El fracaso escolar suele vincularse a la falta de cultura del esfuerzo del alumnado, mientras se apartan del debate público otras causas estructurales como la falta de conciliación de la vida laboral y familiar.
Desde algunos medios se presenta el fracaso escolar como un problema atribuible al profesorado o a la falta de cultura del esfuerzo del alumnado. Se trata de una visión simplista que cala fácilmente en la opinión pública si se la acompaña de descalificaciones polémicas y algún que otro dato seleccionado para la ocasión. El objetivo de esta estrategia no es otro que desviar la atención de los problemas estructurales que se encuentran en la base de esta cuestión, problemas que han sido sistemáticamente ignorados por las autoridades políticas.
La cultura del esfuerzo de un alumno no surge por generación espontánea. Antes bien es el resultado de una acción conjunta de la escuela y la educación recibida en casa, especialmente de ésta, durante los primeros años de escolarización. Para que un niño desarrolle los hábitos de estudio necesarios para prosperar en el sistema educativo es necesario que un adulto lo acompañe discrecionalmente en el estudio durante las horas fuera de la institución educativa. El tiempo que los padres dedican al aprendizaje escolar de sus hijos es crucial para la adquisición de costumbres y actitudes fundamentales para el éxito escolar.
Sin embargo tiempo es lo que falta a la mayoría de padres y madres de este país. Sin entrar en datos estadísticos, basta con que se compare la disponibilidad de los padres actuales con la de hace treinta años. En los 70, por lo general, con el trabajo de uno de los progenitores se pagaba el piso, se criaba a dos hijos y se liberaba al otro progenitor, por norma la madre, que podía así atender el trabajo doméstico y la educación de los hijos. Desde entonces, la evolución del poder adquisitivo real de los asalariados y de las horas de trabajo ha conducido al panorama sociológico que todos conocemos: hoy en día se requiere el trabajo de ambos y sendas jornadas laborales partidas y maratonianas para pagar con grandes dificultades un piso y sacar adelante a una familia media. ¿Quién tiene fuerzas a las 20:30 para atender la delicada y exigente tarea del acompañamiento en el estudio?
De este modo, un gran número de alumnos han ido avanzando en el sistema educativo arrastrando un buen número de carencias debidas a la falta de conciliación de la vida familiar y laboral. Los responsables políticos de la calidad educativa son conscientes de estos problemas, pero prefieren mirar para otro lado y eludir el asunto presentándolo como un problema de falta de esfuerzo. Para ellos esta es la opción óptima porque con este mensaje, difundido por doquier en los medios, consiguen varios objetivos con una sola jugada.
En primer lugar, culpando del fracaso escolar al profesorado, al alumnado y a los padres, los "gestores de paso" lanzan balones fuera con la esperanza de minimizar el coste electoral que supondría que su negligencia fuera públicamente anunciada y difundida. En segundo lugar, esta estrategia les ha permitido hasta ahora ganar tiempo en la poltrona y seguir sin enfrentarse a los grandes poderes fácticos, los verdaderos responsables de que en España, y otros países de la OCDE, los padres no dispongan de tiempo suficiente que brindar a sus hijos. Y, por último, la atribución del fracaso escolar a la falta de esfuerzo ha creado un estado de opinión favorable al incremento de las medidas educativas de corte disciplinario, dirigidas a potenciar la docilidad del alumnado, los súbditos, perdón "ciudadanos", del futuro.
Ramón F
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