¿Independencia de Cataluña, qué independencia?

El día de la Diada de Cataluña ha sido aprovechado una vez más por el presidente autonómico Artur Mas y quienes apoyan el llamado proceso soberanista para mostrar el alto grado de apoyo popular a sus pretensiones. Pero dada la situación actual habría que ver si la independencia efectiva sería una realidad en un contexto en el que los estados-nación tienden a diluirse cada vez más.


        El año pasado el 11 de septiembre, día de la Diada nacional de Cataluña, una manifestación multitudinaria colapsó las calles de Barcelona en un clamor unánime por la independencia que concentró a alrededor de millón y medio de manifestantes según los organizadores (unos seiscientos mil según las fuerzas del orden). Recogiendo el testigo de semejante demostración popular el presidente Artur Mas, seguramente también para evitar que la situación le desbordara, decidió ponerse a la cabeza del proceso soberanista con el objeto de convocar en un futuro próximo una consulta popular como primer paso para lograr la total independencia de Cataluña respecto del Estado Español. Un año después y tras unas elecciones autonómicas en las que la posición de su partido salió debilitada, si bien el catalanismo político en su conjunto quedó reforzado con el ascenso de Esquerra Republicana (ver resultados en las elecciones al Parlamento de Cataluña de 2012), las demostraciones ciudadanas a favor de la independencia regresaron durante la Diada, esta vez con la formación de una cadena humana de 400 kilómetros que recorrió toda la costa catalana desde los límites de la provincia de Castellón hasta más allá de la frontera francesa. Ésta es una muestra más del pulso iniciado hace un año y cuyo desenlace final es difícil prever. Aquellos que parecen convencidos de que el proceso independentista está condenado al fracaso, dados los impedimentos constitucionales y legales, no deberían lanzar las campanas al vuelo.

          Sin embargo la posibilidad de una Cataluña independiente también plantea numerosas dudas e interrogantes, especialmente para los propios catalanes. No cabe duda de que el apoyo a esta opción ha crecido con rapidez en los últimos años, tal y como muestra el gráfico que encabeza el presente artículo, extraído de la web Politikon y que también pone de manifiesto que el sentimiento de adhesión a España ha disminuido proporcionalmente en ese mismo periodo. Los dirigentes políticos que promueven la separación, con Artur Mas en primera línea, aseguran que con la misma llegará la solución de la mayor parte de los problemas que acucian al principado, algo así como una salida milagrosa a la crisis y el punto de inflexión para reemprender la vía de la prosperidad. Esta sensación parece haberse contagiado a buena parte de la ciudadanía, como si España fuese el principal motivo de la desgracia de Cataluña y, una vez fuera, ese pesadísimo lastre quedara atrás y fuera posible emprender el vuelo con total libertad. Pero, ¿de qué libertad estamos hablando? ¿Separase de España significaría que Cataluña se convertiría en un estado realmente soberano?

          Un día antes de la Diada El País publicó una noticia ciertamente interesante y de la que no se ha hablado demasiado, hacía referencia a las presiones de Estados Unidos en contra de las pretensiones del gobierno autonómico catalán de aplicar un impuesto a los refrescos con un elevado contenido calórico (1), traduciendo, sobre diversas marcas que todos tenemos en mente y que ya son productos de consumo habitual en nuestra sociedad. El embajador norteamericano en Madrid, Alan D. Solomont, se habría reunido en febrero con Artur Mas para hacerle saber que dicha tasa perjudicaba los intereses de las compañías de su país en Cataluña, con las potenciales consecuencias negativas que ello podría acarrear. Obviamente el gobierno de la Generalitat ha terminado renunciando al dichoso impuesto sobre los refrescos, dirán que las presiones estadounidenses no han tenido nada que ver y la decisión se ha tomado por otros motivos, pero cuando es el Tío Sam el que viene a darte el tirón de orejas por tu comportamiento no es tan fácil sacar pecho y mostrarse desafiante. Puede que solo sea una simple anécdota, pero esta noticia refleja bastante bien cuál puede ser la posición de una Cataluña independiente en el escenario tanto europeo como internacional. No debemos olvidar que Artur Mas ha sido un alumno especialmente aplicado a la hora de adoptar en su territorio las recetas de austeridad impuestas por la Troika, CiU es un partido conservador y el neoliberalismo se encuentra impreso en su genotipo ideológico. Todos sabemos cuáles han sido las consecuencias de sus políticas: recortes generalizados en los servicios públicos, aumento del desempleo, estancamiento económico, mayor desigualdad social y la consiguiente extensión de la pobreza. Ni un ápice de diferencia con respecto a las medidas llevadas cabo por los gobiernos centrales de Zapatero y Rajoy.

          Precisamente por eso se plantea la siguiente cuestión, ¿cambiará mucho la situación del ciudadano de a pie si Cataluña se independiza de España? ¿Qué clase de proyecto soberanista se pretende llevar a cabo? Si al final del proceso el pueblo no ha conseguido quitarse de encima al FMI, al Banco Central Europeo, a las oligarquías que desde siempre han controlado la política y la economía catalanas y a las entidades financieras que hacen y deshacen a su antojo buscando únicamente el beneficio propio, la verdad es que la independencia quedará reducida a algo meramente simbólico. Una independencia "de fin de semana para salir de copas con los colegas", tal y como diría un amigo, para que Cataluña luzca en los mapas con un color distinto al de España y así distinguirla, para que pueda tener sus propias selecciones deportivas y en los eventos internacionales suene por los altavoces el nombre de Catalonia, para que sus representantes dispongan de un asiento propio en las Naciones Unidas y otras instancias, uno más que simplemente está allí pero que no cuenta para nada. Para todo eso, sí, pero nada más. Si la pérdida de soberanía en un proceso que ha afectado y mucho al Estado Español en los últimos tiempos, no digamos lo que afectaría a una Cataluña "independiente" que además debería afrontar toda una serie de transformaciones cuyos resultados no están del todo claros. En la actualidad los estados-nación tienden a difuminarse bajo los efectos de la globalización y el creciente poder de las élites económicas trasnacionales.

         Personalmente opino que los catalanes tienen derecho a decidir su propio futuro, tal vez ese futuro pinte mejor si permanecemos unidos y la secesión finalmente no se produce, pero nadie debe negarles ese derecho. Por ese preciso motivo aplaudo la iniciativa del Procés Constituent de rodear la sede de La Caixa, impulsada por la siempre combativa monja benedictina Teresa Forcades y Arcadi Oliveres (2). Acciones como esta nos recuerdan que la independencia no ha de servir como escusa para pasar de puntillas sobre los verdaderos problemas: la pérdida de derechos sociales y laborales, la desaparición del estado del bienestar, el paro, la pobreza, etc. De ser así no sería más que una mera formalidad, la forma de cambiar las cosas para que todo siga estando como está.                      


                                                                                                                                   Kwisatz Haderach


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