El TTIP y los "desiertos alimentarios"

Una de las muchas dimensiones negativas que puede llegar a tener el TTIP, el secreto Tratado de Libre Comercio que negocian Estados Unidos y la UE, es la extensión de los llamados "desiertos alimentarios". Se trata de áreas en las que sus habitantes carecen de una adecuada provisión de alimentos, aun cuando se encuentran en países que podríamos considerar plenamente desarrollados.


          Imaginad por un momento que os encontráis viviendo en una gran ciudad estadounidense, si bien no en uno de esos barrios acomodados de película, con sus idílicas casas de madera de grandes dimensiones rodeadas de jardines perfectamente cuidados. Vuestra residencia se ubica en un barrio mucho más humilde, por no decir degradado, allí donde se concentran los estratos más desfavorecidos de la sociedad, en el mejor de los casos trabajadores con empleos precarios y mal pagados. No es un lugar especialmente agradable para vivir. Los servicios disponibles dejan mucho que desear y entre ellos los establecimientos donde se puede comprar comida o bebida. No hay grandes supermercados en las proximidades y, la mayor parte de las veces, has de conformarte con lo que hay en las tiendas que tienes más a mano, por regla general productos de esos que mi madre suele denominar "gorrinadas" (bolsas de patatas fritas y snacks, refrescos, pizzas congeladas, sándwiches envasados y cosas así). Sin muchas más opciones estos productos industriales componen la mayor parte de tu dieta, la cual como es natural no es especialmente variada y mucho menos saludable, lo que a buen seguro te generará algún trastorno alimentario en el futuro (sobrepeso, problemas coronarios, deficiencias por una ingesta pobre de determinadas vitaminas e incluso alergias). Puede que ni tú ni tus vecinos los sepáis, pero estáis viviendo en un "desierto alimentario", un lugar enclavado en una nación presumiblemente próspera pero donde el surtido de alimentos disponible es tremendamente deficiente.

            La escritora y activista Esther Vivas, autora del interesante libro El negocio de la comida ¿Quién controla nuestra alimentación? (Editorial Icaria - 2014), ha abordado el tema de los desiertos alimentarios en Estados Unidos y las causas que los generan. Según Vivas más de veinte millones de norteamericanos viven en áreas así a lo largo y ancho de todo el país, especialmente en zonas urbanas clasificadas como "desiertos" por el USDA, el Departamento de Agricultura, porque no hay grandes superficies de alimentación (supermercados, hipermercados...) con comida fresca disponible a menos de una milla de distancia (1,6 kilómetros). Teniendo en cuenta que muy a menudo los habitantes de estos barrios carecen de vehículo propio pues sus ingresos no se lo permiten, nos encontramos con numerosas personas que no están en condiciones de desplazarse grandes distancias para hacer sus compras aun cuando tengan dinero suficiente para hacerlas. La opción que presenta menos complicaciones suele ser recurrir a las tiendas de comestibles próximas, con su pobre oferta de productos procesados industrialmente, o a las omnipresentes cadenas de comida basura igualmente extendidas a este lado del océano. Sobra decir que los bajos precios de estos alimentos también los hacen mucho más asequibles, en detrimento de otros frescos como frutas, verduras, pescado o carne de calidad, cuyo coste hace que queden fuera del alcance de una parte de la población, si no siempre, la mayor parte de las veces. En ciudades como Detroit, otrora próspera pero ahora asolada y arruinada por la deslocalización industrial (que se llevó las fábricas a países donde la mano de obra sale mucho más barata) y la crisis financiera, alrededor de la mitad de la población se encuentra habitando en desiertos alimentarios. Sin embargo otras metrópolis más dinámicas también cuentan con grandes áreas de este tipo, como Chicago, donde unas 600 mil personas viven en ellas. La situación se repite por toda la geografía urbana estadounidense, desde Los Ángeles y San Francisco hasta Washington y Nueva York.

           ¿Por qué se está dando esta situación en un país que produce alimentos más que de sobra y que además dispone de recursos suficientes como para hacerlos llegar a toda la población sin problemas? Como en otros muchos asuntos todo tiene que ver con las políticas que se implementan, marcadas principalmente por la inmensa influencia que en Estados Unidos tienen las grandes corporaciones y el poder financiero. Este "gobierno en la sombra" controla todos los sectores estratégicos y el agroalimentario no es una excepción. En los barrios más empobrecidos la gente no puede permitirse el lujo de adquirir alimentos frescos y variados con regularidad, tal y como hemos visto, razón por la cual a las grandes cadenas que controlan el mercado alimentario estadounidense, como Wallmart Stores o Target, no les sale rentable abrir superficies en ellos. Dejar desabastecidas estas áreas urbanas no es un problema de falta medios, tan solo es una decisión que se toma en los despachos de las principales compañías con el objeto de seguir maximizando los beneficios. Beneficios que, dicho sea de paso, repercuten únicamente en un minoría privilegiada. Da la impresión de que a la élite neoliberal dominante no le importa demasiado enquistar más si cabe la situación de quienes viven en estas crecientes bolsas de pobreza, desposeídas de más y más servicios básicos. Lo suyo es continuar concentrando poder y riqueza a expensas del resto de la población.

          ¿Se produce una situación similar en España? Las tendencias parecen indicar que vamos por ese camino. Es de dominio público que los pequeños establecimientos desaparecen a marchas forzadas ante el incontenible empuje de las grandes cadenas. Poco a poco las clásicas verdulerías, pescaderías, carnicerías y ultramarinos de toda la vida se van convirtiendo en una visión más rara en los barrios donde residen las clases trabajadoras, no por supuesto en las zonas pudientes, que como no podría ser de otra manera disponen de todo tipo de establecimientos y de la mejor calidad. Aprovechar el fin de semana para acudir a una gran superficie a realizar la compra se ha convertido en un acto rutinario en el que apenas reparamos, y claro, allí encontramos sólo lo que nos ofrecen. De entrada el surtido de alimentos y bebida es muy amplio, no obstante hay que reseñar un fenómeno en particular. Cualquiera que haya sido cliente de la extendida cadena de supermercados Mercadona lo habrá comprobado, la tendencia a imponer las llamadas marcas blancas. Éstas se venden como productos de todo tipo especialmente destinados a personas con un presupuesto más ajustado, son económicos y obviamente de calidad inferior a las otras marcas; aquello de que "nadie da duros a dos pesetas" se cumple exactamente en este caso. En todo caso adquirir marcas blancas debería ser una opción, si quieres otra cosa has de poder encontrarla en el supermercado sin el menor problema. Pero en la citada cadena eso a veces no es tan sencillo, puesto que sus marcas blancas dominan por completo los estantes en detrimento de las restantes hasta tal punto que estas últimas parecen estar desapareciendo ¿La gente no las compra? Más bien no, porque estamos ante un ejemplo en el que una determinada compañía impone la oferta disponible a sus clientes y no al revés como cabría esperar. La razón está bien clara, el coste de ofrecer únicamente sus propias marcas es marcadamente inferior al de disponer de un surtido amplio y variado, con lo que la empresa en cuestión optimiza sus beneficios.

Lo que se esconde detrás del TTIP

          De todas formas el fenómeno de los desiertos alimentarios no parece tan extendido en Europa como en Estados Unidos. Esto es así porque, al menos por el momento, las normativas europeas se orientan más hacia la protección de los consumidores y no conceden tanta manga ancha a las grandes trasnacionales. Por ejemplo, en la Unión cualquier producto alimenticio, cosmético o farmacéutico que espere ser comercializado ha de esperar al visto bueno de los organismos públicos competentes, que tras analizarlo debidamente determinan si puede salir al mercado o no en función de los riesgos potenciales que pueda acarrear su uso. No ocurre lo mismo del lado norteamericano, donde primero se comercializa el producto después de que la compañía en cuestión haya realizado sus propios controles internos y, una vez a la venta, han de ser los organismos oficiales o incluso las propias asociaciones de consumidores los que demuestren si puede resultar peligroso o no. Como consecuencia de esta legislación que se inclina a favor de los intereses comerciales, en Estados Unidos hay disponibles en los establecimientos centenares de productos de todo tipo vetados en Europa.

          Estamos a salvo, aunque tal vez no por mucho tiempo. Los principales medios de comunicación apenas si se hacen eco de ello, pero en Bruselas se está negociando un acuerdo ciertamente opaco entre las instituciones de la Unión, representantes de Estados Unidos y Canadá y, por supuesto, enviados de los principales lobbies que defienden los intereses de los grandes conglomerados financieros e industriales. La criatura que unos y otros están tratando de gestar en las sombras se denomina Tratado de Libre Comercio o TTIP por sus siglas en inglés, el espacio económico integrado más grande del planeta, pues englobaría a Norteamérica y Europa. Puede que los representantes políticos no hablen demasiado de este asunto, si bien todos los partidos tienen una posición clara y bien definida al respecto. El diario La Marea recoge un artículo donde distintos miembros de cada uno de ellos la expresan. Bueno, de todos salvo el PP, que en su habitual actitud de prepotencia y desprecio hacia los medios que no son de su agrado se negó a hacer declaración alguna para la citada publicación digital. Hay una división muy clara en el espectro de los partidos políticos en referencia a la opinión que les merece el TTIP. Aquellos que se han alternado en el poder desde la Transición lo apoyan sin reservas, el PP de forma absolutamente incondicional, el PSOE con ciertos matices. También se muestran claramente favorables al mismo los nacionalistas conservadores de CiU o el partido "de centro" UPyD. Por contra la postura de los partidos que podemos considerar de izquierdas, como IU, Podemos o Equo, es de rechazo casi frontal a todo lo que implicaría.              

         ¿Por qué esta división de opiniones? Se podría decir que aquellas formaciones que, por su naturaleza o bagaje histórico, se encuentran más próximas a los grandes poderes económicos defienden el tratado y aquellas que los confrontan, o al menos dicen confrontarlos, lo desaprueban. Y la razón es bien sencilla. Al menos en mi opinión el TTIP es como una especie de "caballo de Troya" que las grandes trasnacionales pretenden emplear para asaltar el espacio europeo y operar en él sin restricciones a sus intereses en virtud a una legislación que blindará sus privilegios. Sabiendo esto podemos imaginar todo lo que desembarcaría en nuestras costas de salir adelante dicho acuerdo. Todas esas normativas descaradamente favorables a los principales conglomerados empresariales se aplicarían aquí tal y como lo hacen en Estados Unidos, un mundo hecho a su medida. La lógica del pensamiento neoliberal domina por completo la filosofía que aplican dichos conglomerados y los poderes políticos relacionados con ellos, pues unos y otros se retroalimentan. No se fabrican medicamentos para tratar enfermedades o dolencias que afectan a la población, del mismo modo que no se suministran agua, gas o electricidad a las poblaciones porque sean servicios esenciales en toda sociedad avanzada. Todo eso se hace únicamente para ganar dinero, mucho dinero, que va a parar a manos de unos pocos. La finalidad original ha quedado pervertida y supeditada a la máxima del beneficio económico a toda costa y todo aquel que no pueda permitirse costear esos productos o servicios simplemente se queda al margen.

         Y esa lógica se aplica como no también al sector agroalimentario. No interesa instalar supermercados en los barrios más pobres porque no generan ganancias suficientes, mejor que se contenten con unas cuantas tiendas de comestibles mal surtidas y algunos puntos donde se sirve comida basura. Es así como nacen los desiertos alimentarios. Pero dicha lógica va mucho más allá de este fenómeno. Puede implicar la desaparición de decenas de miles de pequeñas explotaciones agropecuarias a este lado del Atlántico, barridas por el entramado industrial alimentario norteamericano (y también el europeo), que se abastece a partir de macro explotaciones inmensas de su propiedad repartidas por medio mundo. Los márgenes que manejan unas y otras no son desde luego equiparables y, de desembarcar dicho entramado sin restricción alguna, podría terminar copando el mercado al reventar los precios en las tiendas de comestibles. Si bien no nos engañemos, lo único que ofrecerían sería productos procesados industrialmente. Los alimentos frescos de producción local se encarecerían y serían más escasos, pues muchos de nuestros agricultores y ganaderos sucumbirían a la invasión.

         Son pocos los que lo vislumbran, pero detrás de cosas tan aparentemente inocentes como una lata de piña en almíbar, la botella de un refresco azucarado o unas gambas ultracongeladas, se esconde a menudo una realidad mucho más sórdida de lo que parece. Todos estos productos son consecuencia de una economía globalizada y a menudo llegan a nuestras casas después de haber recorrido distancias de hasta varios miles de kilómetros (si no ellos, las materias primas a partir de las cuales se elaboran). Por el camino hay historias de explotación laboral descarnada en países que no respetan los mínimos en lo referente a derechos humanos, apropiaciones masivas de tierras de las que son desalojadas a la fuerza comunidades enteras, devastación medioambiental, estudios controvertidos que se esfuman porque denuncian la peligrosidad de éste u otro alimento (los transgénicos podrían ser un ejemplo) y otras muchas prácticas en absoluto éticas e incluso delictivas. El rodillo de los poderes económicos pasa por encima de muchas cosas hasta poner muchos de estos productos en los estantes de los supermercados y los consumidores habituales rara vez se percatan de ello.

         Para concluir me viene a la memoria una anécdota que me contó una amiga y que se relaciona con todo lo comentado. Hace un tiempo trabajaba en un servicio de catering de lujo destinado a eventos donde se reúne únicamente gente pudiente. Como no podía ser de otra manera dicho servicio ofrecía un variado y muy generoso surtido de exquisiteces (bogavante, ostras, caviar, ahumados de todo tipo, carnes de primerísima calidad y esas cosas). Según comentaba mi amiga lo habitual era que, una vez finalizado el evento en cuestión, quedaran en las mesas buena parte de los manjares ofrecidos, pues siempre se servía comida más que de sobra ¿Qué pensáis que hacía la empresa con ella? Sencillamente había orden expresa de tirarla a la basura, así sin más. Toda esa comida estaba en perfectas condiciones y muchas veces sobraba tanta que bien podrían celebrarse varios banquetes, pero aun así no se derivaba, por ejemplo, a un comedor social o un banco de alimentos. Ni tan siquiera aquellos productos que podían conservarse en buen estado largo tiempo. Y por supuesto los trabajadores no podían llevarse a sus casas aunque sólo fuera un mísero plato. Nada, todo tenía que ir a la basura y que a nadie se le ocurriera probar un bocado. Cuando una sociedad permite que se desechen a diario grandes cantidades de alimentos, al tiempo que una parte de su población sufre escasez y se impone un modelo productivo rapaz y especulador, es que algo no está funcionando nada bien. Y cosas como el TTIP no ayudarán a mejorar la situación.


   Kwisatz Haderach          

       

No hay comentarios:

Deja un comentario Tu opinión interesa

Comentarios sujetos a criterios de moderación.