De un tiempo a esta parte, a veces da la impresión de que Occidente parece haberse convertido en una caricatura de sí mismo. Los recientes acontecimientos demuestran que vivimos en un tiempo en el que los descerebrados han cobrado mucho más protagonismo del que merecen; pues en realidad no merecen ninguno.
Que el ser humano esté dotado de un cerebro realmente extraordinario si lo comparamos con otros animales, no quiere decir que todos los individuos de la especie sepan utilizarlo. Puedes hacer cosas asombrosas con semejante órgano, como por ejemplo desarrollar remedios contra enfermedades mortíferas, enviar sondas a otros planetas de nuestro sistema, realizar prodigiosos diseños de la ingeniería, componer sinfonías o crear cualquier otra obra de la técnica o el arte que nos emocione y nos sobrecoja. Sí, podemos hacer cualquiera de todas esas cosas increíbles gracias a la portentosa materia gris que albergamos dentro de nuestras cabezas. O en su defecto también puedes usar esa misma materia gris para tener la ocurrencia de enfundarte unos cuernos y una indumentaria estrafalaria y, junto a otros miles de catetos, ir a asaltar el Capitolio de Washington para ofrecer un espectáculo bochornoso mientras el mundo entero te está mirando. Es lo que tiene el libre albedrío, que lo puedes usar para construir un mundo mejor o bien para decidir revolcarte en el estiércol.
Todos hemos visto ya un montón de veces las imágenes del citado asalto, que a buen seguro habrá avergonzado a millones de norteamericanos. El problema reside precisamente en que en otros muchos millones habrá provocado emociones diametralmente opuestas, pues se habrán sentido identificados con toda esa horda de mamarrachos violentos que trataron de perpetrar un pseudogolpe de pacotilla alentados, eso sí, por el rey de los mamarrachos. Hablamos de ese presidente estadounidense que muy pronto dejará de serlo, después de protagonizar la salida del poder más vergonzosa que se pueda imaginar, pues en el fondo no ha dejado de comportarse como un niño malcriado que no sabe encajar las derrotas. Todo esto nos deja una imagen muy clara, el mito de que Estados Unidos es un país serio se ha derrumbado definitivamente. Porque de haberlo sido no habría pasado lo que ha pasado y las fuerzas del orden habrían actuado con contundencia desde el segundo uno, para así impedir que ningún descerebrado fuera más allá de donde no debía. No vale eso de que les había pillado desprevenidos y no sabían lo que iba a pasar, sobre todo después de ver como Trump y algunos otros miembros de su partido llevaban días y días echando más gasolina al fuego e incitando al asalto con ese cuento del fraude electoral. No merece la pena extenderse más en algo acerca de lo que ya han corrido ríos de tinta.
En su artículo "MAGA Patriots", cómo construir un movimiento al margen de la realidad, la periodista Isabel Martín desmenuza cómo el uso de la redes sociales ha sido fundamental para crear un colectivo ciudadano (mayormente compuesto por sujetos blancos, ultraconservadores y racistas) totalmente desconectado de la realidad y que retroalimenta constantemente su discurso a base de bulos y prejuicios. Razonar es lo de menos, lo único que importa es dar rienda suelta a las emociones más viscerales y obcecarse ciegamente en determinadas ideas preconcebidas que se asumen como hechos consumados, por mucho que no haya ninguna prueba que las respalde (como el "nos han robado las elecciones"). Si a eso le sumas un líder irresponsable y sociópata que da alas a toda esta gente, ya tenemos el follón montado. Y podría pensarse que esto es algo que sólo está pasando allá en "la pintoresca América", país donde proliferan todo tipo de sectas de lo más extravagante, donde los fanáticos religiosos que se toman la Biblia al pie de la letra abundan más de la cuenta, donde asimismo abundan los tipos que coleccionan armas de fuego como quien colecciona sellos, donde asesinar negros es casi un deporte y donde hay un deporte (valga la redundancia) llamado football en el que precisamente se coge el balón con la mano. Pero no, dado que Estados Unidos "es el faro que ilumina y guía a Occidente" no solo lo bueno, sino también todas sus porquerías, terminan llegando hasta aquí y hacen que, lo que hace unos años resultaba inimaginable, ahora empiece a ser posible.
Porque la pandemia que sigue azotándonos a comienzos de este 2021 (que nada dice que tenga que ser mejor que el funesto 2020), aparte de demostrar que éramos mucho más vulnerables y estábamos peor preparados para algo así de lo que imaginábamos, ha demostrado otra cosa. Los descerebrados, todos esos negacionistas de medio pelo, defensores de las más cutres teorías de la conspiración, analfabetos funcionales de toda índole incapaces de vomitar sus exabruptos en redes sociales sin cometer faltas garrafales de ortografía, incluso terraplanistas y demás creyentes en teorías absurdas e infantiles, nos rodean por todas partes. Y a decir verdad ahora lo tienen mucho más fácil para desnudar su ignorancia a la vista de todo el mundo. Gracias a Internet cualquier cretino puede subir un vídeo en el que trata de hacernos creer que la nieve es porexpan infestado de microchips 5G, arrojado desde el cielo por George Soros o Bill Gates, con la intención de dominar nuestras mentes e instaurar el Nuevo Orden Mundial con la ayuda de la OMS y la China comunista. Es casi como una competición para ver quién dice o hace más imbecilidades, solo que en este caso tomándoselas completamente en serio. Lo del asalto al Capitolio sería algo así como la sublimación de esta surrealista pandemia de irracionalidad que estamos padeciendo en paralelo a la de COVID-19. Porque toda esta comunidad global de mentecatos ha descubierto que no están solos, que hay otros muchos que comparten sus delirios u otros parecidos, y pueden salir a la calle en grupo para proclamar a los cuatro vientos lo que antes escondían y hasta incluso les avergonzaba. Pocas cosas hay más reconfortantes que sentir que encajas en algún sitio y formas parte de algo mucho más grande que tú mismo, por mucho que ese algo sea un cúmulo de disparates mal cohesionados a base de odio y toneladas y toneladas de fake news.
Y claro, alguien dentro del amplio abanico del espectro político ha decidido arropar en su seno a todas estas hordas de descerebrados. Porque encajaban muy bien dentro de las filas de la extrema derecha, que nunca fue mucho de argumentos elaborados, sosegados y bien razonados. De esta manera ya tienes a toda una masa de tontos útiles a los que encandilar con mensajes simples y apelando a las pasiones e instintos más bajos. Y, tal y como decía Goebbels (ministro de propaganda nazi), cuanto más simple el mensaje mejor, porque ha de estar destinado para que hasta el más idiota lo entienda. Algo parece tener el fascismo que atrae a negacionistas y conspiranoicos varios. O tal vez sea que el fascismo no ha sabido encontrar nada mejor con lo que engordar sus filas. El problema es que, como he dicho antes, los descerebrados están por todas partes y no nos dábamos cuenta. Y las señales siempre han estado ahí. Estos días son inevitables los típicos comentarios de cuñado que afirman que eso del Cambio Climático es mentira porque hace mucho frío y ha nevado una barbaridad (sobre todo en Madrid, porque si la gran nevada hubiera afectado mayormente a otras regiones y nada o casi nada a la capital habría importado una mierda). A gente así no se la puede convencer con argumentos científicos y decirle que clima y meteorología no son la misma cosa, de la misma manera que tampoco lo son la personalidad y los estados de ánimo. Porque estar alegre, triste, cabreado o asustado no es ni mucho menos lo mismo que ser gilipollas. Pero claro, eso quizá el gilipollas no sea capaz de entenderlo. Una vez más, si sandeces de ese estilo las creyeran únicamente tipos cualquiera, la cosa podría estar más controlada. Pero hemos descubierto que ciertas celebridades por así decirlo, como por ejemplo cantantes que conocieron épocas mejores, y hasta cargos públicos, desde presidentes autonómicos hasta los que dirigen superpotencias mundiales, también se suben al carro de las estupideces. Qué sé yo, puede que se deba a que la estupidez es más contagiosa que el SARS-CoV2 o, más bien, a que los descerebrados eligen a los de su misma condición para que los representen. No se puede esperar nada bueno de líderes políticos así, más allá de construir costosos hospitales sin quirófanos y que deben derivar a los enfermos más graves a otros centros o de dedicarse al postureo delante de las cámaras con una pala, fingiendo que quitas nieve a la entrada de un centro de salud. Así se las gasta la derecha "capta descerebrados" por tierras hispánicas que, viendo las imágenes del asalto al Capitolio, sólo pueden pensar en el 15M y las manifestaciones de "rodea el Congreso". Cosa curiosa, porque unos cuantos años antes un tal Tejero y su grupito de golpistas sí que entraron a tiros en el Congreso y eso sí que se puede considerar un asalto en toda regla. Qué amnesia más selectiva la de nuestro facherío doméstico.
Que los descerebrados son útiles para el poder es algo salta a la vista. Se los puede manipular fácilmente y hacerles creer en todo tipo de chorradas, desde que la Tierra es plana y sólo tiene 4.000 años de antigüedad, hasta que los virus no existen y las epidemias las provocan las alteraciones en los campos magnéticos en combinación con la desalineación de los chacras. De esta manera es como se crea una masa acrítica que sigue ciegamente las consignas del líder y, como hemos visto, países enteros pueden correr el peligro de convertirse en inmensas sectas destructivas. Viendo la deriva sólo se me ocurre una palabra. Decadencia. Cuando los desvaríos, los bulos fuera de control y el radicalismo violento sustituyen a los argumentos científicos, el razonamiento fundamentado en pruebas, el diálogo y el sentido común, Occidente corre el riesgo de terminar convertido en una caricatura de sí mismo. Una civilización en crisis, sustentada por un modelo económico más en crisis todavía, incapaz de afrontar debidamente los retos que se le presentan. La respuesta a la pandemia un síntoma bastante claro. No sólo en Estados Unidos, donde el coronavirus lleva camino de dejar a su paso más víctimas norteamericanas que la Segunda Guerra Mundial, sino también en Europa, donde hasta las naciones con más medios y que parecían mejor preparadas (Alemania, Reino Unido...) se enfrentan a un desastre que supera sus peores previsiones. Cierto es que nuestros líderes llevan fallándonos desde hace ya unos cuantos años, pero la solución no pasa por mandarlo todo al carajo, hasta la capacidad de razonar, para abrazar las ideas más disparatadas (y por supuesto peligrosas). Sí los de arriba están fallando por norma tal vez sea porque el sistema del que forman parte ya no dé más de sí y, por tanto, habría que empezar a cambiar cosas. Pero esos cambios no deberían hacernos regresar a las cavernas, tal y como algunos parecen querer, sino hacernos avanzar hacia un mundo a ser posible mejor. Puede parecer utópico, sin embargo prefiero mucho antes creer en utopías que creer en gilipolleces.
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