¿Quién es peor?

Todo parece indicar que, en las presidenciales de Estados Unidos, los candidatos finalmente serán Hillary Clinton y Donald Trump. Más allá de lo que habitualmente trasciende de una y otro, cabe preguntarse lo siguiente ¿Quién es peor?


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      No es ningún secreto para nadie que lo que sucede en los Estados Unidos afecta, para bien o para mal, a todo el mundo. Esto último es especialmente cierto cuando hablamos de quien ostenta su presidencia, puesto que el poder que emana del Despacho Oval de la Casa Blanca alcanza casi todos los rincones del planeta. O al menos eso es lo que creemos. Es por eso que el proceso electoral de las presidenciales que elegirán al próximo gobernante, así como las primarias de los dos partidos dominantes (Demócrata y Republicano), copan titulares y centran la atención a nivel internacional. Puede que no participemos en el proceso, pero los medios nos lo hacen vivir casi como si fuera algo propio. Y todo esto ha adquirido un cariz incluso más importante en los últimos tiempos, puesto que son muchos los que tienen la impresión de que, el próximo 8 de noviembre, se decidirá un cambio de rumbo trascendente en la Historia contemporánea.

     ¿Por qué se tiene esta impresión? Más que nada por la intensidad con la que se están viviendo las primarias que elegirán los candidatos finales de cada partido y, muy especialmente, por la singularidad de algunos de estos candidatos. Por un lado tenemos a uno de los contendientes demócratas, Bernie Sanders, un socialista en tierra extraña. Su discurso de enfrentar a las élites, al establishment tal y como se lo conoce por allá, asentadas principalmente en Wall Street, de proteger y potenciar los servicios públicos (educación, sanidad, empleo...) en detrimento de los todopoderosos intereses empresariales y de romper, al fin y al cabo, con el orden político y económico imperante, no casa demasiado con las doctrinas neoliberales que, incluso desde dentro de su propio partido, lo han dominado todo en la política estadounidense de las últimas décadas (al respecto ver esta entrada de Huffington Post). Esta intrusión desde la izquierda evidencia que algo se mueve entre estos sectores al otro lado del Atlántico. Agotamiento quizá por la cronificación de la crisis entre las clases populares, mientras las desigualdades alcanzan niveles sin precedentes. Hastío por la corrupción de la élite económica y el deterioro de las instituciones democráticas ante la arrolladora ofensiva corporativa. Movimientos como Occupy Wall Street o el mucho más reciente Democracy Spring bien lo demuestran. No obstante el avance de las primarias parece que no está favoreciendo los intereses del bueno de Sanders, que pierde fuelle ante el empuje de su rival, por lo que parece que no veremos a un socialista reconocido aspirando a asaltar la Casa Blanca.
 
     Si lo de Bernie Sanders ya parece una anomalía, ¿qué decir del arrollador éxito del candidato procedente del extremo opuesto del espectro político, el magnate Donald Trump? Estamos ante otro outsider, alguien externo a los cerrados círculos de poder de la política de Washington, familias en algunos casos con varias generaciones entregadas a la misma dedicación. Bien es verdad que Trump forma parte de la misma élite que maneja los hilos desde lo alto, pero todo parece indicar que ha ido por libre y que, además, no goza de la simpatía del núcleo duro de poder dentro del Partido Republicano (ver ¿Quién será el próximo presidente de Estados Unidos?). Tal vez se deba a su estilo directo, agresivo y soez, que dice abiertamente lo que seguramente muchos ultraconservadores piensan, pero no se atreven a manifestar en público por temor a la incorrección política y a la impopularidad. El "gamberro" Trump vomita en sus discursos todo tipo de barbaridades, muestra sin tapujos su odio hacia los inmigrantes, su "mejicanofobia" o "hispanofobia", y lanza como quien no quiere la cosa todo tipo de propuestas escandalosas, como la de institucionalizar la tortura como método estándar para interrogar terroristas. A pesar de ello su estilo nada convencional parece que está funcionando y en las reñidas primarias gana ventaja frente a su principal adversario, el fanático religioso respaldado por el Tea Party y de origen hispano Ted Cruz. Este último es el candidato republicano del Sistema, bien respaldado por los poderes financieros y el todopoderoso complejo industrial-militar. A saber, una especie de "Obama de derechas", latino asimilado por la élite anglosajona y protestante (él mismo es evangelista) que piensa y actúa completamente como uno de ellos. Por contra Trump no se muestra como un candidato prefabricado al estilo de Cruz, es la viva imagen del hombre hecho a sí mismo y no teme por su reputación cuando escupe sus polémicos exabruptos. Estamos ante un personaje diferente, algo nuevo, ahí está buena parte de su gancho.
 
     Que nadie se equivoque, no le tengo ninguna simpatía al señor Trump. En mi opinión es un fantoche fanfarrón y racista. Hacer fortuna personal es algo muy distinto a gobernar un país, se te puede dar muy bien lo primero pero ser un auténtico desastre en lo segundo, razón por la cual como político es un auténtico misterio. No son pocos los que opinan que, como dirigente, es otra anomalía, un "error del Sistema". Sus formas y personalidad no casan con la tradicional figura presidencial norteamericana, a menudo excesivamente encorsetada por determinados clichés implícitos al cargo. A su manera Trump recuerda más a líderes de otros países, como Silvio Berlusconi, el ya fallecido Hugo Chávez (sólo que políticamente opuesto) o incluso Vladimir Putin, dirigente este último por el que el candidato republicano ha mostrado admiración y simpatía en varias ocasiones. Curioso, ¿no? No podemos saber cómo actuaría en ese sentido, cuál sería su política internacional, pero si una cosa se deduce de su retórica es que promete centrarse mucho más en las reformas internas y no tanto en la proyección exterior. Recuperar la grandeza de América desde dentro, ésa parece una de sus máximas. Enlaza bien con el sentir general de muchas personas en el país. Pesa el hastío por las numerosas y costosas aventuras militares (¿pondría fin Trump a esta política?), mientras el empobrecimiento se ceba con la mayoría de la población y los cambios sociales amenazan con derrumbar todas las estructuras tradicionales a las que muchos se siguen aferrando. No debemos olvidar que, según algunos estudios, la población blanca se convertirá en minoría en los Estados Unidos dentro de unos 30 años (ver este enlace a alerta digital). De entre todos los sectores será la comunidad hispana la que experimente un crecimiento demográfico más espectacular y esto puede explicar muchas cosas. La sensación de tener "al enemigo dentro de casa" quizá esté empujando a muchos blancos conservadores a apoyar a Trump, temerosos como están de verse barridos por las minorías raciales.

      Pero si Donald Trump no es el candidato del Sistema, ¿quién representará ese papel? Pues no queda otra que la señora Hillary Clinton, la que podría ser la primera mujer en ocupar la presidencia de los Estados Unidos. No debemos olvidar que, bajo el mandato de su marido, el orden neoliberal implementado durante la década de los 80 se vio reforzado como nunca antes. Todas las tendencias que implicaron la financiarización de la economía, el desmantelamiento del sector público y el fortalecimiento del poder de los grandes conglomerados empresariales, la deslocalización de la producción industrial en terceros países e incluso la concentración de capitales en unas pocas manos, fueron impulsadas enérgicamente y con sólida determinación por los asesores económicos de Bill Clinton, todos ellos fundamentalistas del libre mercado. Es por eso que su esposa y ahora candidata demócrata sigue siendo una firme defensora de esas mismas políticas, si bien con los ya clásicos matices sociales que caracterizan el discurso de su partido. En la base de todo se encuentra el paradigma de que las "soluciones de mercado" son útiles para resolver cualquier problema, ya sea económico, social o medioambiental. Bajo este prisma plantar cara a las élites, tal y como defiende Sanders, es algo por completo contraproducente. El único camino es colaborar con ellas de buen grado, confiando en la buena fe de los multimillonarios para que sean ellos los que lideren los cambios sin renunciar, por supuesto, a sus actuales privilegios y nivel de beneficios. El papel de la política sería el de acompañar a las élites por este sendero, ambos de la mano y sin desviarse lo más mínimo de la dirección trazada por el capitalismo neoliberal y la sacrosanta inviolabilidad de los mercados. Es por eso que la campaña de la señora Clinton cuenta con la generosa financiación de los grandes de la industria y las finanzas. Sabiendo esto, ¿cómo va a adoptar una postura independiente en ciertos temas, como por ejemplo el cambio climático, si está atrapada en la telaraña de los favores prestados por los gigantes del sector de los combustibles fósiles y, lo que es peor, no muestra la menor intención de liberarse?

      A pesar de ello respetados economistas de ideología progresista, como el Nobel Paul Krugman, defienden la candidatura de esta mujer como un mal menor ante la amenaza de Trump. No obstante hay un aspecto especialmente siniestro en la persona de Hillary Clinton que suele pasar desapercibido en muchos análisis, su marcado belicismo de cara a la escena internacional. Diana Johnstone, periodista especializada en la política exterior estadounidense, describe en su libro "Hillary, la reina del caos" (ver su entrevista en La Marea) cómo, desde su cargo en la Secretaría de Estado, ha desempeñado un papel fundamental en la desestabilización y los conflictos habidos en Oriente Medio, así como en el aumento de las tensiones con Rusia y China. Según Johnstone Libia fue la "gran obra" destructora de la señora Clinton, al impulsar muy decididamente el derrocamiento de Gadafi y no hacer nada para impedir el caos subsiguiente. También, quizá con objeto de mostrarse como una política dura preparada para la presidencia, ha mantenido una postura de claro enfrentamiento en otros muchos escenarios. Destacan Irak y Siria en primer lugar, apuntalando en este caso el apoyo saudí y turco a los grupos yihadistas que han contribuido a devastar este último país. En segundo lugar tenemos Ucrania, donde también se apoyó decididamente al gobierno golpista surgido del Maidán que precipitó la anexión rusa de Crimea y la posterior fractura del país por el conflicto con los separatistas pro rusos del este. El tercer foco se centra en el aumento de las tensiones en el Mar de China Meridional, con un notable aumento de la presencia militar estadounidense en la zona en actitud marcadamente amenazadora, pues el llamado "regreso a Asia" sería otro de los puntos clave de la política exterior made in Clinton que ya ha influenciado a la administración Obama. Para finalizar tenemos Honduras, donde se propició un golpe contra el gobierno progresista de Manuel Zelaya, para poner en su lugar otro ultraconservador de carácter fuertemente represivo, pero favorable a los intereses norteamericanos, que ha dejado tras de sí un sangriento rastro de asesinatos políticos.

    Todo esto deja muy a las claras que detrás de la candidatura de Hillary Clinton también encontramos, en primer lugar, al complejo industrial-militar, muy interesado en seguir extendiendo el negocio de la guerra. En segundo lugar encontraríamos al muy influyente lobby judío estadounidense, pues el apoyo absolutamente incondicional a Israel sería otra de sus máximas irrenunciables. No podemos esperar que, si la señora Clinton saliera finalmente elegida, la situación a nivel internacional vaya a mejorar demasiado. Todo lo más seguirá empeorando, quizá hasta niveles de inestabilidad y confrontación excesivamente peligrosos. El suyo será un gobierno exclusivamente para las élites y grupos de interés que la han aupado al poder, en ningún caso para la ciudadanía. Ésta es una constante en la política norteamericana, todo y que ella seguirá vendiendo esa imagen de "candidata sensata". Así pues, ¿a quién elegir? ¿Al "macho alfa" del supremacismo blanco, o a la "reina del caos" neoliberal disfrazada de progresista? A la luz de las evidencias no resulta sencillo escoger, porque no se puede saber cuál de los dos candidatos puede ser peor.


  Kwisatz Haderach
 

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