El arte de desintegrar estados

La antigua Yugoslavia, Irak, Afganistán, Libia, Siria, Ucrania... ¿Qué país será el siguiente? En su día Occidente trazó de manera arbitraria las fronteras de muchos de ellos. Ahora todo parece desmoronarse y cabe preguntarse qué fuerzas intervienen en dicho proceso.


          Divide y vencerás, probablemente no haya mayor verdad que esta. Mientras por aquí la mayoría de la gente anda muy centrada en mundiales de fútbol, pomposas proclamaciones reales y demás espectáculos destinados a distraer a la plebe, otras partes del globo se convulsionan de manera terrible ante el desconocimiento o la indiferencia de muchos. Los fanáticos yihadistas del EIIL (Estado Islámico de Irak y el Levante, o ISIS en inglés), vinculado a Al Qaeda, han tenido que apoderarse por la fuerza de parte del territorio iraquí, ocupando ciudades como Mosul (la segunda más importante del país), avanzando hasta las mismas puertas de la capital Bagdad y perpetrando atroces matanzas de civiles y soldados tomados prisioneros, para que nos diéramos cuenta que Irak sigue siendo un país sumido en el caos y desgarrado por una guerra que parece no tener fin. Hasta hace unos pocos días a casi nadie parecía interesarle lo que allí sucediera, el avance del EIIL apenas sí tenía resonancia en los principales medios de comunicación y, seguramente, dejará de tenerlo dentro de un tiempo, aunque eso no evitará que la carnicería prosiga. Éste el verdadero legado de Estados Unidos en Irak, la invasión criminal de 2003 sólo ha dejado tras de sí un rastro de miseria, destrucción, muerte, saqueo, división sectaria, gobiernos corruptos, autoritarios e incompetentes y, desde luego, impunidad para aquellos que cometieron crímenes de guerra.

         ¿De dónde han salido los feroces y despiadados combatientes del EIIL? ¿Cómo han logrado amenazar de semejante manera y en tan poco tiempo a todo un país? Evidentemente no han surgido de debajo de las piedras como por generación espontánea. Esta gente ha recibido apoyo y financiación, de otra forma no habrían podido organizarse ni proveerse de armas, algunas de ellas de última generación. Tal y como denuncia Nazanín Armanian en su artículo La "Nueva Aurora" de EE.UU en Irak, la conexiones de la organización yihadista llegan mucho más allá de Al Qaeda. Al igual que ha sucedido en Siria la contribución de Arabia Saudí y otras monarquías feudales del Golfo Pérsico como Qatar (sí, ese hermoso y pequeño país que organizará unos mundiales en 2022), ha resultado determinante a la hora de reforzar a grupos de combatientes islamistas como el EIIL. Contener y acorralar al sempiterno enemigo chií (Irán) y a sus aliados (Bashar al-Asad, Hezbolá...), es y seguirá siendo unos de los principales objetivos de los saudíes, que al igual que Al Qaeda, los talibán y otras organizaciones similares, defienden una concepción especialmente ortodoxa e intolerante del Islam suní. Pero este objetivo también es compartido por Israel y, cómo no, tras el estado hebreo se encuentran Estados Unidos y todos sus aliados y satélites (especialmente la Unión Europea). Pensar que la gran superpotencia mundial no ha tenido nada que ver, por acción u omisión, en el auge del EIIL sería bastante ingenuo. Ahora el presidente Obama (sí, ese al que le concedieron el Nobel de la Paz) anuncia que enviará más tropas a Irak y no se descartan ataques aéreos contra las posiciones tomadas por los yihadistas. La historia se repite tal y como sucedió en Afganistán, creamos un monstruo, luego se nos descontrola y al final hay que acudir para contenerlo. Por cierto, en estos momentos hay más de 50.000 soldados estadounidenses en Irak. Como se pregunta Armanian, ¿qué diablos han estado haciendo durante todo este tiempo mientras el EIIL avanzaba por el país perpetrando toda clase de matanzas?

         El caos parece extenderse por buena parte del mundo árabe. Tal y como se ha apuntado Siria es otra parte de la misma historia, más o menos con los mismos actores. Un gobierno contrario a los intereses de Occidente (como lo había sido Sadam Husein), yihadistas que se infiltran en el país para imponer mediante el terror y la violencia su visión extremista del Islam, gobiernos locales como el de Arabia Saudí financiando su lucha de manera soterrada y, por supuesto, potencias como Estados Unidos y Gran Bretaña aportando su granito de arena (o más bien una inmensa montaña de ellos). A todo aquel que quiera profundizar más sobre lo sucedido en el país árabe le recomiendo el documental La verdad detrás de Siria, producido en 2013 por el comité "Acción política Lindon La Roche" (una organización estadounidense). Puede que el régimen de Damasco no haya terminado de caer del todo, no sólo por la contribución de Rusia, sino también y curiosamente por la de Israel, ya que comparte frontera con Siria. Seguramente los israelíes prefieren a un viejo enemigo conocido, como al-Asad, más previsible y ahora debilitado, que a una horda de yihadistas desquiciados capaces de cualquier cosa a las puertas de sus ciudades.

         Y el caos alcanza otros lugares que han dejado de ser noticia, como por ejemplo Libia, otra historia que se repite y que recuerda demasiado a las de Irak o Siria. Desde hace meses las fuerzas rebeldes del general retirado Jalifa Hifter combaten en la ciudad de Bengasi (foco de la rebelión contra el dictador asesinado Muamar el Gadafi) y otros puntos del país, a los leales al endeble gobierno de Trípoli, que parece incapaz de imponerse a la caterva de grupos armados que proliferaron después de la "revolución" de 2011 (ver Un intento frustrado de golpe de Estado recrudece el caos en Libia - El País -). No olvidemos que el fin del despótico y cruel reinado de Gadafi sólo fue posible gracias a la intervención de la OTAN, lo que haya sido del país a partir de entonces no parece importar tanto. La que fue llamada Primavera Árabe se ahoga ahora en un océano de miseria y sangre y, allí donde no cristalizó la guerra total porque no interesaba, unos gobiernos opresivos y corruptos, pero igualmente bien avenidos con Estados Unidos, han sustituido a otros. El caso paradigmático es Egipto, donde el general golpista Abdelfatah Al-Sisi ha escenificado una farsa electoral para legitimar su ascenso al poder. Mientras las cárceles se llenan de opositores (y no sólo islamistas) y la represión se recrudece. Y mejor de Afganistán ni hablamos, pues habría que preguntarles a los más ancianos del lugar desde cuando no conocen un periodo de paz y tranquilidad mínimamente prolongado.

La retórica de los "estados fallidos"

        A menudo en determinados medios de comunicación, especialmente conservadores (como lo son la práctica totalidad de los dominantes en España), se emplea el término "estado fallido" para referirse a ciertas naciones. Dicho término está envuelto en un tufo de racismo y superioridad chovinista y hace referencia especialmente a aquellos países de África, Oriente Medio y otras partes del mundo que surgieron después de la descolonización y que, desde entonces, han pasado por una historia turbulenta de guerras civiles, revoluciones, golpes de estado, sanguinarias dictaduras y hasta genocidios. Todo esto hace pensar que los habitantes de estas partes del globo no parecen estar preparados, o no han alcanzado la "mayoría de edad", para poder crear un Estado en condiciones y lo suficientemente estable. Como si los africanos, árabes, asiáticos, etcétera, no fueran capaces de hacerlo ya que eso es cosa de blancos, que son superiores y están mucho más civilizados.

                              
Mapas de Irak (izquierda) y Libia (derecha). Las a menudo prolongadas fronteras rectilíneas son fruto de la arbitraria división de estos territorios por las potencias coloniales europeas a finales del siglo XIX y principios del XX.

         Pero, ¿cuál es el origen de estos "estados fallidos"? Podemos repasar la historia de varios de ellos, Irak, Siria, Libia y hasta la antigua Yugoslavia ahora formalmente desintegrada en otras muchas naciones, y descubriremos que todos surgieron más o menos en la misma época. Es un periodo que va desde aproximadamente 1880 hasta el fin de la Primera Guerra Mundial en 1918, coincidiendo con el auge de los grandes imperios coloniales europeos, como el francés o el británico, que dominaban buena parte del globo en ésa época. En el caso concreto del norte de África y Oriente Medio británicos y franceses se repartieron los restos del Imperio Otomano (lo que queda de él es la actual Turquía) al concluir la contienda ¿Cómo fue dicho reparto? Tan arbitrario como lo había sido el de África sólo unas décadas antes, altos funcionarios y hombres de estado trazando líneas a lápiz sobre mapas en los despachos de las cancillerías. Líneas que dividían artificialmente territorios que siempre habían estado conectados, separando comunidades y mostrando el mayor de los desprecios hacia las gentes que se verían afectadas por aquellos cambios impuestos y que, por supuesto, no fueron tenidas en cuenta a la hora de dibujar las fronteras. Las que hoy definen países como Irak, Siria o Jordania se trazaron en el acuerdo Sykes-Picot (ver Se desintegra el Estado títere en Irak - ATTAC -), sellado por Francia y Gran Bretaña para repartirse Oriente Medio en protectorados y áreas de influencia. Sus artífices le pusieron fronteras al desierto, una tierra de nómadas beduinos que vagaban en libertad de aquí para allá comerciando y estableciéndose allí donde más les convenía. Ya nunca más podrían hacerlo porque un poder extranjero así lo quiso, como también quiso aglomerar en artificios territoriales comunidades que nada tenían que ver entre sí o incluso estaban históricamente enfrentadas (kurdos, chiíes, suníes). Los conflictos que ahora se viven son resultado de la decisión caprichosa tomada por unos caballeros de la era post victoriana.

         Y a pesar de ello se nos repite que lo que sucede en esos "estados fallidos" es fundamentalmente a causa de sus problemas internos. Esa "Comunidad Internacional" dominada por los Estados Unidos, heredero de los imperios coloniales europeos, no tiene la culpa de nada y es por supuesto la solución a todos los males. Bendice o condena a los gobiernos de estos países, no importa que sean autoritarios o democráticos, que respeten los derechos humanos o los violen sistemáticamente, lo único importante es que sean serviles a los intereses de la élite política y financiera occidental. Lo pudimos ver con Gadafi, que a lo largo de varias décadas pasó de ser un monstruo terrorista a un respetado jefe de estado con el que se flirteaba por el petróleo y el gas, para finalmente volver a ser considerado un dictador sanguinario que debía ser (y de hecho fue) defenestrado. Dentro de Libia las cosas cambiaron poco a lo largo de todo ese tiempo, ya que el tirano no dejó de oprimir, martirizar y masacrar a su pueblo ni un solo día. Con ejemplos como este queda bien claro que un "estado fallido" existe o es destruido sólo en función de la conveniencia de esa "Comunidad Internacional" citada anteriormente.

        Lo peor de todo es que esta política de desestabilización se extiende más allá del mundo islámico. El este europeo también ha sufrido varias convulsiones importantes en las últimas décadas. La desintegración de la Unión Soviética (un "estado fallido" en sí misma) condujo al desmoronamiento de la antigua Yugoslavia, otro estado que, al igual que los de Oriente Medio, surgió fruto del acuerdo para la región que adoptaron la potencias vencedoras al final de la Primera Guerra Mundial, esta vez de las cenizas de otro vetusto imperio dinástico, el Austro-Húngaro. Yugoslavia nunca dejó de ser un conglomerado mal avenido de serbios, croatas, bosnios musulmanes, albano-kosovares y otras comunidades. Sembrar la discordia entre ellas no resultó complicado y una parte del conflicto de los Balcanes durante los años 90 del pasado siglo puede explicarse como una prolongación de la Guerra Fría, el Occidente capitalista pretendía expandirse hacia las antiguas áreas de influencia soviética y Rusia y sus aliados serbios buscaban conservar algunos restos del imperio perdido.

        Una vez más estamos asistiendo a algo muy parecido en Ucrania. El tira y afloja entre Rusia y Estados Unidos ya ha partido el país en dos por mucho que se pretenda dar la imagen de lo contrario. Difícilmente las cosas volverán a ser como antes de la caída de Víktor Yanukóvich. Aunque el nuevo gobierno de Petró Poroshenko consiga aplastar por completo a los rebeldes prorrusos del este, la división entre las dos comunidades que componen Ucrania parece insalvable. Ya lo hemos visto en Bosnia-Herzegovina, una entidad dividida de facto en dos, la Federación de Bosnia y Herzegovina por un lado (integrada por musulmanes y croatas) y la República Srpska (la zona serbobosnia) por otro.

         Y así vemos como cada día más y más estados dejan de serlo como tales. Somalia, Irak, Afganistán, Libia, Siria... Las fronteras oficiales siguen ahí, tal y como antaño las dibujaron los demiurgos de Occidente. Pero por dentro todos estos estados se encuentran en proceso de desintegración, las facciones se disputan áreas de influencia y la inestabilidad amenaza con volverse crónica. Hay quien se beneficia de todo ello. Estados débiles y divididos por dentro, pero ricos en determinados recursos (metales preciosos, petróleo, gas), son pasto de las grandes corporaciones trasnacionales, asentadas especialmente en Norteamérica y Europa. La división interna y el caos impiden enfrentar dicha intromisión externa y a costa de los primeros también se puede hacer negocio. Que se lo digan a las grandes compañías de seguridad privada estadounidenses, como por ejemplo Academi (antes Blackwater), que hicieron su agosto después de la invasión de Irak y lo siguen haciendo ahora. Sólo desde esta perspectiva entendemos que, hasta ciertos límites, la desestabilización es un delicado arte del que se pueden obtener grandes beneficios. El arte de desintegrar estados, una nueva doctrina geopolítica ¿Quién sabe? Tal vez en algunos de estos estados en proceso de desintegración haya más de uno que eche de menos a los viejos tiranos de antes, más cercanos y fáciles de combatir. Porque ese nuevo Tirano Global que es el gran capital internacional es capaz de sembrar la destrucción y el caos a mucha mayor escala y, por desgracia, actúa siempre a distancia, subcontratando a otros el trabajo sucio. Un enemigo sin rostro que parece estar en todas partes y en ninguna al mismo tiempo.


                                                                                                                   Artículo escrito por: El Segador


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