La discutible relación entre inteligencia y comportamiento depredador

No es raro escuchar el argumento que asegura que, en el mundo animal, el comportamiento depredador está íntimamente relacionado con una mayor inteligencia. El cazador necesita ser más listo que su presa para poder atraparla, suele decirse. Sin embargo esta afirmación no puede considerarse una verdad absoluta.


          No hace mucho pude ver en el canal National Geographic un documental titulado "Invasión Extraterrestre", en el que, como su propio nombre indica, se recreaba sin escatimar en medios y con gran espectacularidad cómo podría ser una invasión alienígena contra el planeta Tierra basándose en lo que puede decirnos la ciencia. En éste y otros programas de temática similar (curiosamente en los últimos años parecen haber proliferado), científicos y expertos militares inciden en un argumento que consideran clave: de producirse un contacto con una inteligencia extraterrestre podemos estar bastante seguros de que ésta será hostil y el enfrentamiento casi inevitable ¿Por qué lo aseguran? Pues bien, porque en el mundo natural parece existir una correlación bastante clara entre una mayor inteligencia y el comportamiento depredador. De la misma manera que nuestra especie evolucionó y acabamos convertidos en unos cazadores excepcionalmente efectivos, seres de otros mundos con una inteligencia altamente desarrollada habrían evolucionado también como depredadores y, en consecuencia, serían formas de vida agresivas y guerreras. De esta manera si fueran capaces de viajar a través de las estrellas y llegar hasta nosotros lo harían con un único propósito, aniquilarnos y tomar posesión de nuestro mundo.

          De entrada la afirmación de que una inteligencia superior va necesariamente asociada a la depredación no parece nada descabellada. El lobo es indudablemente más listo que el cordero y el león parece más inteligente que la cebra, si bien ésta última no ha de ser necesariamente estúpida. Ser más listo que la presa a la que debes dar caza supone una gran ventaja si tu vida depende de ello. Puedes anticiparte a sus movimientos y sorprenderla, acecharla sigilosamente sin que sea consciente de la amenaza o cooperar con otros congéneres para tenderle una emboscada, sobre todo si la pieza en cuestión es especialmente grande y fuerte. El premio a obtener bien merece la pena, una despensa repleta de calorías que van destinadas a alimentar un cerebro mayor, ya que, a diferencia de los herbívoros, los carnívoros no precisan de intestinos voluminosos y energéticamente muy costosos para poder digerir su alimento y pueden destinar ese aporte a nutrir otros órganos.

          Lo dicho anteriormente también podría ser válido para el ser humano. A menudo se afirma que el hecho de que comenzáramos a incluir carne en nuestra dieta redundó en un aparato digestivo menor, pues nuestros antepasados ingerían una cantidad menor de indigestos vegetales, y en un cerebro cada vez más grande que demandaba más y más energía para seguir aumentando de tamaño. Que nos transformáramos en depredadores nos hizo más inteligentes, mucho más que nuestros parientes simios, y el instinto asesino quedó grabado en nuestro ADN. De ahí que el comportamiento violento sea inherente a la naturaleza humana. La guerra, las ansias de conquista y dominación, el hecho de que unas civilizaciones sean sometidas y asimiladas por otras más fuertes; todo ello es la manifestación de cómo se forjó nuestro cerebro para convertirse en el órgano tan increíblemente extraordinario que es.

         Sin embargo, ¿son incuestionablemente ciertas todas las afirmaciones anteriores? ¿Podemos asegurar que la inteligencia humana es fruto de la transformación de unos pacíficos simios vegetarianos en cazadores astutos y feroces?, tal y como se plasma, por ejemplo, al principio de la obra maestra del cine de ciencia-ficción 2001: Una odisea del espacio. Y es más, en el mundo natural, ¿inteligencia y comportamiento depredador van siempre de la mano? Veámoslo un poco más detalladamente.

         Dentro de la variedad de animales vivientes, si nos ceñimos exclusivamente a los mamíferos (la clase de organismos a la que pertenece la especie humana), encontramos que los carnívoros (lobos, osos, hienas, felinos en general...) tienen un cerebro más desarrollado y muestran un comportamiento más complejo e inteligente que los herbívoros que suelen ser sus presas potenciales (ciervos, gacelas, bóvidos, équidos...). No obstante esta regla no se cumple siempre, ni tan siquiera entre los mamíferos, y un buen ejemplo de ello son nuestros parientes los primates. Es bien sabido que tanto monos como simios han terminado desarrollando unos cerebros mayores y una inteligencia más avanzada que cualquier otro mamífero (salvo quizá los cetáceos), su vida social es rica y compleja y, por regla general, la base de su alimentación se compone de frutas y vegetales. En última instancia fue la propia evolución de los primates la que nos puso en la senda de nuestro extraordinario desarrollo intelectual, y en ella la depredación tuvo más bien poco que ver. Bien es verdad que existen algunas especies dentro del grupo que incluyen la carne en su dieta, entre ellas nuestros parientes más próximos, los chimpancés y bonobos. Sin embargo es igualmente cierto que las formas más primitivas de primates, tales como loris, gálagos y tarseros, que por ello son también las que tienen cerebros menos desarrollados, son consumados depredadores a su escala (pues dadas sus reducidas dimensiones se alimentan de insectos, ranas y lagartos). Queda claro pues que, en este caso, la relación entre inteligencia y depredación no se cumple.

         Y siguiendo dentro de los mamíferos existe otro ejemplo muy llamativo que rompe esta supuesta regla, el de los elefantes. Cualquier especialista en fauna salvaje que haya tenido la oportunidad de observar a estos animales en su entorno, afirmará sin la menor duda que son unas criaturas sumamente inteligentes y con un comportamiento social fascinante; el tamaño de su cerebro lo confirma. Su memoria es legendaria, forman vínculos familiares increíblemente estrechos, en cierto sentido comprenden el concepto de la muerte y rinden culto a sus difuntos y, a pesar de todo eso, son auténticas máquinas de procesar vegetación.

        
Monos y loros. Dos ejemplos de animales con una gran inteligencia y que, sin embargo, se alimentan básicamente de frutas, grano y vegetales.

          Habrá quien piense que primates y elefantes son la excepción que confirma la regla, sin embargo existen más de estas excepciones (lo que en la práctica hace que dejen de serlo). Trasladándonos a las aves, animales de sangre caliente como los mamíferos, nos encontramos que las más inteligentes de todas son los loros (orden de las psitácidas), que pueden hacer muchas más cosas que repetir palabras que les enseñen sus dueños o montar sobre triciclos en miniatura. Ningún ornitólogo dudará al afirmar que los loros tienen un cerebro mayor y son más inteligentes que las rapaces, los depredadores emplumados por excelencia y, una vez más, es de sobra conocido que los primeros son fundamentalmente herbívoros y frugívoros. Otra ave conocida por su gran inteligencia es el cuervo, ahí muchos dirán que estamos hablando de un auténtico depredador, sin embargo eso no es exactamente cierto. Los cuervos son oportunistas y saben explotar gran variedad de recursos alimenticios y, si divisan un animalillo vulnerable o un cadáver, naturalmente lo aprovechan.

          Y es que los animales que son oportunistas, entiéndase esto como la capacidad de adaptarse a toda clase de condiciones, así como de variar de dieta en función de los alimentos disponibles, suelen caracterizarse por una inteligencia superior dado que su modo de vida lo exige. A su nivel otros ejemplos son la rata gris (ese "simpático" animalito que prospera en nuestras alcantarillas) y el cerdo doméstico, incluida su variante salvaje, el jabalí; en ambos casos hablamos de criaturas relativamente inteligentes. El ser humano por su parte puede ser considerado como el animal oportunista por excelencia y tal vez haya sido esa necesidad de sobrevivir aprovechando cualquier recurso al alcance la que finalmente estimuló el desarrollo de nuestro intelecto.

Las serpientes son depredadores muy eficaces y, sin
embargo, tienen un cerebro relativamente pequeño.
          Por lo tanto comer carne no puede ser considerado como muestra de una inteligencia más avanzada, en realidad tampoco es estrictamente necesaria para ser un depredador efectivo. Pensemos por ejemplo en las serpientes. Su éxito es indiscutible, son los reptiles de más reciente evolución y, salvo las gélidas regiones polares, pueblan la práctica totalidad de los ecosistemas del planeta, océanos incluidos. Las serpientes recurren a toda una variedad de técnicas para dar caza a sus presas, desde la simple fuerza bruta cuando nos referimos a las especies constrictoras, a la sofisticación de los más potentes venenos y los sistemas que emplean para inocularlos. Sin embargo su cerebro es pequeño y no solemos pensar en ellas cuando hablamos de inteligencia animal. De hecho las serpientes tienen la inteligencia que necesitan, ni más ni menos, y no precisan de un cerebro más desarrollado para ser los formidables depredadores que son.

         En resumen, la Naturaleza puede adoptar soluciones muy diferentes para resolver un mismo problema, todas ellas igualmente válidas. Una mayor inteligencia puede ser tan útil a un depredador como otras aptitudes, como producir venenos letales, ser capaz de ayunar por periodos de tiempo muy prolongados o emplear el mimetismo para camuflarse con el entorno y que de esta manera la presa sea incapaz de detectarte cuando te tiene en frente. Por ello decir que la inteligencia humana evolucionó a raíz de que nos hiciéramos cazadores y que eso explicaría nuestro comportamiento violento es, cuanto menos, una afirmación muy aventurada, cuando no interesada. La necesidad de fabricar herramientas también podría haber influido y para ello se precisan manos con pulgares oponibles, característica ésta heredada de unos animales que las empleaban para trepar a los árboles. Nada que ver con garras y colmillos, que por supuesto no son útiles para fabricar nada. Y lo mismo podría decirse de la vida en grupo, la cooperación y nuestro comportamiento social en general, desarrollo del lenguaje incluido ¿No habrán sido estas aptitudes las que más influyeron en la evolución de nuestro cerebro?

          Cuando hablamos de un misterio tan maravilloso como el desarrollo de una inteligencia avanzada las respuestas simples no valen. Hemos visto que en la Naturaleza animales tanto carnívoros como herbívoros pueden ser igualmente inteligentes, no existen reglas fijas al respecto. Y, volviendo al tema extraterrestre, si eso es así en nuestro mundo, nada podemos saber de lo que puede haber sucedido en planetas lejanos con formas de vida desconocidas que han evolucionado en entornos que tal vez no se parezcan en nada al terrestre. Todo lo demás es, sencillamente, hablar por hablar.


                                                                                                                Artículo escrito por: El Segador  

  


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