Realidades, no tan visibles, acerca de la inmigración

Frente al alarmismo y los prejuicios xenófobos los datos muestran realidades distintas acerca de la inmigración y sus causas. Preguntándonos quiénes son, de dónde vienen y por qué lo hacen descubrimos que no todo es como nos lo cuentan.

La presente gráfica muestra la afluencia de población extranjera a España entre la segunda mitad de 2015 y la primera de 2016. Los saldos son para personas con residencia legal en nuestro país y muestran claramente que marroquís, rumanos y colombianos componen el grueso de población extranjera que en esos años decidió trasladarse aquí, seguidos no muy lejos por italianos y británicos. Otros colectivos importantes son los compuestos por venezolanos, hondureños, chinos y brasileños. Pese al acentuado repunte de las afluencias procedentes de África a lo largo del último año, esta tendencia se sigue manteniendo en la actualidad. Los colectivos de extranjeros que deciden fijar mayormente su residencia en España siguen siendo más o menos los mismos (Fuente: ociolatino.com).
  
       ¿De dónde proceden los extranjeros que viven en nuestro país? Según los datos facilitados por el Instituto Nacional de Estadística (INE) el pasado año, 2017, había registrados de forma regular algo más de 4.420.000 ciudadanos extranjeros, lo que supone aproximadamente el 9,5% del total de la población (censada para ese mismo año en más de 46,5 millones de habitantes). Casi una de cada diez personas que vive en España es de origen extranjero, otra forma de presentar los mismos datos que, de manera inconsciente, tiende a magnificar lo que supone dicha población en nuestras tierras. Ahora bien, ¿de qué países proceden mayoritariamente todos estos inmigrantes aquí establecidos? Una vez más volvamos sobre los datos ofrecidos por el INE para 2017. Es ahí donde vemos que rumanos y marroquís componen el grueso de dicha población, colectivos que sumaban cada uno cerca de 700.000 integrantes, si bien desde 2016 su número ha descendido ligeramente. Esto no debe extrañarnos, pues a pesar de todo Rumanía es un país miembro de la Unión Europea, mientras que Marruecos es nuestro vecino del sur y la proximidad es otro factor determinante. Detrás de ellos vienen británicos (cerca de 300.000 residentes), italianos (más de 200.000) y chinos (casi 180.000), encontrándonos nuevamente con colectivos comunitarios y un tercero procedente de una nación con una larga tradición migratoria y que ahora se ha convertido en una gran potencia mundial.

      ¿Y la población procedente de países latinoamericanos? Sumando las distintas nacionalidades el año pasado residían en España más de 900.000 personas procedentes de esa parte del mundo, siendo las comunidades ecuatoriana (cerca de 150.000 residentes), colombiana (casi 140.000) y boliviana (más de 76.000) las más importantes; si bien habría que añadir otras muchas no tan numerosas pero que, en conjunto, aumentan notablemente el número de residentes hasta la cifra que hemos expuesto (argentinos, brasileños, dominicanos, venezolanos, peruanos, uruguayos, paraguayos, cubanos...). Y luego, claro está, tenemos a gentes procedentes de otras partes, ya sean europeos o no. Por ejemplo las comunidades búlgara o alemana (unos 140.000 residentes cada una) y las francesa y portuguesa (más de 100.000 respectivamente). Hay otros colectivos que también destacan, pero menos, por sus cifras, como el de los ucranianos y rusos ¿Pero y la gente que procede de países, digamos, "conflictivos"? Y cuando utilizo ese calificativo me refiero exactamente a aquellos que suelen despertar más reacciones de rechazo xenófobo, a saber, subsaharianos y gente proveniente de países musulmanes. Si exceptuamos a la nutrida comunidad marroquí, que por tradición viene trasladándose a España desde hace varias décadas, los residentes pakistaníes y argelinos (los dos colectivos musulmanes más importantes que siguen) suman en conjunto algo más de 140.000 personas. Mientras que los subsaharianos con residencia legal en nuestro país, principalmente senegaleses y nigerianos, son un poco más de 100.000.

     ¿Qué podemos deducir de todos estos datos extraídos, no lo olvidemos, de las estadísticas elaboradas por el Gobierno? Pues que de los más de 4,4 millones de extranjeros que viven en España, cerca de 1,7 millones son ciudadanos comunitarios y casi otro millón más procede de América Latina. Con eso ya nos llevamos al grueso de la población inmigrante, al menos a aquella que reside teniendo su situación perfectamente regularizada ¿Y la inmigración irregular? Bien, las estimaciones son complicadas porque se trata de una población muy fluctuante que está sujeta a todo tipo de eventualidades, ya que puede aumentar o disminuir bastante dependiendo de las circunstancias. Siempre se habla de que podría haber más de un millón de personas en situación irregular en nuestro país, pero como se ha mencionado antes estimar esto no resulta nada sencillo y cualquiera puede inflar (o desinflar) las cifras a conveniencia. Las únicas estadísticas fiables son aquellas que reflejan la afluencia de inmigrantes indocumentados que son interceptados antes de alcanzar territorio español o en las fronteras. Un artículo del pasado mes de diciembre de El Confidencial trataba de resumir las cifras de la inmigración irregular de los últimos años, evidenciando un muy notable repunte de 2016 a 2017. Entre 2008 y 2015 la afluencia se mantuvo relativamente estable, fluctuando aproximadamente entre los 6.500 y los 8.500 interceptados. Pero en 2016 esa cifra superó los 10.000 y en 2017 nada más y nada menos que los 27.000. Puede parecer muy alarmante, pero cosas así ya se habían visto antes. Por ejemplo durante la llamada "crisis de los cayucos" de 2006, cuando al archipiélago canario arribaron más de 31.000 personas procedentes sobre todo del África occidental. Y una vez más, observando las cifras, vemos como una parte nada despreciable de estos inmigrantes irregulares (más del 40%) son de origen magrebí, marroquíes y argelinos exclusivamente. Sí, más de la mitad son subsaharianos, pero tampoco debemos olvidar que desde 2014 han muerto ahogadas en aguas del Mediterráneo alrededor de 25.000 personas tratando de llegar a Europa (según un informe de la OIM, la Organización Internacional para las Migraciones). Pueden ser muchos los que lleguen, pero otros tantos morirán intentándolo.

     ¿Qué concluimos de todo esto? A parte de que la desesperación puede llevar al ser humano hasta extremos insospechados, pues la inmensa mayoría de toda esa gente no decide emprender semejante periplo por gusto, resulta evidente que esta crisis se lleva gestando desde hace bastante tiempo. Las reacciones alarmistas y xenófobas por parte de los sectores más conservadores (o reaccionarios) y de determinados medios vinculados a la Iglesia en relación a la acogida, por parte del recién estrenado ejecutivo, de los migrantes embarcados en el buque de rescate Aquarius, no están en absoluto justificadas. El tan manoseado "efecto llamada" o, dicho de otra manera, que ahora estén llegando muchísimos más irregulares que antes, no guarda relación alguna con la decisión o no de acoger a todas estas personas. Europa vive la peor crisis migratoria desde la Segunda Guerra Mundial, crisis que alcanzó uno de sus puntos culminantes en 2015, tal y como muestra esta infografía publicada en su día por el portal Russia Today.

  

     Como se puede observar los puntos de entrada al Viejo Continente varían, pero la afluencia es menor hoy día que hace tres años. Las rutas principales han sido a través de los Balcanes desde Turquía, el Mediterráneo oriental (entrada por Grecia pasando también por Turquía), el central (por Italia desde Libia principalmente) y el occidental (por España vía el Estrecho de Gibraltar). La reacción de la Unión Europea ante este dramático fenómeno ha sido principalmente la de tratar de contener la avalancha cerrando las fronteras o impidiendo la afluencia mediante la ruin estrategia de que otros le hagan el trabajo sucio. Para ello los socios comunitarios han destinado millones y millones de euros que han ido a parar a manos del nada ejemplar, y cada día más autoritario, gobierno de Recep Tayyip Erdogán, para que así Turquía se encargue a su manera de todos esos migrantes en lo que se anunció a bombo y platillo como un gran "pacto migratorio". Asimismo la UE también ha destinado otros 160 millones el pasado año para que las autoridades libias dispusieran de recursos con esos mismos fines (ver esta noticia de El País). En esto último habría que preguntarse, ¿qué clase de autoridades hay ahora en dicho país? Eso en el caso de que se lo pueda llamar país, porque desde la caída de Gadafi en 2011 Libia se encuentra sumida en el más absoluto caos, con al menos tres facciones disputándose el control, lo que es terreno abonado para que proliferen todo tipo de grupos terroristas y organizaciones criminales (muchas veces distinguir unos de otras no es tan sencillo). Parece ser que nadie sabe muy bien cómo está siendo usado todo ese dinero tan generosamente aportado por los europeos, pero lo que sí que es cierto es que Libia se ha convertido en un auténtico infierno para los migrantes que allí terminan tratando de alcanzar Europa. Los abusos, torturas y asesinatos cada vez más frecuentes están bien documentados, pero aun así el flujo migratorio no lograba detenerse del todo y se hacía necesaria una misión de Frontex (que los es de vigilancia, no de rescate) para blindar todavía más si cabe las letales aguas del Mediterráneo.

     ¿Cuánto dinero de los contribuyentes europeos se habrá ido por el retrete libio sin que nadie se haya escandalizado por ello? Millones en la operación de la OTAN para destruir el régimen de Gadafi, millones para tratar de apuntalar el ruinoso estado fallido que surgió a continuación, millones para que, quien quiera que sea, se acupe allí de que los migrantes no lleguen aquí ¿Y así hasta cuándo? Parece ser que nuestros gobernantes tienen muchísimas ganas de seguir tirando el dinero alegremente en esta empresa, pero escatiman hasta el último céntimo en otras muchas cosas. En Libia las únicas que hacen negocio y prosperan son las compañías petroleras-gasísticas y las mafias que trafican con seres humanos. A buen seguro las unas y las otras se entenderán a la perfección. Y lo del país norteafricano es sólo una de las muchas vertientes de la tragedia, porque muchas de las personas que han llegado, o siguen tratando de llegar, proceden de países como Siria, Afganistán, Eritrea o Nigeria. Muchas de ellas naciones salvajemente afectadas por las guerras neocoloniales emprendidas por Occidente con el objeto de destruir regímenes que no les son favorables para sustituirlos por no se sabe muy bien qué. El resultado es el caos y, quien invierte en caos, tarde o temprano tendrá que terminar lidiando con él. Es eso precisamente lo que ha hecho la Unión Europea, en parte responsable la catastrófica situación actual del Próximo Oriente. Lo es por mucho que fascistas repugnantes, como el actual ministro del interior italiano Matteo Salvini, quieran escurrir el bulto y pasarle la patata caliente a otros. Puede que así aspire a evitar la "contaminación racial" que presuntamente sufre su querida Italia, sobre todo porque el recién estrenado gobierno de Pedro Sánchez ha respondido allí donde todavía nadie más lo ha hecho. Pero esta política de "ir cada uno por su lado" en materia migratoria no evitará más desastres y tampoco solucionará el problema.

Foto: Imagen de la protesta en Alhucemas, el 18 de mayo de 2017.
Arriba fotografía de una multitudinaria manifestación celebrada el 18 de mayo en Almuhecas, en el Rif marroquí. El abandono y la marginación al que Rabat somete a los rifeños terminó estallando en una oleada de protestas masivas el pasado 2017. Las autoridades respondieron con represión y enviando al ejército con el objeto de acallar la muy decidida respuesta ciudadana, lo cual no hizo sino enquistar el conflicto. A día de hoy la situación en el Rif  sigue siendo muy tensa y eso basta para que las preocupaciones del gobierno marroquí se centren especialmente en ella, dejando de lado casi por completo el problema de las oleadas de migrantes que transitan su territorio rumbo a Europa. Esto explicaría por qué la afluencia de los mismos hacia España se ha incrementado tantísimo a lo largo del último año.  
     El fenómeno migratorio es un asunto muy complejo que no se puede despachar con explicaciones simplistas y argumentos xenófobos. Así que, a modo de conclusión, es mejor dejar claros una serie de puntos:
  1. Que ante una situación de emergencia como la que ahora se vive, con tantos naufragios en el mar a las puertas de Europa y miles de víctimas, lo primero es rescatar a toda esa gente y no dejarla abandonada a su suerte. Asistir a los náufragos ya no es sólo un imperativo legal, la legislación internacional establece la obligación de socorrer cuando hay vidas humanas en peligro y esta asistencia concluye cuando las personas rescatadas son llevadas a un lugar seguro (para tener una información mucho más detallada sobre todo ello recomiendo el siguiente documento de ProAsyl). Esto es también una cuestión de mínima conciencia moral, aquello que distingue a los pueblos civilizados de la barbarie. Lo primero siempre es ayudar, después ya veremos qué podemos hacer con todas esas personas.
  2. Que a pesar de toda la alarma generada por la pretendida "invasión de ilegales", al menos en nuestro país la gran mayoría de extranjeros residentes tienen su situación perfectamente regularizada y, como ya se ha dicho, son mayormente ciudadanos comunitarios o latinoamericanos. Más allá de eso sólo la comunidad marroquí es especialmente relevante y, por mucho que nos asunten con los indocumentados, éstos son mayormente fantasmas que únicamente buscan pasar desapercibidos para no tener problemas con las autoridades. Otra cosa muy distinta es que, desde determinadas plataformas, se nos los quiera mostrar como una oscura amenaza (lo de oscura viene también por el tono de piel) que se materializa bajo la forma de unos mayores índices de delincuencia o potenciales ataques terroristas.
  3. Que muchos de estos inmigrantes venidos a España se emplean en trabajos que la inmensa mayoría de españoles deshecha, pero que son igualmente necesarios para que nuestra economía funcione (tanto la sumergida como la que está a flote). Éstos suelen ser empleos por lo general muy mal pagados, precarios, estacionales y sujetos a todo tipo de inimaginables situaciones de abuso; si no ver esta noticia del diario digital Público, acerca de la situación de las trabajadoras marroquíes de la fresa en Huelva. Casi todas estas personas no tienen mucho más donde elegir, pero aceptan la dureza de las condiciones a las que se ven sometidos porque eso es preferible a lo que tenían antes, lo cual no quiere decir que algún europeo sea capaz de soportarlas o aceptarlas. En referencia a esto me viene inmediatamente a la mente esa frase, o arrebato racista, de: "si tanto quieres que vengan, mételos en tu casa". A lo que habría que contestar: "si tanto quieres que no vengan, ponte tú a trabajar en los trabajos que ellos aceptan". Dedícate a ser mantero, ve a trabajar dentro de los sofocantes invernaderos del mar de plástico andaluz, sé un falso autónomo empleado en un matadero bajo turnos extenuantes y condiciones deplorables, prostitúyete al desamparo del vacío legal existente en España al respecto o, en definitiva, ocúpate en todos esos empleos a menudo degradantes que muchos ni tan siquiera se plantean y que parecen hechos sólo para extranjeros.
  4. Que ante esa otra frase tan manida de "no podemos acogerlos a todos porque sencillamente son demasiados", habría que decir más bien que no queremos y punto. Como ejemplo está el caso de el Líbano, el país con mayor densidad de refugiados del mundo (ver esta noticia de Movimiento por la Paz). Esta minúscula nación árabe, que tampoco pasa precisamente por ser de las más opulentas del mundo, tiene una población de unos 4,4 millones de personas, de las que más de 600.000 son refugiados palestinos y otro millón más sirios ¿Está desbordado el Líbano? Absolutamente. Un país que vivió una sangrienta guerra civil de la que no se ha terminado de recuperar, que sufrió la ocupación por parte de vecinos hostiles que han seguido atacándolo después (como la llamada Guerra de Julio de 2006, entre Israel y Hezbolá), que pasa por una situación política y social muy inestable y que se encuentra al borde del colapso económico. Y aun así los libaneses han acogido a todos esos cientos y cientos de miles de personas hasta llegar al límite de sus capacidades materiales, en esencia lo han hecho porque así lo han querido, lo cual no quiere decir que se esté generando una situación verdaderamente explosiva ¿De verdad Europa, con sus dimensiones y recursos, no podría acoger a uno o dos millones de refugiados en situación extrema? Podría hacerlo perfectamente y sin verse ni de lejos en las dificultades que se están viendo en el Líbano. Si no lo hace es, sencillamente, porque los prejuicios xenófobos se imponen por encima de cualquier otra consideración.
  5. Y que, por último, este dramático fenómeno no se va a detener por mucho que cerremos fronteras y dejemos que miles se sigan ahogando en el mar. La política de levantar un muro bien alto y mirar hacia otro lado puede funcionarte durante algún tiempo, pero la desesperación siempre termina abriéndose paso. Impedírselo se va a convertir en un esfuerzo más y más oneroso a cada día que pase. Más barreras y más costosas; más y más vigilantes y más recursos destinados a su labor; más y más gastos de repatriación; más y más controles internos a la busca y captura de indocumentados. Y por supuesto muchos millones más que irán a parar a terceros países para que se encarguen ellos de contener a los migrantes y que la UE se lave las manos, lo cual no quiere decir que así se siga fomentando la corrupción y el auge de las mafias en esos lugares ¿Sale a cuentas la relación coste-efectividad de todo este esfuerzo económico? Para las trasnacionales dedicadas al negocio de la seguridad y la defensa tal vez sí, pero no para nosotros. Muchas de esas personas no vendrían hasta aquí viajando en condiciones infrahumanas si no tuvieran muy buenas razones para abandonar sus hogares, así que no sería tan mala idea invertir mucho más para que prefieran quedarse en ellos y, desde luego, no jugar tanto a desestabilizar regiones enteras de forma irresponsable y movidos únicamente por la codicia.
Nota final. Es indudable que muchas de las personas migrantes marchan de sus hogares huyendo de la violencia, la persecución por el motivo que sea (racial, política, religiosa, por orientación sexual, etc.) o la miseria más descarnada. Sin embargo también es cierto que muchos de estos migrantes disponen en sus países de origen de unos niveles de vida probablemente superiores, en términos generales, a los que tenían sus antepasados (menores tasas de mortalidad infantil, mayor esperanza de vida, menor vulnerabilidad ante determinadas enfermedades, una ingesta mayor de calorías, acceso relativo a la educación o la tecnología...) ¿Qué diablos pasa entonces? Básicamente que estas personas no se comparan con sus padres o abuelos, se comparan con nosotros o, en su defecto, con aquellos que emigraron y, mejor o peor, han logrado prosperar. Occidente vende sin descanso al resto del mundo su opulencia y sus extraordinarios estándares de vida. Y claro, esto actúa como un imán irresistible para todos aquellos que sueñan con una vida mejor, porque no se le puede impedir a nadie que sueñe. Y toda esta gente sueña con Europa (o en su defecto Norteamérica) porque nosotros, voluntaria o involuntariamente, les hemos vendido esos sueños. Que quede bien claro. De un u otra manera esto va a seguir ocurriendo a no ser que Occidente se convierta en un infierno difícilmente habitable, para todo el mundo, asolado por las guerras, la miseria o cualquier otro tipo de apocalíptica catástrofe.                         

      Kwisatz Haderach
       
      
     
    

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