El proyecto del parque transfronterizo del Gran Limpopo pretende crear en el sur de África la mayor reserva natural del mundo. No obstante tan ambiciosa iniciativa conservacionista choca de frente con la realidad de un continente en extremo castigado.
Mapa del parque transfronterizo del Gran Limpopo, que abarcará reservas ya existentes en Sudáfrica, Zimbabwe y Mozambique, así como territorios aledaños. |
¿Qué imagen tenemos de África? En el pasado ese nombre evocaba un mundo primitivo y salvaje, a la vez que por completo desconocido, poblado por infinidad de tribus ignotas y bestias temibles; Naturaleza indómita en el más puro sentido de la palabra que debía ser domeñada por el hombre civilizado. Ese misterio que la envolvía hizo que, durante mucho tiempo, África fuera conocida con el sobrenombre de "El Continente Negro", no porque sus gentes tuvieran la piel oscura, sino porque fue un lugar en su mayor parte desconocido, oscuro en el sentido figurado, para los europeos hasta hace apenas siglo y medio.
Esa imagen hasta cierto punto romántica todavía prevalece en el imaginario colectivo de Occidente. África es ese lugar mágico donde aún pervive la Naturaleza virgen en todo su esplendor. Junglas impenetrables donde habitan nuestros parientes simios más cercanos, chimpancés, bonobos y gorilas, amén de pueblos aislados que apenas sí mantienen contacto con el mundo exterior. Las espectaculares llanuras del Gran Valle del Rift, hogar de la fauna africana más famosa (leones, elefantes, jirafas, hipopótamos, avestruces, guepardos, búfalos, rinocerontes, leopardos, babuinos, cocodrilos, gacelas... la variedad de animales y su concentración sigue siendo a día de hoy asombrosa), que hace sin duda las delicias de los millones de turistas que anualmente acuden a los safaris fotográficos. Cumbres míticas como el Kilimanjaro o las Montañas de la Luna (Rwenzori en la lengua local), así como ríos y lagos igualmente legendarios: el Nilo y sus recónditas fuentes, el temible Congo, el Níger, o los enormes lagos Victoria, Tanganica o Malawi, mares interiores en sí mismos. Y cómo obviar los impresionantes desiertos africanos, como el Sáhara, con sus interminables campos de dunas, un lugar surcado por bucólicas caravanas de camellos y donde sólo los más fuertes sobreviven bajo el abrasador yunque del sol. Pero esta idílica imagen de misterio y aventura choca brutalmente con esa otra realidad de África que llega hasta nosotros a través de las noticias: el drama de la inmigración y el tráfico de seres humanos, la miseria descarnada, las hambrunas que de cuando en cuando azotan ciertas partes del continente, epidemias terribles como la del ébola o el VIH, la inestabilidad política, los conflictos armados que se cobran innumerables víctimas inocentes, los regímenes corruptos y totalitarios o el expolio de los recursos naturales por parte de potencias extranjeras y grandes trasnacionales. Muy a menudo estas dos imágenes se nos presentan como realidades paralelas, la una sin ninguna relación con la otra, cuando éste no puede ser un enfoque más equivocado. Es imposible salvar la belleza que todavía subsiste en África sin afrontar los otros muchos y gravísimos problemas que asfixian a su castigada población.
Si existe un lugar donde estas dos realidades africanas, la paradisíaca y la infernal, chocan como en ningún otro este es el parque transfronterizo del Gran Limpopo, un ambicioso proyecto conjunto de los gobiernos sudafricano, mozambiqueño y de Zimbabwe para crear la mayor reserva natural protegida del planeta. Gran Limpopo se extenderá a través de estos tres países englobando en su seno otros parques nacionales preexistes, entre ellos el mítico parque Kruger de Sudáfrica, que se conecta a través de la frontera de Mozambique con la reserva del Limpopo (que prestará su nombre al nuevo mega parque), así como otros espacios no conectados con los dos anteriores, como los parques nacionales de Banhine y Zinave (también en Mozambique) y la reserva de Gonarezhou (en Zimbabwe). En conjunto el área protegida ocupará una extensión de alrededor de 100.000 kilómetros cuadrados, un territorio mayor que toda la superficie de Portugal. Y a través de él podrá vagar en libertad la espectacular fauna africana sin que las artificiales fronteras creadas por el ser humano supongan impedimento alguno. En ese sentido los gobiernos de los tres países implicados llevan ya años realizando labores tales como la eliminación de todo tipo de barreras en las fronteras para permitir el libre flujo de la fauna salvaje. Un escenario semejante ha de ser sin duda beneficioso para las poblaciones animales, pues dispondrán de un territorio mucho mayor por el que moverse, alimentarse y multiplicarse, evitándose así los problemas típicos de las reservas de reducidas dimensiones. Éstos suelen ser una presión excesiva de los herbívoros sobre la vegetación, lo cual puede terminar devastando todo el ecosistema, imposibilidad de que las poblaciones de grandes animales sean lo suficientemente numerosas como para que resulten viables (por lo que se deben introducir ejemplares de otras reservas para mejorar la "calidad genética" de la endogámica población residente) o conflictos antinaturales entre especies debido al confinamiento en un territorio acotado entre otros.
Pero el proyecto del Gran Limpopo no se debe exclusivamente, o principalmente para ser más exactos, a la voluntad conservacionista de los tres países que lo impulsan, un deseo altruista de preservar la belleza natural de esa parte del mundo para las generaciones venideras. Qué duda cabe que la industria del turismo de safaris es uno de los negocios más lucrativos en África. Sólo Sudáfrica recibe anualmente más de 9 millones de visitantes (ver Productos industriales y servicios en Sudáfrica - ICEX -), si bien muchos de ellos proceden de países limítrofes, cerca de la quinta parte son turistas norteamericanos o europeos que acuden principalmente a disfrutar de sus parques nacionales. En conjunto la industria turística, tanto en la propia Sudáfrica como en Zimbabwe y Mozambique, recibió unos ingresos entre 2012 y 2013 de alrededor de 12.000 millones de dólares (ver informe de la OIT de 2013). Con proyectos como los del gran parque transfronterizo se pretende afianzar y estimular esta tendencia al alza, pues el turismo de parques nacionales puede convertirse en el motor económico que impulse definitivamente las zonas más deprimidas de la región. Y junto a él podrían prosperar otras formas de turismo, como el de la caza mayor, que se benefician de esta gestión de los espacios naturales. Derivar ejemplares "sobrantes" de espacios protegidos a granjas de cría, recintos especiales o reservas cinegéticas donde se garantiza al cliente el cobro de la pieza, lo que se conoce como caza enlatada o "si no matas, no pagas" (no kill, no pay), es una práctica en extremo polémica que está en pleno auge en Sudáfrica, donde se llegan a pagar cantidades que oscilan entre los 6.000 y los 25.000 dólares por animal abatido, a pesar de todo unos precios más económicos y asequibles a más bolsillos que la tradicional caza mayor (un "deporte" al alcance sólo de las clases pudientes). Esta nueva forma de gestión de la fauna, vista mayormente como un gran negocio, podría explicar también gran parte del interés por mantener un inmenso reservorio de animales en Gran Limpopo, pues modalidades como la caza enlatada son una versión a escala industrial de las tradicionales actividades cinegéticas; un número creciente de ávidos tiradores procedentes de todos los rincones del mundo dispuestos a abatir a miles de grandes piezas (elefantes, leones, leopardos...) en pseudocacerías prefabricadas. Y claro, dicha actividad precisa surtirse de una cantidad suficiente de presas.
La otra cara de la moneda. Caza furtiva y comunidades que quedan al margen
Guardas forestales sudafricanos dan con los restos mutilados de un rinoceronte abatido por furtivos. |
La caza furtiva de rinocerontes es una actividad que pone en muy serio peligro la supervivencia de la especie. Pero también es un negocio ilícito increíblemente lucrativo. En el mercado negro los cuernos de los cada vez más raros rinocerontes pueden alcanzar un precio de hasta 80.000 dólares el kilo, lo cual explica a la perfección el ansia creciente por dar muerte a estos animales para apoderarse de tan preciado botín. El mercado de destino se encuentra en el sudeste asiático, especialmente en Vietnam, donde una cada vez más numerosa clase media, ansiosa por sumarse a la cultura del consumo y demostrar su recién alcanzado estatus, adquiere preparados a base de cuerno pulverizado de este gran mamífero ungulado que se venden por sus supuestas propiedades terapéuticas (que irían desde la cura de fiebres o catarros hasta la de cualquier forma de cáncer). Ésta es una creencia muy arraigada en la medicina tradicional china, como los son también las pretendidas bondades de otros preparados no menos exóticos como los obtenidos a partir de huesos de tigre o bilis de oso. Sin embargo todo esto no es más que una simple superstición sin fundamento basada en argumentos nada racionales, pues en el caso del rinoceronte su cuerno está hecho de la misma sustancia que forma nuestro pelo y uñas, una proteína llamada queratina y que, desde luego, carece de propiedad milagrosa alguna.
Es gracias a este floreciente mercado negro en Asia que miseria y codicia se dan la mano en el sur de África, algo por otra parte nada fuera de lo común. Mozambique sigue siendo a día de hoy un país profundamente subdesarrollado. Las cicatrices de la guerra civil que lo asoló de 1977 a 1992 todavía son visibles, buena parte de su población subsiste por debajo del umbral de la pobreza (su Índice de Desarrollo Humano sitúa a esta nación en el puesto 178 del mundo) y la corrupción en las instancias del Gobierno y la Administración es generalizada. En este estado de cosas muchos optan por emigrar a la vecina Sudáfrica a la búsqueda de nuevas oportunidades, pero la caza furtiva en el interior de reservas como Kruger o el Limpopo se ha convertido en otra forma de subsistencia en una región que vive en una situación que podríamos considerar como de "pleno desempleo". Sin mejores expectativas a la vista, el multimillonario tráfico de cuernos de rinoceronte se ha convertido en una salida para muchos, dinero fácil pero muy peligroso al mismo tiempo, pues la mayoría de cazadores furtivos no espera vivir demasiado. Entretanto van tirando en el día a día y, los ingresos que les reporta tan ignominiosa dedicación (migajas si los comparamos con los pingües beneficios que obtienen las mafias internacionales que exportan los cuernos de rinoceronte a Asia), dan para alimentar a sus familias e incluso para permitirse ciertos caprichos. Comunidades enteras viviendo bajo el amparo de una economía sumergida auspiciada por el crimen organizado.
En un artículo publicado recientemente en el semanario alemán Der Spiegel, su corresponsal en África narra la aterradora experiencia vivida junto al fotógrafo sueco Toby Selander cuando, durante un viaje a Mozambique en el que pretendían investigar las redes de caza furtiva, cayeron en manos de un gangster local por entrometerse demasiado en sus asuntos y no haberle pedido permiso para visitar la zona. El periplo de ambos reporteros muestra a la perfección la problemática que se vive en la región. Los capos locales del crimen organizado controlan el negocio de la caza furtiva, lo cual les genera ganancias suficientes como para comprar todo tipo de voluntades, especialmente la de políticos y policías que, como tantos otros, también están en nómina. Su influencia es tal que en ciertas regiones de Mozambique ellos son la única autoridad real, con poder incluso para ordenar detenciones, tal y como les ocurrió al corresponsal de Der Spiegel y su compañero al verse arrestados por la policía local mientras una turba furibunda les amenazaba e increpaba.
Y es que estos jefes mafiosos a menudo cuentan incluso con un importante apoyo popular. Prosperan allá donde otros muchos sobreviven a duras penas y, además de convertirse en un ejemplo de éxito a imitar, proporcionan un trabajo, el de la caza furtiva, allá donde casi no hay otro tipo de oportunidades. En ese sentido ciertas políticas implementadas por los gobiernos implicados en el proyecto del Gran Limpopo no ayudan demasiado, pues lejos de ofrecer mejores expectativas, terminan empeorando todavía más la situación. Decisiones como la de trasladar forzosamente comunidades enteras fuera de los límites del futuro mega parque, decenas de miles de personas en conjunto, están resultando terriblemente impopulares y refuerzan más si cabe el liderazgo de los capos de la caza furtiva. "Os odio, blancos", estas palabras, pronunciadas precisamente por el capo local que retuvo durante un día a los dos reporteros de Der Spiegel, expresan el sentir de muchos de los habitantes de la zona. Es ese mismo hombre blanco que no les tiene en cuenta a la hora de poner en marcha sus grandes planes de desarrollo de la región, que les expulsa de sus tierras para permitir que turistas extranjeros ricos disfruten de unas vacaciones idílicas en un entorno salvaje y que abre fuego contra ellos cuando tratan de ganarse la vida de la única forma que pueden (por muy inmoral que ésta sea, pues la necesidad manda). El mismo hombre blanco al fin y al cabo que, desde hace casi dos siglos, lleva expoliando las riquezas de África y privando a sus pobladores de un futuro mejor.
Es por eso que, si bien esfuerzos de conservación como la creación de grandes reservas protegidas son loables, esto no ha de servir como escusa para ignorar esa otra cara mucho menos amable de África. La actual lógica capitalista regida por los intereses de mercado hace que actividades como el turismo de safaris, o la controvertida caza enlatada, sean vistas como un lucrativo negocio con un gran potencial de expansión relacionado con la gestión de espacios naturales. Pero todos estos proyectos pueden fracasar estrepitosamente si no se tienen en cuenta las necesidades de la población que vive en, o junto a, dichos espacios o, incluso peor, si esas mismas iniciativas empeoran más si cabe sus condiciones de vida por culpa de la miopía política de determinados gestores. Porque después de todo, sí en vez de desplazar a la fuerza a la gente que vive en torno al Gran Limpopo, se le ofrecen oportunidades de empleo dignas relacionadas con la puesta en marcha y mantenimiento de dicho proyecto, aprovechándolo además como un motor para el desarrollo de las comunidades locales (potenciando vías como el turismo responsable y sostenible, los pequeños proyectos empresariales, las cooperativas de agricultores y ganaderos cuya actividad sea compatible con la preservación del entorno, etcétera), no sólo no se verán en la necesidad de practicar la caza furtiva, sino que además darán al futuro mega parque un valor añadido al verlo como el garante de su sustento, por lo que serán los primeros interesados en preservarlo.
Kwisatz Haderach
Para saber más:
Limpopo: el paraíso de los cazadores ilegales (El Mundo).
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