¿Te tocas? ¿Sabes que san Luis llora cuando te tocas?

Contra el retroceso perseguido por las morales católicas y musulmanas más retrógradas, las libertades sexuales conquistadas hasta ahora y las pendientes de logro no se defenderán solas, requerirán el soporte activo de una ciudadanía libre y mentalmente despejada de la basura ideológica que aún hoy pretende que asumamos que nuestros cuerpos no son nuestros.


Mujeres arrestadas en Chicago en 1922 por vestir un bañador
que no cubría las piernas.
La frase del titular pertenece a un diálogo de la película Amarcord de Federico Fellini, concretamente a una graciosa secuencia en que un grupo de adolescentes se confiesa con un cura rechoncho y miope, que les interroga insistentemente por sus hábitos sexuales. Tras mentir descaradamente y sintiéndose redimidos de sus pecados, los postadolescentes se masturban en un viejo coche cuya suspensión rechina al ritmo del placer onanista.

Desde tiempo inmemorial los poderes fácticos, y muy especialmente la iglesia, han ejercido presión sobre la sexualidad de los individuos. Durante la revolución industrial, por ejemplo, la iglesia cristiana veló celosamente en toda Europa porque los trabajadores hicieran un buen uso de su sexo: las mujeres debían llegar vírgenes al matrimonio y servir con resignación a sus maridos, el adulterio era pecado mortal, los tocamientos de los más jóvenes, asunto de máxima preocupación. Otro tanto sucede en confesiones como la musulmana que, en parte por su aislamiento cultural y su férrea cerrazón religiosa, ha soslayado en líneas generales las transformaciones que introdujeron en la vida sexual de las personas sucesos como las revoluciones de los 60, la sociedad de consumo, la televisión o el cine entre otros medios.


El hedonismo del que hoy disfrutamos es toda una conquista histórica, lenta y peleada. Aun así las morales cristianas y musulmanas más reaccionarias amenazan el progreso en el campo sexual, en el descubrimiento de uno mismo y el otro a través del placer. A menudo confunden libertad con vicio, o tedenciosamente responsabilizan a la permisividad actual de la explotación sexual que desgraciadamente sufren demasiados seres humanos. Sus argumentos son variados, pero diseñados ex profeso para convencer de la necesidad de someternos a sus preceptos, por ello convendría recordarles que la explotación sexual es una abanico muy ancho que no sólo incluye la prostitución o el horrendo tráfico de seres humanos, sino también el machismo ideológico que mediante la presión social impide aún hoy que muchas mujeres o las personas LGTB hagan un uso libre, voluntario, consentido y socialmente visible de sus placeres.

Y es que las ansias de poder no conocen límites. Estado, iglesia, poderes económicos y otros agentes políticos no se conforman con cercar las posibilidades de nuestras vidas, además quieren apropiárselas. Biopolítica fue un término acuñado por el filósofo francés Michel Foucault para designar un tipo específico de técnicas, estrategias, ciencias e ideologías implementadas para controlar y gestionar no sólo las colectividades humanas sino también a los individuos. Estas medidas se distinguen de otras porque su estrategia se orienta hacia la parte biológica del ser humano. Para esta forma de poder el ciudadano es a la vez un cuerpo individual regido por las leyes de la biología y un grupo de individuos cuya dinámica grupal responde también a parámetros naturales. En este sentido, la biopolítica incluye todas aquellas medidas enfocadas a controlar las consecuencias políticas de realidades como la reproducción sexual, el crecimiento demográfico de las poblaciones, las técnicas de reproducción, las costumbres y orientaciones sexuales de los individuos, el aborto, la eugenesia, la eutanasia, los anticonceptivos, la moral sexual...

Desde la baja edad media la masturbación se constiyuyó
en un grave pecado condenado por la iglesia.
El objetivo político de las ideologías biopolíticas más reaccionarias apunta a usurpar al individuo del dominio que naturalmente le corresponde sobre su propio cuerpo. Pretende hacer suya la voluntad libre de los seres humanos. Desde fuera se dicta qué se debe hacer y qué no, mediante un aparato ideológico complejo que inocula sus ideas "troyanas" en la población desde la temprana infancia, a través de la moral paterna, del sistema educativo e incluso de la ciencia. La política obtiene con ello una población biológica, demográfica y políticamente estable, predecible y controlable, al tiempo que los individuos devienen seres acomplejados, inseguros, dóciles, temerosos de sí mismos, acostumbrados a pedir permiso hasta para algo tan básico, íntimo y voluntario como el sexo.

La revolución sexual ansiada por la contracultura y mucho antes por el pensamiento libertario, como un medio para la emancipación colectiva y personal, quizá haya avanzado mucho en las últimas décadas. Sin embargo, aún persiste la LGTBfobia y la represión sobre las mujeres, en cuyas manos recae buena parte del potencial necesario para avanzar hacia una sexualidad todavía más libre. Contra el retroceso querido por las morales católicas y musulmanas más retrógradas, las libertades conquistadas hasta ahora y las pendientes de logro no se defenderán solas, requerirán el soporte activo de una ciudadanía libre y mentalmente despejada de la basura ideológica que aún hoy pretende que asumamos que nuestros cuerpos no son nuestros.

1 comentario:

  1. Muy bueno el artículo. Ojalá algún día la inmensa mayoría de la sociedad entienda que hay que superar la moral católica que es la mayor lacra que ha sufrido la humanidad desde el Imperio Romano.
    Mil aplausos

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