperiales que, como otros grandes imperios de la Historia, no ha dudado en intervenir militarmente agrediendo a otras naciones cuando deseaba expandirse o consideraba que sus intereses se veían comprometidos. Resulta evidente que el abrumador poderío militar estadounidense, sustentado a su vez en su poderío económico e industrial, ha resultado clave a la hora de ejercer la supremacía. Y si hay un punto de inflexión fundamental en toda esta historia éste no es otro que la victoria en la Segunda Guerra Mundial, que convirtió a Estados Unidos en esa superpotencia global con capacidad para influir de manera decisiva en el resto del planeta.
El mito de que sobre los norteamericanos recayó la mayor parte del mérito en la derrota de la Alemania nazi, y por supuesto también del Imperio Japonés, está hoy día muy asentado en el subconsciente colectivo occidental (ya se apuntó algo sobre esto en una entrada anterior de este blog). La propaganda estadounidense ha sabido vender dicho mito, muy bien por cierto, a través de sus películas, series televisivas, documentales, libros e incluso cómics. Es obvio que el poder aéreo y naval, y muy especialmente su poder financiero e industrial, permitieron que Estados Unidos contribuyera de manera muy decisiva en la victoria aliada sobre las potencias del Eje. Al finalizar la contienda Europa estaba devastada, lo mismo que el derrotado Japón, pero el territorio norteamericano permanecía por completo intacto (salvo por el breve episodio de Pearl Harbor) y los esfuerzos de guerra ayudaron a relanzar la economía terminando con la Gran Depresión. El costo material y humano que asumieron los norteamericanos, valgan de ejemplo las algo más de 220.000 bajas mortales en campaña (por supuesto todas militares, pues en la guerra no perecieron civiles estadounidenses, y que engloban a los caídos tanto en Europa como en el Pacífico), era perfectamente asumible si lo comparamos con el botín obtenido: la llave para la supremacía mundial y que tanto Europa Occidental como el Japón, que a pesar de la destrucción sufrida seguían figurando entre las regiones más desarrolladas del mundo, quedaran bajo la esfera de influencia de Washington.
Con todo "los caídos estadounidenses en la cruzada por la libertad" han sido puestos una y mil veces como un ejemplo de sacrificio altruista por una causa justa, cuando queda claro que las motivaciones fueron principalmente económicas (impulso, que nunca se detendrá, a la industria bélica y apoyo financiero a los aliados) y estratégicas. Sin embargo, ¿qué decir de la contribución soviética a la victoria final? No olvidemos que fue el Ejército Rojo quien entró en Berlín y enarboló su bandera sobre las ruinas del Reichtag, hecho que no fue ni mucho menos casual. Durante años la maquinaria propagandística norteamericana se ha esforzado muchísimo a la hora de ningunear el papel de la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial, al tiempo que trataba de convencernos que habían sido los Estados Unidos quienes llevaron casi todo el peso de la lucha y eran, por tanto, justos merecedores de ese reconocimiento. Los rusos sólo ocuparon un papel periférico, casi parecen decirnos, en batallas tan trascendentales como la de Stalingrado o la de Kursk. Pero la Historia es tozuda y tiende a dejar numerosas evidencias tras de sí, evidencias que anuncian a gritos que fueron los pueblos de la Unión Soviética los que soportaron la mayor parte del esfuerzo en la lucha contra la Alemania nazi y por ello quienes más contribuyeron a su derrota (para entrar un poco más en detalle recomiendo el artículo El papel "olvidado" de la Unión Soviética). Los 26 millones de víctimas mortales, tanto militares como civiles, en el bando soviético así lo atestiguan ¡Eso son 118 veces más muertes que las sufridas por Estados Unidos en la misma guerra! (ver el siguiente anexo de la Wikipedia). Dos apuntes más. En primer lugar, sólo en la batalla de Stalingrado murieron más o menos los mismos soldados alemanes que cayeron a lo largo de toda la campaña en el frente occidental entre 1944 y 1945, teniendo en cuenta además que las fuerzas dirigidas por Friedrich Paulus en dicho enfrentamiento a orillas del Volga constituían la élite de la Wehrmacht. En segundo lugar, mientras los aliados en el oeste hicieron frente a 26 divisiones alemanas en su avance por Europa, los soviéticos se las tuvieron que ver con no menos de 170 divisiones para expulsar a los invasores de su territorio y alcanzar el corazón mismo del Reich. A la vista de todo esto, ¿quién se sacrificó más en la guerra? Y mucho más importante ¿Cuál fue la contribución más determinante, por mucho que se tratara inicialmente de una mera cuestión de supervivencia? Los datos históricos lo dejan bien claro, por mucho que esas películas y documentales que tantas veces han pasado por delante de nuestros ojos pretendan hacernos creer lo contrario.
El mito de que sobre los norteamericanos recayó la mayor parte del mérito en la derrota de la Alemania nazi, y por supuesto también del Imperio Japonés, está hoy día muy asentado en el subconsciente colectivo occidental (ya se apuntó algo sobre esto en una entrada anterior de este blog). La propaganda estadounidense ha sabido vender dicho mito, muy bien por cierto, a través de sus películas, series televisivas, documentales, libros e incluso cómics. Es obvio que el poder aéreo y naval, y muy especialmente su poder financiero e industrial, permitieron que Estados Unidos contribuyera de manera muy decisiva en la victoria aliada sobre las potencias del Eje. Al finalizar la contienda Europa estaba devastada, lo mismo que el derrotado Japón, pero el territorio norteamericano permanecía por completo intacto (salvo por el breve episodio de Pearl Harbor) y los esfuerzos de guerra ayudaron a relanzar la economía terminando con la Gran Depresión. El costo material y humano que asumieron los norteamericanos, valgan de ejemplo las algo más de 220.000 bajas mortales en campaña (por supuesto todas militares, pues en la guerra no perecieron civiles estadounidenses, y que engloban a los caídos tanto en Europa como en el Pacífico), era perfectamente asumible si lo comparamos con el botín obtenido: la llave para la supremacía mundial y que tanto Europa Occidental como el Japón, que a pesar de la destrucción sufrida seguían figurando entre las regiones más desarrolladas del mundo, quedaran bajo la esfera de influencia de Washington.
Con todo "los caídos estadounidenses en la cruzada por la libertad" han sido puestos una y mil veces como un ejemplo de sacrificio altruista por una causa justa, cuando queda claro que las motivaciones fueron principalmente económicas (impulso, que nunca se detendrá, a la industria bélica y apoyo financiero a los aliados) y estratégicas. Sin embargo, ¿qué decir de la contribución soviética a la victoria final? No olvidemos que fue el Ejército Rojo quien entró en Berlín y enarboló su bandera sobre las ruinas del Reichtag, hecho que no fue ni mucho menos casual. Durante años la maquinaria propagandística norteamericana se ha esforzado muchísimo a la hora de ningunear el papel de la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial, al tiempo que trataba de convencernos que habían sido los Estados Unidos quienes llevaron casi todo el peso de la lucha y eran, por tanto, justos merecedores de ese reconocimiento. Los rusos sólo ocuparon un papel periférico, casi parecen decirnos, en batallas tan trascendentales como la de Stalingrado o la de Kursk. Pero la Historia es tozuda y tiende a dejar numerosas evidencias tras de sí, evidencias que anuncian a gritos que fueron los pueblos de la Unión Soviética los que soportaron la mayor parte del esfuerzo en la lucha contra la Alemania nazi y por ello quienes más contribuyeron a su derrota (para entrar un poco más en detalle recomiendo el artículo El papel "olvidado" de la Unión Soviética). Los 26 millones de víctimas mortales, tanto militares como civiles, en el bando soviético así lo atestiguan ¡Eso son 118 veces más muertes que las sufridas por Estados Unidos en la misma guerra! (ver el siguiente anexo de la Wikipedia). Dos apuntes más. En primer lugar, sólo en la batalla de Stalingrado murieron más o menos los mismos soldados alemanes que cayeron a lo largo de toda la campaña en el frente occidental entre 1944 y 1945, teniendo en cuenta además que las fuerzas dirigidas por Friedrich Paulus en dicho enfrentamiento a orillas del Volga constituían la élite de la Wehrmacht. En segundo lugar, mientras los aliados en el oeste hicieron frente a 26 divisiones alemanas en su avance por Europa, los soviéticos se las tuvieron que ver con no menos de 170 divisiones para expulsar a los invasores de su territorio y alcanzar el corazón mismo del Reich. A la vista de todo esto, ¿quién se sacrificó más en la guerra? Y mucho más importante ¿Cuál fue la contribución más determinante, por mucho que se tratara inicialmente de una mera cuestión de supervivencia? Los datos históricos lo dejan bien claro, por mucho que esas películas y documentales que tantas veces han pasado por delante de nuestros ojos pretendan hacernos creer lo contrario.
¿Cómo concluyó finalmente el conflicto en Corea? Tras estabilizarse finalmente las líneas de frente en torno al paralelo 38 el estancamiento degeneró en una guerra de trincheras que no conducía a ninguna parte. El 27 de julio de 1953 se firmó un armisticio que puso fin a las hostilidades y al dramático derramamiento de sangre, que no es lo mismo que alcanzar un acuerdo de paz, que nunca llegaría. La situación quedó en tablas y la península de Corea indefinidamente dividida en dos estados antagónicos. Al sur, actualmente, una próspera democracia liberal de economía capitalista bajo una fuerte influencia cultural occidental (si bien no todo es idílico en este país, ver por ejemplo Corea del Sur, el país desarrollado con más suicidios). Al norte un extremadamente severo y hermético régimen de carácter estalinista, donde la población rinde culto a las divinizadas personalidades de los distintos líderes de la dinastía Kim; el último de ellos el orondo, sonriente e imprevisible Kim Jong-un. Hoy por hoy, a pesar de las eventuales bravuconadas de la administración Trump ante las provocaciones militares de Pyongyang, Estados Unidos no tiene capacidad para alterar apreciablemente el statu quo en la zona. El régimen de los Kim sobrevivirá en Corea del Norte porque así lo quiere China, que a pesar de tan problemático vecino precisa de semejante colchón ante los norteamericanos y sus aliados. Son los resultados de la guerra concluida en 1953 y que Estados Unidos no logró ganar. Todo lo más los historiadores dirán que aquello fue un empate.
Cazas F16 sobrevolando, victoriosos, los incendiados campos de
petróleo durante la guerra de 1991.
|
¿Pero a qué se debió esta victoria tan aplastante? Un análisis del conflicto, desde una perspectiva diferente a la que habitualmente nos suelen mostrar, demuestra que tuvo lugar una curiosa coincidencia que les facilitó mucho las cosas a los estadounidenses. Durante años el principal temor de las fuerzas de la OTAN en Europa fue sucumbir a una invasión por parte del Pacto de Varsovia, que en comparación disponía de un número apreciablemente superior de divisiones blindadas (compuestas por carros de combate y otras unidades mecanizadas) con las que arrollar a su adversario. Frente a esto Washington apostó muy fuerte por una nueva forma de hacer la guerra fundamentada en armas novedosas, como los helicópteros de combate AH-64 Apache, los cazabombarderos antitanque A-10 Thunderbolt II o los misiles crucero de alta tecnología BGM-109 Tomahawk, entre otros muchos sistemas. Responder con superioridad aérea a la superioridad de la infantería mecanizada de los soviéticos y sus aliados, superioridad que se vería complementada por el apoyo de las fuerzas de tierra. Ésa era la idea y para ello los estadounidenses se estuvieron entrenando durante años en el escenario centroeuropeo, que es un entorno complejo salpicado de poblaciones, bosques, lagos, ríos y terrenos más o menos agrestes ¿Qué ocurrió durante la Guerra del Golfo? Irak no disponía de unas fuerzas aérea o naval destacables, pero sí de un gran número de carros de combate y otros vehículos blindados, así como también de una nutrida tropa de infantería. Saddam y sus generales no pasarán a la Historia como unos genios militares, más bien todo lo contrario, ya que cometieron dos torpezas de campeonato. En primer lugar le dieron todo el tiempo del mundo a Estados Unidos para desplegar sus efectivos en el Golfo tal y como quería. Y en segundo lugar montaron su defensa en un escenario que les era por completo desfavorable, disponiendo sus divisiones blindadas y fuerzas de infantería en un desierto llano y mayormente despejado. Aquello fue una auténtica fantasía húmeda hecha realidad para los mandos militares norteamericanos, ya que sus aviones, helicópteros y misiles jugaron al tiro al blanco, literalmente hablando, con las fuerzas iraquíes. Difícilmente se lo podrían haber puesto más fácil, puesto que fue una simplificación del escenario previsto para la guerra en Europa, pero ante un adversario peor preparado y equipado con armamento ya un tanto anticuado.
Después de lo de 1991 no se puede decir que las intervenciones de Estados Unidos se hayan saldado con brillantes victorias. Nos encontramos primero con la fallida y breve intervención en Somalia en el año 1993, cuando quedó claro que la misión de la ONU poco podría hacer para apaciguar el caos en el que estaba sumido el Cuerno de África. Hoy por hoy las cosas siguen más o menos igual por allí y las pretensiones de Washington no van más allá de ataques con drones y otras operaciones relámpago contra objetivos denominados "terroristas". Golpear y desaparecer lo más rápido posible, queda bien en el expediente pero no soluciona absolutamente nada. No olvidemos que la sede del AFRICOM, el mando militar unificado estadounidense para operaciones en África, se encuentra en una base en Stuttgart (Alemania), un escenario cien por cien africano (valga la ironía). Las aspiraciones norteamericanas de desplazarlo a un nuevo emplazamiento en Libia quedaron truncadas la noche del 11 de septiembre de 2012, tras el asalto al consulado en la ciudad de Bengasi en el que falleció, entre otros, el embajador Christopher Stevens. Tras el ataque todo el personal militar y civil fue evacuado para no regresar. De la experiencia se aprende y la lección es que resulta preferible no mantener una presencia militar permanente en las regiones más conflictivas de África.
Siguiente episodio, la campaña de bombardeos de la OTAN contra Yugoslavia enmarcada en la Guerra de Kosovo de 1999. Oficialmente aquella operación exclusivamente aérea fue otro gran éxito de Estados Unidos y la muy socorrida "coalición" de países que seguían su estela. Pero un análisis entre líneas permite ver que, tras poco más de dos meses de bombardeos intensivos, las pérdidas militares serbias no fueron especialmente dramáticas. Cierto es que sus fuerzas aéreas perdieron más de un centenar de aparatos, pero muchos otros no fueron derribados o permanecieron a salvo en hangares bunkerizados. Y he aquí lo que no ha trascendido tanto, la OTAN centró entonces la presión de sus bombardeos contra la población civil con el objeto de minar la moral de la nación. No era una estrategia nueva, pues ya venía empleándose desde los bombardeos masivos contra Alemania y Japón durante la Segunda Guerra Mundial (otra de las marcas de la casa de la American way of war), pero esta vez se combinó con una oferta secreta al régimen de Milosevic. Washington garantizó su permanencia en el poder a cambio de la retirada de Kosovo. Dadas las circunstancias no era un mal trato y así la OTAN cosechó un excelente triunfo diplomático, que no militar. Y aún lo fue mucho más tras la caída de Milosevic al año siguiente, tras una revolución de color en Serbia obviamente patrocinada desde el exterior. Nunca hay que tomarse en serio las promesas del "amigo americano", porque no dudará en apuñalarte por la espalda si lo considera oportuno. Un apunte, las pretensiones de la OTAN de expandirse al Cáucaso terminaron en el verano de 2008 tras la Guerra de Osetia del Sur, en la que Rusia atacó y venció a Georgia en una campaña relámpago. Los georgianos quizá pensaron que el amparo occidental serviría de algo a la hora de materializar sus aspiraciones de someter a los separatistas abjasios y osetios, protegidos de Moscú. Pero a la hora de la verdad no hubo ayuda militar, tan solo muestras de solidaridad y declaraciones de condena. Hay adversarios con los que es mejor no atreverse directamente.
Este mapa muestra la extensión de la actividad talibán en distintas regiones de Afganistán a finales de 2015. Teniendo en cuenta que la presencia militar de Estados Unidos y sus aliados se prolonga en el país desde 2001, ¿podemos considerar que su misión ha sido un éxito? ¿Cuándo podrá darse por concluida? (Fuente: Real Instituto El Cano). |
Pero si lo de Irak no es para sacar demasiado pecho, ¿qué decir de la situación en Afganistán? Aunque casi nadie lo proclame abiertamente dicha guerra se ha convertido en la intervención militar estadounidense más prolongada hasta la fecha. Y lo que te rondaré morena, como dicen los andaluces. Podemos darle todas las vueltas que queramos, decir que la presencia occidental en Afganistán es un garante en la lucha global contra el terrorismo, porque así contenemos a los talibanes y otras facciones extremistas. Pero el caso es que, a día de hoy, el país está muy lejos de quedar pacificado y estabilizado, el gobierno central apoyado por los ocupantes es corrupto y débil y, para colmo, los talibanes siguen fuertes y controlan o están presentes en cerca del 40% del territorio. Pero qué mejor testimonio que el del capitán de marines Joshua Waddell, veterano condecorado que ha combatido en suelo afgano. Acerca de la situación del conflicto escribía en la Marine Corps Gazette (aquí el artículo completo):
Ya es hora de que nosotros, como oficiales militares profesionales, aceptemos el hecho de que perdimos la guerra en Irak y en Afganistán. Los análisis objetivos de la eficacia del ejército estadounidense en estas guerras sólo pueden llegar a la conclusión de que fuimos incapaces de traducir las victorias tácticas en éxitos operativos y estratégicos.
Se puede decir más alto pero no más claro. Como en el caso del general cartaginés Aníbal en su guerra contra la República de Roma, de nada sirve ganar muchas batallas si la victoria final te es esquiva. Washington ha tenido dieciséis largos años para cosechar resultados palpables en el país centroasiático pero, en lugar de eso, después millones y millones de dólares gastados y cerca de 2.400 soldados fallecidos (ver este anexo de la Wikipedia), sigue empantanado en una trampa sin salida. No reconocerlo ya es otro problema muy distinto.
A estas alturas no se le escapará a quien lea estas líneas que nada hemos dicho de la Guerra de Vietnam (1955-1975), paradigma de las derrotas estadounidenses, porque hubiera resultado demasiado sencillo recrearse en ella. Pero tampoco debemos olvidar que el fracaso norteamericano en Vietnam fue también un fracaso en toda la región de Indochina, ya que la retirada de 1975 permitió que regímenes comunistas se instauraran en Camboya y Laos. Una vez más, de nada sirvieron todos los bombardeos por saturación, el esfuerzo económico y el coste en vidas humanas. Quizá no importe tanto, porque siempre es posible evadirse de esta nada atractiva realidad sumergiéndose en la infinidad de películas, series y espacios televisivos de carácter propagandístico que nos siguen vendiendo el mito de que "los americanos" siempre ganan. Como bien dice el ya mencionado analista y ex militar William J. Astore, el mayor enemigo de Washington ha sido siempre el autoengaño.
M. Plaza
Para saber más:
Revolcándose en la placa de Petri afgana (William J. Astore - traducido por Rebelión -).
Estados Unidos vs Irán: una guerra de manzanas vs naranjas (El espía digital).
No hay comentarios:
Deja un comentario Tu opinión interesa
Comentarios sujetos a criterios de moderación.