Usual o aberrante, sagrado o condenable. Cuestión de simples diferencias culturales

A menudo es tentador pensar  que nuestra escala de valores, o más bien la de nuestra cultura occidental, refleja la moral propia de todos los seres humanos en sus aspectos más básicos. Pero ciertas diferencias culturales ponen de manifiesto cuán distintas pueden llegar a ser las formas de entender la vida.


        ¿Qué pensaríamos de un sujeto que pasa su vida vagabundeando por las calles y durmiendo en cuevas o bosques, se conforma en muchos casos con vestir siempre las mismas ropas, ni trabaja ni piensa hacerlo jamás, vive de lo que le da la gente para comer, carece de posesiones materiales y, para terminar de rematarlo, consume hachís o marihuana con cierta asiduidad? Dicha descripción parece corresponder con lo que despectivamente muchos llaman un "perroflauta" o incluso un indigente, un sucio piojoso, parásito social útil para nada, que en vez de trabajar para labrarse un futuro como una persona de provecho prefiere holgazanear y pasarse la vida fumando porros, bebiendo y perdiendo el tiempo mientras mendiga el dinero que otros ganan con el sudor de su frente. Nadie podría considerar a un sujeto de semejantes características como una persona respetable, objeto de admiración e incluso modelo de virtud. Hacerlo sería un completo disparate, ¿verdad? ¿O tal vez no?       

        A más de uno puede parecerle chocante, pero el vagabundo que acabo de describir se corresponde de forma bastante exacta con la figura de un shadu u hombre santo de la India. No es que deambular de aquí para allá y consumir cannabis sean la razón de ser de estos peculiares personajes que forman parte de la iconografía del subcontinente, sin embargo estas cosas entran dentro de su modo de vida. Los shadus veneran e imitan a Shiva en su ascetismo, renuncian a los placeres mundanos y las ataduras materiales y viven de la caridad de los fieles, dedicándose mayormente a la meditación, para lo cual se sirven del yoga. En la India son hombres profundamente respetados e incluso temidos, máximos exponentes de la religión hinduista, sin embargo no hay que ser precisamente un lince para intuir que un personaje así no tendría cabida en una sociedad capitalista y tan ferozmente competitiva como la nuestra. Aquellos que no resultan productivos para el sistema simplemente sobran, pero en el país asiático todavía priman otros valores que ahondan en sus más arraigadas tradiciones. Lo que aquí no sería más que un pordiosero inútil allí es un hombre santo, a veces las culturas de distintas partes del mundo muestran estos contrastes.

       Lo relatado anteriormente en relación a los shadus no deja de ser más que una simple curiosidad, no obstante en otras ocasiones las tradiciones y diferencias culturales se manifiestan de una forma mucho más extrema. Este mismo año salió a la luz el espeluznante caso de Ariel Castro, un hombre que entre 2002 y 2004 secuestró a tres jóvenes (Amanda Berry, Gina DeJesus y Michelle Knight), las cuales permanecieron retenidas hasta mayo de 2013. Durante su larguísimo e infernal cautiverio las jóvenes fueron víctimas de numerosos abusos sexuales que motivaron embarazos múltiples y algunos abortos. Finalmente fueron rescatadas y Ariel Castro detenido, juzgado y condenado a cadena perpetua. Solo unos meses después, el 4 de septiembre, este último se suicidó en su celda. Muchos pensarán que es un merecido final para un sujeto tan despreciable, pues al fin y al cabo, ¿cómo podríamos calificar a alguien como Castro? Un enfermo degenerado, un violador psicópata, cobarde y desalmado, la peor clase de basura que podamos imaginar, un monstruo. Los calificativos se quedan cortos para definir a un individuo que se cree con el derecho de secuestrar a una mujer, retenerla durante años en contra de su voluntad y considerarla suya como si fuera una esclava para así satisfacer sus más bajos instintos.

Mapa de situación de la República de Kirguistán.
      ¿Pero de verdad eso de secuestrar mujeres y hacerlas tuyas por la fuerza es algo totalmente inaceptable? En nuestra cultura por supuesto que sí pero no en otras. En el corazón de Asia existe un pequeño y en apariencia apacible país denominado Kirguistán, un lugar donde Ariel Castro no hubiera sido un bicho tan raro. Tal y como se muestra en el artículo Mi marido me secuestró, de Daniel Burgui Iguzkiza, en la república centroasiática la costumbre del "Rapto de la novia" todavía sigue muy en boga, ya que uno de cada tres matrimonios se efectúa por este procedimiento ante la pasividad de las autoridades, pues en teoría dicha práctica es ilegal. De esta manera cuando un grupo de mozos kirguises dicen, "salgamos por ahí a buscar chicas", no se trata de ir a un pub o una discoteca, tomar unas copas para animarse, entablar conversación con las que les parezcan más guapas o interesantes, echarse unos bailes, enrollarse y quizá algo más y, con suerte, intercambiarse los teléfonos para otro día. Ellos están pensando más bien en una cacería, escoger a la joven que más les guste, meterla en el maletero del coche y llevarla al hogar familiar para encerrarla y obligarla a contraer matrimonio. Una vez la víctima del secuestro ha permanecido retenida una noche en casa ajena, con la evidente complicidad de la familia del "novio", la propia presión social actúa por sí sola, pues el honor de una mujer soltera en semejantes circunstancias queda seriamente en entredicho si no acepta casarse, ya que de lo contrario puede ser acusada de fornicadora o algo incluso peor con las consiguientes represalias y amenaza de exclusión. Algunas jóvenes son incapaces de aceptar la situación a la que se han visto abocadas y terminan suicidándose, no es algo inusual, pero la mayoría sencillamente lo acepta porque "es la costumbre", con el tiempo terminan viendo a sus secuestradores como maridos y padres de sus hijos ¿Qué otra opción les queda? Oponerse a ello sería como negar su propia identidad y la de la cultura de Kirguistán.

       Y es ahí dónde reside la clave de todo, en la cultura, los usos y costumbres comúnmente aceptados en tu lugar de nacimiento o residencia y que, como hemos visto, pueden ser radicalmente opuestos según la parte del mundo en la que te encuentres. No existe una única forma de entender la vida, un patrón universal, sino infinidad de ellos. Lo que en unos lugares es un crimen merecedor del más duro de los castigos, en otros sencillamente es tradición milenaria y, personajes respetables según determinadas culturas, serían despreciados en otras.



1 comentario:

  1. Veamos un ejemplo inverso. Para la inmensa mayoría de las tribus americanas, del norte y del sur, imaginar un individuo que pide el dinero a otros prometiéndoles unas contrapartidas futuras, se lo dan y luego lo usa en cosas que no formaban parte de lo acordado, sería un individuo despreciable, lo arrojarían de la tribu y posiblemente lo ejecutaran en el palo de tormento.
    Pero en nuestra cultura individuos así no solo están muy bien vistos, sino que la mayor parte de ofertas de trabajo presuponen habilidades y falta de escrúpulos similares.

    ResponderEliminar

Comentarios sujetos a criterios de moderación.