El poder de la ignorancia

No hay que subestimar el poder de la ignorancia. Empleada de forma malintencionada, la brecha que separa el conocimiento científico del ciudadano corriente y escasamente formado puede amenazar e incluso destruir muchas de las conquistas de nuestro progreso.


           Lo que sigue es un fragmento extraído del libro Orígenes (Origins, W.W. Norton - 2004), escrito de forma conjunta por el astrofísico Neil deGrasee Tyson y el escritor y divulgador científico Donald Goldsmith. En él se recogen los resultados de un experimento realizado en 1997 por el entonces brillante estudiante Nathan Zohner, de catorce años de edad, del instituto Eagle Rock Junior de Idaho. Durante el trascurso de un concurso científico Zohner invitó a los asistentes a firmar una petición para que se limitara en extremo o incluso se prohibiera el uso y distribución del monóxido de dihidrógeno, un compuesto químico inodoro e incoloro que, entre otras, presentaba las siguientes propiedades:

  • Es un componente importante de la lluvia ácida.
  • A la larga disuelve casi cualquier cosa con la que establezca contacto.
  • Si se inhala de manera fortuita, puede llegar a matar.
  • En estado gaseoso puede provocar quemaduras graves.
  • Se ha observado en tumores de pacientes con cáncer terminal.
         
          Cualquier persona con un mínimo de formación al respecto, percibirá de inmediato que el monóxido de dihidrógeno es una molécula compuesta por un átomo de oxígeno y dos de hidrógeno, a saber, lo que todo hijo de vecino conoce como agua corriente y moliente. Pues bien, ignorantes de los estándares internacionales establecidos por la formulación química para nombrar de forma coherente todo compuesto en función de los átomos que lo componen, no pocos de los que acudieron al concurso científico como meros espectadores se aprestaron, visiblemente indignados, a firmar la petición distribuida por el joven y avispado Zohner. Cuarenta y tres de cincuenta para ser exactos. De esta manera creían sumarse a una campaña que prohibiría y retiraría del medio ambiente tan peligrosa sustancia, componente esencial de la lluvia ácida, letal en caso de ser inhalada en cantidad suficiente y, por supuesto, presente en los tumores cancerígenos más virulentos.

           Nada de lo expuesto anteriormente en relación a las propiedades del monóxido de dihidrógeno (osea, el agua) es falso. A lo largo de la historia son innumerables las personas que han perecido por el hecho de que el agua entrara en sus pulmones y los llenara, es decir, por ahogamiento. Es también un disolvente universal al tener capacidad de reaccionar con infinidad de compuestos y, como la lluvia es esencialmente agua cayendo del cielo como todos sabemos, es el principal componente de la lluvia ácida (algo tan obvio como decir que todas las personas de este planeta son humanas, aunque puede que haya excepciones). Por último resulta igualmente obvio que en todos los tumores, ya sean benignos o malignos, podemos encontrar grandes cantidades de agua, pues ésta es el elemento mayoritario de todos los tejidos y, por extensión, de todo ser vivo. A nadie se le escapa que el agua es indispensable para la vida, tanto en este mundo como posiblemente en otros muchos, y no podríamos subsistir sin ella ni tan siquiera unos días. Por ese motivo nadie en su sano juicio exigiría que se la hiciera desaparecer por completo de la faz de la Tierra por los riesgos potenciales que acarrea, pero claro, aquellos asistentes al congreso científico organizado por el instituto Eagle Rock Junior no sabían que era agua de lo que hablaba la petición. Tan solo se quedaron con un nombre que sonaba raro a sus oídos, poco acostumbrados por otra parte a la jerga de la formulación química.

           El ejemplo de este experimento planteado por aquel estudiante de Idaho ilustra muy bien los problemas relativos a la divulgación de la Ciencia y sus aspectos en la sociedad. La ignorancia de muchas personas con respecto a numerosos temas científicos, o simplemente a la propia terminología, se presta a que sean víctimas de una manipulación malintencionada. Lo del joven Zohner con el agua no fue más que una broma ingeniosa para ponerlo en evidencia, y se podrían poner muchos más ejemplos de ese tipo. Tal y como reza la ilustración que aparece más arriba de estas líneas, muchos peligrosos violadores, traficantes de drogas y asesinos en serie reconocen haber consumido habitualmente monóxido de dihidrógeno. Una vez más, para alguien que no sepa muy bien de qué estamos hablando, la frase anterior presentada así, totalmente fuera de otro contexto, da a entender que el consumo de dicho compuesto induce comportamientos violentos y delictivos en las personas, por lo que sería mejor prohibirlo. La conclusión razonable no obstante es que los criminales más peligrosos también beben agua como todo el mundo, aunque solo sea porque, nuevamente, el líquido elemento sea el componente mayoritario en muchas bebidas alcohólicas.

           El problema de la ignorancia o el desinterés en relación a los temas científicos es algo casi transversal en nuestra sociedad, especialmente entre los estratos más bajos de la misma. No es necesario que sepas que, según la nomenclatura del Sistema Químico internacional, monóxido de dihidrógeno es el nombre dado para el agua. Pero cualquiera que haya mostrado un mínimo de interés por estos temas o recibido una educación adecuada al respecto, entenderá en seguida de qué compuesto estamos hablando ¿Quién no ha oído alguna vez que el agua son dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno, aquello de H2O? Y este desconocimiento podría entenderse en una sociedad eminentemente agrícola o preindustrial, pero resulta especialmente llamativo en la nuestra, pues vivimos rodeados de todo tipo de avances técnicos que han sido posibles gracias al progreso de la Ciencia. Seguramente muchos de entre los millones de usuarios de los GPS, o de aquellos que pasan largas horas delante de un televisor viendo lo que sea, ignoran que esas cosas tan importantes para sus vidas sólo son posibles gracias a las leyes formuladas por Newton cientos de años atrás o a la física relativista desarrollada por Einstein a principios del siglo XX. Sin esas aportaciones no habría satélites de telecomunicaciones orbitando a gran altura sobre nuestras cabezas y ya podríamos olvidarnos de muchas retransmisiones de eventos que tienen lugar al otro lado del mundo o de esa vocecita que, dentro de nuestros coches, nos indica por dónde debemos girar en la próxima salida para llegar a nuestro destino. Del mismo modo ningún fanático de los ordenadores, los videojuegos, las tablets, los smartphones y otros muchos dispositivos electrónicos, podría disfrutar de esas maravillas de no ser por un grupo de osados físicos que, en la década de los años veinte del pasado siglo, empezaron a desarrollar las teorías cuánticas para explicar el insólito comportamiento de la materia en sus escalas más minúsculas, teorías que precedieron a los posteriores avances en la electrónica y la informática. Puede que no sepas absolutamente nada de Mecánica Cuántica, puede incluso que jamás hayas oído esa expresión, pero sin ella no podrías pasar el día enviado mensajitos, fotos y vídeos tontos con tu flamante móvil de última generación.

          Y lo dicho anteriormente es igualmente válido en casi todos los demás aspectos de nuestra vida. La Ciencia está presente a cada momento, en los alimentos que comemos, los tratamientos médicos que recibimos, los medios de trasporte que empleamos.... Nada de eso existiría de no ser por la investigación y los desarrollos tecnológicos subsiguientes. Hay aspectos negativos, por supuesto, de la misma manera que la religión o la política también los tienen. Muchos se opondrán a la energía nuclear, obviamente por los riesgos y problemas medioambientales que acarrea, así como por la aterradora amenaza de las armas de destrucción masiva, pero olvidan que gracias a dicha energía la vida es posible en este planeta. El Sol es un descomunal reactor natural accionado por explosiones termonucleares que son la fuente de la luz y el calor que emite y la Tierra es un planeta vivo, entre otras cosas, gracias al intenso calor remanente de su núcleo, que se mantiene en parte gracias a las desintegraciones radiactivas de ciertos elementos pesados que contiene. El conocimiento, y también los fenómenos que éste saca a la luz, siempre son algo positivo por cuanto nos ayudan a entender mejor aquello que nos rodea. Otra cosa muy distinta es que determinados individuos o colectivos los aprovechen en su propio beneficio o para dañar a sus semejantes, del mismo modo que pueden usar ciertos dogmas religiosos o ideológicos con idénticos fines.

          A pesar de ello la Ciencia es a menudo despreciada o cuanto menos ninguneada por determinados sectores de la sociedad, que desconfían o no se sienten identificados con ella al percibirla como algo lejano e incluso difícilmente comprensible. Una inmensa mayoría conoce a la perfección a personajes tales como la difunta duquesa Cayetana de Alba, a Sandro Rey, Carmen Lomana o a la superestrella del fútbol Cristiano Ronaldo. Sabemos quiénes son aun cuando ninguno de ellos haya aportado nada especialmente importante en beneficio de la humanidad, ni a buen seguro vaya a aportarlo jamás. Puede que una fuera la aristócrata con mayor número de títulos nobiliarios del planeta, títulos que no obtuvo por méritos propios, sino que le fueron otorgados de nacimiento (la inmensa suerte de haber venido al mundo saliendo a través de una muy exclusiva vagina). También puede que otro sea un as en eso de darle patadas a un balón y en marcar un montón de goles. No obstante y como decía, ninguno de ellos y de otros muchos a los que comúnmente denominamos "famosos", hará nada especialmente memorable, todo lo más se preocuparán muchísimo por acaparar riqueza y llevar una forma de vida lo más opulenta posible. Aun así son aclamados y admirados por las multitudes, aunque el que aquí escribe no alcance a comprender muy bien por qué. Por contra esas mismas multitudes apenas sí habrán oído hablar de figuras clave de la historia de la Ciencia como Johannes Kepler, Michael Faraday, Nikola Tesla, Cecilia Helena Payne, Niels Bohr o Rosalind Franklin. No conocerán sus nombres y sin embargo, de no ser por todos estos hombres y mujeres, sus vidas serían por completo distintas a como ahora son.

         En lugar de asomarse al conocimiento muchos prefieren la ignorancia. La ignorancia resulta más cómoda, amalgama a la masa haciéndonos a todos iguales, así somos aceptados y no nos señalan. En la exitosa sitcom (comedia de situación) The Big Bang Theory los protagonistas son unos brillantes científicos, presentados asimismo como una panda de "raritos" por sus gustos y aficiones, que crecieron atormentados por el acoso de los abusones del colegio y el instituto, que se cebaban en ellos por ser los primeros de la clase y sacar excelentes notas. Casi como si ser inteligente fuese algo malo, una especie de tara, que hay que ocultar a toda costa para no ser foco de hostilidades. En contraposición a ellos tenemos al personaje de Penny, la bella vecina que en sus años de estudio fue una de las chicas "populares" del instituto, si bien dicho personaje puede considerarse en muchos aspectos la versión yanqui de lo que aquí llamaríamos una "choni" (inculta, ciertamente promiscua, un tanto aficionada a la bebida y algo vulgar). Estos estereotipos se repiten muy a menudo en todo tipo de series y películas, los listos han de ser de una manera y los no tan listos de otra. Un formato simplificado que se nos vende y termina interiorizado, pues los tópicos y estereotipos se fijan al subconsciente de forma muy efectiva por su fuerte componente emocional. En realidad la inmensa mayoría de cientificos son personas por completo corrientes, con sus familias e hijos, también con sus preocupaciones cotidianas como cualquier otro ciudadano de a pie, su trabajo tal vez no lo sea pero eso no supone ninguna diferencia relevante. En cambio preferimos quedarnos con el prototipo del bicho raro o el loco inadaptado que trabaja a escondidas en un oscuro sótano rodeado de extraños cachivaches.

          Por ese motivo la mayoría se siente mucho más identificada con los ignorantes, bien porque le complace reírse de ellos, bien porque se ve reflejado en su imagen. Parece que nos interesa mucho más lo que pueda hacer o decir el orondo hijo de una famosa tonadillera, o la desmejorada ex mujer de un torero, que lo que puede desvelarnos un investigador que lleva años trabajando en un determinado descubrimiento, cuando precisamente los dos primeros poco saben lo que es trabajar de verdad. El hijo de la tonadillera y la ex mujer del torero nos resultan más próximos y familiares y, además, podemos burlarnos de ellos y criticarlos cuando salen en la pequeña pantalla, si bien ellos viven mejor que quieren por ese mismo motivo. Muchos de los que tanto se divierten con esa clase de programas asegurarán que lo que hace un científico es mucho más importante e interesante, pero no tardarán en huir de esos temas cuando los vean venir, regresando a la comodidad de las conversaciones sobre fútbol o cotilleos televisivos. Y a decir verdad también son muchos los que sueñan con llegar a ser grandes deportistas, chefs de éxito (otra de las singulares fiebres de nuestro tiempo) o simplemente famosos de esos que no se sabe muy bien lo que hacen, pero que aparecen en todas partes. No obstante no serán tantos los que aspiren a ser excelentes investigadores.

        Tal y como decía un personaje de una conocida película de ciencia ficción "la ignorancia es la felicidad". También es poder en manos de determinados grupos. Hay un fenómeno en nuestra sociedad de apariencia y espectáculo que me llama mucho la atención. Existe una élite de eso que se viene a llamar la "alta sociedad", aristócratas y otros que nacieron en el seno de familias acaudaladas y que en consecuencia han vivido rodeados de todo tipo de lujos y jamás tuvieron preocupaciones para llegar a fin de mes. En muchos casos no sabemos realmente en qué trabajan, si es que en verdad trabajan, pero se prodigan en todo tipo de fiestas de alto copete, eventos exclusivos, grandes acontecimientos deportivos y paraísos vacacionales al alcance de unos pocos. Da la impresión de que esta gente siempre se está divirtiendo y la llamada "prensa rosa" se hace eco de ello para que todo el mundo se entere. En otras palabras, no sólo le restriegan a la plebe la opulencia y ociosidad en la que viven, sino que además esta última está dispuesta a pagar por ello. Y tan contentos. Unos disfrutando de todo cuanto se pueda imaginar y el resto soñando con emularlos, pues a eso es a lo único que pueden aspirar mientras se arrastran por trabajos mal pagados (quienes tienen la suerte de tenerlos) y no alcanzan a pagar las facturas. De esta manera todo se mantiene como debe estar, cada uno en el sitio que le corresponde.

        Puede parecer exagerado, pero los científicos a menudo han sido los héroes silenciosos que han encendido la mecha de muchas revoluciones. Desafiaron el pensamiento dominante en su época, quebraron paradigmas y, con el tiempo, cambiaron el mundo. No necesitaron armas para hacerlo, sólo les bastó el peso de las evidencias que presentaron. Y tuvieron que ser valientes para enfrentarse a lo que se enfrentaron. Galileo Galilei echó por tierra la concepción que del Universo se tenía en su época, demostrando la teoría copernicana que argumentaba que el Sol era el centro del sistema solar y los planetas, como la Tierra, giraban en torno a él. Sus argumentos no podían ser refutados con la razón, pero la Iglesia Católica tenía otros, la amenaza de la tortura y la muerte, pues no tenía otra manera de imponerse a las tesis de Galileo. En este caso la victoria del poder fue efímera y la verdad terminaría imponiéndose al terror y la intolerancia. Otros muchos hombres y mujeres de ciencia han tenido que enfrentarse a la sociedad de su tiempo, pagando a veces por ello. A principios del siglo XX el geofísico alemán Alfred Weneger rompió los esquemas de la geología de entonces al proponer la idea de que los continentes se movían, pero en una escala temporal tal que difícilmente podía ser percibida, por lo que terminó convertido en un paria marginado por el resto de la comunidad científica, que no estaba dispuesta a aceptar su revolucionaria teoría. Del mismo modo allá por 1920 Cecilia Helena Payne, una intrépida y brillante astrofísica, osó irrumpir en un mundo de hombres conmocionándolo al afirmar que las estrellas eran inmensas bolas incandescentes compuestas principalmente por gas hidrógeno, lo que rompía radicalmente con el saber aceptado por la inmensa mayoría.

        Espíritu crítico, búsqueda de la verdad aunque las evidencias vayan en contra de tus propias creencias, capacidad para cuestionarlo todo y valor para desafiar las ideas establecidas y en muchos casos preconcebidas. Ésas son las señas de identidad que caracterizan al verdadero pensamiento científico, pues la Ciencia sólo puede avanzar desafiándose y contradiciéndose a sí misma, de lo contrario dejaría de ser Ciencia para pasar a convertirse en dogma. Reflexionando acerca de estas máximas encuentro comprensible que las élites no anden especialmente interesadas en propagarlas entre la mayoría de la población. Propagar la ignorancia en sus múltiples formas es a buen seguro mucho más provechoso.


M. Plaza                             
                                             
           

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