Una sociedad medicalizada

Vivimos en una sociedad medicalizada de forma creciente. De un tiempo a esta parte existe la tendencia de ofrecer soluciones farmacológicas a problemas de la vida diaria que no necesariamente desembocan en patologías. Los intereses de las compañías farmacéuticas, que invierten mucho más en publicidad que en I+D, explicarían parte de dicha tendencia.


marketing i+d medicamentos 1
Esquema que muestra la inversión que realizan en marketing e I+D las diez mayores compañías farmacéuticas
del planeta. Nótese que algunas, como Johnson&Johnson o Pfizer, invierten casi el doble en publicidad de sus
productos que en investigación, mientras que solo una, Roche, destina mayores recursos (aunque no muchos
más) a I+D (Fuente: La ciencia y sus demonios). 
       
         No hace mucho un amigo que trabaja en el sector educativo me hablaba acerca de un fenómeno, que yo conocía más bien poco pues no tengo hijos, que ilustra bastante bien una tendencia social al alza. Todo estaba relacionado con esos niños y adolescentes a los que comúnmente se etiqueta de "hiperactivos", pues tras estudiar su caso un psicólogo o psiquiatra les diagnostica el llamado Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), señalado como una de las principales causas del fracaso escolar en muchos menores. Quienes lo padecen no pueden parar quietos ni en segundo, parlotean sin cesar aun cuando se los riña por hacerlo, se alteran con más facilidad que otros, tienen dificultades para concentrarse en cualquier tarea, pues se distraen con gran facilidad, tienden a interrumpir a los demás a la hora de hablar o participar en cualquier actividad, etcétera. A saber, lo que toda la vida se ha conocido como un crío atolondrado y revoltoso. Obviamente puede haber unos casos mucho más graves que otros y, de ser así, los expertos recomiendan un tratamiento que puede ir desde técnicas de reeducación, o de terapia conductual, hasta la medicación a base de compuestos como el metilfenidato (un psicoestimulante) o antidepresivos como la atomoxetina o el bupropion. Mi amigo me comentaba la costumbre cada vez más extendida de muchos padres que acuden a especialistas para que les indiquen "lo que le pasa a su hijo o hija", así como la tendencia a diagnosticar TDAH cada vez con más frecuencia, lo que en la práctica se traduce en medicar al menor a veces incluso a edades tan tempranas como diez u once años (si no antes). Resulta preocupante no ya solo por el hecho de que una persona pueda quedar atada a una medicación de por vida, con los subsiguientes problemas que ello puede acarrear a su salud a largo plazo, sino también por la estigmatización que supone para el niño o niña, que será catalogado como "enfermo" a partir de ese momento. Uno no puede dejar de preguntarse qué se esconde detrás de todo esto ¿De verdad es necesario atiborrar a pastillas a los menores hiperactivos? ¿Es que no existen soluciones mejores a este problema? Y es más, ¿debemos considerarlo un problema de índole sanitaria y tratarlo como tal o es que estamos exagerando en muchos casos?

        El caso del TDAH ilustra bastante bien lo que le ocurre a nuestra sociedad hoy día, que tiende a medicalizar cualquier problema de la vida diaria como si las pastillas de cualquier tipo fueran la panacea que lo soluciona todo ¿Problemas para conciliar el sueño?, ¡no te preocupes!, aquí tienes todo un surtido de grajeas que te funcionarán a las mil maravillas ¿Andas con estreñimiento?, ¡pastillita al canto y solucionado! (tu alimentación y modo de vida nada tienen que ver, por supuesto) ¿Tu trabajo y obligaciones diarias te dejan completamente exhausto al caer la noche y al día siguiente sientes que no tienes fuerzas?, ¡fácil!, estos complejos vitamínicos y estimulantes te pondrán a tope ¿Malas digestiones y ardor de estómago porque comes mal, a deshoras y a toda prisa?, tómate este sobrecito y olvídalo, pero ni se te ocurra cambiar de hábitos ¿Has pillado un buen trancazo y no estás para ir a currar?, ¡eso no puede ser, en la cama no resultas productivo para el sistema!; mejor una buena dosis de antigripales que, aunque realmente no te curan, sí atenúan los síntomas para que rindas en el tajo. Por haber hay hasta pastillas destinadas a recuperar "un funcionamiento psicológico adecuado", para esos días en que estás un poco de bajón pues ya se sabe, el secreto de la felicidad está en las píldoras de colores. A este paso no será de extrañar que acabemos como ese pobre infeliz de una canción de Joaquín Sabina, que acudía desesperado a una farmacia para preguntar si tenían pastillas para no soñar.

       Antes de proseguir con este asunto creo necesario realizar una aclaración. Éste no es uno de esos blogs "magufos", donde se despotrica acerca de la medicina moderna, sus métodos de investigación y tratamientos, en favor de eso que llaman "medicinas alternativas". Cada uno es libre de pensar lo que quiera, pero aquí no voy a defender, ni mucho menos, cosas como la homeopatía, las flores de Bach, la dieta alcalina, la alienación de los chacras o la energía de los cristales mágicos tibetanos. Considero que las terapias pseudocientíficas son por completo ineficaces e incluso peligrosas en algunos casos, desde luego no soy el único en pensar así, y si funcionan en ocasiones lo hacen únicamente por motivos ajenos a los predican (sugestión y efecto placebo, la propia capacidad autorreparadora del organismo humano, otros tratamientos...). Hoy por hoy la investigación médica llevada a cabo bajo el rigor del método científico es la única vía factible para desarrollar tratamientos que nos permitan paliar todo tipo de dolencias y enfermedades. Esto es algo imprescindible y las numerosas virtudes de la medicina moderna resultan indiscutibles. Las vacunas, los antibióticos y antivirales o los trasplantes han permitido salvar innumerables vidas y nada de eso hubiera sido posible si detrás no hubiera habido investigaciones rigurosas y convenientemente contrastadas.

Resultado de imagen de industrias que más dinero mueven en el mundo       Ahora bien, una cosa es reconocer los indudables beneficios que la medicina moderna ha aportado a la humanidad, avances por los que hay que seguir apostando sin concesiones, y otra muy distinta es medicalizar nuestras vidas ante cualquier contratiempo o pequeño inconveniente que se nos presente en el día a día. Allá por el año 2000 el profesor de Filosofía Lou Marinoff nos mostraba en su best seller Más Platón y menos Prozak que la solución a pequeñas crisis o altibajos de naturaleza psicológica o emocional, no por supuesto a enfermedades mentales graves como la esquizofrenia o el trastorno bipolar, no necesariamente ha de pasar por atiborrarse a antidepresivos o ansiolíticos. Si te ha dejado tu novia o te has quedado sin trabajo y te resulta complicado encontrar uno nuevo no tienes ninguna enfermedad, por lo que recurrir a pastillas para mejorar tu estado de ánimo ante esa mala racha no solucionará realmente el problema. Es más, puede crearte otros nuevos. Y esto es válido para otras muchas cosas. Si quieres perder peso, mejor que un supuesto tratamiento adelgazante a base de sobres o píldoras, es hacer ejercicio y seguir una dieta sana y equilibrada. Ejercicio diario y una dieta saludable también son muy útiles para mantener el colesterol en unos niveles adecuados, de esta manera nos olvidamos de cápsulas y preparados a base de aceite de krill y, ya de paso, evitamos arrasar la cadena trófica en el antártico. Y así un largo etcétera.

           ¿De dónde surge esta especie de filosofía de "pastillas para todo"? El indudable éxito de los tratamientos de la medicina moderna basada en la Ciencia tiene parte de culpa. Al fin y al cabo, si esos tratamientos pueden curar ya muchas enfermedades, ¿por qué no extender la misma práctica a otros ámbitos de nuestra vida? De entrada no parece un mal planteamiento, sin embargo es del todo incorrecto. Por definición un tratamiento ha de emplearse para corregir el desequilibrio que en el organismo provoca un trastorno o dolencia, para así recuperar el estado de salud, con lo cual no será útil si ese desequilibrio no existe en realidad. Sería como si nos metiéramos dentro de un horno a máxima potencia porque tenemos frío, vale que ahí dentro hará más calor, pero es una solución mortalmente drástica. Problemas distintos precisan soluciones distintas y, lo que es más importante, apropiadas a cada caso.

           No obstante la tendencia a medicalizar nuestras vidas continúa aparentemente imparable. Y para comprender por qué esto es así debemos entender que detrás de todo ello se encuentran los intereses de la industria farmacéutica, que en 2013 movió más de 700.000 millones de dólares en todo el mundo, una cifra equiparable a la de la industria del entretenimiento (cine, televisión, videojuegos...) y sólo superada por la armamentística, el sector financiero y el petrolero (ver Las industrias que más dinero mueven en el mundo). Comprendiendo la magnitud de semejante negocio multimillonario es fácil adivinar por qué las farmacéuticas andan tan interesadas en extender a todos los niveles el consumo de los productos que comercializan, ya que cuanto más habituados estemos a ellos más beneficios obtendrán. Esta industria centra sus esfuerzos especialmente en esto último, ganar dinero a espuertas y cuanto más mejor, razón por la cual las compañías del sector invierten mucho más en sus campañas de marketing (a veces incluso casi el doble) que en investigación y desarrollo, lo que se viene a llamar I+D. La razón está muy clara, cuanto más publiciten sus tratamientos y remedios, mayor tendencia habrá de consumirlos. No importa demasiado que la dolencia a tratar en cada caso sea real, exagerada o incluso imaginaria, como tampoco importa que en realidad pueda tratarse de una simple carencia emocional o física o algún tipo de frustración a nivel personal. Lo único que importa es que el consumidor compre y compre, que considere dichos productos una necesidad ineludible y tienda a adquirirlos de manera regular. Para eso están las campañas publicitarias y todos los millones de dólares (o euros) que las farmacéuticas destinan a ellas ¿Dónde ha quedado eso de que sólo un médico titulado puede recetar medicamentos? Si es así, ¿a qué tanta publicidad en televisión y otros medios al respecto? Eso sin contar, por supuesto, con los productos que en realidad no son medicamentos pero que se presentan en un formato similar para seducir al consumidor, tratando así de convencerlo del supuesto beneficio de sus efectos.                                         
Esquema que muestra cuánto dinero destinan los sectores público y privado a la investigación biomédica en
Estados Unidos. Si bien la aportación privada es un tanto superior, se destina principalmente a la obtención de
productos comercializables que derivan de la investigación básica previa, llevada a cabo especialmente por
organismos públicos (Fuente: elglobal.net).
         
           A pesar de todo lo anterior habrá quien diga que la industria farmacéutica invierte igualmente miles de millones en investigación y desarrollo de nuevos fármacos. No obstante esto es una verdad con matices. En Estados Unidos, país puntero como en otras cosas en investigación biomédica, existe un equilibrio al respecto entre la inversión pública y privada que se inclina hacia esta última. La I+D financiada con fondos públicos recae en la red de los National Institutes of Health (NIH), dependientes del gobierno federal, que centran sus esfuerzos en la investigación médica básica, imprescindible para desarrollar ulteriormente cualquier fármaco o tratamiento. Por contra la industria farmacéutica destina relativamente pocos recursos a esta investigación de carácter básico, de hecho de las 19 moléculas con actividad farmacológica más relevantes desarrolladas en los últimos 25 años, sólo 4 lo fueron enteramente dentro del sector privado (según un estudio publicado en 2013 por el Tufts Center for the Study of Drug Development). Entonces, ¿a qué tipo de investigación dedican sus fondos las farmacéuticas? Básicamente a la llamada investigación clínica, a saber, todas las pruebas necesarias para que los organismos competentes den el visto bueno a los productos que van a ser comercializados, como los ensayos con animales de laboratorio y pacientes voluntarios para verificar la efectividad y/o inocuidad de este u otro compuesto. Luego dirán que los NIH no se implican lo suficiente en este último tipo de investigación, sólo faltaría que le hicieran el trabajo a las compañías farmacéuticas para que luego éstas se lleven todos los beneficios de las ventas.

          En resumen, el sector privado se beneficia de las aportaciones surgidas de la investigación financiada con fondos públicos, patentando y comercializando variantes de sustancias activas desarrolladas previamente, con lo que las hace propias y obtiene grandes beneficios con ello. Sólo así se pueden entender abusos tales como que un tratamiento contra la hepatitis C cueste de media unos 25.000 € por paciente en la Unión Europea al ser comercializado por una empresa biotecnológica, Gilead Sciencies, bajo el nombre de Solvadi. Sin embargo un tratamiento genérico, pero básicamente similar, ha sido distribuido con éxito en la India con un coste medio de tan solo 150 € por paciente ¿A qué vienen estos exagerados sobrecostes por un fármaco que ni tan siquiera desarrolló esta compañía?, pues es mérito de Pharmasset, empresa que fue absorbida por Gilead. Nada de esto tiene que ver con el retorno de la inversión realizada en el desarrollo del tratamiento, no es más que un comportamiento puramente codicioso que tan solo busca exprimir a administraciones públicas y pacientes. Y recapacitando acerca de ello surge otra pregunta, ¿por qué los gobiernos europeos y norteamericanos (donde el tratamiento llega a costar la friolera de 84.000 $) no apuestan por tratamientos genéricos, pero igualmente eficaces, mucho más económicos, tal y como ha ocurrido en la India o Egipto? Una vez más da la impresión de que dichos gobiernos actúen en connivencia con la industria farmacéutica y los poderes financieros que hay tras ella, en vez de posicionarse a favor de los ciudadanos y la investigación de carácter público que no busca el lucro de una élite privilegiada.

          Y esta lógica del beneficio a toda costa es la que, al fin y al cabo, nos está empujando hacia una sociedad medicalizada. Es mucho más rentable invertir en un remedio contra la calvicie masculina que en una cura contra la malaria, que mata anualmente a alrededor de un millón de niños en países en vías de desarrollo y en comunidades sin recursos. Y que conste que esto no lo he dicho yo sino que he parafraseado al mismísimo Bill Gates, que no pasa precisamente por ser un anarquista subversivo antisistema que odia el capitalismo y pretende destruirlo. No, la industria farmacéutica no tiene demasiado interés en encontrar curas para las enfermedades que atormentan a millones de desposeídos en África, Asia, Latinoamérica... Lo suyo es apostar por soluciones para la alopecia, la disfunción eréctil, los sofocos de la menopausia o el sobrepeso. Siempre y cuando estemos dispuestos a pagar el precio que nos impongan, claro está.


Kwisatz Haderach


Para saber más:                         

¿Por qué falta dinero para la investigación biomédica? (La ciencia y sus demonios).
El otro escándalo silenciado por los medios: la industria farmacéutica (Vicenç Navarro).



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