La crisis de los refugiados sirios copa los titulares en los principales medios. Pero acoger o no a unos cuantos miles de huidos es como aplicar paños calientes para tratar de remediar un problema mucho más grande. En la raíz del conflicto hallamos preguntas que nadie responde.
Días tras día no paran de repetirse las imágenes, unas más impactantes que otras. Columnas de refugiados marchando penosamente por campos, caminos y vías de tren. Gentes desesperadas tratando de sortear alambradas, guardias fronterizos e incluso repugnantes reporteras húngaras que se lían a patadas con los más desamparados (todos hemos visto las lamentables imágenes). Cientos y puede que miles de personas aguardando en improvisados campos levantados a toda prisa en medio de ninguna parte, agotadas y soportando condiciones inhumanas, a la espera de un transporte que las conduzca al ansiado paraíso con el que sueñan (que luego no lo sea ya es otro asunto). También por supuesto hemos visto estos días las imágenes del niño sirio Alan Kurdi, que pereció ahogado tratando de alcanzar Europa, un macabro espectáculo destinado a despertar conciencias adormecidas, por mucho que no era el primer crío que moría en aguas del Mediterráneo porque sus padres lo habían arriesgado todo para darle una vida mejor (o simplemente una vida), ni con toda seguridad va a ser el último. Vienen y van a seguir viniendo, nos dicen, a miles, puede incluso que más, y habrá que hacer algo, lo que sea pero algo. Que ese algo sea acoger a cuantos más mejor o impedir su entrada a la Europa privilegiada, depende de con quién hables, pero unos y otros coinciden en que la inacción es la peor de todas las decisiones. Después de todo para eso está la gran campaña mediática de las últimas semanas, para eso ya se le ha puesto nombre al drama, la crisis de los refugiados sirios, para condicionar a la opinión pública y crear esa necesidad imperiosa que nos obliga a actuar, de una u otra manera, pero a actuar al fin y al cabo. Es ahí donde entran esas preguntas incómodas que pocos formulan y muchos menos tratan de responder ¿Por qué realmente está sucediendo esto? ¿Y por qué precisamente ahora?
Para empezar debemos buscar el origen de la actual crisis, que no es otro que la terriblemente fallida Primavera Árabe, que dio comienzo allá por 2011. Nos dijeron que un soplo de aire fresco estaba entrando en Oriente Medio, un soplo que traería libertad y democracia. Más tarde resultó ser que dicho soplo era más bien un hálito putrefacto que sólo trajo más opresión, división sectaria, fanatismo religioso, miseria, violencia y muerte. Ya lo vimos en Irak, después en Libia y por último en Siria, sin olvidarnos por supuesto de países como Afganistán o Yemen. Un presunto alzamiento popular para derrocar al tirano Bashar Al-Asad, tal y como había ocurrido poco antes con Gadafi, se convirtió en la excusa perfecta para abrir las puertas del país a toda una horda de islamistas radicales dispuestos a sembrar el caos y cometer todo tipo de tropelías. Del fragor de la sangrienta lucha desencadenada, de la brutalidad de la respuesta del régimen de Damasco, pero también por supuesto del apoyo prestado a los "rebeldes" por parte de las petrodictaduras feudales del Golfo Pérsico, Israel, Turquía y, de forma un tanto más discreta, Occidente con Estados Unidos a la cabeza, terminó surgiendo una bestia. Ésta no es otra que el Daesh o Estado Islámico. Esa historia ya la sabemos aunque muchos prefieran eludir las respuestas y mirar hacia otro lado. De no ser por el importantísimo apoyo económico y material prestado por todos estos actores a lo que no dejaba de ser una caterva de grupos yihadistas vinculados a Al Qaeda, la rebelión contra Al-Asad y sus aliados hubiera sido sofocada con rapidez.
Después de cuatro años de conflicto y cientos de miles de víctimas inocentes, queda claro que el golpe contra el sátrapa sirio no ha salido tan bien como algunos esperaban. El apoyo de Irán y su brazo armado en la zona Hezbolá y, muy especialmente, la firme decisión de Vladimir Putin de seguir protegiendo al régimen de Damasco, le han ayudado a resistir durante todo este tiempo, todo y que queda claro que será imposible que vuelva a retomar el control de muchos de los territorios perdidos. En las últimas semanas la intervención rusa en Siria se ha incrementado, en la forma de crecientes envíos de suministros por mar y aire, numerosos asesores y unidades especializadas del ejército, cobertura por satélite de operaciones militares e incluso con la supuesta participación de cazas MiG-29 en ataques contra posiciones del Estado Islámico, tal y como revela el portal El espía digital, medio español afín a Moscú. Con la necesaria complicidad china, otro de los actores implicados en este macabro juego de ajedrez geoestratégico, no hay lugar a dudas que el Kremlin hará todo lo posible con tal de evitar que Al-Asad caiga. Sus intereses están claros, no olvidemos que Rusia mantiene en suelo sirio su principal base en el Mediterráneo, la del puerto de Tartus, parece que está construyendo otra nueva en la provincia de Latakia y desea mantener su influencia en la zona, pues el régimen de Damasco ha sido uno de sus mayores aliados allí desde tiempos de la Guerra Fría. Estados Unidos, la UE, Israel y Arabia Saudí están precisamente por lo contrario y la Guerra Civil Siria es en parte el resultado de este tira y afloja que también implica a Irán, mucho más ahora después de la firma del acuerdo nuclear el pasado mes de julio. Todo y que la situación podría complicarse muchísimo todavía, la solución más factible pasaría por una partición del país al estilo de lo que ocurrió en Corea en 1953. De un lado quedarían los territorios bajo control de Al-Asad y sus aliados. Del otro, bueno, no sabemos muy bien lo que quedaría, pues primero habrá que ver si, entre unos y otros, se deciden a acabar de una vez por todas con los fanáticos sanguinarios del Daesh.
Este cuadro muestra el flujo de refugiados sirios antes del comienzo de la actual crisis. Sin contar con las cuotas de
acogida que maneja la UE, queda claro que, con enorme diferencia, la mayor presión la soportan los países limítrofes
(Fuente: ACNUR).
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Es ahí donde surge una de esas preguntas que no parecen tener respuesta ¿Por qué precisamente ahora han empezado a movilizarse miles de refugiados en dirección a Europa si ya llevaban unos cuantos años en el exilio? Por lo visto alguien estaría por la labor de facilitarles esa vía de escape, porque dudo mucho que si Turquía y otros actores implicados decidieran impedir con firmeza semejante flujo, llegaríamos a ver esas tristes y largas colas de desamparados viniendo hacia nosotros. Habría éxodo de todas formas, pero no sería tan llamativo ni gozaría de tanta cobertura, tal y como había venido sucediendo hasta ahora con la ruta marítima de escape que pasaba por el polvorín libio. Hay algo de caos programado en todo esto y ciertas noticias parecen corroborarlo. Esta entrada del portal Sputnik se hace eco de una noticia recogida por la revista austriaca Direkt, según la cual un informador anónimo de los servicios de inteligencia de ese país habría advertido de la implicación de la CIA en todo este drama, pues estaría financiando a organizaciones criminales en Turquía y los Balcanes para gestionar el tránsito de refugiados sirios hacia el corazón de Europa. Si la noticia fuera cierta resultaría cuanto menos sorprendente que ningún gobierno europeo tuviera conocimiento del asunto aunque, una cosa es saber lo que está sucediendo realmente, y otra muy distinta reconocerlo.
Así surge una nueva pregunta de esas que nadie contesta, ¿qué interés tiene la CIA, y por extensión Washington, en provocar esta situación? Viendo como hemos visto que, de momento, Rusia e Irán están más que decididos a no abandonar a Al-Asad, y viendo también como los desmanes del Estado Islámico y su amenaza de atentar en cualquier parte van en aumento, la necesidad de intervenir en Siria cobra más sentido que nunca. Y para eso es necesario también poner a la opinión pública de tu parte, porque callejones sin salida como el de Irak han hecho impopulares las aventuras militares que tan costosas resultan en tiempos de crisis. Todo cambia sin embargo cuando en Occidente vemos el cadáver de un niño ahogado en una playa, o cuando nos anuncian que un flujo interminable de musulmanes invadirá nuestras tierras y que, infiltrados entre los refugiados, puede haber peligrosos yihadistas preparados para perpetrar alguna barbarie. Compasión y miedo en sus dosis exactas servidos por los medios y así resulta aceptable volver a enviar tropas a Oriente Medio. Occidente quiere su parte del pastel sirio, lo mismo que Israel o los regímenes del Golfo, o lo mismo también que Rusia y China. En esta parte del mundo se juegan muchas cosas, ha sido así desde hace décadas.
Pero, haciendo una lectura exclusivamente europea, los refugiados sirios pueden servir también para otra cosa. Esta última semana hemos visto a la canciller alemana Angela Merkel encabezar la respuesta institucional a la tragedia de los refugiados, con un llamamiento inequívoco para que Europa responda, como es debido y de la forma más humana y solidaria posible, ante la crisis desatada (ver Huffington Post). "Alemania tiene corazón para aquellos que necesitan ayuda", ha declarado la hasta ahora campeona de la austeridad, saliendo al paso además con duras críticas a los brotes de xenofobia acaecidos en su país ante la situación que se está viviendo. Todo está relacionado. Si este verano asistimos al bochornoso golpe de estado financiero contra Grecia orquestado principalmente por Alemania, ahora toca promover la cara más humana de Merkel y su ejecutivo. Las maniobras para asfixiar al gobierno izquierdista de Syriza y su posterior humillación pública como aviso a navegantes, dejaron la imagen de la UE prácticamente por los suelos ante muchos de sus ciudadanos. Acoger refugiados procedentes de Siria no es, desde luego, una mala maniobra para recuperar parte de la buena imagen perdida. Pero no nos engañemos, sólo se trata de paños calientes que quizá alivien un poco, pero que no resolverán ni mucho menos el verdadero problema. A un puñado de afortunados les tocará la lotería de hallar asilo en la Europa más rica y desarrollada y, ya de paso, convertirse en mano de obra barata para la maquinaria exportadora alemana. Pero tarde o temprano tocará cortar por lo sano, ni un hombre, mujer o niño más cruzando frontera alguna. Tarde o temprano los muros y alambradas se volverán más infranqueables que nunca y la solidaridad y las declaraciones de buenas intenciones de los líderes europeos terminarán diluyéndose. Tarde o temprano los millones que siguen atrapados en las fronteras de la guerra descubrirán que los principales medios de manipulación de masas han dejado de prestarles atención pasando a otras noticias, ya no más imágenes de desesperación y de niños que se ahogan en el mar tratando de llegar a Europa. Todas esas cosas habrán cumplido su correspondiente función y ellos serán olvidados.
Como dice uno de los personajes de la película Hotel Rwanda, la gente que esté tranquilamente y acomodada en sus casas dirá al ver esas imágenes: "¡Dios mío, es horrible! Y a continuación seguirán cenando como si nada". La insensibilización por saturación también juega un importante papel, pues al final aquellos que no están afectados terminan hartándose de ver a tanto refugiado en su televisor ¿Qué será de Siria y su gente al final de todo el proceso? Más que ninguna otra esa es una pregunta que nadie parece dispuesto a responder como es debido. No interesa que se sepa lo que verdaderamente está en juego, quién saldrá ganado o perdiendo en medio de este océano de destrucción y sangre o si en realidad se busca acabar con la amenaza del Estado Islámico, o tan sólo emplearlo para modular los cambios que operan en la región y también en otras partes. Una vez más preguntas sin respuesta mientras se juega con el sufrimiento y la vida de millones de inocentes. Mientras tanto continuarán retransmitiéndonos la tragedia y nosotros continuaremos con nuestras cenas como quien no quiere la cosa.
Juan Nadie
Muy bueno
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