El ultranacionalismo españolista no sólo tiene mucho de cavernario, sino que además parece comportarse como un cáncer que consume al país por dentro. Un cáncer que, con el desafío independentista catalán, se está extendiendo cada vez más.
Estos días los medios hispánicos no paran de hablar de otra cosa, con el 27 de septiembre ya a la vista es sin duda el tema superestrella de la semana, ya lo venía siendo desde mucho antes. Cataluña amenaza con la independencia, no paran de repetirnos a modo de apocalíptica profecía, y si ello llegara a materializarse se desencadenarían todo tipo de desastres. La economía se hundiría, la pertinaz sequía asolaría las tierras de España, los turistas e inversores extranjeros huirían despavoridos, la tierra se abriría tragándose a los más incautos y las hordas de Satán surgirían para sembrar el terror y la muerte. Una y otra vez no paran de insistir en lo mentirosos, miserables, traicioneros y malvados que son Mas y su camarilla de separatistas, en lo manipulados que están TV3 y otros medios controlados por el gobierno de la Generalitat, en la "falta de libertad de expresión" que se respira en Cataluña casi como si se estuviera convirtiendo en Venezuela (¡¡¡noooo, el infierno bolivariano llama a nuestras puertas!!!) y en lo mucho que sufren "los buenos españoles" que habitan por aquellas tierras, viendo como se los persigue cual cristianos en tiempos del Imperio Romano por defender la única patria verdadera, sagrada e indisoluble. En un clima como este no es de extrañar que un tal Antonio Cañizares, arzobispo de Valencia por la gracia de Dios, haya realizado un llamamiento para "orar por España y su unidad". Pero quienes tanto se desgañitan ante las ambiciones del nacionalismo catalán, utilizando ese mismo término, nacionalismo, de forma abiertamente despectiva, parecen no ver que ellos mismos son tanto o más nacionalistas, por no decir ultranacionalistas. La diferencia en su caso estriba en que son, y siempre han sido, acérrimos defensores del nacionalismo españolista más fanático y cavernario.
No voy a defender aquí al señor Artur Mas ni a su particular proyecto independentista, entre otras cosas porque en todos estos años se ha dedicado a hacer exactamente lo mismo que los gobiernos de Zapatero y Rajoy en tiempo de crisis. A saber, aplicar sin miramientos el rodillo de la austeridad por orden de la Troika, desmantelando servicios públicos a diestro y siniestro, imponiendo políticas que sólo han conseguido aumentar el desempleo y la brecha social entre una élite privilegiada y la inmensa mayoría de la ciudadanía, extendiendo la pobreza y reprimiendo con dureza las protestas sociales en contra de sus actuaciones al respecto (no en balde los mossos d´esquadra, la policía autonómica, se han ganado la fama que se han ganado - recomendable ver el documental Ciutat Morta -). Los vicios y miserias de Cataluña son casi exactamente los mismos que los de España en su conjunto. Oligarquías corruptas que se aferran al poder tejiendo a su alrededor redes clientelares para blindar su estatus, una democracia limitada, gobiernos con escasa sensibilidad social que prefieren favorecer los intereses del gran capital y las corporaciones trasnacionales, unos medios de comunicación excesivamente próximos al poder y así un largo etcétera. El partido del señor Mas, la CDC, pertenece al espectro político democristiano, conservador y neoliberal, exactamente lo mismo una vez más que el PP o la nueva formación estrella de la Derecha, Ciudadanos (con la salvedad de que estos últimos quizá sean algo más laicos). A la hora de la verdad, y por muy independentistas que sean, irán a defender idénticos intereses que las derechas españolas: el TTIP, las privatizaciones en el sector público, más recortes y los rescates al sector financiero con dinero de todos los contribuyentes (poniendo escusas que otros han empleado antes, aquello de too big to fail, "demasiado grande para caer"). Con semejante bagaje sorprende todavía más que un partido con una larga tradición izquierdista, como es ERC, se haya entregado en brazos de Mas de semejante manera, sólo por ver cumplido su ansiado sueño de la independencia.
Sin embargo, no comulgar con este proceso hacia una posible independencia, no significa estar de acuerdo con todo el estruendo cavernario que, desde el resto de España y muy especialmente desde Madrid, viene clamando contra todo lo que suene o huela a catalán. En la base de todo subyace, como tantas otras cosas en este país, la actitud inmovilista e intolerante de la derecha nacionalista española, representada por el PP y a la que el PSOE le ha seguido el juego en no pocas ocasiones. Todo empezó allá por el año 2010, cuando el Tribunal Constitucional, controlado por los partidos mayoritarios, tumbó el proyecto del nuevo Estatut catalán. Los precedentes históricos son más que numerosos, pero ese preciso instante fue el pistoletazo de salida de todo el lío que hay montado ahora. Desde entonces la sensación de divorcio entre Cataluña y España no ha dejado de aumentar. Obviamente Mas y compañía han hecho su aportación, pero sin lugar a dudas la reacción al respecto del ultranacionalismo españolista, de una hostilidad casi visceral, ha contribuido y muchísimo a profundizar la fractura. El discurso del miedo y las amenazas, desde la rancia advertencia de "sacar los tanques a la calle", hasta eso de que Cataluña será expulsada de la UE si se independiza y ello traerá todo tipo de calamidades, se ha mezclado con esa visión retrógrada que sigue viendo España como "Una Grande y Libre", un Estado radial, centralizado y donde la periferia ha de subordinarse en todos los aspectos a Madrid. No es de extrañar, el facherío españolista y cavernario siempre ha sido incapaz de ver más allá de sus narices. De ideas cerradas, no pueden aceptar una visión de España y el mundo distinta a la suya, no transigen ni parecen dispuestos a hacerlo en un futuro cercano y todo ha de hacerse como ellos quieren porque, malcriados como están después de ostentar el poder durante tantísimo tiempo, no se han acostumbrado a que les lleven la contraria. Para ellos lo de las autonomías ya fue ceder demasiado.
Es por eso que, desde que comenzó este tira y afloja con la independencia, los ultranacionalistas españoles no han parado de ladrar su odio hacia Cataluña de múltiples formas. Creyéndose educados hay algunos, y algunas, que pretenden zanjar el asunto sentenciando "que Cataluña es España y no hay más que hablar" o "que la independencia es imposible porque va contra la Ley" (y con eso se quedan tan tranquilos). Luego vienen las actitudes prepotentes, el desprecio, los insultos y vete tú a saber qué más. Y claro, el clima enrarecido alimentado por políticos y tertulianos/periodistas/propagandistas oficiales, se ha extendido a la calle exacerbando la hostilidad hacia los catalanes que ya existía en ciertos sectores de la sociedad española. Si antes ya se les tenía manía en unos cuantos lugares debido a sus particulares aspiraciones, ahora ya ni te cuento. Una actitud muy comedida y razonable por parte de quienes promueven todo esto, ¡sí señor! Así seguro que todo se soluciona.
De esta manera, en vez de contener el auge del independentismo, lo único que se ha conseguido es hacerlo mucho más fuerte (ver ¿Por qué crece el independentismo en Cataluña?). Es el clásico efecto de acción-reacción, cada vez que un político o un vocero a sueldo (ya sea de El Mundo, La Razón o incluso El País) abre la boca para volver a despotricar en contra de Mas y los independentistas catalanes, éstos últimos se multiplican como las setas en el bosque después de las lluvias otoñales. Casi deben de estar rezando para que los ultranacionalistas españoles continúen como hasta ahora. La hostilidad e intransigencia de una de las partes no hace sino incrementar la hostilidad y deseos de ruptura de la otra y en esta espiral descendente de incomprensión mutua cada vez se hace más difícil llegar a un acuerdo de mínimos. Y se hará difícil no porque los responsables políticos de turno sean capaces de alcanzarlo para salvar sus carreras y su prestigio, sino porque la ciudadanía, en especial una parte nada despreciable de la catalana, parece haber emprendido un camino de no retorno. Como bien dice Henry de Lagueire, escritor y corresponsal en Barcelona de la radio gala Europe 1, y que ya lleva varios años siguiendo todo el proceso, "...en algunos lugares la gente ya se ha marchado, sus cabezas ya no forman parte de España". Y mientras tanto en Madrid siguen a la suya, como esas figuras de los monos orientales que ni ven, ni escuchan y tampoco quieren entender nada. Continuarán retorciendo la realidad para adaptarla a sus intereses, aunque eso suponga hacer el ridículo incluso delante de toda Europa (ver la interesada corrección de las declariones de Juncker en relación a la salida de Cataluña de la UE). Continuarán emponzoñando el ambiente y extendiendo el cáncer de la división y el enfrentamiento. Y por supuesto continuarán con su campaña cavernaria, con iniciativas tales como la plataforma Libres e Iguales, que reúne a representantes del PP y Ciudadanos con personajes tales como Jiménez Losantos, Carlos Herrera, Joaquín Leguina o Albert Boadella. Unos y otros seguirán demonizando el nacionalismo catalán, sin querer admitir abiertamente que ellos son más nacionalistas incluso que el señor Mas, el señor Jonqueras o los miembros de la CUP. Que lo suyo sea el españolismo no supone ninguna diferencia ¿Quién está fomentando más la ruptura del país?
Al final de todo da la impresión de que, no es que los catalanes quieran independizarse, más bien es que los estamos echando de España. Empezamos a echarlos cuando no se aceptó la realidad plurinacional del Estado, más tarde cuando se les negó tajantemente el simple derecho a decidir su futuro y el modo en que querían relacionarse con el resto de España (pues en principio sólo se trataba de eso, de tener un derecho reconocido) y finalmente con todo lo que se ha desatado en los últimos tiempos. Y que el ultranacionalismo españolista no se haga ilusiones, pase lo que pase el próximo domingo, esto no se detiene. No se detendrá por mucho que se aborte a la fuerza la intentona independentista que despunta en el horizonte, no se detendrá aun cuando se procese y encarcele a los responsables del proceso y no se detendría incluso aunque el facherío llene Cataluña de fosas comunes repletas de independentistas fusilados (Franco ya lo hizo y mira los resultados). Esto no tiene nada que ver con Mas y compañía, tiene que ver con toda una historia de agravios e incomprensión que ya dura varios siglos, y también con el sentimiento anidado en la mente y el corazón de muchos catalanes. Sabiendo esto que nadie espere que, si este pulso fracasa, las cosas vayan a cambiar como por arte de magia. En Cataluña, y también en Euskadi (otro de esos temas pendientes y de difícil solución), continuarán cagándose en el Rey, la bandera y el himno de España; tan simple como que nunca los han sentido como símbolos propios, sino como algo impuesto a veces de la peor forma posible. Con la llegada de la democracia se podrían haber hecho las cosas de una forma distinta, no forzarlo todo hasta este extremo, pero ya sabemos quién mantuvo la sartén por el mango con la ayuda de la alargada sombra del Ejército.
Finalmente me gustaría decir que, quien ande preocupado por las implicaciones económicas de todo este follón, que no se angustie demasiado si ve peligrar algún buen negocio. Tengo la impresión que las élites económicas de Madrid y Barcelona se van a seguir entendiendo a la perfección, haya independencia o no, entre ellas y también con el resto del capital internacional. El dinero no entiende de fronteras o nacionalismos, lo suyo es pasar por encima de todo eso.
El último de la clase
No hay comentarios:
Deja un comentario Tu opinión interesa
Comentarios sujetos a criterios de moderación.