El dilema de los transgénicos

¿Transgénicos sí o transgénicos no? Existe un debate a menudo muy polarizado en torno a esta cuestión, entre defensores a ultranza y detractores acérrimos. Para el ciudadano de a pie, no obstante, el problema radica en la falta de información, que impide tener una opinión formada al margen de manipulaciones e intereses creados.


         Dentro del sector agroalimentario, y de toda la industria adyacente relacionada con el mismo, no existen productos más polémicos y que despierten una mayor controversia que aquellos derivados de organismos modificados genéticamente, también conocidos por las siglas OMG o, simplemente, como transgénicos. Sus defensores llevan más de dos décadas proclamando sus bondades, cómo las tecnologías de manipulación genética nos han permitido, por ejemplo, obtener cultivos más resistentes a determinadas plagas o enfermedades, o a la sequía, con el consiguiente ahorro que ello implica en pesticidas, agua y demás necesidades de la moderna agricultura industrializada, redundando esto en un menor impacto ambiental. Los transgénicos serán la punta de lanza con la que la Humanidad afrontará la crisis alimentaria global que está por venir, una de las mayores innovaciones de la Historia tal y como proclamaba el profesor Francisco García Olmedo, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad Politécnica de Madrid, en su libro La Tercera Revolución Verde: plantas con luz propia (Editorial Debate, 1998). Del otro lado se encuentran sus detractores, con las organizaciones ecologistas al frente, que denuncian los potenciales peligros para la salud y el medio ambiente que implica el uso de esta tecnología. Se acusa a las grandes transnacionales del sector de haber impuesto y extendido el uso de los transgénicos por todo el mundo, sin detenerse ante el impacto que esto ha tenido en la agricultura local de las regiones afectadas y por supuesto tampoco ante la posibilidad de que estos productos no sean tan inocuos como se presupone.

         Las posturas a favor y en contra de los productos obtenidos a partir de organismos modificados genéticamente son a menudo irreconciliables. Sus defensores acusan a ecologistas y demás movimientos contrarios de haber adoptado una actitud intransigente basada únicamente en prejuicios poco racionales y de no reconocer los evidentes beneficios que aporta esta clase de tecnología. Los detractores por contra recriminan a corporaciones y gobiernos la falta de transparencia en todo lo relacionado con la investigación y empleo de transgénicos, así como de primar el beneficio económico que éstos aportan a sus creadores mediante las patentes en detrimento de la seguridad alimentaria, la protección del medio ambiente o de los cultivos de carácter local, mejor adaptados al entorno y cuyo uso no está sujeto al control de las grandes transnacionales. Como en otras muchas cosas, en relación a los transgénicos hay opiniones de todos los colores y no pocos acalorados debates ¿Quién lleva la razón en este caso? ¿Son tan peligrosos estos productos y cultivos como algunos dicen? O por el contrario las ventajas que aportan superan de lejos a los posibles peligros.

Esquema de la síntesis proteica. Desde la replicación del
ADN y su transcripción a ARN mensajero, hasta la 
síntesis de la proteína en sí en los ribosomas (Fuente:

         Para poder entender un poco mejor la problemática de los transgénicos hay que partir desde los conceptos más básicos, esos que a menudo no se le explican adecuadamente al ciudadano de a pie a la hora de abordar temas científicos o técnicos. Así que, para saber de qué estamos hablando cuando mencionamos la manipulación genética, tenemos que entender primero qué es un gen. Casi todo el mundo sabe que los genes se encuentran en el ADN del interior de las células de todo organismo vivo y que, de cierta manera, determinan lo que somos. Un gen no es más que un conjunto de instrucciones, en realidad la copia de seguridad de las mismas guardada en el núcleo celular, que emplea la maquinaria de la célula para sintetizar una proteína determinada. Las proteínas son los ladrillos, por decirlo de alguna manera, con los que estamos hechos los seres vivos. Pero también son proteínas las enzimas, una especie de prodigiosas nanomáquinas que hay en el interior de todas las células y que catalizan (posibilitan acelerando enormemente) todas las reacciones químicas necesarias para la vida. En cierto modo si las proteínas estructurales son la materia prima con la que se construyen los "edificios" de la vida, las enzimas son los obreros de la construcción que levantan dichos edificios. Y las instrucciones para crear unas y otros se encuentran en los genes, uno por cada tipo de proteína distinta que existe. Queda claro pues que no es el gen en sí mismo lo que produce un determinado efecto, si no el producto de las instrucciones que contiene.

         Ahí es donde radica el enorme potencial que tiene llegar a conocer en profundidad el funcionamiento de estos mecanismos, ya que posibilitan el control de lo que puede producir o no producir un determinado organismo, condicionando por lo tanto su naturaleza. La manipulación genética trata en esencia de esto, de alterar el contenido genético de un ser vivo para modificar sus cualidades en nuestro beneficio. En el caso concreto de la tecnología de transformación genética, o producción de organismos transgénicos, lo que se busca es transferir un gen (o grupo de genes) de un organismo al ADN de otro, de tal forma que el producto proteico de dicho gen se manifieste en el organismo así transformado. De esta manera adquirirá una cualidad que antes no tenía, puede volverse resistente a una determinada enfermedad, crecer con mayor rapidez, desarrollar una adaptación a un clima más árido o, sencillamente, producir una sustancia que antes no producía, como una hormona o una vitamina, en cuya caso se dice que el organismo actúa como un biorreactor. Un ejemplo de esto último es la moderna producción a escala masiva de insulina, que ha cambiado la vida de millones de diabéticos en todo el mundo al permitirles acceder de forma relativamente sencilla a un producto que de otra manera sería mucho más costoso obtener (anteriormente, por ejemplo, se extraía del páncreas de los cerdos). La ingeniería genética  ha permitido introducir el gen de la insulina humana en cepas de la bacteria Escherichia coli, de tal manera que este microorganismo así modificado ha desarrollado la capacidad de producir la hormona. Es posible cultivar la bacteria a escala industrial y purificar la insulina que sintetiza para así darle el uso terapéutico que todos conocemos.

Dos ejemplos de técnicas para la producción de plantas transgénicas. En una de ellas se impregnan partículas de
oro con numerosas copias del gen deseado y se bombardean con ellas cultivos celulares de la planta en cuestión,
que será regenerada de forma vegetativa mediante cultivo in vitro. En otra se aprovecha la propiedad que tiene la
bacteria fitopatógena Agrobacterium tumefaciens de transferir parte de su material genético a las plantas que
infecta, sustituyendo los genes productores de agallas por los que se desean introducir (Fuente: www.argenbio.org). 
          
         Se puede pensar que la idea de alterar a otros seres vivos en nuestro beneficio es algo bastante novedoso, pero en realidad el ser humano lleva haciendo esto desde que comenzó la domesticación de plantas y animales hace unos 10.000 años. En un principio dicha manipulación fue más bien inconsciente, fruto de la mera observación y la selección de los ejemplares más aptos a lo largo de generaciones. No obstante con el tiempo fuimos aprendiendo más y más cosas y la mejora de razas animales y variedades vegetales acabó convertida en un proceso mucho más dirigido. Y en esencia siempre se ha tratado de lo mismo aunque no lo supiéramos, transferir genes de unos ejemplares a otros para así transferir características deseadas. En origen se hacía cruzando variantes de una especie determinada o dos íntimamente emparentadas mediante procedimientos relativamente naturales. Sin embargo los avances en genética, biología molecular, el desarrollo de técnicas de cultivo in vitro y de extracción y amplificación de ADN entre otras cosas, nos han permitido ir mucho más allá. Ahora es posible hacer lo que hacían nuestros antepasados, pero de una forma mucho más precisa, rápida y dirigida, pues estamos en disposición de saber con exactitud qué gen o genes concretos codifican para la característica que deseamos transferir para introducirlos directamente en el organismo objetivo. Se evitan con ello las tediosas fases de selección de ejemplares deseables hasta obtener una variante que exprese el gen de forma estable y con una intensidad suficiente.

        Ahora bien, las modernas técnicas de transformación genética han permitido superar las barreras del cruce entre especies que limitaban las capacidades de la mejora genética hasta hace unas pocas décadas. Otorgan el poder para transferir genes entre organismos que no guardan ninguna relación entre sí y que de otra manera no podrían cruzarse de ningún modo. Ésto es algo totalmente nuevo y las implicaciones que conlleva, a mi entender, son en buena medida terreno desconocido. Aun así desde hace tiempo se comercializan variedades de plantas que responden a estas características, como por ejemplo los llamados cultivos Bt, maíz, algodón y patata fundamentalmente, desarrollados por la controvertida multinacional Monsanto. En este caso se transfirió a las plantas un conjunto de genes procedentes de una especie de bacteria denominada Bacillus thuringiensis, genes que codifican para la síntesis de unas proteínas que resultan tóxicas para determinadas clases de insectos que atacan a los cultivos (especialmente orugas). Con esto se buscaba reducir el uso de pesticidas en dichos cultivos, lo cual en teoría redunda en menores gastos para el agricultor y en un menor impacto ambiental. No faltan las voces críticas que cuestionan la presunta eficacia de estos cultivos, como tampoco los estudios que aseguran que no suponen ningún riesgo para la salud. De esta forma, mientras las extensiones dedicadas al cultivo de estas variedades no dejan de crecer en determinados países (Estados Unidos, Brasil o Argentina), en otros como la mayor parte de los integrantes de la Unión Europea (con España como una de las más notables excepciones), su empleo en la agricultura se encuentra prohibido o, cuanto menos, fuertemente restringido (véase España se queda sola en el cultivo de transgénicos). Un dato curioso, las esporas de Bacillus thuringiensis figuran entre los productos permitidos en agricultura ecológica para su uso como medida de control de plagas (véase Uso de Bacillus thuringiensis en el control de gusanos).

        El caso de los cultivos Bt ilustra bastante bien la problemática en relación a esta nueva generación de productos transgénicos. Introducir un gen extraño en un contexto genético que le es totalmente ajeno puede provocar reacciones insospechadas, la interacciones a este nivel son realmente complejas y no están del todo estudiadas. Tal vez dé el resultado esperado y se obtenga una nueva variedad factible y que no suponga ningún tipo de riesgo, pero las más de las veces a buen seguro se obtiene un producto que no resulta viable (inversión en tiempo y dinero totalmente perdida). Pero hay una tercera posibilidad que resulta especialmente preocupante, que como resultado de la manipulación genética se obtenga un producto potencialmente nocivo y peligroso. Esto último no es en absoluto descartable y se conocen varios casos, al respecto recomiendo el documental El mundo según Monsanto (de Marie-Monique Robin, 2008), en el que se aborda con más detalle esta problemática. En este caso es de sentido común hacer todo lo posible para que un producto así no llegue al mercado.

        De todo lo dicho anteriormente podemos extraer varias conclusiones finales. La primera es que una cosa es una tecnología basada en determinados conocimientos científicos, como lo son las técnicas de transformación genética, y otra muy distinta son las prácticas de determinadas compañías que hacen uso de dicha tecnología para lanzar productos al mercado. La Ciencia y los avances técnicos que se derivan de ella no son ni buenos ni malos, el uso que de ellos hagamos sí que puede serlo. Si una determinada transnacional, llámese Monsanto o como se llame, se caracteriza por unas prácticas poco éticas y hasta incluso denunciables (oculta la peligrosidad de ciertas patentes que pretende comercializar, busca imponer el monopolio, se expande en virtud de la influencia que tiene en las altas esferas del poder político, destruye con sus monocultivos el modo de vida de muchas comunidades rurales...), eso es algo que nada tiene que ver con el uso responsable y debidamente controlado de cualquier tecnología, ingeniería genética incluida.

        La segunda conclusión deriva directamente de la primera. En mi opinión y también en la de otros muchos la Ciencia, la investigación y los desarrollos tecnológicos son cosas demasiado importantes como para dejarlas en manos de un puñado de dirigentes políticos o de una reducida élite que únicamente piensa en el lucro personal. Cuando eso sucede la investigación científica queda pervertida y, en vez de redundar en beneficio de todos los habitantes del planeta como debería ser, se convierte en un arma con la que engañar, someter o hasta incluso dañar a aquellos que se ven afectados por determinados avances. Todo en aras de un capitalismo fuera de control y del enriquecimiento de unos pocos. Una vez más lo que falla es la mentalidad de determinadas personas, no la Ciencia en sí misma, que debe quedar al margen de todo eso, puesto que no puede convertirse en una especie de "nueva religión" que nos dé todas las respuestas (véase al respecto el artículo de Pablo Echenique - miembro del CSIC en el Instituto de Física y Química Rocasolano y Eurodiputado de "Podemos" - Ciencia y política, esa extraña pareja). La Ciencia no es la respuesta a todas las preguntas y no debe ser ésa su pretensión, puesto que siempre habrán cuestiones morales o éticas que queden fuera de su alcance.

         Y por supuesto hay que informar debidamente a la ciudadanía acerca de todos estos temas. La divulgación sigue siendo una asignatura pendiente, especialmente en España, por lo que la Ciencia permanece demasiado alejada de la calle. No hay que tener miedo a difundir cuanto se sabe, ya sea bueno o malo, porque es precisamente esa falta de información la que genera rechazo y desconfianza. El derecho de todo consumidor a conocer la procedencia de los alimentos que adquiere, si vienen o no de organismos modificados genéticamente, es algo que debe respetarse por encima de los intereses y presiones de determinados sectores de la industria.

        Por último, dado que considero que la Ciencia y los avances tecnológicos han de ser patrimonio de todos, un bien común como lo deberían ser el acceso al agua potable, a los alimentos, o a la educación y la asistencia sanitaria gratuitas, renunciar dogmáticamente a lo que pueden ofrecernos me parece un error. Los transgénicos tienen muy mala prensa, especialmente entre determinados sectores, y no tendría por qué ser necesariamente así. A veces se tiene la impresión de que no se puede defender su uso, ni tan siquiera bajo un estricto control y de forma verdaderamente responsable, si te encuentras en ciertos círculos políticos y/o ideológicos. Personalmente pienso que las tecnologías de transformación genética pueden ofrecernos muchas cosas positivas si se emplean de forma adecuada y, a diferencia de la que a menudo se piensa, servirse de ellas no es algo que esté únicamente al alcance de las grandes compañías dado el elevado coste de los programas de investigación y de los equipamientos de laboratorio necesarios. Toda investigación es la suma de muchos esfuerzos encadenados a lo largo del tiempo y, hoy por hoy, es posible servirse de esa herencia a lo hora de poner en práctica cualquier programa de I+D sin que para ello se necesite una inversión especialmente elevada; todo dependerá de lo que queramos hacer. A algunos les sonará casi a herejía, pero la ingeniería genética se puede compatibilizar con  casi cualquier cosa, hasta con una agricultura sostenible y ecológica. Considerar ambos conceptos como antagonistas, algo así como el Bien y el Mal destinados a enfrentarse para toda la eternidad, es adoptar una postura poco racional. Sólo teniendo amplitud de miras, desafiando las ideas establecidas, sean de la naturaleza que sean, y cuestionándolo todo, se progresa realmente. Pues esa actitud es la mayor y más importante de todas la herencias que científicos e investigadores de todos los tiempos nos han dejado.



                                                                                                                                                 N.S.B.L.D                


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