Ganó Donald Trump, ganó la opción que nos dijeron que no debía ganar y ahora todo es incertidumbre y preocupación. Pero, ¿qué significa en realidad esto? Puede que estemos ante la primera señal de un fallo general en el sistema creado por las élites ¿Asistimos a un "fallo en Matrix"?
Nuevamente, tal y como sucedió hace unos meses con el Brexit británico, se le dio la opción de elegir a la gente y va y ha terminado sucediendo precisamente lo que el establishment (y también muchísimos otros, por qué no decirlo) no quería que sucediera. En las elecciones presidenciales estadounidenses ha salido vencedor, no en margen de votos pero sí en el de electores, el señor Trump. Ese multimillonario machista, racista, homófobo, grosero, un fascista "de cara sonriente" sin experiencia política, con un proyecto muy controvertido y que ha hecho del insulto y los golpes bajos casi la única forma de hacer campaña, ha logrado salirse con la suya y pronto ocupará el legendario despacho oval de la Casa Blanca. Desde lo que casi podríamos considerar como la cima del mundo tendrá poder para influir en el destino, no ya solo de los habitantes de su país, sino también sobre el de centenares de millones de seres humanos de todo el planeta. Visto lo visto de entrada no resulta demasiado tranquilizador, aunque sigue siendo demasiado pronto para vaticinar lo que ocurrirá. Sin embargo hay una pregunta que no puedo dejar de plantearme. Si siempre nos habían dicho que Estados Unidos era un país serio, un referente de estabilidad y garantías democráticas, y el bueno de Trump (lo de "bueno" por supuesto es un decir) es cualquier cosa menos serio ¿Cómo ha logrado salir elegido? ¿Qué coño ha pasado? ¿Y cómo diablos hemos llegado a algo así?
Muchos dirán que, mayormente, la cosa es bien sencilla. Resulta que Norteamérica está llena de energúmenos racistas y retrógrados que piensan igual que el recién elegido nuevo presidente. Por algún motivo toda esta gente ha permanecido agazapada durante largo tiempo, aguardando a la espera de su oportunidad, hasta que el ascenso de Trump les ha permitido mostrarse. Esa horda oscura (no de piel, por supuesto) lo ha aupado al poder sin atender a razones, porque presuponemos que se compone de todo tipo de descerebrados, fanáticos y paletos desinformados, con una Biblia en una mano y un rifle en la otra, que a buen seguro pensarán que han hallado al nuevo mesías, su salvador blanco. De esta manera el odio a los extranjeros, el ultranacionalismo, la mala leche, la ignorancia y todo tipo de bajos instintos y pasiones irracionales, se han impuesto al sentido común y a la apuesta por el progreso. Estos últimos venían representados por la figura de la candidata demócrata Hillary Clinton, ahora caída en desgracia. La que podría haber sido la primera mujer en gobernar a la gran superpotencia no ha sabido movilizar al electorado o no lo ha hecho con suficiente energía, siendo víctima además de su turbio pasado y los escándalos de corrupción que la han salpicado durante la campaña y de los que Trump ha sabido sacar provecho ¿Pero es esta la razón principal que explica lo sucedido? Yo más bien creo que no, o no en su mayor parte. La cosa es algo más complicada, y detrás del resultado de los comicios estadounidenses subyace una crisis de todo el Sistema, un "este modelo tal vez no dé más de sí y sería mejor reformarlo en profundidad". Porque de no hacerlo mucho me temo que el "error Trump" se reproducirá e incluso se amplificará con nuevas e imprevisibles consecuencias.
El éxito del candidato republicano no sólo puede explicarse debido a los apoyos que ha sumado entre la población blanca más racista y conservadora. Aquí hay algo más y la crisis que estalló en 2007-2008 y las decepciones generadas por el gobierno Obama han tenido mucho que ver. Una vez más volvemos a lo de siempre. El actual sistema capitalista, globalizado, financiarizado y dominado por el extremismo neoliberal, ha empobrecido a las clases trabajadoras estadounidenses, llevándolas a un nivel de precariedad desconocido en el país desde los tiempos de la Gran Depresión. El otrora formidable cinturón industrial del corazón de Norteamérica fue mayormente desmantelado para llevar la producción a otros países, donde los sueldos eran muchísimo más bajos y los derechos laborales inexistentes. Todo sea por maximizar beneficios y minimizar costes. Ahora a aquella región del nordeste y de los Grandes Lagos se la conoce como el Rust Belt, el "cinturón del óxido", pues oxidadas han quedado las máquinas de muchas de sus fábricas, vacías de trabajadores ahora sin empleo o con trabajos precarios y mal pagados en el mejor de los casos. El ocaso de una gran ciudad como Detroit ejemplifica mejor que nada lo sucedido. No nos engañemos, ha sido toda esta masa de trabajadores blancos, empobrecida y sin estudios superiores, la que ha ayudado a inclinar la balanza en favor de Trump. Gente que ya está más que harta de ver cómo empeoran sus condiciones de vida, que ya no espera nada de las élites y no escucha sus discursos, que ve a los inmigrantes o a la gente de otros países como co-responsables de su desdicha y que, a cada día que pasaba, se sentía más frustrada y furiosa a causa su situación. Puede que muchos votaran en su día a Obama, esperanzados por su discurso que prometía cambiar las cosas. Pero el último inquilino de la Casa Blanca ha supuesto una tremenda decepción, pues en su mayor parte continuó con las políticas neoliberales de siempre, generadoras de una desigualdad sin precedentes. Ahora el discurso populista, soez y simplificador de Trump ha calado hondo en este sector de población, necesitado de algún tipo de esperanza.
"Hagamos grande otra vez a América", el eslogan evoca tiempos pasados mucho mejores, donde existía la oportunidad de prosperar y todo el mundo podía acceder a las bondades de la sociedad de consumo. Un sueño que se desvanece ahogado por el neoliberalismo, y al que ya ni tan siquiera acceden muchos universitarios. Como todo es negocio en Estados Unidos, o mejor dicho negocio que sólo favorece a unos pocos, estudiar en una universidad equivale a que miles y miles de familias hayan quedado hipotecadas de por vida, un pesadísimo lastre que hace añicos las expectativas de todos esos jóvenes con estudios superiores. Condenar a tu familia para qué, para luego ver que semejante carga te impide mejorar tu estatus o que terminarás trabajando igualmente en empleos mal pagados ¿Quién no se sentiría frustrado, engañado y cabreado? Y cómo no Trump ha salido al paso para recoger también todo este descontento. De esta manera ha ampliado su potencial abanico de simpatizantes. Desde los más ignorantes a aquellos con una elevada formación, desde los fanáticos ultra reaccionarios del Ku Klux Klan a aquellos que pretenden ir de antisistema y han votado cabreados, desde los colectivos más religiosos y conservadores de la América rural hasta los trabajadores desclasados de las urbes de las grandes áreas industriales en crisis. Ya lo sabían Joseph Goebbels y otros propagandistas nazis. Si simplificas el discurso hasta el punto de que incluso el más ignorante sea capaz de comprenderlo, reduciéndolo a simple demagogia barata, llegarás a todo el mundo. Puede parecer mediocre, pero no hay que subestimar la mediocridad. Porque al fin y al cabo el gran mérito de Trump reside en que ha sabido aprovechar la oportunidad, su momento por decirlo de alguna manera. No es la primera vez que ocurre, hace unos 80 años otros hicieron lo mismo aprovechando una coyuntura de descomposición similar en Alemania e Italia. Eso es precisamente lo que más preocupa, si bien la Historia nunca se repite en los mismos términos.
Tampoco debemos olvidar que parte del éxito de Trump se debe al fracaso de su oponente Hillary Clinton. Puede que con Bernie Sanders como candidato demócrata las cosas hubieran sido diferentes, nunca lo sabremos, pero una cosa queda bastante clara. Hillary no se ha mostrado dispuesta en ningún momento de la campaña a desvincularse de esa áurea elitista y pro establishment que la rodeaba. Tan solo simples gestos de cara a la galería, para con las mujeres, para con las minorías. Pero no mucho más. Ella era la candidata que finalmente vino arropada por la élite financiera de Wall Street, por los grandes grupos mediáticos, por el complejo industrial-militar y, en definitiva, por todo ese entramado de poder que veía en Trump a alguien por completo imprevisible. Apostaron por ella y eso la condenó en parte de cara a las clases populares que no se sentían en absoluto identificadas con la imagen que proyectaba. Marginar a Sanders, el candidato que bien representaba la antítesis de Trump, después de derrotarlo en las primarias (con el descarado apoyo de la maquinaria del poder, claro está) fue otro fatal error de cálculo. Porque Sanders tenía tirón entre los jóvenes, los universitarios, la clases trabajadoras de las grandes áreas urbanas e incluso entre las minorías (allí donde ella no lo tenía) y ello podría haber ayudado a contrarrestar el "efecto Trump". Pero no, el viejo demócrata era demasiado "radical", su discurso trufado de peligroso e inaceptable socialismo. Mejor ignorarlo y apartarlo en un rincón para que no moleste, esperando a que los votantes se decidan por el "mal menor" representado por Hillary, a que elijan la opción más responsable. Como se ha podido comprobar ha sucedido todo lo contrario.
Esta actitud entre la vieja guardia progresista es algo que por aquí nos suena bastante. La socialdemocracia europea se encuentra en proceso de desintegración. Lo está porque desde hace ya un buen tiempo se encuentra demasiado próxima a las élites y demasiado alejada de la ciudadanía, lo que en la práctica se traduce en que ya se diferencia poco de la Derecha tradicional. Esta traición a las clases trabajadoras ha abierto una brecha por la que se ha colado como una riada el populismo xenófobo y ultranacionalista de la extrema derecha. Las señales son bien claras pero estos socioliberales siguen sin reaccionar, acomodados a la izquierda de los poderosos e incapaces de renunciar a la deriva neoliberal que los ha corrompido. Lo de Trump debería hacerles salir de su letargo, pero tal vez sea demasiado tarde para ellos. Lo hemos podido comprobar con personajillos como la señora Susana Díaz que, aprovechando que el Potomac pasa por Washington, han despotricado contra Podemos saliendo al paso de lo sucedido en Estados Unidos (por lo del populismo, ya se sabe). En la misma línea que otro personajillo de nuestra política, el señor Albert Rivera; ambos obsesionados por su odio hacia la formación morada, ambos revolcándose en su mezquindad y su miseria moral. Como con Sanders da la impresión de que los socioliberales europeos prefieran arriesgarse con el auge del populismo de extrema derecha antes que hacer concesiones a aquellas formaciones que han surgido a su izquierda, a las que ven como una amenaza y no dejan de tachar de "populistas". Nada de aproximar posiciones con los recién llegados, mejor organizar vergonzosos apuñalamientos públicos de aquellos que sí lo hubieran intentado y permitir que siga gobernando la Derecha. No hay mejor forma de ganarse a la ciudadanía descontenta, sí señor.
Con todo, ¿qué va a suceder a partir de ahora? ¿Será Trump el Anticristo? ¿Habrá fallado definitivamente Matrix? Es previsible que se ensañe con los inmigrantes y los musulmanes, alguna de sus promesas habrá de cumplir y siempre resulta más sencillo arremeter contra los más débiles. Pero ya veremos si lo del muro en la frontera sur pagado por los mejicanos llega a hacerse realidad ¿Regresar al proteccionismo económico y renunciar a los tratados de libre comercio? No lo tengo nada claro, porque desde el día uno los gigantes de la industria y las finanzas ya le están advirtiendo de que por ahí no va por buen camino (y no olvidemos que él es uno de ellos y siempre pone el pragmatismo por delante). En cuanto a política exterior dudo muchísimo que el multimillonario sea de esos que decline la oportunidad de exhibir el músculo militar estadounidense, evitando seguramente mear en exceso en tiesto ruso o de otra gran potencia con armas nucleares. Nada nuevo bajo el sol y casi lo mismo que sus predecesores. Y ya veremos también si decide finiquitar la OTAN, no me creo nada.
Pero una cosa sí que resulta muy preocupante. Trump ha repetido por activa y por pasiva que no cree en el cambio climático y que se pasará por el forro las medidas de control de emisiones, patrocinando políticas en sentido opuesto muy del agrado de las trasnacionales del sector de los combustibles fósiles. En la práctica eso significa que convertirá a su país en una bomba de relojería para la civilización. Puede que Trump se haya convertido en el macho alfa supremo del planeta, puede que tenga una verga del tamaño de un misil nuclear y unos cojones de acero valyrio, pero nada de eso detendrá los catastróficos procesos globales que se están desencadenando por mucho que no crea en ellos. Porque al fin y al cabo a la Naturaleza sí que le importa un bledo que no creamos en ella, porque es la única que terminará haciendo lo que le de la gana nos guste o no. Los cambios terminarán pasando por encima de todos nosotros, incluso por encima de los magnates pretenciosos de ridículo peinado reconvertidos en políticos oportunistas.
El último de la clase
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