Eurasianismo, la Cuarta Teoría Política y la "Nueva Derecha" europea

El eurasianismo fue un movimiento político e ideológico surgido entre los intelectuales rusos exiliados tras la revolución bolchevique. En los últimos tiempos una versión modernizada y convenientemente adaptada de dicho movimiento ha cobrado gran fuerza en Rusia, patrocinada por Vladimir Putin y el resto de la élite gobernante. No obstante más allá de sus fronteras el eurasianismo también se ha expandido, influenciando a movimientos políticos europeos de corte marcadamente nacionalista y ultraconservador.


Aleksandr Dugin, principal ideólogo del neo-eurasianismo,
durante un mitín político. 
         Durante la década de los años veinte del pasado siglo intelectuales rusos afincados en ciudades europeas como Viena, París o Praga, desarrollaron una nueva corriente ideológica que denominaron "eurasianismo". Huidos del caos, las purgas políticas y la miseria surgidos tras la revolución bolchevique y la posterior guerra civil, estos hombres trataban de reubicar a su querida Rusia natal, de la que no habían tenido más remedio que exiliarse, en el nuevo orden geopolítico establecido en el periodo de entreguerras. Desaparecidos los viejos imperios como el zarista, se hacía necesario reivindicar un nuevo escenario en el que Rusia debía encontrar su lugar como la gran potencia histórica que había sido. No se trataba tanto de renunciar a la herencia europea del país como de volver la mirada hacia sus raíces asiáticas, aquellas que lo conectaban con los jázaros, los mongoles, los tártaros y otros tantos pueblos procedentes de las inmensidades de aquel vasto continente. En ese sentido Rusia no era ni europea ni asiática, era más bien una civilización aparte, con señas de identidad propias y claramente distinguibles, que no sólo debía actuar como puente de unión entre ambos mundos (Oriente y Occidente), sino que además estaba destinada a ocupar un papel central en el devenir de ambos. En resumen, no se trataba de otra cosa más que de colocar a Rusia en la cúspide de la supremacía mundial, como garante de las instituciones tradicionales y la fe verdadera, frente a la "degeneración liberal" del eje anglosajón representado por Estados Unidos y el Reino Unido, que está dispuesto a imponer por la fuerza su dominio en todo el mundo.
     
           Tras la caída de la Unión Soviética el eurasianismo, una corriente más bien marginal durante la mayor parte del siglo XX, encontrará no obstante una oportunidad para encontrar su lugar. En el nuevo orden global surgido tras el fin de la Guerra Fría Rusia afrontaba innumerables desafíos. La desintegración del bloque comunista no solo la sumió en una profunda crisis económica, institucional y social, que amenazaba incluso con hacer saltar por los aires lo que todavía quedaba de la superpotencia en un conflicto civil, sino también identitaria. La independencia de las repúblicas ex soviéticas redefinió las fronteras tradicionales hasta tal punto que muchos rusos perdieron la perspectiva que siempre habían tenido de su patria, un imperio que amalgamaba a otros muchos pueblos en su seno (lituanos, ucranianos, armenios, georgianos, cosacos, kazajos...). Este vacío, este no saber muy bien cuál debía ser la nueva identidad rusa, ha terminado siendo ocupado en buena medida por un eurasianismo reformado y adaptado a los nuevos tiempos. En ese sentido ya podemos hablar de neo-eurasianismo.

           ¿Qué características definen al neo-eurasianismo? En primer lugar tenemos a Estados Unidos, el gran enemigo heredado de la época soviética. La era de la supremacía norteamericana iniciada a partir de la década de los noventa hizo realidad muchos de los temores que albergaban los rusos más nacionalistas. La OTAN no respetó los acuerdos tácitos alcanzados al concluir la Guerra Fría y, tras unos años de impasse, inició una ambiciosa maniobra envolvente con el objetivo de aislar a Rusia, no sólo políticamente, sino también tratando de controlar su acceso a recursos naturales estratégicos en Oriente Medio y Asia Central. El despliegue en el Golfo Pérsico, las intervenciones en Bosnia, Kosovo, Irak, Afganistán y, más recientemente, los conflictos en Siria y Ucrania, así como la expansión de la Alianza Atlántica hacia el este de Europa con la inclusión como estados miembros de algunos países que pertenecieron a la órbita soviética, no serían más que las sucesivas etapas de dicha estrategia. El objetivo final sería "abatir al oso ruso" definitivamente, para así terminar controlando por completo esa porción del globo. Las desmedidas ambiciones expansionistas de Estados Unidos, nacidas de ese sentimiento de triunfalismo surgido tras la "victoria" en la Guerra Fría, chocan frontalmente con las aspiraciones del nacionalismo ruso de preservar una nación poderosa, próspera, con proyección internacional y libre de toda injerencia externa.

Manifestantes enarbolando banderas del movimiento eurasianista
durante una concentración en la región rebelde del Donbass (este
de Ucrania).
           En ese antagonismo con Estados Unidos y el mundo anglosajón, el neo-eurasianismo encuentra muchas de las claves de su discurso. Frente al modelo del capitalismo neoliberal, que persigue el desmantelamiento de todo el sector público y las privatizaciones sin ningún tipo de restricción, defiende un Estado fuerte y marcadamente centralizado que controle los sectores estratégicos de la economía al más puro estilo soviético, pero sin negar la existencia de la iniciativa privada. Frente al "liberalismo" de la cultura norteamericana en particular, y anglosajona en general, que se muestra como decadente, atea, materialista y superficial, donde priman el individualismo y la perversión moral, los eurasianistas defienden el regreso a los valores tradicionales de la cultura que consideran propia; familia, religión (en este caso la ortodoxia rusa), patria y defensa de la Tradición, han de ser los pilares en torno a los que se han de estructurar las vidas de individuos y comunidades. Por último frente al orden geopolítico que trata de imponer Estados Unidos, un eje que pasa por el Atlántico (con Norteamérica a un lado y la Unión Europea al otro) y en torno al cual han de girar el resto de naciones, esta doctrina defiende la integración de los pueblos de Eurasia en una gran comunidad de países que se convierta en el nuevo centro del poder global. Las "potencias del mar", con anterioridad el Imperio Británico y Estados Unidos en la actualidad, han de dejar paso a este nuevo "imperio continental" que se volcará primero en sus vastos recursos internos para crear más tarde un nuevo orden en el que el multilateralismo, el respeto hacia los respectivos espacios vitales de cada potencia regional, prime sobre el imperialismo norteamericano, que trata de someter a su voluntad al resto de pueblos del planeta. En ese sentido los eurasianistas dicen defender la creación de ese nuevo imperio, pero se definen a sí mismos como antiimperialistas.

             El principal ideólogo del neo-eurasianismo es el historiador y filósofo político moscovita Aleksandr Dugin, que define los fundamentos del movimiento en lo que ha venido a denominar la Cuarta Teoría Política, detallada en su última obra, que precisamente recibe ese mismo nombre. Dugin utiliza este término para contraponer su ideario político con las que él considera que han sido las tres grandes corrientes ideológicas del siglo XX: la democracia liberal anglosajona, el fascismo y el marxismo-leninismo soviético (junto a su versión altamente suavizada, la "Tercera Vía" de la socialdemocracia europea). Todas estas corrientes han quedado obsoletas en el nuevo escenario geopolítico del siglo XXI y, en consecuencia, la Cuarta Teoría Política (el neo-eurasianismo) ha de sustituirlas para conformar un orden naciente en toda Eurasia, desde el Extremo Oriente hasta Europa Occidental. Con el objeto de comenzar la construcción de dicho orden Dugin fundó en 2002 el "Partido Eurasia", que posteriormente pasó a llamarse Movimiento Eurasia, que no sólo incluye entre sus filas a ortodoxos rusos, sino que también busca atraer a seguidores de otras confesiones religiosas (musulmanes, judíos, budistas...). Presuntamente esto ha de demostrar el afán integrador de dicho movimiento.

             Algunos analistas políticos europeos y norteamericanos consideran a Dugin como una especie de iluminado, casi un chiflado imbuido de ideas esotéricas, que ha creado algo así como un "monstruo de Frankenstein" ideológico tomando conceptos de aquí y de allá. Un poco marxismo soviético por un lado, una pizca de fascismo por otro, una buena dosis de ultranacionalismo paneslavo, parte del ideario religioso tradicional de la ortodoxia rusa, ciertas concesiones a las culturas y religiones de Asia (Islam, judaísmo, budismo) y, por supuesto, para amalgamarlo todo el clásico discurso antioccidental y antiimperialista (los Estados Unidos son la madre de todos los males y han de ser combatidos en todos los frentes). Una entrada de la Wikipedia llega incluso a mencionar que Dugin es considerado el "Rasputín de Putin" por ciertos analistas.

             Ya sea un simple chiflado o por contra un filósofo y politólogo serio, cabal y de talento, lo cierto es que Aleksandr Dugin no deja de ser en cierta media un instrumento en manos de aquellos que emplean sus ideas con unos objetivos muy claros. Éstos no son otros que la autocrática oligarquía que ostenta el poder en Rusia, con el todopoderoso Vladimir Putin a la cabeza. Aunque el gran ideólogo del neo-eurasianismo lo niegue, lo cierto es que se trata de alguien muy próximo al Kremlin, que patrocina ampliamente su ideología llevando camino incluso de convertirla en el dogma oficial del Estado. No en balde Putin y sus acólitos han impulsado la llamada Unión Euroasiática, un proyecto de integración económica y unión aduanera que engloba a Rusia, Bielorrusia y Kazakstán y que, en un futuro próximo, espera integrar a otras repúblicas de la antigua esfera soviética. Este nuevo bloque económico nace con la pretensión de oponerse al occidental liderado por Estados Unidos, al que espera dejar completamente fuera de su área de influencia. De hecho todas las maniobras realizadas por el Kremlin en los últimos años casan bastante bien con el ideario eurasianista. El acercamiento cada vez mayor a China, la nueva superpotencia emergente y anterior rival en Asia Central, con la que Rusia ha suscrito recientemente importantísimos acuerdos económicos y de defensa (como el suministro de gas natural por valor de 300.000 millones de euros), entra en el marco de esa aspiración de convertir Eurasia en el nuevo centro del poder mundial. En ese sentido otros acuerdos alcanzados con los países del llamado "grupo de los BRICS", en el que figura la India (la otra gran potencia asiática), van por el mismo camino. De esta manera el recién creado Banco de Desarrollo busca ser el contrapeso de instituciones como el FMI y el Banco Mundial, herramientas de la hegemonía política y económica estadounidense.


            Pero si el eurasianismo y la Cuarta Teoría Política se dejan ver en la política exterior rusa, como un intento de desafiar la supremacía de Estados Unidos e impedir su expansión, también se manifiestan de puertas para dentro en muchos aspectos. El paneslavismo, la idea de que Rusia es la protectora "natural" de todos los pueblos eslavos de Europa y éstos deben integrarse en su seno, es muy anterior al discurso de Dugin. No obstante ahora vuelve a cobrar gran fuerza como mensaje integrador en todo el territorio ruso, así como también en otros países como Serbia o Bulgaria. Pero no nos engañemos, la Cuarta Teoría Política descarta la democracia tal y como aquí la conocemos, al considerarla una ideología "fracasada" como también lo son el fascismo y el marxismo. Esto puede explicar parte de la deriva autoritaria del régimen de Putin, aunque sólo sea por el hecho de que emplee dicha teoría como escusa para ejercer el poder absoluto. También vemos la marca del neo-eurasianismo en los privilegios restaurados a la Iglesia Ortodoxa rusa, uno de los pilares fundamentales que han de sostener la sociedad y garante del arraigado fervor religioso de la población, y en la defensa de los valores "tradicionales". El rechazo frontal a la moral decadente de Occidente se manifiesta asimismo de muchas maneras, por poner un ejemplo basta mencionar la cruzada emprendida por el gobierno contra los colectivos LGTB (de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales, para quien no lo sepa), considerados una aberración implantada desde el exterior que no tiene cabida en Rusia. Cualquier crítica o disidencia interna es vista como un mal que hay que arrancar de raíz para preservar la "pureza" de la identidad rusa. La conocida travesura de tres miembros del colectivo punk feminista Pussy Riot, que el 21 de febrero de 2012 irrumpieron en la Catedral del Cristo Salvador de Moscú para realizar un acto de protesta en contra de las políticas de Putin y la corrupción en el seno de la jerarquía ortodoxa, fue objeto de un castigo verdaderamente desproporcionado como toque de atención para todo aquel que se planteara realizar acciones similares.

            Por ello no hay que olvidar que el respeto a las libertades individuales y los derechos humanos no ocupa un lugar central en el discurso eurasianista, por mucho que se pueda hablar de unas y otros para ofrecer una imagen más amable de cara al público. Bajo el amparo del Kremlin en unos casos, o con su connivencia en otros, han prosperado y prosperan toda suerte de personajes oscuros. Uno de ellos es el actual líder indiscutible de la República de Chechenia con el beneplácito de Putin, Ramzán Kadýrov. Gracias a la contribución de un ejército privado de unos 3.000 hombres a su servicio, los llamados kadýrovtsy, la Federación Rusa recuperó el control de la república caucásica reduciendo el número de efectivos desplegados y sin importar demasiado las innumerables atrocidades que esta fuerza paramilitar cometió durante la guerra. Kadýrov es un auténtico carnicero cuya forma de actuar está mucho más próxima a la de un capo mafioso de la Camorra napolitana o de un cártel mejicano del narcotráfico, que a las maneras propias de un dirigente político, pero eso no impide que siga siendo el "hombre de confianza" del Kremlin en Chechenia. Otro buen ejemplo sería Aleksandr Lukashenko, firme aliado de Moscú y presidente de Bielorrusia desde 1994, pues lleva ganando elecciones sin excesivos problemas desde entonces y ya va por su cuarto mandato consecutivo. Sin ir más lejos en los últimos comicios celebrados en 2011 obtuvo el 79,67% de los votos, lo cual no deja de ser un tanto sospechoso. Muchos analistas consideran a Lukashenko el último dictador de Europa y la situación de los derechos humanos en Bielorrusia es motivo de preocupación de muchas organizaciones y organismos internacionales. De hecho es el único país dentro del Viejo Continente en donde se sigue aplicando la pena de muerte, a excepción por supuesto de la Rusia de Putin.

La "Nueva Derecha" europea y sus flirteos con el Movimiento Eurasia

         Se podría pensar que el neo-eurasianismo es un fenómeno exclusivo del mundo eslavo y que más allá de sus fronteras carece de arraigo alguno. Sin embargo sorprende descubrir que, de un tiempo a esta parte, ciertos sectores de la extrema derecha europea, así como organizaciones afines de carácter marcadamente conservador y ultranacionalista, están basculando hacia Rusia y el discurso eurasianista. Hay elementos comunes entre la Cuarta Teoría Política de Dugin y el ideario de la extrema derecha. Al nacionalismo y la defensa de los valores tradicionales y la religión, se une ahora el rechazo hacia la cultura decadente pregonada desde el mundo anglosajón, donde el materialismo y el consumismo superficial predominan por encima de la familia, la fe y el amor por la patria. Desaparecido el viejo "ogro rojo" del Comunismo el nuevo enemigo a batir son los Estados Unidos y su política imperialista, que humillan a Europa reduciéndola a un estado de intolerable vasallaje. En ese sentido ciertos colectivos ven en la nueva Rusia de Putin un modelo a seguir, donde el resurgir de los sentimientos patrióticos y el fervor religioso, sumados a la firme intención de pararle los pies a Norteamérica y apostar por un orden presumiblemente multipolar, se convertirían en la pauta a aplicar en Europa Occidental.

         Son varios los colectivos del entorno de la extrema derecha que, por toda Europa, se están sumando a esta corriente. Podríamos mencionar a Jobbik, el Movimiento por una Hungría Mejor, una organización ultranacionalista que es actualmente la tercera fuerza política en ese país. También encontramos numerosos simpatizantes del neo-eurasianismo entre los seguidores del partido fascista griego Amanecer Dorado, así como en ciertos elementos ultraderechistas vinculados al Front National francés, en el todavía pequeño grupo italiano Millenium y, ya en España, en el Movimiento Social Republicano (MSR), un partido de extrema derecha fundado en 1999. Todos ellos serían la encarnación de lo que podríamos denominar una "Nueva Derecha" europea, que flirtea con el eurasianismo y su discurso antiestadounidense.

         En el caso español se podría tener la impresión de que los eurasianistas son un grupo bastante marginal, no obstante hay ciertos personajes relativamente influyentes en algunos círculos que defienden estas posturas. Uno de ellos es Sixto Enrique de Borbón, miembro periférico de la Familia Real española y líder del partido carlista Comunión Tradicionalista. En una entrevista publicada en la web Tribulaciones metapolíticas "Don Sixto" expone sus argumentos a favor de un acercamiento a Rusia, país que admira profundamente por el renacer que, a su entender, ha experimentado en lo religioso, lo nacional y lo relativo a la defensa de las tradiciones. En la misma entrevista el citado personaje manifiesta abiertamente su rechazo a la injerencia estadounidense en Europa y a la razón misma de ser de la Unión Europea, a la que califica de "engendro". Pero si hay un medio que está actuando como correa de transmisión de la propaganda del Kremlin en España éste no es otro que el portal de noticias el espía digital. Se trata de una web de análisis internacional en la que participan ex militares y ex miembros de los servicios de inteligencia españoles, además de otros analistas. Sus informaciones con respecto a conflictos como los de Siria, Irak o Ucrania, así como sobre otros temas relacionados con Defensa o geopolítica, gozan de relativo prestigio en determinados sectores críticos con los medios mayoritarios, muy vinculados a los intereses de la élite neoliberal, puesto que reproducen posturas totalmente contrarias a la misma. Tanto es así que medios de izquierdas o claramente opuestos al imperialismo estadounidense han citado en no pocas ocasiones artículos de "el espía digital". Sin embargo si nos paramos a averiguar quiénes son tanto el director (Juan Antonio Aguilar) como algunos de los colaboradores habituales, nos encontramos a elementos del "núcleo duro" de la extrema derecha española. Miembros de organizaciones como Bases Autónomas, la Fundación Francisco Franco, el sindicato ultraderechista Unión Sindical de Trabajadores (UST) o el ya mencionado Movimiento Social Republicano, desfilarán ante nuestros ojos para sorpresa de más de uno.                                                                                                   

espa_oles_en_el_donbas_con_fachas_serbios_y_franceses
En esta foto tomada en algún lugar en las proximidades de Donetsk (región rebelde del Donbass), podemos ver a
voluntarios antifascistas de la Columna Carlos Palomino junto a miembros de la extrema derecha francesa que 
también han acudido a combatir junto a los separatistas prorrusos. La persona que aparece destacada 
en el recuadro es Víctor Lenta, un ex militar de origen colombiano expulsado en 2008 del ejército galo 
por participar, junto a otros ultras, en la quema de una mezquita (Fuente: Euskal Herria Sozialista).
           Hay un lugar que está actuando como campo de pruebas donde el neo-eurasianismo está engrasando sus engranajes de solidaridad internacional. Hablamos del conflicto ucraniano y, más concretamente, de la región rebelde del Donbass, que aspira a convertirse en el estado independiente de Novorrusia (cuando no a unirse a Rusia tal y como ocurrió el pasado marzo con Crimea). El tratamiento dado por los principales medios de comunicación occidentales a lo que sucede en Ucrania resulta alarmante, por lo poco que sabemos de la realidad y lo sesgado y manipulado de la información que nos llega. La supuesta "revolución" del Euromaidán de Kiev, que puso en el poder a un gobierno de emergencia con una clara infiltración de elementos neonazis, no fue más que un golpe de estado patrocinado por la OTAN y financiado por la CIA, además de por algunos de los "dioses" del olimpo de Wall Street como George Soros (un maestro de la especulación financiera capaz de arruinar la economía de un país pero que, en sus ratos libres, juega a ser un filántropo). Es entonces cuando descubrimos que también hay facciones enfrentadas dentro de la extrema derecha. Las hay próximas a las posturas de Estados Unidos y el sionismo internacional (del que el propio George Soros es un exponente), pero también las hay eurasianistas, antisemitas y antiestadounidenses.

           En medio de este lío más de uno puede confundirse y parece que esto es lo que está pasando en el Donbass. Sintiendo la llamada del antiimperialismo jóvenes antifascistas de diferentes partes del mundo corrieron a mostrar su solidaridad internacional, sumándose a la lucha de los rebeldes en el este de Ucrania. Un ejemplo de ello es la Columna Carlos Palomino, compuesta por militantes españoles de extrema izquierda y antisistema. Todo puede parecer muy utópico e idealista, algo así como las Brigadas Internacionales que acudieron a España al estallar la guerra civil en 1936, de no ser por los inquietantes compañeros de armas de estos abnegados voluntarios. Mercenarios chechenos que han estado al servicio de Ramzán Kadýrov (del que ya hemos hablado antes), paramilitares chetniks serbios (conocidos por los numerosos crímenes contra civiles cometidos durante la guerra en la antigua Yugoslavia en la década de los noventa), grupos neonazis rusos como Centuria Negra o el Movimiento Imperial Ruso, las Juventudes Euroasiáticas patrocinadas por el mismísimo Aleksandr Dugin y, cómo no, algunos ultraderechistas europeos procedentes de Hungría, Eslovaquia, Francia o Italia. Esta delirante asociación entre antifascistas y la extrema derecha en el Donbass parece una materialización del ecléctico sueño de Dugin, diferentes pueblos de Eurasia unidos, al margen de diferencias ideológicas, para enfrentar al enemigo común, que no es otro que Estados Unidos y la decadente cultura anglosajona.

           En este mundo cambiante, complejo y a menudo terriblemente confuso, es más fácil de lo que parece dejarse engañar por falsas banderas que prometen cosas que de entrada nos resultan atractivas. El imperialismo estadounidense es ciertamente aborrecible, como bien se ha demostrado en sus criminales intervenciones en Irak o Afganistán o en su apoyo a diferentes dictaduras de América Latina. Sin embargo por mucho que la Rusia de Putin o la China "capicomunista", el gran gigante que se despereza en el Extremo Oriente a la espera de asaltar el podio de la supremacía mundial, repitan una y mil veces que no son imperialistas, no tenemos por qué creer lo que dicen simplemente sin más. Ningún imperio se define a sí mismo como imperialista, Estados Unidos desde luego dice no serlo. El Tío Sam defiende la libertad, la democracia, la civilización y los derechos humanos, si bien a estas alturas cada vez son menos los que se creen semejante sarta de mentiras. Sustituir un orden que consideramos insolidario y terriblemente desigual por otro controlado por una oligarquía autoritaria e igualmente acaparadora, no es la solución. Desde luego hay alternativas, pero estoy convencido que el eurasianismo no es una de ellas.                              

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