El resentimiento y la envidia nos conducen fácilmente al autoengaño, alejándonos de una visión equilibrada y realista de nuestras limitaciones.
Entre nuestras emociones la envidia posee un particular
poder de perturbación. Si bien es cierto que forma parte del acervo sentimental
humano, no lo es menos que la sociedad actual la alimenta con un sistema de
valores basado en la competencia. Por ello, la incidencia de la envidia en
nuestro día a día emocional puede llegar a ser frecuente y debemos aprender a
conocer esta emoción para paliar los efectos negativos que ejerce sobre nuestro bienestar.
Hoy queremos dedicar una breve reflexión a un aspecto
concreto de la envidia, una sensación que suele ir asociada a ésta: la
satisfacción ante el fracaso ajeno. Tras este estado mental de resentimiento
suele encontrarse una sensación de impotencia que en algunos casos incluso pasa
desapercibida para la persona que está experimentándola.
Cuando advertimos que no podemos cambiar el curso de los
acontecimientos, que lo que sucede no nos gusta y no conseguimos resignarnos y
convivir con esa situación insatisfactoria, puede surgir fácilmente el
resentimiento como un mecanismo del ego para mantener alta la imagen que
proyectamos a los demás. Nos sentimos frustrados por no tener o ser eso que
tanto se valora y el siguiente paso al que nos puede empujar este resentimiento
es a subestimar, menospreciar o degradar el valor de aquello que no se puede
ser o tener. La esencia de este aspecto del resentimiento queda perfectamente
retratada en la moraleja de la fábula de Esopo "El zorro y las uvas".
Si las uvas quedan fuera del alcance del zorro, éste pasa a menospreciarlas y
se autoengaña calificándolas de verdes.
La dinámica psicológica que observamos aquí tiene el efecto de ocultarnos a nosotros mismos nuestras limitaciones: "no es que no
pueda conseguir eso, es que eso no vale la pena". Esta misma dinámica está
en la base de la satisfacción ante el fracaso ajeno, porque éste resta
trascendencia a nuestro propio fracaso. Cuando el resentimiento nos lleva a
alegrarnos por las desgracias de los otros, sucede que en el fondo celebramos
no estar solos en la desgracia. Aunque el refrán rece "mal de muchos
consuelo de tontos", cuando otros fracasan en lo mismo que nosotros todos solemos experimentar cierto alivio sin que importe nuestro cociente intelectual. De hecho, el resentimiento y la envidia
asociados a la frustración desearían que todos fracasaran en eso mismo, puesto
que de este modo no veríamos nuestro fracaso como un límite personal, sino como
un límite de todos, de la especie humana en su conjunto, y por tanto como algo
humanamente imposible de conseguir. Otro autoengaño piadoso.
Como decíamos al principio, en estos sentimientos juega un
papel central la competitividad. El gusto personal por competir o la necesidad
socialmente impuesta, puede fomentar colateralmente la obsesión por ganar y la intolerancia a la frustración cuando se pierde. La relevancia
de la rivalidad para explicar la envidia y el resentimiento se observa claramente en los casos contrarios, allí donde raramente surgen estos sentimientos. ¿Qué sucede, por ejemplo, cuando
dos amigos fracasan en el mismo objetivo? Esta circunstancia suele fortalecer
su amistad no sólo porque comparten una misma experiencia de la que pueden
aprender a través del diálogo, sino principalmente porque el fracaso de ambos
los deja en pie de igualdad, sin que ninguno sobresalga a la vista del otro.
Javier de la Isla.
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