Ante la inminente amenaza del cambio climático no son pocos los expertos que proponen aplicar soluciones de geoingeniería. Pero jugar a ser Dios modificando el clima podría llegar a ser un pésimo remedio de nefastas consecuencias.
Arriba esquema de un sistema para reducir la cantidad de radiación solar
que alcanza la superficie terrestre, basado en lo que ocurre cuando un
volcán entra en erupción. Básicamente consiste en esparcir por la atmósfera
aerosoles que formarían una capa en altura que reflejaría parte de los
rayos solares (Fuente: etcgroup).
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No voy a extenderme hablando aquí de las numerosas evidencias que prueban que estamos inmersos en un proceso de alteración climática provocado por la actividad humana, para eso ya tenemos el consenso de los innumerables estudios realizados al respecto por los científicos del clima. Hablaremos de las reacciones al respecto por parte del establishment y los sectores sociales ligados al mismo, que suelen ser de tres tipos. La primera ya la hemos mencionado y es la que hemos visto por enésima vez en París, reconocer el problema, hablar mucho y no hacer nada. Así la cuenta atrás para el desastre continúa como quien no quiere la cosa. La segunda es negar la evidencia, no hay cambio climático porque todo es un montaje perpetrado por ecologistas y políticos de izquierdas, que conspiran para acabar con las libertades propias del sistema capitalista. La tercera, en la que me voy a centrar especialmente porque en realidad es la más preocupante, es la de pretender aplicar soluciones tecnológicas de control del clima a escala global para paliar los efectos del calentamiento, lo que se conoce como geoingeniería.
A estas alturas a nadie se le escapa que nuestro sistema económico, nuestra civilización, son totalmente dependientes de los combustibles fósiles. Sin ellos no es posible el crecimiento según los estándares capitalistas y es esto lo que ata de manos y pies a los dirigentes políticos a la hora de implementar soluciones efectivas contra el cambio climático, pues no parecen dispuestos a desligarse de esta dependencia, que lo es también de las grandes compañías extractivas y de los poderes financieros ligados a ellas. Seguramente ahí radique la clave que explica el por qué de tanta pasividad, de tantas y tantas cumbres internacionales que concluyen sin resultados palpables, y de la frustración al respecto de grupos ecologistas y de los expertos en clima que nos vienen advirtiendo de la gravísima amenaza que se cierne sobre nosotros. Porque una cosa ha de quedar bien clara. Al planeta tanto le da, y después de todo grandes extinciones ha habido otras en el pasado, pero quienes vamos a sufrir especialmente este trastorno seremos nosotros, los seres humanos. De catástrofe ecológica nada, nos enfrentamos a la mayor crisis civilizatoria de toda la Historia.
Es por eso que ciertos sectores del establishment, conocedores de las implicaciones que esto puede llegar a tener, han optado por la vía del negacionismo climático, cuya popularidad ha crecido enormemente entre la Derecha y los grupos de ideología conservadora. Existen think tanks, obviamente muy bien relacionados con el mundo de las finanzas y la industria de los combustibles fósiles, dedicados en gran medida a difundir la idea de que no existe un cambio climático. Uno de los más influyentes es el Heartland Institute, con sede en Chicago, no por casualidad la cuna de la escuela económica neoliberal (que lleva precisamente el nombre de dicha ciudad). Plataformas como esta sirven para promocionar la literatura seudocientífica del negacionismo, que tanto gusta a aquellos que se lucran gracias a la economía extractivista. Valga el ejemplo de títulos como Planeta Azul (No verde) (Gota a Gota Ediciones - 2008), del ex presidente checo Klaus Vaclav, o incluso la novela de Michael Crichton (sí, el mismo que se forró contándonos historietas de dinosaurios en la saga de Parque Jurásico) Estado de miedo (Plaza y Janés - 2005), en la que unos ecoterroristas (por lo visto el mundo debe de estar lleno de ellos) pretenden realizar un ataque catastrófico con el objeto de forzar a la Comunidad Internacional a aceptar una agenda climática. Parece ser que las opiniones de un político conservador ferozmente anticomunista, o los argumentos supuestamente científicos expuestos en una ficción literaria ideada por un novelista de éxito, valen más que décadas de estudio por parte de los científicos del clima. Sea cual sea el caso, think tanks u otras entidades similares dedicadas a defender el negacionismo climático, sólo basta seguir el rastro del dinero para descubrir quién está detrás de las mismas. Todo es polémica alimentada, y muy bien financiada, artificialmente; la ciencia da paso a la retórica. Para ahondar en ello recomiendo uno de los enlaces que se ofrecen al final de este artículo.
Con todo llegará el momento en que será imposible continuar con la pantomima negacionista, las evidencias son tozudas y siempre terminan imponiéndose, que se lo digan a los inquisidores que condenaron a Galileo Galilei. Así que el establishment necesita buscar fórmulas que le permitan afrontar un calentamiento catastrófico sin renunciar al modelo económico y social que tanto le beneficia, por mucho que sea éste el responsable de la situación en la que nos encontramos. Es ahí donde entra la geoingeniería, el control del clima mediante ambiciosas soluciones tecnológicas supuestamente revolucionarias ¿Por qué resulta tan atractiva esta idea? Un estudio realizado por el profesor Dan Kahan, de la universidad de Yale (Connecticut), lo muestra claramente. En dicha investigación Kahan ofreció a tres grupos diferentes de personas noticias inventadas que hablaban acerca del calentamiento global y sus posibles soluciones. El estudio reveló que las personas de ideología conservadora aceptaban más fácilmente la idea del cambio climático si, como solución al mismo, se apostaba por la energía nuclear a la hora de sustituir la producción de electricidad mediante centrales térmicas. Por contra aquellos sujetos, igualmente conservadores, a los que se les hablaba de aplicar medidas anticontaminación para paliar los efectos del calentamiento, se volvían incluso más reacios a aceptar dicha idea. La explicación viene de la propia naturaleza de la energía nuclear, una industria pesada vinculada a una actividad extractiva de corte clásico, la minería del uranio, con un fuerte componente tecnológico y muy asociada a los mismos grupos de poder que sustentan la industria de los combustibles fósiles. Por otra parte la energía del átomo seduce a mucha gente porque ven en ella una demostración del poder del ser humano sobre la Naturaleza. Si podemos dominar dicha energía, aprovecharla para hacer lo que queramos, podemos con cualquier cosa de este Universo. Es esta sensación de dominio y control la que nos resulta tan atractiva.
La geoingeniería tiene mucho de esto último. Nos ayuda a promocionar la idea, tan propia de una sociedad tecnológica como la nuestra, de que somos nosotros los que estamos al timón de la nave mundo, por lo que podemos llevarla a buen puerto si nos lo proponemos. Lo del control del clima a voluntad parece un paso natural en nuestro progreso, casi como lo de mandar naves espaciales a colonizar otros planetas. También puede ser un grandísimo negocio, se requieren fuertes inversiones, la contribución del sector privado y los desarrollos andan vinculados a la obtención de lucrativas patentes. Y por supuesto la geoingeniería nos ofrece la oportunidad de no cambiar nuestra actual mentalidad, garantizando supuestamente que podremos seguir viviendo bajo una economía capitalista en crecimiento indefinido, mientras quemamos más y más combustibles fósiles con toda tranquilidad y sin renunciar a nuestra forma de vida derrochadora y consumista. Es una alternativa más que satisfactoria para el establishment.
Entre las varias soluciones que nos ofrece la geoingeniería para contener un futuro calentamiento catastrófico tenemos la de colocarle una especie de sombrillas gigantescas a la Tierra para que no le dé tanto el sol. Dichas sombrillas serían escudos o espejos espaciales colocados a la distancia adecuada, los denominados puntos de Lagrange (entre 1,5 y 2,4 millones de kilómetros), que o bien taparían los rayos solares o bien los reflejarían para que así no alcanzaran la superficie terrestre. Las dimensiones de semejantes parasoles serían de vértigo, de 800 a 1.520 kilómetros de diámetro y, dadas sus características, sólo sería viable fabricarlos con aluminio ¿Cuánto necesitaríamos? Pues un estudio estima que harían falta unos 500 millones de toneladas, más o menos diez veces la producción mundial de dicho metal en un año. Es más, al precio de mercado actual de la tonelada de aluminio, construir los parasoles costaría la friolera de ¡740.000 millones de euros! Y eso sin contar con lo que podría costar enviar al espacio semejantes monstruosidades y colocarlas a más de dos millones de kilómetros de la Tierra y, mucho menos, con lo que se llegarían a disparar los precios del aluminio ante una demanda tan desmesurada. Vamos, que la viabilidad de semejante proyecto queda bastante en entredicho.
Arriba comparativa de las dimensiones que tendría el espejo, o parasol, mayor en relación al continente europeo. Dicho parasol sería colocado a gran distancia en el espacio para cumplir su función (Fuente: La ciencia y sus demonios). |
Pues bien, sabiendo todo esto hay aspirantes a geoingeniero que, ni cortos ni perezosos, pretenden emular estos fenómenos para ¿¡protegernos!? del cambio climático. Contrarrestar el calentamiento con enfriamiento, la idea es simple y no se puede negar que encierra su lógica. Y como no podemos meter al planeta Tierra en una descomunal bañera con billones de toneladas de cubitos de hielo, ahí tenemos la solución de los óxidos de azufre. De entrada el procedimiento sería bastante simple e incluso ya tiene su denominación técnica para que parezca una cosa muy seria y científicamente contrastada, lo llaman Gestión de la Radiación Solar o GRS ¿En qué consistiría? Básicamente en utilizar una enorme flota de grandes globos de helio que, elevándose a alturas de unos treinta kilómetros, liberarían a la atmósfera toneladas y toneladas de óxidos de azufre pulverizados en aerosol. De esta manera se formaría una capa en altura que no dejaría pasar parte de los rayos solares y se atenuarían los efectos del calentamiento. En esencia ésa es la teoría que sustenta la GRS y defensores no le faltan, algunos muy influyentes. Entre ellos se encuentra el mismísimo Bill Gates, un gran entusiasta de la geoingeniería, que en cierto modo ha apadrinado al que fuera director de tecnología de Microsoft, Nathan Myhrvold, en una iniciativa de estas características. Para ello Myhrvold fundó su propia compañía, Intellectual Ventures, dedicada a desarrollos tecnológicos y patentes. Una de sus aspiraciones es el proyecto del llamado StratoShield ("estratoescudo"), un nombre pretencioso que esconde tras de sí la idea de inyectar aerosoles ácidos en la atmósfera de forma masiva. A esta empresa se han sumado también personalidades de la climatología como Ken Caldeira, del Instituto Carnegie, o Phil Rasch, del Laboratorio Nacional del Pacífico Noroeste. Y, para vender mejor su propuesta, Myhrvold y colaboradores han llegado a jactarse de tener el poder de "anular el calentamiento global que actualmente tenemos".
Una vez más nos encontramos con esa reconfortante sensación de tener el control, la idea de que una tecnología milagrosa, desarrollada por un equipo de científicos y empresarios visionarios, nos salvará del desastre y así podremos continuar con nuestras vidas como si nada ¿Como si nada? Veamos, ¿de verdad es una buena solución combatir los efectos de las emisiones de gases de efecto invernadero llenando la atmósfera con más porquería? Porque en realidad, por mucho que quieran llamarlo "estratoescudo", no deja de ser más que una descomunal acumulación de contaminación emitida de forma deliberada. Parece probado que semejante acumulación alteraría el color del cielo, que quedaría cubierto de una neblina que le daría una tonalidad mortecina. El brillo del sol se verá obviamente atenuado, como en las ciudades donde la polución es elevada.
Pero esto sería, de lejos, el menor de todos los males. Ya que inundar la atmósfera de óxidos de azufre, además de amenazar con deforestar enormes extensiones a causa de la lluvia ácida, podría provocar trastornos climáticos insospechados. Ciertos modelos informáticos anticipan que el régimen estacional de lluvias quedaría trastocado a escala mundial como consecuencia de un enfriamiento repentino. En el pasado las glaciaciones y las grandes erupciones ya provocaron sequías que afectaron gravemente a continentes como África o Asia. No tendría por qué ser diferente si emulamos sus efectos artificialmente. Los modelos muestran que, si la liberación de aerosoles se efectúa sobre todo desde el hemisferio norte (donde se encuentran la mayor parte de las naciones desarrolladas), la alteración afectaría especialmente a África, que se volvería todavía más seca, y a Asia, interrumpiendo el ciclo de los monzones. No hace falta ser un genio para prever lo que ocurriría a continuación, algunas de las regiones más pobladas del planeta sumidas en una crisis sin precedentes por la escasez de agua, algo que no parece importar demasiado a los aspirantes a geoingenieros. Y estas son sólo las posibles consecuencias que se han podido estimar hasta ahora, ya que los sistemas climáticos son tan sumamente complejos que alteraciones de este tipo pueden tener efectos absolutamente imprevisibles.
Los defensores de la geoingeniería pasan a menudo de puntillas, cuando no evitan directamente, todas estas cuestiones. Tienden a simplificar la problemática al máximo, con la suficiencia que los caracteriza, como si se tratara de meros "problemas técnicos". Pero el clima no es como el motor de un coche, no podemos modificar su comportamiento alterando determinadas especificaciones o características de diseño y esperar que todo funcione con la previsible exactitud de un mecanismo de relojería. Si hurgamos en sus entrañas de forma irresponsable la Madre Naturaleza puede jugarnos muy malas pasadas ¿Qué sucedería, por ejemplo, si una vez "instalado" el escudo de óxidos de azufre en la atmósfera una erupción imprevista de grandes proporciones arrojara a su vez enormes cantidades de ceniza y ácido sulfúrico? ¿Han previsto los aspirantes a geoingeniero un escenario como éste? ¿Qué habría que hacer? Pasar de un calentamiento catastrófico a un enfriamiento incluso más catastrófico no es desde luego una solución, más bien parece una idea descabellada y un riesgo absolutamente innecesario que no deberíamos correr. Por mucho que determinados multimillonarios, y los científicos que han decidido apostar por el beneficio económico antes que por el rigor, se crean que pueden jugar a ser dioses, la ilusión del control total es sólo eso, una ilusión. Los milagros salvadores que nos aparten del precipicio hay que dejarlos para las creencias supersticiosas, o al menos para el cine y las series de televisión, que ya sabemos que muchas veces poco tienen que ver con la realidad. Hoy por hoy la única respuesta viable a la amenaza del calentamiento pasa por regular estrictamente las emisiones, empezando a reducirlas desde ya. Todo lo demás son cantos de sirena que nos conducen directamente al naufragio. Y es aquí donde nos encontramos con el principal escollo. Porque para muchos de esos visionarios del sector privado la palabra "regulación" suena a herejía. Mejor arrojarse en brazos de la geoingeniería y, ya de paso, jugar con el destino de todos los habitantes del planeta.
M. Plaza
Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima (This changes everything). Naomi Klein. Editorial Paidós (2015).
Negacionismo climático: siguiendo el olor del dinero (La ciencia y sus demonios).
Geoingeniería, pero ¿es que algunos científicos han perdido el norte? (La ciencia y sus demonios).
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