El valencianismo garrulo y el predominio electoral del Partido Popular

A pesar del desgaste tras largos años en el poder, la crisis y los innumerables casos de corrupción en su seno, el Partido Popular de la Comunidad Valenciana ha mantenido asombrosamente su predominio hasta la fecha. El secreto tal vez radique en un mensaje populista que conecta con ciertos sentimientos muy arraigados en parte de la población. Bien se lo podría denominar "valencianismo garrulo".


Resultado de imagen de rita caloret            El pasado 22 de febrero las redes sociales enloquecieron ante lo que podríamos denominar la anécdota estrella de la pasada semana a escala local, incluso programas de televisión, radio y prensa escrita se han hecho eco de la misma. El cachondeo ha sido sin duda generalizado. Estamos hablando, como no podía ser de otra manera, del esperpéntico e incoherente discurso perpetrado por la sempiterna alcaldesa de Valencia Rita Barberá, alias "si sabes cómo me pongo no haberme invitao", durante la Crida, el acto que inaugura el mes fallero en la ciudad del Turia. Más allá de las sospechas etílicas al respecto, pues a la veterana lideresa se la vio un tanto espesa con su caloret, lo cierto es que Rita representa la imagen arquetípica de la casta política popular que ha gobernado la Comunidad Valenciana desde hace al menos dos décadas. Los Zaplana, Camps, Fabra, Cotino, Rus y compañía han sabido mantenerse en el poder durante todo este tiempo a pesar de los incontables desmanes que han protagonizado y que han llevado a Valencia a una situación casi insostenible. Han sabido mantener ese predominio incluso a pesar de esa actitud prepotente, falaz, autoritaria y hasta se diría que mafiosa en ocasiones, que los ha caracterizado. Tan sólo hay que tirar de hemeroteca para comprobar lo que ha sido el PP valenciano a lo largo de todos estos años, ni tan siquiera es necesario pasar a enumerar los casos de corrupción, las imputaciones, las desastrosas empresas en las que nos embarcaron, las salidas de tono y los comportamientos vergonzosos que muchos ya conocen sobradamente. Pero aun así, ¿cómo es posible que esta gente todavía mantenga el apoyo, no pocas veces incondicional, de un sector nada despreciable de la población valenciana? ¿Cómo es posible que, en las encuestas de intención de voto, los populares todavía figuren como la fuerza más votada a pesar del evidente retroceso?

           Se podría pensar de entrada que, si mantienen ese apoyo, es porque algo bueno habrán hecho desde que están en el gobierno. Lo mismo podríamos decir de los socialistas en Andalucía a pesar del escándalo de los EREs y otras corruptelas infames, aunque los mismos que defienden a muerte a los populares valencianos se rasgan las vestiduras con indignación desmedida ante estos casos. Y ahí es donde tal vez radique el misterio. Señalar con vehemencia las miserias de los partidos con los que no simpatizas y tolerar cualquier clase de comportamiento, por deleznable que sea, en aquel al que votamos con asiduidad demuestra una cosa. Al menos por estas latitudes y en demasiados casos el voto no suele ser una acción meditada. No, decantarse por un determinado partido a la hora de depositar la papeleta en la urna no va acompañado de un proceso previo en el cual se hayan sopesado las distintas opciones y programas políticos, se haya razonado cuál es la más adecuada o acorde al interés general y se termine tomando una decisión que luego pueda defenderse ante otros de forma argumentada y cabal. Más bien al contrario el voto es un impulso emocional en numerosas ocasiones, se vota "con las entrañas" no con la cabeza. Es una respuesta inercial, dictada por las pasiones, los prejuicios y los sentimientos que conforman la personalidad de cada uno; la parte más profunda, instintiva e incluso animal de nosotros mismos. Por eso muchas veces no atiende a razones, porque en verdad no puede hacerlo, apela a los sentimientos y a actitudes profundamente arraigadas en muchas personas. También precisamente por eso es tan difícil que muchos electores, especialmente los de mayor edad, lleguen a cambiar su voto "traicionando" al partido de toda la vida. Es algo así como aquello que, en el clásico moderno de ciencia-ficción Matrix, le cuenta Morfeo al protagonista Neo en relación a desconectar a un ser humano de la simulación virtual en la que las máquinas lo tienen atrapado. Llegados a una determinada edad resulta terriblemente complicado liberar una mente.               

            De forma parecida, y centrándonos en el caso valenciano, a muchos votantes les cuesta horrores "desconectar" del PP. Y en mi opinión ello es debido seguramente a que, a lo largo de los años, este partido ha sabido armarse de un discurso que ha conectado muy bien con una parte importante de la sociedad. En el pasado dicho discurso era enarbolado por formaciones políticas de carácter regionalista hoy prácticamente desaparecidas, como Unió Valenciana. No obstante en los años 90 el PP fagocitó con éxito al valencianismo político conservador, apropiándose de sus valores y argumentario y, en consecuencia, también de su electorado. A la derecha españolista más reaccionaria se sumaba ahora otro sector, que vería en los populares a los auténticos defensores "de lo valenciano", frente a los partidos de izquierda o centro-izquierda que pretendían traicionarlo. Gracias a esta maniobra el PP ha podido asegurarse el dominio electoral en la Comunidad durante largos años.

           ¿En qué consiste este discurso que tan buenos resultados parece haber dado? Contrariamente a lo que pueda parecer no es nada especialmente elaborado y ni tan siquiera se puede decir que esté bien construido. Se basa en un conjunto de clichés, prejuicios e ideas preconcebidas nada originales y simples, pero precisamente por ello muy efectivas. Estos mensajes simplistas van dirigidos a la parte emocional de la psique, razón por la cual se fijan con gran facilidad. De esta manera y por muchos atropellos que perpetren, los que han hecho suyo este discurso podrán seguir presentándose como aquellos que, a pesar de todo, van a seguir defendiendo los intereses de los valencianos. Al conjunto de este ideario he venido a llamarlo "valencianismo garrulo", porque se basa en unos principios que me parecen muy cutres a la vez que descaradamente populistas. Muchos de los que vivimos por estos lugares llevamos escuchándolos toda la vida y, a fuerza de tanta repetición, no es de extrañar que hayan terminado interiorizados en más de uno. He aquí los más destacados.

1. Cataluña es el enemigo público número uno.

           Eso de tenerle manía a los catalanes ha pasado a ser casi un rasgo distintivo en determinados sectores de la sociedad valenciana, al menos por la capital y alrededores. De hecho es algo que a la que te despistes puede terminar afectando a cualquier hijo de vecino, incluso aunque no sea votante acérrimo del PP. La estrategia casa muy bien con la que perfeccionó el ministro de propaganda del régimen nazi Joseph Goebbels, el discurso simplificador del enemigo único al que culpar de todo. Es efectivo precisamente porque es simple y el mensaje está diseñado para que lo entienda hasta el más inculto. En este caso sólo habría que cambiar la palabra "judío" por "catalán". En esta presunta confrontación entre Valencia y Cataluña, pues esta última siempre estaría tratando de asimilarnos y apropiarse de nuestras señas de identidad, los defensores "de lo valenciano" encuentran un elemento de fuerza para aglutinar a la masa frente a la amenaza común. Agitamos ese espantajo al que responsabilizar de todos los males y de esta manera desviamos la atención de las causas reales de los mismos. Ni tan siquiera es necesario que el discurso esté medianamente bien elaborado, de hecho puede ser una auténtica bazofia y seguir siendo efectivo. Sólo de esta manera podemos entender declaraciones como la de la diputada autonómica popular Verónica Marcos, que en 2012 y al calor del desafío soberanista lazando por Artur Mas, afirmó con toda tranquilidad: "... los catalanes nos quieren quitar las fallas, la paella y la Dama de Elche". Puede parecer mediocre a la vez que increíblemente ridículo, especialmente porque la conocida reliquia íbera permanece en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, pero la política valenciana no hace sino reproducir unas palabras que bien podríamos escuchar en una conversación a pie de calle, razón por la cual más de uno puede sentirse identificado con ellas.

          El discurso anticatalanista le ha servido al PP valenciano para apuntarse un tanto ante las fuerzas progresistas, ya que de esta manera ha afianzado el voto entre muchos conciudadanos. Siguiendo la técnica simplificadora de Goebbels que reza que "el que no está conmigo está contra mí", aquellos que no simpatizan con los populares son, por extensión, pro catalanes y, rizando el rizo, antivalencianos. Es decir, si votas a un partido de izquierdas es que eres un catalanista y no te sientes auténticamente valenciano, lo que es casi lo mismo que decir que eres un traidor a tu tierra. Es un mensaje muy básico, directo y bastante efectivo.    

2. A vueltas con el idioma, la bandera y otros símbolos.


Fitxer:Acte plaça de bous 9.10.1978 3.jpg
Imagen de un acto en favor del estatuto de autonomía celebrado en la
plaza de toros de Valencia el 9 de octubre de 1978. Por aquel entonces
muchas banderas no se diferenciaban de la clásica "senyera" catalana. 
          Uno de los pilares fundamentales del valencianismo garrulo y que el PP también ha hecho suyo es el de argumentar que el valenciano es un idioma totalmente independiente que no procede del catalán, a saber, una lengua que ha de considerarse aparte. Esta es la eterna polémica que muchos valencianos llevamos escuchando toda la vida, todo y que no hay un solo académico o lingüista mínimamente serio (porque siempre es posible encontrar fantoches disfrazados de estudiosos) que defienda la disparatada tesis de que el valenciano tiene un origen independiente al idioma que se habla en Cataluña o Baleares. En todo caso éste no es lugar para extenderse explicando el origen de los distintos dialectos valencianos (apitxat, meridional, alacantí...), en su lugar tenemos numerosos estudios bien fundamentados de todo tipo. La cuestión es que los políticos populares no recurren a argumentos científicos a la hora de defender su postura, sino a los "sentimientos de los valencianos", que consideran su lengua materna como algo especial. Aunque en muchos casos lo de lengua materna es un decir, ya que muchos defensores del "idioma valenciano" son a menudo castellanohablantes. Apelar a los sentimientos, en especial en cuestiones como esta, suele dar buen resultado, todo y que la lógica diga precisamente lo contrario. El populismo no atiende a razones ni tampoco las necesita.

         Algo muy parecido podría decirse en relación a otra polémica que, como tantas otras cosas en esta tierra, mete a Cataluña de por medio. Hablamos del diseño de la senyera, la cuatribarrada que tanto catalanes, aragoneses, valencianos y baleares consideran un símbolo propio, si bien con matices. En el caso de Valencia una bandera con banda azul del lado del mástil, lleve o no el ribete de la corona, es algo perfectamente aceptable. Por contra usar una bandera sin esa banda, haciéndola idéntica a la senyera catalana, es un sacrilegio inaceptable. Una vez más no se trata de ninguna disputa que se remonte a la noche de los tiempos, sino de algo que, como mucho, nos retrotrae a las reivindicaciones de los regionalistas valencianos de finales del siglo XIX. De hecho la cuatribarrada con banda azul fue durante siglos un emblema exclusivo de la ciudad de Valencia, que ni tan siquiera fue adoptado como bandera oficial para toda la Comunidad hasta la aprobación del estatuto de autonomía en julio de 1982, pues durante la etapa de transición democrática anterior estuvo vigente una bandera provisional que sí incluía el escudo de Valencia, pero no la tan traída y llevada banda (al respecto consultar la entrada de la Wikipedia). Con todo esto no es de extrañar que los valencianos más nacionalistas (o catalanistas, según con quién hables) se refieran a los defensores del valencianismo más conservador empleando el término despectivo de "blaveros" (por el blau, el azul de la bandera).

        Y es que esta clase de polémicas absurdas son algo muy valenciano y se extienden hasta unos niveles insospechados. Empezando por la propia denominación de la región en sí, Comunitat Valenciana ha de ser el término "políticamente correcto" además del oficial, pero bajo ningún concepto se puede tolerar lo de País Valencià, por sus imperdonables resonancias separatistas. Pasando por el himno regional del maestro Serrano, que no olvidemos que en su primera estrofa dice: " Per a ofrenar noves glòries a Espanya". Para terminar incluso con la apropiación de símbolos deportivos como el Valencia C.F, con el permiso del Levante U.D el equipo de fútbol más emblemático de la capital.

3. Sembrando la discordia.

        El discurso populista y simplificador que presenta antagonismos artificiosos como el de catalanes contra valencianos, también da buenos resultados si lo extrapolamos a otras esferas. Un buen ejemplo fueron las pasadas disputas por el agua en relación a un proyecto que el PP valenciano convirtió en su bandera hace unos años, el polémico trasvase del Ebro. En este caso se fijó un nuevo enemigo sobre el que descargar las iras populares, las comunidades que viven en torno a este gran río, tanto en Cataluña como en Aragón. Una vez más agitando un espantajo al que culpar de algo muy grave, esos egoístas a los que les sobra el agua y que no quieren compartirla con los que más la necesitan y, una vez más, se repite un mensaje muy simple que apela a los sentimientos más viscerales. La política, en el sentido más rastrero de la palabra, de sembrar la discordia entre distintas regiones es algo que le ha funcionado bastante bien al PP para captar votos aprovechando disputas coyunturales. Los objetivos a largo plazo no le importan a nadie, sólo importa ganar las próximas elecciones para mantenerse en el poder otros cuatro años más. Después ya seguiremos improvisando sobre la marcha.

4. Todo es apariencia. Obras faraónicas, grandes eventos y el folclore más rancio.

        Es de sobra conocida la política de grandes proyectos y eventos que los populares valencianos convirtieron en una de sus estrategias estrella como demostración del "camino de éxito y progreso" emprendido por la Comunidad durante su mandato. Invertir en una sanidad pública eficiente y de calidad, en una red de centros educativos de referencia, en unos servicios sociales que atiendan verdaderamente a los más desfavorecidos, en investigación o en cultura, no es más que una estúpida pérdida de tiempo. De cosas así no se obtiene rédito electoral porque no son vistosas. Mucho mejor es dilapidar cantidades ingentes de dinero en ciudades de las artes y de las ciencias, parques temáticos, complejos vacacionales inmensos a la vez que horteras, aeropuertos sin aviones, circuitos de Fórmula Uno o glamurosas competiciones de vela. Cosas así encandilan a la plebe, la distraen durante un buen tiempo con falsos sueños de grandeza y prosperidad y, lo mejor de todo, sirven para fanfarronear. Esto último es algo que nos gusta mucho por estas latitudes, nuestros políticos tan solo han tenido que trasladar dicha debilidad a una escala superlativa y así todos deslumbrados. Es algo así como la máxima de la Roma de los césares de "pan y circo", populismo al más puro estilo de la vieja escuela.

       Y el resultado de todo lo anterior mejora incluso más si lo aderezamos con una conveniente adhesión al folclore valenciano más rancio. Es un cóctel en el que mezclamos todos estos proyectos faraónicos y megaeventos con buenas dosis de paellas para todos, fallas, petardos, horchata, barracas, trajes regionales, espectáculos taurinos, cantautores regionales horteras y demás elementos populares y ya tenemos la fórmula perfecta para ganarse a las masas y que te entreguen sus votos ¿Quién va a querer leerse programa político alguno si te pueden ofrecer todas estas cosas?

       En resumen, el conjunto de todas estas concesiones al valencianismo garrulo es lo que ha permitido mantenerse en el poder al PP durante todo este tiempo. Estudios científicos demuestran que, muchas veces, los seres humanos no meditamos las decisiones más importantes de nuestras vidas, sino que a menudo las tomamos de forma impulsiva, siguiendo los dictados del corazón, no los de la cabeza. Parece ser que los populares han sabido entender mejor que nadie esto último a la hora de captar electores. De ahí el arrollador éxito de su discurso y sus tácticas, simples y populistas, así como de la dialéctica goebbeliana que emplean para demonizar a sus rivales políticos o distraer la atención de la gente con polémicas más o menos artificiales. Visto lo visto poco importa que la corrupción haya podrido la política valenciana hasta la médula, que el grado de endeudamiento de las instituciones autonómicas o municipales alcance niveles desorbitados por culpa de una pésima gestión y no pocos proyectos ruinosos, que castellonenses y alicantinos vivan de espaldas a una capital que no parece haberles tenido en cuenta a la hora de vertebrar el proyecto de la Comunidad, que el sistema financiero valenciano haya sido subastado al mejor postor, que ya no haya una televisión pública que fue cerrada por decreto en un ramalazo autoritario del presidente Fabra o que en julio de 2006 más de cuarenta personas fallecieran en el accidente de metro más grave de la historia de España. Un suceso este último que, dicho sea de paso, no ha sido ni mucho menos aclarado y pasará a los anales como otro ejemplo más de la forma de hacer del PP; manipulación, opacidad, desaparición de pruebas y comportamientos ciertamente mafiosos.

      Poco más les queda por hacer a los populares para ofrecer una imagen incluso más lamentable. Hagan lo que hagan sus votantes acérrimos seguirán fieles e inamovibles en sus convicciones. Tengo la impresión de que, si en el ya tan comentado discurso de la Crida, la alcaldesa Rita Barberá hubiese vomitado sobre los asistentes o, en un arrebato alcohólico de locura, arrojado desde el palco a la fallera mayor infantil, poco hubiera importado. Muchos lo habrían justificado porque "¡qué coño, y lo bonita que ha dejado Valencia!". Los responsables de los partidos de la oposición deberían tomar nota de ello.


Juan Nadie
              


No hay comentarios:

Deja un comentario Tu opinión interesa

Comentarios sujetos a criterios de moderación.