La Europa putrefacta de los mercados

Los acontecimientos de la última semana en relación a la crisis griega, victoria del "No" en el referéndum del pasado domingo incluida, han venido a ratificar que la Unión Europea dejó de ser hace tiempo ese proyecto integrador y solidario en el que muchos creímos. La Europa de los pueblos ha dejado paso a la decadente y putrefacta Europa de los mercados.


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         Recuerdo que, siendo yo todavía un crío, tuvo lugar la entrada de España en eso que por aquel entonces se denominaba el "Mercado Común" europeo. Marcados por nuestro histórico complejo de inferioridad, la inmensa mayoría de los españoles ansiaba integrarse en este proyecto común del que habíamos sido marginados durante años por culpa de nuestras singularidades, como la de haber sido un Estado dictatorial durante décadas. España era un país atrasado, situado en la periferia y descolgado del resto de Europa, sencillamente no podíamos mirar a la cara a franceses, alemanes, holandeses o británicos y dirigirnos a ellos de igual a igual. Éramos inferiores y eso saltaba a la vista, además de ser un sentimiento ya perfectamente asumido e interiorizado por todos.
Todo cambiaría, no obstante, con la entrada en la "Casa Común" europea de la mano del entonces presidente Felipe González, allá por la década de los añorados años ochenta. "¡Ya somos Europa!", fue un clamor que se repitió hasta la saciedad en aquel tiempo. Para muchos entrar en la entonces CEE fue sinónimo de acceder al más selecto de los clubes mundiales, una élite de países situados en la vanguardia planetaria. Europa significaba más progreso y desarrollo económico, más democracia y derechos sociales, más libertades, más cultura y avances científicos, más oportunidades de empleo y más prosperidad. Sencillamente dejábamos de ser la excepción en un rincón apartado del continente, abandonábamos el atraso y nos sumábamos al club de los "peces gordos", aquellos que toman las decisiones que a todos afectan. La integración no resultaría sencilla, los demás nos iban a mirar al principio por encima del hombro y con cierto desdén, eso lo esperábamos. A pesar de ello casi todos abrazamos el europeísmo como la respuesta a los males nacionales que siempre nos habían lastrado, creímos firmemente en el proyecto de la Unión como un sueño que al fin se haría realidad y del que formaríamos parte. Todos los pueblos de Europa unidos, conviviendo en paz y como iguales en aras de un futuro mejor.
     
       ¿Qué queda hoy de aquel sueño? Poco a poco la idea utópica e ingenua de ese "mundo feliz" europeo ha dado paso a la pesadilla neoliberal de la dictadura de los mercados, avanzando a golpes de austeridad propinados por la Troika, ese infame triunvirato compuesto por el FMI, el BCE y la Comisión Europea. Muchos no nos dimos cuenta de cuál era la verdadera naturaleza de Europa, un continente con una personalidad disociada capaz de lo mejor y de lo peor. En cierto sentido estamos hablando de un doctor Jekyll y un señor Hyde colosales, el uno ofreciendo una cara amable y bondadosa, el otro entregándose a los comportamientos más abyectos y despreciables. La mano izquierda tendida dispuesta a prestar auxilio, la derecha cerrándose como una garra en torno al cuello de la víctima presta a estrangular.

       Que la civilización europea ha realizado aportaciones importantísimas a la humanidad, posiblemente más que ninguna otra, es algo indudable. Sin desmerecer los numerosos méritos de otras culturas, en Europa nacieron la filosofía y la ciencia tal y como las conocemos, fuentes del progreso material y tecnológico que nos han catapultado, para bien o para mal, a la modernidad. Éste es el continente que vio nacer a Aristóteles, Euclides, Galileo Galilei, Descartes, Isaac Newton, Immanuel Kant, Voltaire, Charles Darwin, Karl Marx, Albert Einstein y tantísimos otros hombres y mujeres que nos han dejado su indeleble legado de conocimientos y avances. Europa es también el lugar donde la más antigua forma de democracia vio la luz, donde se gestaron importantísimas revoluciones políticas y sociales, donde surgieron los movimientos obreros y de defensa de los derechos de la mujer y donde, en definitiva, se consolidaron tantas y tantas libertades y derechos sociales que son la base de las sociedades más prósperas, igualitarias y avanzadas que han existido. Y por supuesto Europa ha sido la cuna de artistas y genios de todo tipo, cuyas obras ya son patrimonio de todos los seres humanos del planeta. Desde las esculturas de Miguel Ángel a las pinturas de Van Gogh o Picasso, pasando por las composiciones de Mozart o Beethoven, la genialidad literaria de Shakespeare o Cervantes, hasta los hitos arquitectónicos de Gaudí, son tantas las aportaciones que resultaría imposible resumirlas en unas pocas líneas. En definitiva, el Viejo Continente ha sido en no pocos casos un faro para la ciencia, la cultura, las libertades y los avances sociales como la construcción del Estado del Bienestar. El espejo en el que otros muchos pueblos se miraron con intención de emular sus progresos. Algo de lo que podemos sentirnos orgullosos.

      Pero, al mismo tiempo, Europa ha vomitado sobre sí misma y el resto del mundo innumerables horrores. La era del colonialismo, iniciada con los imperios español y portugués y cuya culminación dio como resultado los erigidos por franceses y británicos, que sumados llegaron a controlar buena parte de las tierras emergidas, conoció las formas más crueles de dominación y expolio sobre otros pueblos. Millones de personas en todo el mundo sufrieron y murieron durante siglos bajo el yugo europeo. La destrucción de culturas enteras y el genocidio en diferido que supuso la conquista del Nuevo Mundo, la abominación del tráfico de esclavos convertido en un negocio a escala global o los traumáticos repartos de territorios en África y Oriente Medio, son solo una muestra de ese enorme sufrimiento infligido. Asimismo el suelo europeo se ha visto ensangrentado múltiples veces por las más cruentas conflagraciones, siendo el máximo exponente las dos guerras mundiales del pasado siglo, las mayores carnicerías que jamás haya conocido el ser humano, con unos niveles de destrucción y muerte difíciles de concebir. De Europa surgieron también los más aberrantes regímenes dictatoriales y las desquiciadas ideologías que hicieron posible su existencia. La pesadilla repleta de cadáveres del nazismo, que tuvo como colofón el Holocausto de los campos de exterminio. El estalinismo y sus deportaciones, purgas, hambrunas y gulags, que se saldó igualmente con millones de víctimas. Y, por supuesto, otros regímenes que no por enclavarse en países periféricos fueron menos despiadados, como el franquista, que dejó España salpicada de fosas comunes. En resumen, la peor vertiente de la naturaleza humana se ha venido expresando en el Viejo Continente con relativa frecuencia.

     Muchos creímos que este desdoblamiento de personalidad europeo era algo superado, la "medicina" de la unión económica y política integraría a todos los países en un proyecto conjunto. No más división, conflictos y rencillas. La unión monetaria, la adopción del euro por la mayoría de los estados miembros, era un importantísimo paso más en dicho proyecto común. Debíamos formar parte de ello porque se trataba de una estrategia en la que todos saldríamos ganando, las naciones del norte rico y desarrollado (con Alemania como principal locomotora tirando de los demás), pero también las del sur más atrasado (Portugal, España, Grecia...). Todo parecía muy bonito, pero ya en 1996 el grupo Ska-P, que no está precisamente compuesto por intelectuales de referencia y que aun así posee una singular clarividencia, nos advertía en una de sus canciones:

Somos Europa no nos podemos quejar (España es)
Hemos entrado en el gran capital (tu España)
Imperialismo que devora tu nevera
Y la vaselina en el culo bien "untá" (...)

     ¿Pero cómo nos iba a devorar esa "Nueva Europa" del siglo XXI, más democrática, justa, desarrollada, tolerante y solidaria que nunca? En su seno estaríamos protegidos de los desastrosos vaivenes que azotaban otras partes del mundo. Y entonces llegó la crisis financiera en 2008, una crisis que estalló no en el sudeste asiático, América Latina u otras regiones periféricas, sino en Estados Unidos y Europa, el corazón mismo del sistema capitalista globalizado. Fue en ese momento cuando, rememorando la estrofa de la canción de los de Vallecas, España, Grecia, Portugal e Irlanda hubieron de preparar una buena dosis de vaselina ante lo que se les venía encima. Descubrimos que lo del euro había sido un arreglo que beneficiaba a unos cuantos y perjudicaba a la mayoría, especialmente a los que vivimos al sur del continente (para el que no se haya dado cuenta todavía le aconsejo que vea el cortometraje documental La estafa del euro, una producción alemana independiente). Ese lobo con piel de cordero que es el poder industrial y financiero alemán (no el pueblo germano en sí mismo, que tampoco tiene la culpa), actuando en connivencia con el resto de élites europeas, ideó una estrategia magistral a su entender. La unión monetaria sería empleada para acabar de facto con la soberanía económica de los países periféricos. Las economías punteras del centro del continente exportarían y exportarían sus productos y servicios hacia esa periferia, vaciada progresivamente de su tejido industrial y agrario más estratégico. Y claro, para que en el sur pudiéramos comprar más y más de sus exportaciones, debían fluir igualmente los créditos en idéntica dirección y de forma especialmente generosa. Préstamos a mansalva para que todos consumiéramos a lo loco, comprando viviendas, coches, electrodomésticos, etcétera. Así fue como se gestaron las burbujas que más tarde explotarían, la del ladrillo también se vio claramente estimulada por el capital alemán que parecía llover del cielo. Nos estábamos endeudando hasta las cejas y ni nos enterábamos.

En este mapa de la Unión aparecen en color azul todos los países que pertenecen
a la zona euro. Ya sabemos que los británicos son muy suyos y que, posiblemente,
ciertos países del este no cumplan los requisitos exigidos ¿Pero por qué naciones
como Dinamarca o Suecia decidieron no entrar en el euro si era algo tan bueno
para todos? Seguramente se olían que había gato encerrado y no les interesó lo
más mínimo.

    Todo parecía funcionar sin problemas hasta que la crisis financiera llamó a la puerta. La desastrosa arquitectura del la zona euro quedó entonces en evidencia y los socios de ayer se convirtieron en acreedores o, incluso peor, en carceleros. Irrumpió la Troika con sus inhumanas recetas de austeridad para "contener el gasto público, optimizar la gestión y reanudar la senda del crecimiento". El resultado bien lo conocemos y Grecia es el mejor exponente, el desempleo y la deuda disparándose hasta cotas impensables, los servicios públicos desmantelados, la economía en bancarrota (con un descenso de hasta el 25% en el PIB nacional) y la miseria extendiéndose de forma generalizada; precisamente todo lo contrario de lo que pregonaban los gurús económicos del neoliberalismo. O bien no tenían ni la menor idea de lo que hacían, lo cual los reduce a un atajo de incompetentes, o bien han demostrado un sadismo sin precedentes, sabedores del enorme dolor y sufrimiento que iban a provocar. El señor Hyde ha vuelto a las andadas mostrándonos su peor cara. Nunca en tiempos de paz, al menos nunca en la Historia reciente, un país había sido machacado tanto como Grecia, cuyo estado es ciertamente catastrófico (ver El principio del fin de esta Europa antidemocrática e injusta).

    ¿Y todo esto para qué? Por mucho que a lo largo y ancho de Europa abunden los tullidos mentales que todavía piensan que no hay otra manera de meter en cintura a los manirrotos y ociosos holgazanes que habitan a orillas del Mediterráneo, lo sucedido nada tiene que ver con eso. Hacia 2012 los preclaros líderes de la UE se percataron de que la inmensa deuda acumulada por Grecia, en su mayor parte en manos de entidades financieras privadas codiciosas que habían estado especulando con la misma, era por completo impagable. Es por eso que tomaron la decisión de acudir al rescate de dichas entidades (mayormente alemanas y francesas, aunque también alguna española) encargándose de hacer pública una deuda que antes era privada, de tal forma que serían los propios estados miembros y las instituciones europeas los encargados de cobrarla y, posteriormente, retornarla a manos particulares. No se rescató a Grecia, sino a la banca privada, eso es lo que muchos no se atreven a decir. Y después de toda la devastación causada el problema, lejos de estar solucionado, se ha agravado muchísimo más. Tanto que todo el proyecto de integración europeo amenaza con saltar por los aires. Lo sabían desde el principio, sabían que Grecia no estaba en condiciones de entrar en el euro, que sus cuentas habían sido falseadas por Goldman Sachs para que cuadraran, que su Administración y sistema fiscal estaban anticuados y dejaban muchísimo que desear, que sus élites políticas y empresariales eran en extremo corruptas y hacían los que les daba la gana con los préstamos que recibían y, por supuesto, sabían que la deuda que se estaba acumulando resultaría impagable. Lo sabían pero no les importó, siguieron adelante como si nada. Lo que sí les ha importado y mucho es drenar financieramente el país, sumiéndolo en la ruina, todo para seguir protegiendo a los bancos y que la infección no se extienda a Italia, España, Portugal... La pesadilla de las fichas de dominó cayendo una tras otra.

Resultado de imagen de referendum grecia     El escenario cambió no obstante en enero de este año, cuando el partido de izquierda Syriza subió al poder en Grecia desplazando a los oligarcas de toda la vida, que tan bien le habían venido hasta ese momento a los acreedores. Los nuevos no serían bien recibidos en Europa, la hostilidad ideológica era más que evidente, porque cualquier cosa más a la izquierda que los domesticados y desvirtuados socioliberales (de los que el PSOE es un perfecto ejemplo) no casa en un espacio hecho a la medida de los fundamentalistas neoliberales que rinden culto a los mercados. Alexis Tsipras y los suyos llegaron con un mandato claro de su pueblo, acabar con la austeridad criminal impuesta por la Troika y así darle un futuro a Grecia. Sus intenciones no eran malas a pesar de ciertas declaraciones y gestos inapropiados, buscaban salvar el proyecto europeo, no acabar con él. Lo que seguramente no imaginaban era que en frente iban a tener a un grupo que no estaba dispuesto a atender a razones, que sólo buscaba doblegarlos y destruirlos para no ser ellos los que quedasen en evidencia. Merkel, Schauble, Juncker, Lagarde, Draghi, Hollande y hasta incluso Rajoy en calidad de lacayo, no están dispuestos a renunciar a su proyecto de una Europa de los mercados, no por supuesto de los pueblos, desregularizada y a los pies de las trasnacionales y el capital financiero; el TTIP acecha en las sombras. Esa es su visión fanática y cortoplacista, todo lo demás es sacrificable, empezando por los ciudadanos más vulnerables.

     El último capítulo de este desigual tira y afloja tuvo lugar el pasado domingo, con la rotunda victoria del "No" en el referéndum convocado por el gobierno de Syriza. Los griegos no podían expresar de forma más clara lo que pensaban, un rechazo frontal a unas medidas que rozan los crímenes de lesa humanidad contra su ciudadanía. Después de semejante respuesta no queda lugar a dudas, por mucho que legiones de presuntos periodistas prostituidos y serviles se hayan dedicado durante todos estos días a esparcir todo tipo de porquería por orden de sus amos. El camino seguido hasta el momento no conduce a ninguna parte, sólo al abismo. A pesar de ello puede que Tsipras y el gobierno de Syriza terminen igual que el rey Leónidas y sus 300 espartanos, sucumbiendo heroica e inútilmente tratando de defender el paso de las Termópilas frente a un enemigo muy superior en número. Pero al menos con su derrota habrán dejado al descubierto una verdad clamorosa. La Europa de hoy ya no es ninguna "Casa Común" que acoge y protege a todos sus integrantes por igual, ha quedado reducida a un repugnante casino amañado por financieros corruptos, egoístas e irresponsables. Un esperpento, una imagen deformada y grotesca de sí misma, donde los fuertes pisotean sin contemplaciones a los débiles. A este paso la democracia y el respeto a los derechos humanos más elementales también serán sacrificados en el altar del dios de los mercados, mientras sus fanáticos seguidores se ven incapaces de abjurar de su dogmática e irracional visión del mundo. El 1% siempre ha de ganar cueste lo que cueste y caiga quien caiga, todo se reduce a eso, el 99% restante mejor que se quite de en medio y no moleste. Visto lo visto resulta ya imposible ocultar semejante evidencia.

     Es por eso que durante estos últimos días me he sentido casi más griego que español, y por supuesto mucho más que europeo. El euro va camino de convertirse en un  proyecto fracasado, no soy yo el único que lo dice por puro capricho (ver Europa en estado shock, ciega y sorda ante tsunami financiero que viene). Y si fracasa tampoco lo lamentaré por mucho que vengan tiempos incluso peores a los que hemos pasado. No lo lamentaré porque no quiero formar parte de esta Europa construida por unos pocos sin el consentimiento de la mayoría, una Europa de mercaderes que no ven más allá de sus propios intereses, cada vez menos democrática, más desigual, intolerante y xenófoba (incluso con los ciudadanos de la Unión pertenecientes a países considerados de segunda fila, como lo son Grecia y España). Una Europa, al fin y al cabo, que avanza hacia su desintegración como tal arrastrada por la deriva totalitaria del fundamentalismo neoliberal. El Viejo Continente puede mantener la ilusión de creer que sigue siendo el ombligo del mundo, henchido de seguridad bajo el paraguas protector (o dominador) estadounidense. Sin embargo el resto del planeta se mueve a su propio ritmo, contando cada vez menos con nosotros. Mientras los medios de por aquí andan muy centrados en cubrir si al final Merkel y compañía logran torcer por completo el brazo griego, en la apartada localidad rusa de Ufá los líderes de los países que componen el grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, que en conjunto suman más del 30% del PIB mundial) se reúnen en una cumbre internacional al más alto nivel que luego albergará también una importante reunión de la OCS (la Organización de Cooperación de Shanghái). Un nuevo eje político y económico mundial, con instituciones alternativas al FMI y el Banco Mundial controlados por Estados Unidos, se abre paso atrayendo hacia sí a naciones cansadas de la arbitrariedad y la prepotencia occidentales; si el remedio va a ser peor que la enfermedad es algo que todavía está por ver. Para que luego digan que Vladimir Putin está aislado internacionalmente. Como nos descuidemos los que vamos a terminar aislados seremos nosotros.
 
    Después de todo puede que no sea tan mala noticia eso de que la Europa putrefacta de los mercados tenga los días contados. Si las crisis representan oportunidades ésta habría de servir para construir otra Europa, una más parecida a ese sueño en el que todos creímos. Un espacio común en donde no haya ciudadanos de primera, segunda o tercera fila, que vele por los intereses de la gente y no por los de las trasnacionales y el poder financiero. Que garantice derechos, libertades e igualdad para todos y que consagre la democracia participativa y el Estado del Bienestar como conquistas irrenunciables. Puede parecer idealista, pero seguro que son muchos los europeos que comparten estas mismas ideas.
 
 
Juan Nadie
 
                                                   
    

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