¿Y la conciencia política de los jóvenes?

Aunque el desempleo juvenil del 60 % podría encender la mecha del cambio social, la cultura individualista y el mito de la movilidad social mantienen intermitente la conciencia política de los jóvenes.


Quién no soñó en su juventud con un mundo, con aunar esfuerzos por hacer reales valores trascendentes como la justicia social, la igualdad o la auténtica libertad de las personas. La pregunta, que parece retórica, no lo es en absoluto porque cada vez menos sueñan con dedicar, al menos parte de su tiempo, a un ideal político legítimo y transformador. Y esta disminución de la conciencia política en las potencias occidentales podría ser consecuencia de fenómenos estructurales de distinta naturaleza.

En primer lugar, algunos apuntan que los jóvenes de ahora tienen menos fuerza política que los de hace unas décadas sencillamente porque son menos. El factor demográfico en Europa y otros países de la OCDE, que, sin señalar ahora diferencias, tienden al envejecimiento de la población, arrinconaría políticamente a los jóvenes incapaces de hacer prevalecer sus aires renovadores en las urnas, controladas por el voto mayoritario de las generaciones mayores. Desde este punto de vista, la debilidad política de las nuevas generaciones no se debe a su falta de iniciativa política, sino a un factor demográfico que los condena al fracaso en una sociedad orientada políticamente por procesos electorales basados en la voluntad de la mayoría. Así el procedimiento democrático, en el contexto de una sociedad que tiende a presentar una pirámide demográfica invertida, estaría favoreciendo la gerontocracia e impidiendo con ello la renovación socio-política.


Tampoco les falta razón a los que creen que la juventud actual está en general satisfecha con su vida, no viendo necesidad alguna de emprender un cambio socio-político. La sociedad de consumo, las nuevas tecnologías y las ilusiones made in Hollywood han llevado a parte de la juventud a desentenderse del curso político de la historia, pensando exclusivamente en términos hedonistas e individualistas, guiando sus vidas por un principio del placer ignorante o despreocupado de la incidencia que sobre nuestras vidas tienen los marcos legales y políticos.

Algunos analistas añaden a esta explicación el factor educativo, pues si bien desde comienzos del siglo XX se ha avanzado mucho en la universalización de la enseñanza primaria y secundaria, en los países desarrollados se ha degradado al mismo tiempo la calidad educativa en términos de formación crítica de la ciudadanía. El resultado natural de este proceso es un mayor número de individuos con un nivel de educación medio e incluso superior, pero una cultura sociológica y un capacidad crítica claramente insuficientes por cuanto han evolucionado en relación inversa al aumento de la complejidad de los procesos históricos y políticos. Es decir, como consecuencia de sucesivas reformas legales de la educación, a medida que la realidad socio-política se ha vuelto más difícil de entender por fenómenos como la globalización entre otros , se ha ido retirando de la escuela la función de facilitar a los alumnos sus comprensión y análisis.

Esta labor de facilitar la comprensión del mundo económico-político en el que vivimos ha sido apropiada por los medios de comunicación. El público mayoritario enciende la tele cuando quiere información política. Es cierto que hay cientos de intelectuales y académicos consagrados a la investigación y a la publicación de estudios socio-políticos, pero el gran público no se sirve de estos trabajos para entender la realidad. La falta de tiempo por la frenética vida laboral junto a las carencias formativas dirigen la demanda de información política hacia los programas de los grandes medios de comunicación: más fáciles de entender, amenos, atractivos y breves. Con ellos la formación política se aleja del espacio de reflexión libre, no dirigida, rigurosa y pausada que siempre representó el libro, la conferencia o la discusión.

Pero no conviene transmitir la imagen de que la juventud actual carece por completo de conciencia política, y no conviene hacerlo porque básicamente no se ajusta a la realidad. Movimientos sociales como el 15M pusieron de manifiesto que la juventud española gozaba de muy buena salud política. Sus correlatos en otros países de la OCDE, con movimientos como Occupy Wall Street o las manifestaciones en Londres, Berlín, Paris y otras capitales europeas, reclamando una mayor justicia social contra el avance del neoliberalismo nos permiten afirmar que la juventud occidental, pese a los embates del sistema, sigue activa y consciente. Otro ejemplo de ello es el "éxito" electoral de Podemos en las pasadas elecciones europeas, un partido mayoritariamente conducido por jóvenes universitarios cercanos al movimiento social del 15M y otras sensibilidades en la atmósfera de la nueva izquierda que emerge en Europa bajo el contexto de la crisis del 2007. 

Ahora bien, como diría Marcusse, las condiciones materiales y estructurales para el cambio social no han llegado a su madurez. Aunque el desempleo juvenil presenta unas tasa del 60 % que podría encender la mecha del ímpetu de la juventud, sin embargo la cultura individualista y el mito de la movilidad social a través del esfuerzo personal continuado, empujan a los jóvenes hacia la búsqueda personal del bienestar económico futuro, olvidando que los esfuerzos colectivos también generan resultados en este ámbito.

Pues si bien los movimientos sociales recientes han renovado el mapa de partidos políticos, sus opciones para cambiar el rumbo del sistema siguen siendo limitadas. Y por otro lado, muchos de los que se acercaron a las plazas españolas durante la llamada spanish revolution, andan ahora en busca de un trabajo mal pagado y por debajo de su cualificación, dejando en un segundo plano la labor política que se inició hace unos años.

Es cierto que el movimiento sigue latente, que permanece en el espíritu de la época del mimo modo que permanecen las condiciones históricas que lo despertaron. Pero no lo es menos que en España desde hace décadas se registran tasas de fracaso escolar cercanas al 40 % y que un número considerable de jóvenes, mal llamados generación NINI, sienten un enorme desinterés por la política. Es decir, falta añadir más jóvenes a la causa de una transformación social que dignifique la vida de las personas, cada vez más herida por los recortes neoliberales. Falta también una sensación constante, permanente, de unidad identitaria, de pertenencia a un grupo social, que vaya más allá de explosiones esporádicas, y capaz de organizarse políticamente para obtener logros para el colectivo.

Contra esta conciencia colectiva se fomenta y propaga diariamente el individualismo y la rivalidad a través de la publicidad y la sociedad de consumo, despertando y alimentado la envidia y los celos entre las personas, que terminan cayendo en la trampa del "camino hacia el éxito", preocupadas por no ser menos que el vecino o el amigo. Frente a esta manipulación ideológica potente, porque va dirigida sobre nuestros temores más básicos, convendría recordar que en este mundo hay que sobrevivir, pero que la mera supervivencia no nos proporciona el goce, como diría Ortega, pues el ser humano precisa sobre todo una vida digna, cuyo logro depende principalmente de la unidad y la acción política de ese 99% de la población mundial que somos los de abajo.

Ramón F.



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