Hace poco más de un año Portugal se estrenaba en una alternativa de gobierno desde la izquierda, basada en lo que parecía una compleja y endeble entente entre fuerzas progresistas. Hoy por hoy, por increíble que pueda parecer, dicha alternativa viene demostrando que funciona.
En la imagen António Costa, el actual primer
ministro portugués.
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Así fue como echó a andar un gobierno en el que casi nadie creyó al principio, al ser bautizado por los medios conservadores con el despectivo apelativo de gerigonça (que es sinónimo de cosa mal hecha, endeble o ensamblada con piezas que no encajan bien). Los conservadores del Partido Social Demócrata (PSD) y sus aliados del CDS (Centro Democrático y Social; sí, como el partido del difunto ex presidente Suárez) habían sido la fuerza conjunta más votada, pero quedaron lejos de la mayoría absoluta parlamentaria. Esta circunstancia fue rápidamente aprovechada por las fuerzas progresistas, que desde antes de las elecciones ya venían prevenidas ante semejante escenario y realizaron rondas de conversaciones previas. Fruto de esta disposición al diálogo llegó un acuerdo en el que todos hubieron de hacer concesiones para así poner en marcha una alternativa de gobierno. Los socialistas del PS, dirigidos por el actual primer ministro António Costa, gobernarían en solitario, pero con el apoyo parlamentario del Bloco de Esquerda (BE) y los comunistas del PCP, que a su vez habían formado coalición con otras formaciones minoritarias como los Verdes y lo que por aquí denominaríamos el Partido Animalista (el PAN, el partido Pessoas-Animais-Natureza). Juntos sumaban un total de 123 escaños, suficientes para derrotar a la Derecha e impulsar la investidura de Costa. Unos y otros cedieron en aspectos relevantes de su programa. Los socialistas renunciaron a sus planes de "flexibilización laboral" (lo que traducido desde la jerga ultraliberal significa abaratar el despido y recortar más derechos a los trabajadores), así como a un proyecto de privatización del sistema público de trasportes. Los comunistas por su parte dejaron de lado las aspiraciones más marxista-leninistas de su ideario, como la nacionalización de empresas dentro de sectores estratégicos y la salida de Portugal de la OTAN y de la estructura del euro. Por último los ambientalistas del PAN también renunciaron a sus reclamaciones más radicales en el terreno medioambiental. Todos aproximaron posturas en aras de un bien mayor, mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos revertiendo en la medida de lo posible las políticas de austeridad.
Mientras los mamporreros mediáticos al servicio de la oligarquía austericida no paraban de ladrar sus amenazas terroristas, acerca del inminente desastre que se cernía sobre Portugal y que lo llevaría a una situación similar a la de Venezuela (esta cantinela nos suena mucho por aquí), el nuevo ejecutivo se puso manos a la obra. Como poco la mayoría esperaba que los lusos siguieran la desastrosa estela de los griegos, que se dieron de bruces contra el muro de la Troika. Tal vez fue por la actitud en apariencia, y seguramente sólo en apariencia, desafiante del gobierno de Syriza, que abanderó la causa contra las políticas de austeridad pretendiendo erigirse en un referente. Semejante osadía sería finalmente castigada con dureza, un escarmiento a la vista de todos como aviso a navegantes. Insistir en esa vía no conducía a nada bueno, sólo a la ruina. Los "radicales" helenos centraron en su momento toda la atención mediática, eran demasiado visibles y, en un principio, creyeron muy oportuna tanta visibilidad. Fue un error fatal de cálculo. Aquel protagonismo exacerbó la hostilidad hacia ellos por parte de la oligarquía austericida, que desde hace años mantiene secuestradas las instituciones de la UE. Nadie se saldría del redil ni de la doctrina de pensamiento único dictada por esta élite y, quien lo hiciera, pagaría por ello.
En la imagen el instante en el que el primer ministro, el socialista Costa,
firma el acuerdo de gobernabilidad con la líder del BE Catarina Martins.
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Y estos logros, no lo olvidemos, han sido alcanzados por un gobierno decidido también a poner en marcha políticas sociales. El salario mínimo ha quedado fijado en 557 euros, con la promesa de subirlo hasta los 600 para antes del fin de 2017. Se ha revertido la política de privatizaciones de los anteriores ejecutivos, siempre plegados a la Troika y a su programa destructor. La inversión en el sector público se ve sobre todo en materia de Sanidad, ya que la opinión al respecto de sus usuarios ha mejorado notablemente (pasando del puesto 20 al 14 entre los 35 países miembros de la OCDE). También se decidió subir las pensiones y el salario de los funcionarios, que además vieron reducida su jornada de 40 a 35 horas semanales, instaurar la gratuidad de los libros de texto en educación primaria (dejando al mismo tiempo de sufragar la enseñanza privada con fondos públicos), rebajar las tasas universitarias, incrementando el número de becas, y reducir el IVA en la restauración a un 13% entre otras tantas medidas. Tampoco debemos olvidar que el gobierno en minoría del PS, cumpliendo lo pactado con el resto de fuerzas de izquierdas, anuló la privatizaciones previstas y el Estado vuelve a ser el accionista mayoritario, por ejemplo, de la TAP, la compañía nacional de aviación ¿Ha implosionado el país a causa de todas estas medidas, sumiéndose en el caos bolivariano? Tal y como se apuntaba en el párrafo anterior más bien no, porque el déficit y el desempleo se han reducido y, al mismo tiempo, el crecimiento económico es una realidad ¡aplicando políticas de izquierdas! Habrá quien diga que el problema de la deuda sigue sin resolverse y queda pendiente de renegociación con la siempre intransigente UE. En estos momentos ésta se sitúa en torno al 133% del PIB portugués, unos 244.000 millones de euros. Aun siendo alta es mucho menor en volumen a la acumulada por Italia o España, con economías mucho más grandes y por ello potencialmente más problemáticas. Un apunte, si sumamos los pasivos en circulación de todas las Administraciones Públicas españolas, que para ciertos cálculos no suelen contabilizarse, tenemos que nuestra deuda asciende a casi 1,5 billones de euros (ver datos en El economista). Esto es el 140% del PIB español, todo un logro de gobierno para el corrupto Partido Popular, tras cinco años de recortes, ajustes salariales, políticas laborales regresivas, aumento de la pobreza y las desigualdades y desvalijado del Fondo de Reserva de las Pensiones ¿Quién está haciendo mejor su trabajo?
Hoy por hoy Portugal parece una anomalía en el escenario europeo. Sobre todo porque cada vez se escuchan con más fuerza los ladridos xenófobos de los perros rabiosos de la extrema derecha, ahora espoleados por la epidemia de populismo faltón y arbitrario procedente del otro lado del Atlántico y cuyo principal agente patógeno es el señor Donald Trump, lamentable nuevo inquilino de la Casa Blanca. Los Nigel Farage, Jean-Marie Le Pen y compañía siguen su estela empleando una retórica anti establishment, mezclada con su clásico discurso reaccionario y de odio hacia las minorías y los extranjeros, destinada a seducir a unas clases trabajadoras huérfanas de referentes. Tiempo hace que la vieja socialdemocracia, perdidas ya todas sus señas de identidad, permanece acomodada a los pies de la oligarquía financiera aplicando todas las medidas que ésta le dicta. No hay que llevarse a engaño, si la extrema derecha avanza en toda Europa una parte importante de la culpa la tienen estos socioliberales, que ya se diferencian bien poco de la Derecha tradicional. Y al final del todo ahí tenemos a los portugueses, su ejemplo es un perfecto antídoto contra toda esta oleada de involucionismo. Estamos ante un gobierno de carácter parlamentario, el equilibrio de fuerzas obliga a esta fórmula para llegar a acuerdos y aprobar medidas consensuadas entre todas la fuerzas progresistas. Nada de rodillos basados en mayorías absolutas, es una forma de democracia más compartida y saludable ¿Tomaremos su ejemplo por estos lares? Viendo las sucias maniobras habidas dentro del PSOE, o las tensiones internas en el seno de Podemos, el escenario no parece el más propicio.
Mientras tanto en Portugal siguen a lo suyo y sin hacer demasiado ruido. Tal vez sea mejor así. Se puede pensar que las izquierdas lusas no han sabido publicitar como es debido sus éxitos, pero resulta un tanto sospechoso que los grandes medios de masas no se hayan hecho apenas eco de este gobierno progresista que funciona en Europa. Seguramente seguiremos sin tener noticias del ejecutivo luso hasta que algo no empiece a ir realmente mal en el país vecino. Entonces sí, sólo en el caso de que llegue a suceder, los mamporreros volverán a la carga para escupir sus diatribas contra el gobierno de la gerigonça. Pero mientras Portugal no dé más que buenas noticias es mejor callar, o incluso más, silenciar y no dar visibilidad alguna a lo que allí sucede. Que sigan así por mucho tiempo.
Kwisatz Haderach
Portugal 2017: la alianza de izquierdas funciona (Ctxt).
Europa silencia que el gobierno de izquierdas de Portugal marcha bien (Emir Sader).
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