Estados Unidos ¿Una nación hambrienta?

A menudo solemos pensar en el hambre como un problema propio únicamente de las naciones subdesarrolladas, sin embargo la llamada "inseguridad alimentaria" es una lacra creciente incluso en los todopoderosos Estados Unidos ¿Cómo es posible que haya millones de personas que no tengan suficiente para comer cuando viven en un lugar en el que se producen alimentos más que de sobra?


A place at the table         Cuando hablamos del hambre en el mundo solemos pensar en países en vías de desarrollo y nos vienen a la mente imágenes espeluznantes de niños desnutridos al borde de la muerte, generalmente atrapados por la miseria y los conflictos armados en algún punto de la maltrecha África subsahariana. Es este continente el que más parece sufrir la lacra del hambre, aunque es hecho conocido que también afecta a numerosas personas en otras partes del globo: América Latina, Oriente Medio, algunos lugares del sudeste asiático... ¿Pero qué decir de las naciones del autodenominado "Primer Mundo"? ¿Hay hambre en los países más ricos y desarrollados? La respuesta inmediata sería decir que no, pero ésta es una verdad a medias y el ejemplo más llamativo son los Estados Unidos, la que se jacta de ser la nación más poderosa y avanzada del planeta. Allí, por extraño que le pueda resultar a algunos, la inseguridad alimentaria no ha dejado de aumentar en los últimos 30 años (desde la época del presidente Reagan) hasta afectar en la actualidad a alrededor de 50 millones de personas. Esto es lo mismo que decir que la padecen uno de cada seis ciudadanos estadounidenses.
         
         ¿Cómo podemos definir la inseguridad alimentaria? Es aquella situación en la que una persona no tiene forma de saber cuándo tomará su próxima comida, de qué se compondrá o si será suficiente para mantenerla adecuadamente alimentada. Éste es el panorama en el que se encuentran no pocas familias en los Estados Unidos, donde la búsqueda de alimentos que poner sobre la mesa se convierte en una auténtica lucha diaria a la que destinan gran cantidad de tiempo y esfuerzo, que de otra manera emplearían en otras actividades. Se puede afirmar con seguridad que prácticamente nadie en Estados Unidos muere de desnutrición, esa es la vertiente más extrema del problema, pero sí es posible asegurar con rotundidad que el hambre es compañero habitual de decenas de millones de personas en ese país; siendo la cuarta parte de ellas menores. Muchos niños van a clase sin haber podido desayunar, están deficientemente alimentados e incluso pueden pasar uno o varios días sin haber comido prácticamente nada porque sus progenitores no se lo han podido procurar. Las previsiones arrojan cifras escalofriantes, en un futuro inmediato uno de cada dos niños estadounidenses tendrá que depender de la asistencia alimentaria del gobierno al menos una vez a lo largo de su infancia. En la actualidad 44 millones de personas reciben dicha asistencia, los comúnmente llamados "cupones alimentarios", una ayuda de 3$ diarios para comprar alimentos. Ni qué decir tiene que adquirir una cantidad suficiente de comida con ese dinero se convierte en una tarea harto imposible. Y aún así aquellos que perciben dichas ayudas pueden considerarse afortunados, pues muchos otros no cumplen con los estrictos requisitos para recibirlas y se encuentran enteramente desprotegidos.

         En una sociedad aparentemente próspera el hambre provoca sufrimiento por partida doble. Primero por la inseguridad diaria de no saber si se podrá llenar el estómago y segundo por la vergüenza de reconocer que se está en una situación tan precaria. Cuando lo que se nos inculca es el éxito social a toda costa, el lujo, la ostentación y el culto al dinero y los bienes materiales, ser consciente de que apenas si tienes lo suficiente como para poder alimentarte a ti y a los tuyos es algo que bien preferirías ocultar para que nadie lo sepa. Es la angustiosa paradoja de tener ante ti todo lo que puedas imaginar y saber con certeza que jamás podrás alcanzarlo.

         Otra de las paradojas de la situación que se vive en Estados Unidos en relación al problema alimentario es la asombrosa convivencia entre el hambre y la obesidad. A primera vista puede parecer que esto es imposible, pero no en la que se considera a sí misma "la nación más grande del planeta". Y la explicación es sencilla, la obesidad no es otra cosa que una manifestación más de una alimentación deficiente. No es casualidad que algunos de los estados con mayores índices de inseguridad alimentaria (Misisipi, Georgia, Nuevo México), sean también los que muestren las cifras más altas de obesidad entre su población. A menudo familias con bajos ingresos solo pueden permitirse comprar los alimentos más baratos, que también son casi los únicos que se encuentran en las tiendas de comestibles de los barrios o poblaciones donde residen ¿Qué clase de alimentos son estos? Pues mayormente comida procesada industrialmente: bollería, snacks, precocinados y productos enlatados. Las consecuencias de alimentarse casi exclusivamente, cuando se puede, de este tipo de alimentos no pueden ser otras que desequilibrios que inevitablemente conducen a problemas de sobrepeso; cuando no a desarrollar otro tipo de enfermedades a largo plazo.     



          Ante dicha evidencia cabe la siguiente pregunta, ¿acaso estas familias no pueden o no quieren adquirir otra clase de productos más saludables, tales como frutas, verduras o pescado? Pues en muchos casos no o solo muy de vez en cuando. Ahí nos topamos con otro de los grandes problemas para muchos ciudadanos estadounidenses, la alarmante falta de variedad de alimentos a la que tienen acceso. Las grandes superficies y los supermercados bien surtidos se ubican preferentemente en determinados distritos de las grandes ciudades, de tal forma que aquellos que viven fuera de ellos a menudo se ven obligados a recorrer muchos kilómetros de distancia para poder hacer sus compras. Eso implica disponer de vehículo propio y afrontar regularmente un importante gasto en combustible, pues una buena red de transportes públicos brilla por su ausencia en muchas partes de Estados Unidos. Si tus ingresos ya te dificultan para llenar la despensa adecuadamente, mucho más complicado resulta afrontar la carga de adquirir un automóvil y pagar un carburante que, a cada día que pasa, no para de aumentar de precio. La conclusión es que, la mayor de las veces, hay que conformarse con las bolsas de snacks, las latas y la bollería que se pueden adquirir en la tienda más próxima.

         ¿Cómo es posible que se esté dando una situación como ésta? Para encontrar el origen de la misma hay que retrotraerse a los tiempos de la Gran Depresión, durante la década de los 30 del pasado siglo. Por aquel entonces el gobierno federal adoptó una serie de medidas para paliar la crisis económica, entre ellas la de subvencionar a los productores agrícolas para estimular la producción con la esperanza de que, una vez superada la recesión, fueran los propios mecanismos del mercado quienes equilibraran la situación sin necesidad de regulación gubernamental. No obstante la política de subvenciones no se abandonó durante las décadas posteriores y ha seguido en funcionamiento hasta nuestros días, llevada a cabo por el USDA (el mastodóntico Departamento de Agricultura de Estados Unidos), aunque con una notable diferencia con respecto a sus orígenes. En tiempos de la Depresión, y aún después de la Segunda Guerra Mundial, los principales destinatarios de las ayudas del USDA eran explotaciones agropecuarias de carácter familiar, las más comunes en aquellos años. Con el paso del tiempo se ha ido produciendo un proceso de concentración y actualmente el 70% de las subvenciones a la producción agrícola van a parar a macro explotaciones pertenecientes a grandes corporaciones multinacionales, que son quienes controlan el mercado de producción de alimentos. Dichas corporaciones destinan estas ayudas al cultivo de unos pocos productos, maíz, trigo, soja y algodón fundamentalmente.

          ¿A qué va destinada dicha producción? Pues como cabría esperar a la elaboración de alimentos procesados industrialmente, que son aquellos cuyo precio no ha dejado de descender en las últimas décadas y que, en consecuencia, inundan todos los estantes de todas las tiendas de comestibles, ya sean grandes o pequeñas, de los Estados Unidos. Mientras el precio de otros alimentos, como las frutas y verduras para el consumo directo, ha sufrido una escalada inversamente proporcional. Todo ello porque el USDA no subvenciona este tipo de producción agrícola en detrimento de los intereses del gran capital. La consecuencia es otra paradoja que es casi una aberración, el mayor productor y exportador de alimentos del mundo cuenta con un sector nada despreciable de su población mal alimentado y con serias dificultades para acceder a una despensa variada de productos.

          Esta aproximación a la situación actual de Estados Unidos, para muchos a buen seguro que desconocida, no invita precisamente al optimismo. Podemos pensar que aquí no estamos tan mal, pero no nos hagamos ilusiones. El hambre también golpea en España y cada vez con más fuerza, de hecho estamos a la cola en lo que a inseguridad alimentaria se refiere entre el grupo de países más desarrollados, solo unos puestos por delante de Estados Unidos. Así que, la próxima vez que en alguna noticia o conversación surja el tema del hambre en el mundo, no pensemos únicamente en los pobres niños de África que se mueren porque no tienen nada que llevarse a la boca. El drama tiene muchas caras y puede estar muchísimo más cerca de nosotros de lo que imaginamos. Tanto que no es descabellado imaginar que, de no cambiar las cosas, puede llegar a afectarnos en primera persona.


                                                                                                                                      Kwisatz Haderach        

Para saber más recomiendo las siguientes fuentes:

- A place at the table (Un lugar en la mesa). Teledocumentales.
- Lo que esconde la food insecurity en Estados Unidos (contralinea.info).
    

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