Por mucho que pueda sorprender a algunos el lobo sigue siendo una especie maldita en España. Los persistentes prejuicios en determinadas zonas rurales y una nueva política de conservación, tanto a nivel estatal como autonómico, claramente regresiva ponen en peligro la actual recuperación de las poblaciones.
Hubo un tiempo en que el lobo (Canis lupus) fue uno de los grandes mamíferos carnívoros más extendidos del Hemisferio Norte. Inteligentes, sociables y adaptables los lobos prosperaban un multitud de hábitats, desde bosques o praderas, pasando por áreas montañosas, hasta territorios tan inhóspitos como los desiertos de Oriente Medio y Asia Central o la gélida tundra ártica. La base de su éxito radicaba en la caza en equipo, fundamentada en los fuertes lazos familiares que unen a la manada (macho y hembra son monógamos y se emparejan de por vida), así como en su tenacidad y extraordinaria resistencia a la hora de perseguir a la presa, pues pueden hacerlo incluso durante horas y recorriendo distancias de decenas de kilómetros. Dotado con estas capacidades el lobo se multiplicó expandiéndose por medio mundo durante el periodo correspondiente a la Edad de Hielo.
Pero esa época de esplendor hace ya mucho que pasó. En un principio los seres humanos no consideraban al lobo como una amenaza o un serio competidor, de hecho todas las actuales razas de perros descienden de lobos que se habituaron a vivir cerca de asentamientos humanos y que, con el tiempo, fueron cambiando en la medida en que se convertían en nuestros fieles compañeros. Con la llegada de la agricultura y la ganadería todo habría de cambiar, pues los depredadores de éxito pasaron a ser vistos como criaturas dañinas destructoras de los rebaños propiedad del hombre. Así fue como empezó a forjarse la leyenda negra del lobo, aquella que llevaría a su persecución y exterminio en muchas partes del planeta.
De hecho no existe animal que despierte sentimientos más encontrados y que genere polémicas más agrias que el lobo, algo que no es ajeno a su situación en España. Una directiva europea de 1992 estableció el actual marco de protección del lobo ibérico (subespecie Canis lupus signatus) tras su adaptación a la legislación estatal en diciembre de 1995. Gracias a esto se logró revertir la regresión de las poblaciones en toda la península, la tónica dominante durante todo el siglo XX como consecuencia de la brutal persecución sufrida, especialmente en tiempos de la dictadura. De esta manera el lobo consolidó su presencia en el cuadrante noroccidental y, aunque aisladas, las poblaciones andaluzas lograron sobrevivir al tiempo que el predador se expandía al sur del Duero y volvía a colonizar el Pirineo. No obstante la situación sigue siendo precaria, especialmente en aquellos reductos donde las manadas existentes permanecen aisladas de otras poblaciones, con el consiguiente riesgo de endogamia. Aunque resulta difícil establecer cifras exactas, se estima que la población actual de lobo ibérico se sitúa en torno a los 1.500 ejemplares.
Áreas de distribución original y actual del lobo a escala mundial. En el mapa se pueden ver en rojo todas las zonas en las que ha sido exterminado (Fuente: Wikipedia). |
Fuente: El tiempo que olvidamos. |
Diagrama que muestra la importancia de las distintas capturas en la dieta del lobo ibérico (Fuente: www.faunaiberica.org). |
¿Y qué decir de la presunta y desmedida apetencia del lobo por el ganado? Según ciertas versiones da la impresión que estos animales no deseen otra cosa que hacerle la vida imposible a la gente. No obstante hay que ser riguroso cuando hablamos de las presas habituales de este predador. Existen pocos estudios detallados al respecto, pero uno realizado hace ya bastante tiempo por el equipo del mítico naturalista Félix Rodríguez de la Fuente, prueba que las principales presas del lobo ibérico se encuentran entre los grandes ungulados salvajes de nuestra fauna, principalmente corzos y muflones. Las ovejas constituirían menos de la cuarta parte de su dieta, ya que los ataques a otro tipo de ganado son a decir verdad minoritarios. Conejos, roedores y carroña completan mayormente el resto de su alimentación, que incluso se complementa con una ingesta minoritaria de vegetales. Queda claro pues que los lobos no sienten una especial predilección por los animales propiedad del hombre, salvo en situaciones excepcionales. Una de ellas es la reducción de las poblaciones de corzos en el noroeste peninsular como consecuencia de la irrupción de una especie de mosca parásita que provoca una afección mortal en estos animales, lo cual obliga a los lobos a buscar fuentes de alimento alternativas.
Los grandes depredadores resultan imprescindibles para la salud de todo ecosistema, regulan las poblaciones de otros muchos animales, eliminando a los individuos débiles o enfermos en una labor de saneamiento fundamental. Eso es precisamente lo contrario a lo que se consigue con el uso cinegético de un entorno, ya que los cazadores tienden a cobrar los ejemplares más fuertes y saludables, en muchos casos machos en la plenitud de su vida necesarios para la perpetuación de las líneas genéticas más vigorosas, porque son los más cotizados. Además, contrariamente a lo que muchas veces se argumenta, las poblaciones de depredadores se autorregulan de forma natural en función de la disponibilidad de presas y la competencia entre individuos, que hace que sólo los más aptos sobrevivan. Ello echa por tierra la supuesta necesidad de una política de "control del lobo". Una correcta conservación exige del compromiso de todas las partes afectadas (Administración, municipios, ganaderos, conservacionistas), así como de una gestión bien programada y que además cuente con recursos suficientes. Sólo así se evita eficazmente el conflicto entre lobos y seres humanos, garantizando además que los primeros dispongan de espacio suficiente para no suponer un problema para los segundos.
Por desgracia la tendencia actual parece ir en sentido opuesto, retornando a una filosofía de gestión más propia de otros tiempos, como cuando se aprobó la infame ley franquista que en 1953 declaró obligatoria la creación de las "Juntas de extinción de animales dañinos" (o alimañas como se los solía llamar entonces), que dejó privados a nuestros montes de sus magníficos depredadores. No podemos culpar al lobo por una mala política de conservación que redunda en pérdidas para los ganaderos que luego no son debidamente compensadas. Me gustaría equivocarme, pero de seguir así las cosas el futuro del lobo ibérico no se presenta especialmente halagüeño.
N.S.B.L.D
Para saber más:
Castilla y León aumenta el cupo para cazar lobos (La marea).
Lobo ibérico (www.faunaiberica.org).
Asociación para la conservación y estudio del lobo ibérico.
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