En USA y Europa la globalización y el neoliberalismo están minando las bases de la solidaridad humana y la cohesión social.
La globalización económica ha difuminado las fronteras de los obsoletos estados-nación, convirtiendo el mundo en un espacio abierto y sin trabas para el flujo de capitales. Esta libre circulación de las inversiones está configurando una nueva realidad sociológica a nivel mundial, globalizando la pobreza entre la antigua clase media de los países desarrollados. Al mismo tiempo, el objetivo político de redistribuir la riqueza mediante una política fiscal de protección social ha quedado suspendido por la imposición del modelo neoliberal. Cada vez más debilitado por la consigna de reducir el gasto público, el estado social carece de medios para mantener a raya las crecientes desigualdades socio-económicas derivadas del juego capitalista.
Con ello, el paisaje sociológico de los decadentes estados del bienestar avanza ahora hacia un espacio en el que las disparidades económicas entre los habitantes sea la tónica. Si nos fijamos en países que iniciaron esta andadura algunas décadas atrás, tendremos cierta idea del destino que podría esperarnos en Europa.
Hace unos cuarenta años la deslocalización de la industria estadounidense y el tránsito hacia la globalización comportó el despido de millones de trabajadores, desechados por irrecuperables, pues la nueva economía se basaría en los servicios de conocimiento y análisis y en la reducción del factor trabajo mediante el uso de la tecnología. Pese a que el clima aconsejaba una mejora sustancial de las medidas de protección social para evitar la inseguridad derivada de la coexistencia en un mismo territorio de sectores de población muy desiguales en número y en recursos económicos, sucedió más bien lo contrario: la progresividad fiscal retrocedió y se impuso un modelo insolidario de financiación de los servicios públicos.
El estado federal central transfirió buena parte de sus competencias fiscales y responsabilidades sociales a los estados y gobiernos locales, fomentando así una diferenciación de la calidad de los servicios públicos en función de los niveles de renta de los habitantes de las distintas localidades. Esta descentralización radical de la recaudación fiscal y la inversión pública incrementó a su vez la notable desigualdad socio-económica ya existente, acrecentando el clima de hostilidad entre compatriotas. Sin embargo, los trabajadores analistas simbólicos (abogados, financieros, ingenieros, publicistas...) integrados en la nueva economía global y sobradamente provistos de recursos propios para permitirse los mejores colegios y hospitales, se beneficiaron de la reducción impositiva impulsada por sucesivos gobiernos. Afincados en zonas exquisitas del territorio, frecuentemente dotadas de servicios de seguridad privados, celebraron las recetas de descentralización fiscal como una oportunidad para obtener el mayor rendimiento personal del pago de impuestos.
La financiación local de las escuelas públicas en USA es un claro ejemplo de este modelo destructor de la
cohesión social. Mientras los ciudadanos con rentas más altas se agrupan en barrios selectos, los estadounidenses más pobres se concentran en zonas deprimidas, que en ocasiones se encuentran a escasos kilómetros de aquéllas, separadas por un autopista o un triste descampado. Con la descentralización fiscal cada una de estas zonas debe costear sus propios servicios públicos. Dado que las escuelas se financian con los impuestos y aportaciones locales, la parte de los ingresos que los ciudadanos ricos destina a servicios públicos educativos recae directamente en las escuelas de sus hijos, generándose así una desigualdad endémica entre la calidad educativa de ciudadanos pobres y ricos. La dinámica subyacente apunta hacia una disolución peligrosa de los valores morales que permiten la vida pacífica en sociedad, como si el destino individual fuera absolutamente independiente de la suerte del colectivo.
La profundización de las desigualdades económicas y la disolución del estado social han conducido a la formación de guetos, la segregación de ricos y pobres en un mismo territorio geográfico, el aumento de la inseguridad y de la incivilizada arbitrariedad de los servicios de seguridad privada contratados por las urbanizaciones de americanos adinerados para defender sus propiedades. La globalización neoliberal parece dirigirse hacia la liquidación de los estados y las sociedades, transformadas en territorios donde coexisten individuos todavía unidos por símbolos comunes, tradiciones y un sentimiento compartido de pertenencia a una nación, pero separados por la injusticia social, el odio y la violencia sobrevenidos por la extinción de las bases solidarias de la cultura y la reducción del estado a su mínima expresión: la de mantener los derechos de propiedad mediante el uso de la fuerza.
Samuel R
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