La Historia prohibida de España. Segunda entrega: los religiosos represaliados por el franquismo

La Historia de España está repleta de episodios oscuros de los que apenas sí hemos oído hablar. En esta serie de artículos trataremos de mostrar algunos de entre los muchos que tuvieron lugar a lo largo del último siglo.


Resultado de imagen de José de Ariztimuño Olaso
Retrato de José de Ariztimuño Olaso, uno de los
más destacados sacerdotes asesinados por las
tropas franquistas tras su entrada en Guipúzcoa
en octubre de 1936. 
           Es de sobra conocido por la mayoría que la Guerra Civil española (1936-1939) fue el episodio más negro de nuestra Historia más reciente. A día de hoy todavía se discute la cifra de víctimas que provocó, las últimas estimaciones indican que alrededor de medio millón, de las que más de 120.000 lo fueron en retaguardia como consecuencia de las represalias tomadas contra la población civil por parte de las fuerzas de ambos bandos (1). Es precisamente este último hecho, el asesinato de miles de civiles lejos de los frentes de batalla, el aspecto más sórdido de la contienda. La persecución y represión sistemáticas por parte de las fuerzas sublevadas contra el gobierno de la República, lideradas por Franco, se ha atribuido principalmente a motivos políticos. Las víctimas solían ser intelectuales, militantes o simpatizantes de partidos de izquierdas, dirigentes obreros de mayor o menor relevancia y anarcosindicalistas, así como muchas otras personas de estos entornos, o con alguna relación con ellas (de amistad, parentesco...), y que eran vistas como una amenaza potencial en retaguardia.
En el bando republicano también hubo represalias, habiendo alcanzado gran difusión las tomadas contra muchos sacerdotes, religiosos, religiosas y demás miembros de la jerarquía católica en el marco de un auténtico estallido de furia anticlerical. Dicho estallido dejó un saldo de cerca de 7.000 víctimas, así como una importante destrucción de patrimonio, en las zonas controladas por fuerzas leales al gobierno (2), lo que se ha venido a calificar de auténtica persecución religiosa. No obstante y en contra de lo que a menudo se piensa el asesinato de religiosos durante la Guerra Civil no fue monopolio de "los rojos", dándose también en el bando franquista. De hecho durante la dictadura la represión contra los miembros díscolos de la Iglesia, que se opusieron abiertamente al régimen, no fue un hecho excepcional.

La Guerra Civil

           Tal y como se ha apuntado la persecución y asesinato de religiosos por parte de milicianos y tropas republicanas es un hecho ampliamente conocido. La Iglesia Católica ha otorgado a todas estas muertes una gran relevancia como clara demostración de la brutal e injusta persecución sufrida por sus integrantes, así como por muchos otros devotos creyentes, durante la contienda. La manifestación más llamativa de todo ello son las diferentes beatificaciones que el Vaticano ha venido realizando desde la década de 1980, la última de las cuales, realizada en Tarragona en noviembre de 2013, elevó a los altares a 522 nuevos mártires (3) en una auténtica "macrobeatificación" celebrada por todo lo alto. Con estos ya son más de un millar los religiosos asesinados durante la Guerra Civil que han recibido tal gracia por parte de la alta jerarquía católica, obviamente todos sin excepción víctimas de las fuerzas republicanas.

            Estos sucesos, sumados a los también archiconocidos episodios de quema de iglesias, conventos y otros bienes propiedad del clero a manos de milicianos y multitudes descontroladas, pueden hacernos pensar que el bando de los militares sublevados no obraba de igual forma. Estos se dedicaron a "acabar con todos los rojos", pero a buen seguro respetarían religiosamente (y nunca mejor dicho) a todos los miembros de la Iglesia sea cual fuere su condición, pues ésta se posicionó sin tapujos de su lado al defender sus mismos intereses. Según este razonamiento ver a tropas franquistas fusilando sacerdotes sería algo por completo inaudito.

           ¿Pero de verdad sucesos así no tuvieron lugar durante la guerra? Puede que los medios afines a la Iglesia o los distintos gobiernos habidos desde la instauración de la democracia no se hayan hecho excesivo eco de ello, pero lo cierto es que dichos crímenes sí se cometieron. En términos cuantitativos no fueron tan importantes, pero eso no debe hacernos olvidar que tuvieron lugar y, lo que es peor, ha existido una cierta tendencia, voluntaria o involuntaria, a silenciarlos o concederles una relevancia mucho menor. Un ejemplo de ello sería la entrada de las tropas franquistas en Guipúzcoa durante el otoño de 1936. Entre las numerosas víctimas de la represión subsiguiente cabe destacar a 16 sacerdotes vascos (3) (4), fusilados por haber manifestado su adhesión al gobierno de la República y sus simpatías nacionalistas. No es que estos religiosos aplaudieran los desmanes cometidos contra la Iglesia en el bando republicano, más bien todo lo contrario, pero a diferencia de muchos otros correligionarios condenaban el alzamiento armado, y toda la violencia que conllevó, al considerarlo un acto por completo inmoral y de deslealtad a un gobierno legítimamente establecido; ningún buen cristiano podría apoyar algo así. Tal y como escribió Claude Bowers, embajador de Estados Unidos en España en la década de los 30 del pasado siglo, en su libro Misión en España (4):

            "...esta lealtad de los católicos vascos a la democracia ponía en un aprieto a los propagandistas que insistían en que los moros y los nazis estaban luchando para salvar a la religión cristiana del comunismo".

             Entre los sacerdotes represaliados por los fascistas en Euskadi encontramos a Martín de Leukona y Gervasio de Albizu, vicarios de Rentería, asesinados el 8 de octubre de 1936. El 17 de octubre le tocó el turno a los religiosos de Hernani Alejandro de Mendikute, José Adarraga y José de Ariztimuño Olaso, este último también un conocido escritor local de la época apodado Atziol por sus seguidores. El día 24 sería ejecutado el arcipreste de Mondragón José de Arin, así como los también sacerdotes José Iturri Castillo, Aniceto de Eguren, José de Markiegi, Leonardo de Guridi y José Sagarna. Antes de que finalizara aquel fatídico mes caerían también los vicarios de Elgóibar y Markina, así como varios religiosos del convento de los carmelitas de Amorebieta, entre ellos el padre Román, superior del mismo. Estos hechos ponen de manifiesto que el asesinato de religiosos por parte de la fuerzas sublevadas de Franco no se redujo a actos puntuales y aislados, más bien obedecía a una estrategia general de eliminación sistemática de todas aquellas figuras relevantes que se oponían al "Alzamiento Nacional" en todas las localidades ocupadas. Como se puede comprobar no se hicieron distinciones y los católicos vascos, ya fueran clérigos o seglares, padecieron una represión idéntica en intensidad, si no incluso superior, a otros colectivos. No olvidemos que la mayor parte de la población de Euskadi, dadas sus aspiraciones autonomistas, se posicionó en favor de la República, si bien seguía estando profundamente arraigada a la religión y las tradiciones (de hecho la furia anticlerical apenas sí se dejó sentir en aquellos lugares, a diferencia de lo que ocurrió, por ejemplo, en Cataluña, Madrid, Aragón o Valencia). Los militares sublevados no lo perdonarían y actuaron en consecuencia una vez tomaron el control del territorio.

Imagen actual de la parroquia de Loscorrales (Huesca),
donde en 1936 tuvo lugar el asesinato del padre José
Pascual Duaso a manos de un grupo de falangistas.
              Las víctimas de la comunidad religiosa a manos del bando franquista no se redujeron a este episodio acaecido en Guipúzcoa. El 31 de marzo de 1937 al menos 14 religiosas y dos sacerdotes fallecieron durante el bombardeo indiscriminado sobre la población de Durango (Vizcaya) realizado por parte de los mismos escuadrones que, apenas un mes después, participaron en el tristemente célebre bombardeo sobre Guernica. Ya fuera del País Vasco destacan otros casos de represión similares. Especialmente llamativo es el del párroco José Pascual Duaso, cura de la localidad de Loscorrales (Huesca), asesinado por falangistas el 22 de diciembre de 1936 por distribuir leche entre las familias más necesitadas de la zona, varias de las cuales habían sufrido represalias por las simpatías republicanas de algunos de sus miembros, lo que automáticamente convirtió a Duaso en "sospechoso" (5). También cabe mencionar el caso del sacerdote Jeroni Alomar Poquet, ejecutado en Mallorca el 7 de junio de 1937 al ser acusado de comunicarse con el enemigo vía radiotransmisor, o el de Andrés Ares Díaz, párroco de Val do Xestoso (A Coruña), muerto por falangistas el 3 de octubre de 1936 por participar en una colecta organizada por Socorro Rojo, servicio vinculado a la Internacional Comunista.

           A la luz de todas estas evidencias resulta especialmente llamativa la amnesia selectiva de la jerarquía eclesiástica, en especial la de los obispos españoles de la actual Conferencia Episcopal, en relación a las muertes de religiosos acaecidas durante la Guerra Civil. Mucho parecen pregonar las innumerables maldades perpetradas por "los rojos" a lo largo de la contienda, pero los Duaso, Ares Díaz, Román, Eguren, Iturri o Ariztimuño Olaso, no figuran en las listas de "mártires" consagrados en las espectaculares y multitudinarias beatificaciones en masa a las que nos tienen acostumbrados últimamente. Y a buen seguro no figurarán en las próximas porque, a sus ojos, los religiosos asesinados por el bando franquista no entran en la categoría de "víctimas por Dios y por la fe".

La dictadura

Fotografía en la que posan cuatro ex sacerdotes
vascos recluidos durante la dictadura en la cárcel
de Zamora (fuente: El País).
           La Iglesia fue sin duda uno de los pilares fundamentales que sustentaron la dictadura del general Franco a lo largo de varias décadas. Este apoyo incondicional se reflejaba en el nacionalcatolicismo, la seña de identidad del régimen. Las altas jerarquías eclesiales del país iban de la mano del dictador, agradecidas por su victoria en la "Cruzada" que para ellas había supuesto la Guerra Civil, pero eso no quería decir que la totalidad de sus subordinados fueran idénticamente fieles al generalísimo y a todas las estructuras de poder que emanaban de él. De hecho el régimen, en connivencia eso sí con los obispos, no tuvo reparos a la hora de perseguir y encarcelar a los sacerdotes "que se habían salido del redil" y que en el tardofranquismo se posicionaron en favor de la lucha obrera, los presos políticos y la demanda de mayores libertades y de democracia. Tal vez fueron una minoría, pero al igual que sucedió durante la guerra, existieron.

           Tanto es así que las autoridades habilitaron una prisión específica para ellos, destinada a aislarlos por completo de otros reclusos, la cárcel concordatoria de Zamora (6). Entre el centenar que allí estuvieron recluidos entre 1968 y 1977 un colectivo aparte lo componían los religiosos vascos que denunciaban el estado de represión que se vivía en Euskadi en aquellos años, como Alberto Gabikagogeaskoa, Juan Mari Zulaika, Julen Kalzada y Josu Naberan, todo ellos actualmente fuera de la Iglesia por haber sido condenados por el régimen. Otros acabaron tras los muros de la prisión zamorana bajo acusaciones tan dispares como una presunta homosexualidad, ayudar a practicar un aborto o intento de asesinato. En realidad la práctica totalidad de ellos terminó encarcelado por oponerse a la dictadura de una u otra forma o manifestar opiniones "incómodas". Inicialmente sus superiores optaban por recluirlos en conventos y otras dependencias propias bajo un régimen disciplinario especial, pero esta solución no terminaba de gustarle a los aparatos del franquismo, que finalmente optaron por la vía carcelaria.

           Pocos de estos sacerdotes mantuvieron su vocación tras esta experiencia. Tal y como algunos de ellos reconocen: "Franco, aquel caudillo por la gracia de Dios, y la cárcel acabaron con su vocación religiosa". El nulo apoyo recibido por parte de los obispos ayudó a buen seguro a terminar de aniquilarla. Poco importó que el famoso cardenal Vicente Enrique y Tarancón, presidente de la Conferencia Episcopal entre 1971 y 1981, comenzara a distanciarse del régimen, e incluso a criticarlo, en los años de la agonía del mismo. Aquello puede interpretarse como una maniobra de lavado de cara de la Iglesia, muy perjudicada en su imagen por el apoyo mantenido hasta la fecha a la dictadura franquista. Fueron poco más que gestos y, a día de hoy, la memoria de todos aquellos religiosos víctimas de la represión durante la Guerra Civil y la dictadura sigue sin recibir la justicia y reparación que debiera. No son los únicos, pues forman parte de un colectivo mucho más grande que algunos pretenden enterrar en el olvido.

N.S.B.L.D
                                     

(1) The Spanish Civil War (2001). Hugh Thomas (págs. 899-901).
(2) Memorandum del ministro Irujo sobre la situación de la Iglesia (7 de enero de 1937).
(3) Los curas asesinados por el franquismo no van al cielo (infolibre).
(4) Otros "mártires" de la Guerra Civil (El País).
(5) Memoria y amnesias (El Periódico de Aragón).
(6) Prisioneros por la gracia de Dios (El País).


Otras entregas de esta serie:

La Historia prohibida de España. Primera entrega: las miserias de la Guerra de Marruecos





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